Así se tituló uno de los informes elaborados por psicólogos del Centro de Asistencia a la Víctima de la Defensoría del Pueblo que reúne testimonios y conversaciones entre doce mujeres que decidieron denunciar a sus parejas por violencia de género. ¿Cómo es el proceso de denuncia? ¿Cuántas instituciones y organismos tiene que recorrer? ¿Qué pasa una vez que se logra salir de esa situación de opresión y violencia machista? Estas son algunas de las preguntas que se intentan responder con esta investigación y que surgen de la charla con las víctimas. “Intentas romperme, entrar en mi mente, confundirme, esconderme, dejarme sin voz. Acusas, engañas, manipulas mi mundo, das vuelta en mi entorno para quebrarme en dos”, escribió una de ellas plasmando en una canción su experiencia.
Por Carina Toso / Fotos: Defensoría del Pueblo de Santa Fe
[dropcap]D[/dropcap]iana vive en la ciudad de Santa Fe. Hoy tiene 38 años. En el año 2013 se decidió a pedir ayuda. Era víctima de violencia de género. Hasta marzo de 2015, recorrió 9 instituciones: la Defensoría del Pueblo, los Tribunales Colegiados de Familia, la Defensoría General, el Ministerio Público de la Acusación, la Unidad Fiscal de Información y Atención de Víctimas y Denunciantes, el Área de la Mujer y Diversidad Sexual de la Municipalidad de Santa Fe, Política de Género del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia, Iglesia y Comisaría. En esos dos años, desde su casa hasta la última institución, Diana hizo 403 kilómetros dentro de la capital santafesina para intentar recibir asesoramiento y ayuda ante su situación, teniendo en cuenta la cantidad de veces que estuvo en cada una de esas instituciones. A esto hay que sumarle que recurrió a las redes sociales, amigos, familiares y vecinos que la ayudaron en su trayectoria.
“Fue un camino duro, difícil, un camino de hormiga, ir a un lado, hacer la medida de distancia, esperar que ellos hagan toda la elaboración, que la lea el juez, de ahí llevar los papeles, nadie te acompaña, de ahí al Juzgado de Familia de nuevo. Todo ese camino son horas, lo firma la jueza y me tengo que ir a distintas comisarías de mi barrio, y eso para que ellos estén al tanto de la medida de distancia. Y de ahí, rezarle a todos los dioses de que lo encuentren a él, le hagan firmar la constancia para estar segura de que estoy protegida”, relató Diana en su testimonio.
Todo esto empezó cuándo aún eran novios. “Yo no lo vi venir y las pasé todas. Él comenzó a insultarme, a buscar imponerme cosas y no paró más. Hasta que en los embarazos vinieron las agresiones físicas”, contó y graficó: “Creo que la imagen más clara es tener la cabeza en el piso y su pie en mi cabeza. Me levantaba a la madrugada, me sacaba de la cama de mi hijo e intentaba tener relaciones conmigo. Cuando lo denuncié por primera vez fue cuando él me pegó con un palo en la cabeza y yo dije ‘basta, esto no da para más’. Tenía la cabeza hecha trizas”.
Un día Diana sintió que había llegado a su límite y se decidió a hacer la denuncia. “Tomé coraje y fui. Iba al Juzgado, me quedaba y esperaba porque quería saber qué derecho tenía yo y qué derechos tenía él”. A pesar de todo esto, Diana intentaba dar una imagen de familia feliz. Quizás para mantener viva esa ilusión de llegar al altar. Ella quería casarse por iglesia. Ella creía que el matrimonio era para toda la vida. Y como es católica también recurrió a los sacerdotes para que la ayuden a buscar respuestas. Pero los representantes de su iglesia le recomendaron lo siguiente: “Me decían que rece más, que él iba a cambiar, ‘si vos rezas va a suceder esto’. Me preguntaban: ‘¿Hay algo que vos no hacés para que él no esté bien o no se sienta cómodo?. Porque él viene cansado del trabajo y vos tenés que estar ahí para él’. Me hablaban como si una tiene que cumplir lo que exige el hombre a la mujer, una tiene que responder porque está casada, porque era esposa, cumplir es la palabra que me dijo el cura”.
Acompañar y no castigar
La historia de Diana, junto con la de otras once mujeres, son parte de dos trabajos de investigación sobre violencia de género realizados por profesionales del Centro de Asistencia a la Víctima (CAV) de la Defensoría del Pueblo en la ciudad de Santa Fe. Se trata de “Ruta Crítica” y “Reescribiendo historias entre mujeres”. Estas publicaciones narran la historia del camino que tuvieron que atravesar estas mujeres en busca de respuestas en materia de violencia de género.
“La investigación refleja sus experiencias. Nosotros las sistematizamos para poder reflejarla y publicarlas y poder darle luz y visibilidad”, explicó Octavio Bassó, psicólogo del CAV y agregó: “Reescribiendo historias entre mujeres, recopila el trabajo que en el CAV realizan desde 2009 dos profesionales, en donde un grupo de mujeres que han padecido situaciones de violencia van trabajando entre ellas, para empoderarse, salir de esa situación y estar cada día mejor”.
Según explicó Laura Manzi, psicóloga del CAV, el centro funciona desde el año 1994 pero por ese entonces las denuncias eran muy pocas. “La demanda de las mujeres víctimas de violencia pidiendo ayuda no existía prácticamente. Todo esto estaba muy silenciado y muy naturalizado, es más si lo decían o denunciaban eran mal vistas. Entonces, el primer paso fue sensibilizar acerca del tema para que las mujeres se comenzaran a acercar. Después hicimos capacitaciones en diferentes organismos del Estado porque cuando estas mujeres se acercaban a las comisarías, organismos de salud, no siempre encontraban la respuesta esperada porque justamente no había una formación en el tema”. Manzi confirmó que actualmente las instituciones que todavía presentan mayor dificultad ante una denuncia de este tipo son la policía y la justicia.
Con respecto al trabajo concreto dentro del CAV con las mujeres víctimas de violencia de género, la psicóloga aseguró: “Además de visualizar este proceso que implica pedir ayuda hacia afuera, también lo fuimos vinculando con el proceso personal de cada mujer que atraviesa una situación de violencia. Cómo avanza o cómo retrocede, a veces en relación a la respuesta del entorno. Sabemos que en todo esto se juegan cuestiones personales. Son decisiones complejas a tomar. Como por ejemplo poner límites a una relación donde aún puede haber un sentimiento positivo hacia esa persona, y se la pensó como un proyecto de vida, la otra persona sostiene que no lo va a hacer más, aparece este avanzar y retroceder. Es algo que genera muchas críticas, sobre todo con la policía o en la justicia, que concluyen en que para qué van a tomar la denuncia si después van a volver. Esto es parte del proceso de revictimización que sufren las mujeres”.
Un camino sinuoso
Cuando una mujer se decide a transitar esta llamada ruta crítica, que es la denuncia por violencia de género, las primeras personas a las que recurre en la mayoría de los casos son familiares, vecinos o personal de establecimientos educativos. Mientras que las primeras instituciones que recorre son: comisarías, Poder Judicial y equipos especializados en violencia de género. Según este relevamiento las instituciones recorridas o a las que recurrieron estas mujeres que son parte de esta investigación fueron: comisarías, 911, defensorías generales, Ministerio Público de la Acusación, Unidad Fiscal de Atención a Víctimas (Poder Judicial), Tribunales Colegiados de Familia, Centro de Asistencia a la Víctima y al Testigo del Delito (Defensoría del Pueblo), Área Mujer de la Municipalidad de Santa Fe, escuelas, hospitales y centros de atención de salud primaria, Centro de Acción Familiar (CAF), iglesias, vecinales y línea 144.
“La ruta crítica permite conocer los caminos que toman las mujeres para salir de su situación de violencia. La misma empieza con la decisión y determinación de apropiarse de sus vidas y las de sus hijos. De esta manera, siguiendo sus trayectorias, se busca conocer los factores que impulsan a buscar ayuda, las dificultades encontradas para llevar adelante tal decisión, sus percepciones sobre las respuestas institucionales y las acciones emprendidas por las mismas”, expresa parte de esta investigación.
Todo este proceso de denuncia se sabe que es complejo y que no es lineal. Implica avances y retrocesos. A veces un paso puede contradecir a otro. Es necesario el acompañamiento de las organizaciones, los organismos e instituciones a los cuales cada mujer recurre para poder ir construyendo la búsqueda de alternativas para una vida diferente.
De estas doce mujeres se desprenden testimonios de cada sufrimiento. Pasaron por diferentes tipos de violencia: física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, y simbólica.
“Me decía que no servía para nada, que el problema era yo y las discusiones eran por mi culpa, que estaba loca (…) y a la nena le decía cosas de mí, que yo era la mala y que él estaba en la calle porque yo lo eché, entonces ella se enojaba conmigo” (Hilda – 34).
“Él me decía: tantas veces te he desmayado, te tenía que tirar un baldazo de agua para que vos te levantaras y nunca me fuiste a denunciar y ahora vas a denunciar porque te hice así con el palo. Yo le respondía: ¡así no me hiciste con el palo! Tenía la cabeza hecha trizas. Otro día me tiró y me fui con la pared y todo, pasé del otro lado. Y a él le causaba gracia lo que hizo, a mí no. Yo quedé toda dolorida, toda golpeada” (Dora – 59).
Cada palabra y cada situación plasmada en las hojas de estos informes son desgarradoras. Algunas fueron abusadas sexualmente por sus parejas, otras obligadas a prostituirse, otras golpeadas hasta el cansancio. A algunas les hicieron creer que no podían cambiar de vida. Estos agresores, es decir las parejas de cada una de ellas, compartían características. Características que seguramente comparten con muchos otros agresores: algunos utilizaron armas de fuego o armas blancas como parte de torturas psicológicas y para causar daño o lesiones en el cuerpo de las mujeres. También se destacó el consumo de alcohol u otras sustancias. No hay ningún estudio que demuestre que los hombres que maltratan tengan alguna patología específica, sino más bien una serie de rasgos que responden al estereotipo de masculinidad tradicional, ya que hacen uso de la violencia para remarcar su poder sobre la pareja o la familia.
Los psicólogos remarcaron que “a la ruta crítica, cada una la arma como puede”. Y la definieron como un “un proceso que se construye a partir de la secuencia de decisiones tomadas y acciones ejecutadas por las mujeres afectadas por la violencia en sus relaciones de pareja y las respuestas encontradas en su búsqueda de soluciones”. En este camino reconocieron diferentes factores que las llevan a avanzar o a retroceder. Por ejemplo, existen factores impulsores para denunciar como comprender los efectos de la violencia en la vida de sus hijos, descubrir una infidelidad, ver que corre riesgo su vida o alcanzar la confianza en sí misma. Pero también hay factores inhibidores como los miedos e incertidumbres, desconocer sus derechos, naturalizar la violencia, la culpa, la vergüenza, el amor por el agresor, la violencia institucional, el incumplimiento de la medida de distancia, manipulaciones y amenazas, falta de apoyos de familiares, falta de recursos y mandatos religiosos.
Matar al príncipe azul
“En este recorrido las mujeres del grupo pudieron identificar mitos, el trabajo productivo y reproductivo, el uso del dinero, su vida construida en una relación de dependencia con otros (pareja, hijos), así como sus propios intereses y necesidades. De alguna manera, estas experiencias les permiten desarticular las relaciones violentas empezando a reconocer el lugar que ocupan para pasar a una situación de empoderamiento. Este nuevo posicionamiento de la mujer es lo que posibilita un reacomodamiento de la estructura familiar, de las relaciones intervinculares y de la circulación de otros modos de relación”, afirmó en el prólogo de la publicación “Reescribiendo historias entre mujeres” Alicia Genolet, investigadora y docente de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).
Los encuentros entre estas mujeres que finalmente se materializaron en dos libros, estuvieron marcados por la escucha, el respeto, la confianza y la solidaridad. Las doce historias recopiladas pertenecen a mujeres den entre 25 y 66 años, y son de la ciudades de Santa Fe y Coronda. Todas fueron víctimas de violencia física y psicológica, en todos los casos se presentan de manera combinada con la violencia sexual y económica. En muchos casos, esta violencia continuó a pesar de que se separaron de sus parejas.
“Yo quería una familia, desde que salí de la puerta de mi casa fueron golpes, hasta estando embarazada, perdí como tres hijos, hubiera tenido 10, y yo seguía diciendo, quiero una familia.”. (S).
“Una cree que soportar está bien, que tiene que ser así, hay que aparentar que todo está bien y que vamos a poder cambiarlo. Uno cree que sosteniendo y aguantando hay familia. No fue felicidad, fue sometimiento y acostumbramiento en la vida, y creer que es así, porque uno cree que es así, que tiene que ser así, para sostener algo que en definitiva, no tiene sentido, que nos anula…” .(A).
Uno de los objetivos de estos trabajos fue el de desandar mitos. Mitos relacionados a los estereotipos de familia, al trabajo, al tiempo libre, relacionados a los cuerpos y al deber ser de las mujeres. Según detalló el equipo interdisciplinario, el modelo de familia al que muchos aún están apegados es el del amor romántico del siglo XII. Con el paso del tiempo, se fueron construyendo formas de relación que dieron lugar a variantes de la familia nuclear y extensa, resultando formas heterogéneas de configuración familiar. Pero a pesar de todo esto, en muchos hogares prevalece el modelo en donde el hombre es la autoridad, el jefe y es responsable de la provisión de recursos económicos mediante el trabajo. Para la mujer queda la obediencia y afecto, garantizando el cuidado y la crianza de los hijos. “En las violencias ejercidas contra las mujeres, los mitos generan una trampa entre cómo son las cosas y cómo se supone que deben ser”, sostiene Susana Velázquez, psicóloga especializada en violencia familiar y autora del libro Violencias cotidianas, violencia de género.
Así, en este grupo de mujeres, la familia se manifestó como un “proyecto de vida privilegiado”, donde subordinarse al hombre era la forma que encontraron para mantener a esa familia unida.
Esto da paso a otro de los ejes claves en este padecimiento que es el control, el sometimiento y la confusión como instrumentos de desubjetivación. Las chicas lo explicaron así:
“Uno no lo ve como sometimiento, uno piensa que te cuida”. (E).
“Nos aíslan de la libertad de poder expresarnos hacia afuera, entonces nos cerramos para adentro, y bueno nos van asfixiando…”. (A).
“Hasta los boletos me pedía para controlar los horarios de trabajo, me revisaba como el ginecólogo para ver si yo había estado con otro hombre.”. (S).
“A mí me celaba con mi propio hermano”. (M).
“Jamás fui a comer sola a la casa de mis hijos o a pasar el día. No quería visitas, los chicos no podían traer amigos. Él decía ‘ese negro es tu macho’, me celaba, ´no se te escapa ni tu yerno´. Yo nunca tuve amigas, porque me decía que tanto tenía yo para conversar, seguro estamos hablando de machos…”. (G).
Otro de los ejes principales en los que se trabajo en estos talleres tiene que ver con el tiempo libre como otra de las dimensiones de la vida cotidiana y su punto de contacto o no con la problemática de la violencia de género. Y en particular, se trabajó el tiempo libre en relación al cuidado del cuerpo y de la propia imagen. Según los propios testimonios, estos dos aspectos recién se pudieron encontrar en sus vidas cuando lograron poner punto final a la relación de violencia. Anteriormente era totalmente vedada por los hombres, por supuesto:
“…Si me pintaba las uñas tenía que ser capaz cuando todos estaban durmiendo. Yo no tenía tiempo libre. Algo que me sirviera para mí no lo tenía. En ese momento no me daba cuenta, pensaba que era así, que tenía que ser así. Yo ahora me doy cuenta de que no tenía tiempo propio por fuera de él” (A).
“Ir a un cumpleaños, a una peña de mujeres, el hecho de estar tranquila sin pensar en que a la vuelta con qué me iré a encontrar.” (E).
“En mi caso yo siempre dominé eso, cuando quería iba al gimnasio, salsa. En un primer momento a lo mejor no, pero después si, y en parte tiene mucho que ver cuando empecé a venir acá, es la verdad. Empecé a salir, a hacer lo que realmente me gustaba. Pero aguanté 22 años y lo conozco desde los 12.” (M).
“Yo iba a gimnasia, después tenía el taller de la memoria y llegaba a casa y empezaba: dónde estuviste, qué hiciste, con quién estuviste y cosas así…” (E).
Descansar, dormir, comer tranquila, son funciones vitales que se recuperan. Y se recupera la conciencia sobre el propio cuerpo, situado en un espacio y en un tiempo, al identificar gustos, intereses, deseos, placeres. “El cuerpo como soporte en el que se inscriben todas las instancias de lo vivido. El cuerpo como lo más propio, como lo único propio. Conciencia que la violencia expropia, al afectar, sea cual sea el tipo de violencia padecida, la percepción de sí misma, como ser libre y pleno. El cuerpo como territorio personal para la resistencia, registrando, cuidando, decidiendo”, expresa el informe y agrega: “El miedo a la violencia, al hostigamiento, son obstáculos recurrentes que inmovilizan y limitan a las mujeres en el desarrollo de las actividades de la vida cotidiana y le imposibilitan tramitar, denunciar, pedir ayuda”.
“Cuando uno está al lado de un violento y vive la vida con un violento, sabe que no tiene casi otra vida afuera, o trata de aparentar todo el tiempo con los amigos, con los familiares, o sea uno explota cuando ya no da más y empieza a sacar todo afuera, pero sino mientras el cuerpo aguante y la mente aguante, trata de no contarle a nadie y guardárselo…” (A).
“Decidirme…yo me voy con mis hijos, trabajo, pero, pensaba, ¿y si no me va bien? ¿Qué hacía con mis hijos, que eran chiquitos? Porque él siempre me maltrató, creo que desde el primer momento me maltrató. Él siempre me pegaba mucho, me pegaba.” (G).
En algunos casos aparecieron (o continuaron) formas de agresión, de hostigamiento, de control, con posterioridad a la separación o divorcio; hechos que interrumpen la tranquilidad y bienestar conquistados:
“Vamos a un baile con una chica y él aparece allá, vos hacés como que él no está, pero te presiona la vida, como que no podés estar tranquila.” (S).
“Es como una persecución.” (E).
“A mí me costó un montón, yo salía a la calle y vivía así (gira la cabeza como mirando para todos lados y todas asienten) y parecía que lo tenía atrás todo el tiempo”. (M).
“Sí es verdad, te sigue torturando esa sensación.” (A).
En consonancia con estos relatos, otra de las participantes del Grupo de Mujeres ha escrito y musicalizado los siguientes versos:
“Intentas romperme, entrar en mi mente, Confundirme, esconderme, dejarme sin voz. Acusas, engañas, manipulas mi mundo, Das vuelta en mi entorno para quebrarme en dos.” (MO).
Contacto del Centro de Asistencia a la Víctima de la Defensoría del Pueblo de Santa Fe:
En Rosario: 0341 – 472 1500 – 472 1505
En Santa Fe: 0342 – 457 3904 – 457 3374