En los últimos días, varias usuarias de Facebook cambiaron sus fotos de perfil por una que decía ‘Libertad para Higui’. Ignorada por los medios, Higui está presa desde octubre de 2016. Una patota de diez hombres la quiso violar por ser lesbiana. Ella se defendió con un cuchillo y mató a uno de los agresores. Llegó a la cárcel desfigurada y con signos de abuso. Nadie la escuchó. Aquí te contamos su historia.
Fuente: Cosecha Roja
Por Emilia Erbetta
[dropcap]E[/dropcap]l 16 de octubre de 2016, Eva Analía de Jesús, Higui, llevó a varios de sus sobrinos a la casa de su hermana Mariana, en las Lomas de Mariló, en Bella Vista. Era el Día de la Madre y había conseguido frutillas para preparar con crema y pollo para hacer empanadas. En el barrio donde vivía, Barrufaldi, todos la conocían y los comerciantes le guardaban lo que sobraba. Comieron y tomaron cerveza. La pasaron bien. Al atardecer su hermana la acompañó unas cuadras hasta lo de una amiga a la que Higui quería saludar en su día. La dejó en la esquina y regresó a su casa.A Higui no le gustaba la vuelta a Mariló. Había vivido en el barrio desde el ’94, cuando su mamá ocupó unos terrenos fiscales y después la siguió el resto de la familia. Ahí, se levantó una casilla en un lote donde más tarde también fue a vivir Azucena, una de sus hermanas menores, con su beba recién nacida, que ahora tiene 18 años. Una noche, después de una fiesta, Higui fue al kiosco a comprar cerveza. Una patota la rodeó.
– Tortillera, lesbiana.
Ocurrió hace unos 15 años. Alcanzó a escapar –Azucena no recuerda si fue en bicicleta o se encaramó a una camioneta justo a tiempo- pero le dieron tres puntazos en la espalda que la mandaron al hospital donde estuvo internada varios días. No se animó a contar quién ni cómo la habían herido y dijo que habían querido robarle. Cuando volvió a su casa, quedaban los restos de un incendio. Habían atado su perro a la ventana y habían prendido fuego la casilla. Finalmente se fue del barrio pero cada vez que volvía la pasaba mal: le tiraban piedras, le robaban la bicicleta. Por eso, cada vez que iba para allá llevaba una navaja.
Esa día de octubre, en la casa de su amiga, se cruzó con Cristian Rubén Espósito y otro hombre. La situación se puso tensa. Espósito era parte de la patota que la hostigaba.
– Me voy a ir porque se va a armar quilombo acá y no quiero que se arruine el festejo –dijo ella. Ya era de noche, cerca de las diez.
Caminó sola por el pasillo que comunicaba la casa de su amiga, al fondo, con la calle Irustia. Estaba oscuro, pero igual lo vio venir: Espósito se le iba encima a las trompadas.
– Te voy a hacer sentir mujer, forra lesbiana.
La tiraron al piso. Higui sintió que eran varios hombres los que la atacaban: muchos pies los que le daban duro contra el piso. Le desgarraron el pantalón y el boxer. En el medio de los golpes, con una mano intentó cubrirse la cara y con la otra buscó desesperada la navaja que llevaba entre las tetas. Levantó el brazo para defenderse, segura de que la iban a violar.
Un rato después –no sabe cuánto, no se acuerda- una linterna le iluminó la cara, deformada por los golpes. Estaba semi inconsciente. Las luces azules del patrullero titilaban a unos metros. Ya no estaba en el pasillo, alguien –supuso- la movió. Unos metros más adelante, estaba el cadáver de Espósito con una puñalada en el pecho. Alguien lo levantó en la caja de una camioneta para trasladarlo al hospital. A ella se la llevaron detenida.
Tres días después, Azucena fue la primera persona que pudo entrar a verla en la comisaría segunda de Bella Vista. Con su celular, le sacó un par de fotos en las que se ve su cara todavía hinchada por las piñas. Varios hematomas le manchaban el cuerpo. Higui lloraba, por ella y por el muerto.
– Hermanita, no sé de dónde saqué fuerzas, pero yo me defendí.
Lo que estuvo a punto de pasarle tiene un nombre: violación correctiva.
– La mayoría de los testigos en la causa son partícipes del hecho, excepto las mujeres- dice Raquel Hermida Leyenda, abogada de Higui desde enero y miembro de la Red de Contención contra la Violencia de Género.
Anillada, la causa parece parece un cuadernillo de apuntes universitarios. Tiene 150 fojas.
– Cuando yo vi el tamaño del expediente me di cuenta de que mucho esfuerzo no habían hecho.
Higui está imputada por homicidio simple y con prisión preventiva. La madrugada del 17 de octubre llegó a la comisaría con el pantalón y el bóxer desgarrados. Otro detenido le prestó ropa y lo que ella tenía puesto fue apartado para periciar, pero el informe de la policía científica todavía no está listo. Se trata, explica Hermida, de los tiempos y las irregularidades típicas de una causa sin abogados particulares.
– Hay una versión que dice que la ropa estuvo perdida pero a mí no me consta. Lo que tampoco me consta es la cadena de custodia de esa ropa. Si en la ropa había ADN o algo que nos hubiera confirmado lo que dijo Higui en la indagatoria, nos podría haber servido para dejarla en libertad. La cadena de custodia implica tener las cosas lacradas, la firma de los testigos de cómo se guarda esa evidencia, etc. Si todo eso no se cumple, ¿qué garantías tenemos? Si no encuentro rastros, ¿qué seguridad tenemos de que la ropa no haya sido lavada?
Las irregularidades en la causa son varias. El acta de procedimiento que redacta el policía que encuentra a Higui y Espósito después de un llamado al 911 es muy escueta y no menciona el estado en el que estaba ella: no habla ni de los golpes, ni de la ropa rota. En su declaración indagatoria, el lunes 17 a las tres de la tarde, Higui dijo que durante el ataque la intentaron violar, pero esto no se tiene en cuenta.
La imputación, en cambio, da por ciertas las declaraciones de uno de los testigos principales, que dijo que Higui se le había ido encima a Espósito sin motivo y que él, ya herido de muerte en el tórax, había sido capaz de desfigurarla de una trompada. Higui y su familia denuncian que este testigo, S., era parte de la patota que la hostigaba en Mariló y que la atacó ese domingo a la noche.
El teléfono de la abogada no deja de sonar con mensajes de whatsapp. La mayor parte de las consultas que recibe son por otras causas o invitaciones a programas de televisión para que hable sobre violencia de género o el caso Micaela García, la chica de 21 años asesinada en Gualeguay la semana pasada.
Aunque su familia, sus amigas y varias organizaciones formaron una mesa de trabajo que se reúne periódicamente y busca difundir su situación a través de festivales, colectas y movilizaciones, la causa de Higui todavía no tiene demasiada difusión por fuera de las redes sociales y algunos medios. El 8 de marzo, la Asamblea Lésbica Permanente marchó con una bandera que pedía su liberación y hoy la causa Higui es uno de los reclamos fuertes del movimiento feminista.
—Si Micaela se hubiera defendido igual que Higui –dice Hermida Leyenda– hoy estaría viva pero detenida. El artículo 34 del Código Penal habla de la legítima defensa con respecto a la propiedad. Nosotras pretendemos que la legítima defensa también implique a nuestro cuerpo. Higui se defendió de una patota y tenía derecho a hacerlo. Desde la defensa vamos a presentar un psicodiagnóstico de la perito de parte que deja claro que sufre un cuadro de stress postraumático que es compatible con su declaración indagatoria. Higui sufrió un abuso sexual en grado simple y se defendió de un abuso sexual agravado, de la penetración.
—Ella nunca nos contó el hostigamiento que sufría, supimos después todo lo que ella pasaba –dice Azucena, su hermana–. Después nos enteramos que la hostigaban por ser lesbiana y, como dice ella, por tener tantas minas. Es que Higui siempre tuvo sus mujeres, y eran lindas. Tiene levante, a pesar de, como dice ella, que es “petisa y fea”.
Higui tiene siete hermanas y un hermano varón, el más chico. Vive de changas, de limpiar y arreglar jardines, ordenar galpones, hacer arreglos. Le gusta tomar cerveza y jugar al fútbol. Le dicen Higui por el arquero René Higuita. Es de Boca, la noche del 16 de octubre tenía puesto un pantalón del club y una remera negra. Se fue de su casa a los 13 años por los abusos del marido de su mamá. En la escuela, llegó hasta cuarto grado. En Barrufaldi y en William Morris, donde vive Azucena y donde también vivió ella hace algunos años, la conocen todos. Su frase de cabecera es “sabelo que si”. Sus sobrinas la estamparon en una cartulina que le mandaron al destacamento donde está detenida. El 7 de junio cumple 43 años.