La Puerta es la primera novela de la escritora Maia Morosano, un texto compuesto como un cuento de hadas embadurnado de presente, una historia de infancia sobre los juegos de la palabra y la imaginación. Además de escribir, Maia coordina talleres de escritura y es gestora de varios proyectos culturales como el bar Bienvenida Casandra y el ciclo literario A cuatro voces. «Hay una forma de ver el mundo para cualquier artista que es la del juego, de desarmarlo todo. Porque para decir cosas nuevas hay que mirar las viejas y hay que desarmarlas, la creación es eso», sostiene.
Por Lucas Paulinovich / Foto: Virginia Molinari
[dropcap]M[/dropcap]aga juega a reconocer un mundo que se abre ante sus ojos. Y se guía por la fantasía que encuentra en los libros que su tío, el entrañable tío Alan, le presenta. Ella toma la maravilla y hace su realidad, una que comparte con su tío como un secreto a voces, un misterio que todavía no puede ser ante nadie confesado. Maga, la protagonista, recorre los laberintos de sus maravillas, relabora su inocencia de niña. Es parodia y, a la vez, drama.
Maia Morosano publicó a fines del año pasado La Puerta, su primera novela, un texto compuesto como un cuento de hadas embadurnado de presente, una historia de infancia sobre los juegos de la palabra y la imaginación. Hasta ahora venía publicando poesía, algunos cuentos y poniéndose al frente de proyectos como el bar cultural Bienvenida Casandra o el ciclo literario A cuatro voces.
“Yo entré en la literatura por la poesía y por los cuentos. No entré por la novela, es raro que empieces con novelas. Esta novela habla de eso: de que uno cuando es chico entra por ese lugar a la literatura. El personaje Maga, que tiene el tío que la hace leer un montón de cosas, entra por ahí. Yo tenía a mi mamá y mi papá que recitaban poemas de memoria. Y después mi abuelo que me leía cuentos. Es muy difícil hacer una novela. Yo estuve seis años para hacerla y corregirla. Una se obsesiona con los personajes, la búsqueda de una coherencia que además no existe. No me pasó con los poemarios. La empecé a escribir en el 2010. Antes de un viaje a España que fue trascendental tuve el primer capítulo y se lo presente a mis amigas de allá. Pero al final ese no es el capítulo primero. Para terminarla tardé cuatro años. Hubo dos años de corrección, que fue un trabajo muy arduo, de oficina casi. Y finalizó con la clínica que hice con Beatriz Vignoli”
– La historia se inserta de un modo particular para interpelar al presente, ¿las discusiones que se dieron el último tiempo influyeron en el tramado de la novela?
“La novela en mí estaba escrita hace un montón, porque soy mujer y como la mayoría de las mujeres, lamentablemente, sufrí violencia. Pasa que hoy se dice mucho y por parte de algunos hombres el discurso ha cambiado un poco. Pero existe hace muchísimo tiempo, no es nuevo, ni para mí, ni para una artista, ni para ninguna mujer. Por lucha se han conquistado un montón de lugares, las voces cada vez son más fuertes y la unión y la sororidad y la hermandad entre mujeres cada vez es más. Entonces nos vemos, salimos a marchar, estamos muy presentes en las denuncias. Incluso en la misma literatura. Hay una novela que habla de la muerte de una mujer por ser lesbiana que es Tu nombre escrito en el agua, y la escritora utiliza un pseudónimo. Entonces, eso ya nos dice de un ocultarse y hay muchas razones, pero en este caso tiene que ver con el momento de escribir y esa denuncia literaria. Nadie va a pensar que una obra no es literaria por más que tenga inspiración en la vida personal. Eso incluso la hace más denuncia, porque es general. Cuando una denuncia se hace arte, ya no es una, sino todas, absolutamente todas”.
– ¿Te parece que puede hablarse de una literatura que recoge las experiencias políticas y las traduce estéticamente, ligada a las disidencias sexuales, las luchas de género, las estéticas trans, queer y lo que va más allá de las reivindicaciones específicas?
“Como seres humanos necesitamos poner todo en caja y nombrar todo. Pero creo que hay muchas mujeres como Gabby De Cicco o Irene Ocampo que se han dedicado a explorar esos campos que llamamos queer. No sé si la llamaría disidente, es parte de lo que somos. Yo creo que es necesaria todo tipo de literatura que reivindique esas minorías, pero no en el sentido peyorativo, sino en el sentido de que cuantificado, las voces que se oyen todo el tiempo, hacen que esas otras voces sean minoría”
– Partiendo del personaje del tío Alan, pero también en Maga, en los que se da ese juego de desarmar para inventar algo nuevo, sobre todo con la cuestión monárquica, lo regio, las formas de la presencia, ¿hacés una búsqueda direccionada en ese sentido, haciendo dialogar a los personajes con otras expresiones?
“La novela si dialoga con obras literarias, creo que lo hace con Alicia en el país de las maravillas, con la obra de Mendicutti, un escritor español, que muchos de sus personajes son maricones o mujeres calladas que de repente hablan. Hay una novela preciosa que se llama Ganas de hablar, que es sobre un maricón esteticista que le van a poner su nombre a una calle en Andalucía y él cuenta toda su vida. Creo que esas son las influencias, y la poesía en general, fundamentalmente la poesía clásica. Ahí es mi primera experiencia con la literatura, desde Baldomero Fernández, hasta Góngora o Quevedo. A mí me leían eso. Todavía resuena mucho Rubén Darío, la rima, ese ritmo propio de la poesía y la canción. Y una de las cosas que quería contar era cómo una niña se asombra ante el mundo mediante la literatura, lo va descubriendo desde ese lugar. Fue una experiencia mía, iba aprehendiendo el mundo de esa forma. Hay una forma de ver el mundo para cualquier artista que es la del juego, de desarmarlo todo. Porque para decir cosas nuevas hay que mirar las viejas y hay que desarmarlas, la creación es eso. Un poco es un canto a eso: a la creación y al volver a ser niños y mirar el mundo de una forma estética a través del asombro y la maravilla”.
– Me parece que hay como una vuelta del realismo mágico, con todo lo que sigue despertando, cuando lo mágico viene a romper una previsibilidad realista, en cambio acá lo maravilloso es una condición misma de la realidad. Me sonó muy cercano al Laberinto del fauno, esa experiencia maravillosa del niño para entender una realidad muy dura.
“Esa película tiene mucho que ver. Así como esos dos libros están presentes, esa película y El gran pez. Maga es la niña que siempre quise ser o que quiero seguir siendo. Es esa forma de ver la vida y el amor, que son una misma cosa. El amor en cuanto a deseo, no simplemente pasional, sino el que nos hace mover para alcanzar cosas”.
– En ese sentido, ¿cuáles son los límites de esa inocencia y qué diferencia ves respecto a esa ingenuidad del adulto infantilizado?
“Creo que hay distintos niveles de inocencia. El niño es inocente y a veces se hace el inocente, como cuando descubre que no existe Papá Noel y lo sigue creyendo porque quiere o porque es más sano creer o negar determinadas cosas en algunos momentos. Por supuesto que cada experiencia es individual y única. Todos hemos atravesado traumas y los hemos llevado como cualquier personaje de cualquier libro. La inocencia del tío, en cambio, es pura negación de un mundo que no lo contempla, que no lo hace parte, entonces él se inventa otro. Y es tan hermoso su mundo que por prepotencia de trabajo logra conquistarlo. Volviendo al tema del disidente: esa es la gran lucha por crear un mundo artístico. Hace poco en el taller decía que una cosa son las experiencias personales, que nos sirven como material, y otra es la escritura. Como en cualquier arte hay que preocuparse por cómo decimos lo que decimos, de qué forma armamos ese universo. Y Walsh antes de que muriera Paco Urondo le dice que tienen que escribir tan bien que los enemigos deben tener ganas de leerlos. Es un poco lo que es el tío Alan y lo que debe ser el arte en general”.
Para un hacer escribidor
La actividad cultural de la ciudad encuentra a los artistas llevando adelante tareas de organización y gestión, asumiendo roles que habiliten espacios para que las obras circulen, generando conexiones que fortalezcan la producción y promuevan nuevas instancias de intercambio y creación. Morosano combina la escritura con los talleres que dicta en la Facultad Libre, su trabajo en una biblioteca, su participación en grupos que organizan actividades, ferias, lecturas, una exploración de las relaciones que dan vida a esos circuitos que suelen quedar por fuera –y con un diálogo no demasiado fluido- de las instituciones.
– ¿Cómo te tomás la relación entre el trabajo literario y el activismo dentro de la cultura, el ‘qué hacer’ de la literatura?
“Llega un momento, a mis 31 años, que es necesario que el trabajo sea lo que uno quiere, lo que uno desea y lo que uno es. Yo tengo la dicha de que así sea. Por suerte ahora escribo y es un trabajo. Doy talleres y es un trabajo. Estoy en una biblioteca, doy clases, y soy la misma persona y recorto desde lo que a mí me parece importante, de lo que valoro y creo que hay que rescatar. No me cuesta ningún esfuerzo adaptarme, más allá de las formalidades y la metodología. Yo hablo de violencia de género con los chicos de primer año del secundario, como leo un texto en el taller, como voy a una marcha o como leo en un ciclo. Mi cuerpo, mi hacer, lo que pienso y lo que deseo, no están escindidos. Tengo contradicciones como todas, pero trato de aprender desde esos lugares y lo hago con compañeros y compañeras. Yo no me considero una militante porque no trabajo en ningún partido. Aparte esa palabra me lleva a un régimen duro, lo dice la palabra. Entonces nunca lo hice, no sé si lo haré. Y me parece una falta de respeto para los que militan de verdad. Pero estoy comprometida en temas que me atañen como mujer y como persona”.
– ¿Y desde dónde pensás las actividades como la experiencia de Bienvenida Casandra, los talleres, los ciclos de lectura?
“Yo estudié diez años una carrera, leí un montón y acerco ese mundo. Pero creo fervientemente en lo colectivo. Creo que es lo más hermoso que tiene el ser humano y creo que el arte es colectivo. Hay un único arte que después se va manifestando. Para mí las palabras tienen colores. Y creo que la lucha y las cosas se cambian en colectivos. Incluso los colectivos también destruyen. No creo en el individuo solo. Entonces ese hacer me lleva a lo que fue Bienvenida Casandra o los talleres. En todas las presentaciones de libros que hice estuvieron incluidas varias artes e intervinieron muchas personas. En el ciclo A cuatro voces también”.
– ¿Qué balance haces de esas actividades?
“El balance siempre es positivo, en cuanto a lo humano, lo artístico, me conectó con un montón de gente que estaba luchando desde otros lugares, a pesar de las diferencias. Se han conseguido muchísimas cosas con estos espacios que fuimos conectando. Yo siempre intento conectar gente y hacerme tiempo para sumarme. Cuando fue la recuperación de La Comedia hice un poema para ese momento. Siempre intento darle reivindicación y visibilidad a los que más les cuesta, que se la hace difícil el Estado o también los mismos compañeros a veces. Creo en armar redes y esa fuerza conjunta, en el compartir”.
La fábrica de la escritura
El mismo día que converso con Maia, se conoció la noticia del fallecimiento de Abelardo Castillo, uno de los grandes nombres de la literatura de la segunda parte del siglo XX, y una referencia en esa modalidad de creación e involucramiento que son los talleres literarios. Actualmente, el taller se convirtió en un lugar de encuentro y proyección de escrituras. Buena parte de la literatura producida en la ciudad surge de esos espacios de formación y relación, coordinados por diferentes escritores, cada uno con su perfil, sus dinámicas y sus objetivos. Son, de algún modo, una reserva creativa que, a su vez, condiciona un tipo de literatura y traza ciertos límites a la circulación de los textos. Abren y cierran, posibilitan y subsumen.
– ¿Qué incidencia te parece que tienen los talleres dentro de la producción literaria?
“Todos los talleres son distintos, cada uno tiene sus propuestas. Pero creo que es una búsqueda que cada vez se hace más grande por expresar desde otro lado lo que uno ve, lo que le pasa. En las épocas en la que estamos uno necesita encontrar otras formas de ver y asir el mundo. A veces el mundo es tan terrible y de repente ve que lo puede construir desde otro lado”.
– Y en tu escritura, ¿repercute estar al frente de uno?
“No en mi escritura, sí en mi lectura, porque se va modificando en cuanto a los talleristas que tengo. Si hay uno que es fanático del cuento policial, entonces me pondré a leer cuentos policiales e intentaré ponerlo en contacto con gente que escribe cuento policial acá. Insisto con el tema de las redes: si a vos te gusta un determinado arte, está bueno que te contactes con la gente que lo hace. Siempre doy escritores rosarinos y trato de dar escritores rosarinos vivos. Y la dinámica siempre es leer y a partir de eso, hacer algo. Quiero despertarles la chispita de querer leer más. Siempre les digo que si no tienen deseo de leer y escribir por fuera, entonces que no vengan más. Si yo no pude hacer que quieran leer más, no sé si fracasé, pero no cumplí mi objetivo máximo de incentivar el deseo”.
– ¿Crees que hay un intento por pensar en términos de tradición y construir herencias, o se produce desde otro lugar?
“Creo que la relación con el pasado es inevitable, porque somos lo que fueron otros y lo que leemos. Pero el escritor que realmente se dedica a eso, que no lo hace por mero hobby, sí rompe y busca otra forma. Aunque siempre hay un diálogo, también con lo contemporáneo y con otras artes. Los artistas son personas de su tiempo más que nadie y del que va a venir, se anticipan, porque se corren del eje de lo real, con muchas comillas, de lo cotidiano, y pueden romper y adelantar y verlo desde otro lado. Creo que Rosario es increíble por la cantidad de excelentes escritores, poetas y narradores que hay”.
– ¿Reconoces afinidades y distanciamientos? ¿Cuáles son esas obras que te llegan?
“No sé si dentro del ámbito de Rosario me siento semejante o sentí una influencia muy marcada como sí puedo decir María Elena Walsh y Lewis Carroll con los ojos tapados. Pero sí leí muchísimo literatura de Rosario. Desde chica a Alma Maritano y Angélica Gorodicher. Después a poetas rosarinas, como Mercedes Gómez de la Cruz. Beatriz Vignoli, que para mí es la mejor escritora. Obvio que hay un gusto personal y estético, pero creo que es así. Como narradoras Natalia Massei y Melina Torres me gusta mucho leerlas. A ellas vuelvo, una a veces tiene esos libros que necesita. Después hay otros escritores que no son de acá como Mirta Rosenberg, Virgina Woolfe, Alda Merini, Blanca Andreu. Federico Rodríguez me gusta mucho como poeta de Rosario. Gabby De Cicco e Irene Ocampo fueron grandes maestras, no tanto sus libros, porque los tuve tarde, pero Gabby fue profesora y sus clases fueron un antes y un después por su forma de acercar la literatura. Con Irene pasó lo mismo con la librería y sus charlas. Y llegue no desde una obra cerrada, sino desde una comunión, que es lo hermoso de ir a los ciclos, armar ferias, lecturas. Rosario tiene un montón y no pasa lo que sucede en Buenos Aires, que está muy repartido. Acá, si tenés el tiempo y el dinero, podes ir a casi todo lo que se organiza”.
– ¿Cómo se dio en vos el estar y no estar dentro de la Escuela de Letras?
“Por lo general, mis escritoras y escritores favoritos no son los que di en la academia. No significa que no me gusten. De hecho, en ese caso, Borges y Joyce sí los di. El resto los he encontrado desde otros lugares. El encuentro con el escritor que te gusta es una conexión muy mágica. Yo disfruté un montón mi carrera. Me gusta mucho estudiar, leer, hacer resúmenes, preparar clases. Vengo de una familia en la que son todos universitarios, entonces tengo también ese peso del padre. Lo mamé como algo importante y lo disfrute. Hoy por hoy no estoy ni trabajo dentro de la academia, no tengo el deseo. Sí me gusta mucho el trabajo con los adolescentes y desde lo no tan formal como los talleres. No lo llevo mal, me gusta ir a congresos y escuchar, compartir eso, pero no lo hago yo”.
– ¿Qué horizontes se abren a partir de la publicación de la primera novela?
“En primer lugar, horizontes de dinero. No puedo creer que se venda tanto la narrativa y tan poco la poesía. Ya vamos por la segunda edición. Se presentó en noviembre y se vendió muy rápido. Se ha abierto un universo de invitaciones a charlas, estoy muy sorprendida. Me da pena por la poesía que es un espacio tan hermoso. Habrá que ver cuáles son las estrategias para llegar a que se lea más. Ahora estoy escribiendo cuentos para chicos. Tengo un librito que no está cerrado pero inició su camino. Es un universo precioso el de los niños. Es un desafío para jugar con la palabra”.