El cierre del bar Olimpo engrosa la lista de espacios en la ciudad a los que se les impide ofrecer una propuesta alternativa. La iniciativa de Club Social y Cultural no se limita a abrir puertas sino que también ha dejado al descubierto la extemporaneidad de la norma regulatoria y la desarticulación entre autoridades y Control. Impulsores del proyecto analizan los efectos colaterales de la demora de puesta en marcha
Por Alvaro Arellano
[dropcap]O[/dropcap]curre a menudo en la cotidianeidad, cuando uno evalúa circunstancias bajo criterios que fueron asumidos en un espacio tiempo que no es el ahora, que chocan ciertas contradicciones internas. Sucede en este caso que hay un entramado de normativas no cuestionadas desde el único lugar en el que habitamos, el presente, un espacio caracterizado por nuevas propuestas para la recreación, con otro tipo de lógica y dinámica. Una discusión que ya fue planteada en la Comisión de Cultura del Concejo Municipal, instalada en la opinión pública, enviada a la Comisión de Gobierno y que hace más de un año duerme allí.
Una disposición correspondiente a la ordenanza 46.542 del año 1972 fue el salvavidas del reclamo del tristemente célebre cura de la iglesia cercana al Olimpo bar. “Ruido excesivo” considera la misma en su contenido a toda difusión efectuada con amplificadores que exceda los decibeles permitidos. Dicha ordenanza habrá imposibilitado también el normal desarrollo de un asalto bailable pocos años antes del golpe militar de 1976. Con su añejez, la mismísima llegó entre manos de los inspectores el 7 de enero de este año al bar de Corrientes y Mendoza. Allí se efectuó la medición correspondiente a un procedimiento sin aviso al dueño del local. Pocos meses después llegó el oficio, y posterior a eso la clausura.
Claro que el Olimpo es apenas la punta del iceberg de una realidad que invisibiliza las problemáticas de apoyo y difusión de las que carecen este tipo de espacios, el letargo del ejecutivo que no avanza con el proyecto ni hace presagiar que sea una mera cuestión de tiempo, y la desarticulación existente entre municipio y control a la hora de accionar. Es que el decreto 2.474 sancionado en 2014 solo se trata de una solución parcial y no estructural como la requiere y exige el escenario. Este contexto expone un nuevo paradigma ocioso, donde hay un público que elige lugares donde sienten una propuesta más contenedora, y oferentes que conocen el ambiente y saben cómo brindar esa contención. Con dicha lógica tenemos el qué, el quién, el cómo, mientras seguimos a la espera del cuándo.
Alguien debe conservar y cuidar este jardín de gente
Me encontré hipnotizado en el patio de El Espiral, sentado frente a la figura pintada a mano en la pared que, supuse yo, emula a aquello que le da nombre al bar cultural impulsado por Ignacio Gorriz, referente del ECUR (Espacios Unidos Culturales Rosario). Lo escucho conversar con una mujer, se los oye desde afuera. Los pierdo por un segundo pero enseguida están conmigo, ella se presenta como Sandra Solá, La Negra, como se la conoce en el ambiente. “En ninguno de los rubros existentes terminan de contemplar lo que hacemos, tiene mucho que ver con voluntades políticas, en la Comisión de Gobierno querían que la ordenanza de club social entre en la reglamentación actual. Ahí es donde repudiamos porque nosotros no somos empresarios, trabajamos desde el deseo de algo distinto, nuestra ordenanza habla de cómo trabajar”, sintetiza Ignacio. Ambos explican que ya elevaron un reclamo al Concejo tras la demora, pero al momento de hacerlo, “sonaron los grillos”. Mientras, el socialismo hizo una devolución al respecto, pero sin contemplar el punto donde se solicita una oficina de asesoramiento a los bares.
“Hay inspectores a los que hay que aclararles que hay un decreto (2474), llamás a Habilitación y te dicen una cosa, hablás con el inspector y te dice otra, le tenés que explicar donde está, porque vienen a habilitar algo que se amolda al decreto y se encuentran con otra cosa”, enfatiza Sandra. A lo que agrega: “Hace once años vengo trabajando con esto porque todavía tengo esperanza, pero del otro lado veo cosas que están fuera de la ley y no tienen problema, parece que nos cerraran las puertas a nosotros, ¿quieren que siga habiendo gente en las calles por no tener contención?».
Haciendo referencia a un anacronismo y una longevidad de las normas vigentes, Gorriz analiza: “La ordenanza no solo que no nos sirve a nosotros, sino que también está caduca para los bares que abarca. El club social y cultural tienen una dinámica que tiene que ver con el fomento de los artistas, un lugar donde un alto porcentaje de las actividades son diurnas, inclusive donde se trabaja con prevención de adicciones, no metan nuestra ordenanza en una lógica empresarial”.
Mezquindades
El proyecto fue presentado en septiembre de 2015. Las concejalas Fernanda Gigliani, María Eugenia Schmuck y Caren Tepp acompañaron la necesidad del ECUR desde la Comisión de Cultura del Concejo Municipal. Para los que desconocemos de los tiempos del Palacio Vasallo quizás la demora esté un tanto desfasada de los tiempos que corren para los espacios culturales. Tepp, del bloque Ciudad Futura, fue categórica: “Hay una demora que tiene que ver con una mezquindad política, no hay cuestiones técnicas de seguridad ni normativas que estén imposibilitando que la ordenanza de Club Social y Cultural pueda tener despacho de la comisión de gobierno”.
La concejala insiste con una miopía por parte del Estado frente a dinámicas emergentes que, explica, se reflejan también en detalles como la desaparición de las actividades de bares culturales en la revista de agenda de la ciudad. “Esto no tiene que verse tanto desde la lógica de control, sino desde la lógica de promoción por parte del estado. Esto es reconocer un nuevo proyecto que ya nuclea a más de quince espacios y tiene dinámica propia”, señaló Tepp. La edila mantiene el optimismo para el avance de la discusión, pero analiza que “la Comisión de Gobierno tiene muchas representaciones de bloques unipersonales, entonces es difícil ponerse de acuerdo”.
Ciudad de pobres corazones
No hubo mediación alguna que permita torcer la historia luego de la clausura del Olimpo ni permiso para una última “Jam Session”. Un espacio con más de sesenta años y un edificio de carácter histórico para la ciudad quedan a la espera de ser demolidos. “Yo no sé si la dueña pretende dejar el lugar como hizo con el baldío de al lado que hace veintipico de años está pudriéndose. Por eso también la idea sería que desde el estado se empiece a cumplir otro rol para que podamos sostener este tipo de espacios”, disparó Pablo Teglia, dueño del Olimpo, más conocido como “El Oso”, entre la resignación del final de un ciclo y la convicción de que la lucha no termina en un cierre.
Para Teglia, hoy en día abrir un bar cultural es “lanzarse al vacío”, dado que no existen garantías, acotadas por normativas que se desentienden de esta nueva lógica, y autoridades que se limitan al control. El mismo Teglia asegura haber recibido como consejo por parte de autoridades el hecho de tener que “contar con espaldas para bancar un montón de cosas”.
Y en relación a esto último concluyó: «Así también vemos cómo los lugares más cool empiezan a ocupar espacios con una propuesta más adinerada y vemos cómo todo beneficia a los mismos».
En tanto, los bares cierran, las calles se vacían, las veredas se vuelven poco transitadas, la iluminación de la cuadra se hace más tenue y la gente se pregunta dónde ir. La Pacheta, Bienvenida Cassandra, Piedra libre, La Chamuyera y Habitando Sensaciones fueron algunos de los que corrieron la misma suerte que el Olimpo, destino que no marcó el final de muchos que continúan con las puertas abiertas por el simple hecho de ir amoldándose a figuras cercanas a su funcionalidad para hacer equilibrio. Así, ya es habitual la pérdida de capacidad de asombro por desenlaces en el ámbito nocturno, como el ocurrido el pasado 10 de marzo en Child, un antro que funcionaba como after en Maipú al 1128, o la relación del escandaloso crimen de Pichón Escobar, en agosto de 2015, con La Tienda, sitio que también funcionaba como after, así conocido públicamente, aunque no existiera algún registro legal que lo amparara.
Foto: gentileza RosarioPlus