enREDando conversó con la economista y feminista Mercedes D’Alessandro para echar luz sobre cuestiones básicas a la hora de repensar la economía en clave feminista. La brecha salarial de género y el reconocimiento económico y social de las tareas domésticas no remuneradas fueron parte de las consignas que motivaron el Paro Internacional de Mujeres.
Por Laura Charro
Foto: Cuarto Poder Salta
[dropcap]M[/dropcap]ujeres que son amas de casa a tiempo completo, otras que cumplen jornadas laborales remuneradas de seis u ocho horas fuera de su casa y regresan a ocuparse del cuidado del hogar y la familia, o quienes trabajan como empleadas domésticas de forma remunerada y vuelven a su casa a repetir las mismas tareas, pero sin paga alguna. Todas ellas, cumplen una doble jornada laboral por la cual no cobran y alguien la tiene que hacer. Ese alguien aun somos las mujeres.
Cuando hablamos de economía feminista partimos de una realidad cotidiana, invisibilizada y un aspecto que es fundamental: el trabajo doméstico no remunerado. Más allá de las modernas excepciones que no abundan, las mujeres seguimos siendo las encargadas de lavar platos diariamente, limpiar la casa, buscar a los hijos e hijas a la escuela, bañarlxs, ir a hacer las compras de alimentos y ropa para toda la familia, cocinar, etc. Somos también responsables del cuidado de adultos mayores, lxs acompañamos al médico, sacamos turnos, cuidamos a quien esté enfermo en la familia. Todo, sin descansar un solo día y sin cobrar un solo peso.
En la encuesta del Uso del Tiempo realizada en Argentina en el 2013 se logró medir cuánto tempo le dedicamos a estas tareas y la conclusión es que las mujeres realizamos el 76% de estos trabajos (9 de cada 10 mujeres). Mientras que 4 de cada 10 varones no hace absolutamente nada de todo lo mencionado.
¿Lo hacemos por el sólo hecho de haber nacido mujeres?, ¿por mandato?, ¿por amor?
La clave está en que todas estas tareas, más allá de sus motivos, sostienen y posibilitan la cadena de producción económica formal: hay una persona que va a trabajar con ropa limpia, en buen estado de salud y alimentada gracias a nuestro trabajo gratuito. Hay niños y niñas que van a la escuela bañadxs, con la tarea hecha y el guardapolvo limpio, también gracias a nosotras.
Mercedes D’Alessandro es Doctora en Economía y autora del libro «Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)«. Ante nuestra consulta sobre cómo puede ser que nos alcance el tiempo con este panorama lleno de tareas y cuidados en el hogar, su respuesta fue que las mujeres ajustamos con tiempo libre. Es decir, reducimos nuestras horas de ocio para ocuparnos del hogar y la familia. No descansamos, no vamos al cine, no leemos un libro, no paseamos por la plaza. Eso también se traduce en problemas de salud, estrés, la sobrecarga, comer mal, no hacer ejercicio. Las tareas se hacen a costa de salud y bienestar.
¿De qué manera podemos transformar este contexto?
“En los años 60, solo 2 de cada 10 mujeres trabajaba fuera del hogar. Hoy son 7 de cada 10. Es decir, ya no queda lugar para que seamos amas de casa. Hoy estamos forzadas, de alguna manera, a trabajar y el ingreso de la mujer no es accesorio en el hogar.
La estructura de una familia tipo cambió, existe el divorcio, existen modelos diversos de familia. Sin embargo, todos estos temas siguen asociados a las mujeres, como si aun viviéramos en los años 60. Económicamente tenemos una sociedad que ya se transformó pero que las estructuras para contenerla no están aún transformadas.
¿Y qué podemos hacer?
Un montón de cosas: a nivel individual, familia; a nivel Estado y a nivel Empresa.
A nivel familia: repartir tareas domésticas. Reclamar que los varones no colaboren sino que se hagan cargo de sus tareas. De alguna manera empezar a mostrar que las tareas de cuidado del hogar son compartidas, que nos corresponden porque somos miembros de esta familia y entonces distribuimos ese peso de manera igualitaria para no sobrecargar a nadie.
Por otro lado, el Estado: como trabajadoras de nuestros sindicatos, asociaciones gremiales, instituciones y organizaciones que nos permiten dar estas disputas, empezar a reclamar lugares de lactancia, guarderías, tanto en los lugares de trabajo como en las universidades. Disputar esto porque es un derecho. También las licencias de paternidad, porque no solo nos iguala en términos de costo – una empleada mujer es más cara para su empleador ante embarazo, licencias, pos parto, etc – , sino que hace que los padres se incorporen a las tareas de cuidado y lo hagan de un modo más natural.
Las Empresas pueden colaborar con esto, posibilitando licencias extendidas, permitiendo que las mujeres se reincorporen con opciones de trabajo de medio tiempo o trabajo remoto.”
Si nuestro trabajo no vale, produzcan sin nosotras
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, está previsto un paro de actividades laborales, remuneradas y no remuneradas de todas las mujeres. De 12 a 15hs se propone parar, frenar de la manera que sea posible, visibilizar el valor de nuestro trabajo y dar una respuesta, al menos simbólica, a tantas violencias machistas.
Entre los motivos del paro también se suma la cuestión económica: “…cobramos menos que los varones y la brecha salarial llega, en promedio, al 27%. No se reconoce que las tareas domésticas y de cuidado son trabajo que no se remunera y suma tres horas a nuestras jornadas laborales. Que estas violencias económicas aumentan nuestra vulnerabilidad frente a la violencia machista, cuyo extremo más aberrante son los femicidios”, dice la convocatoria lanzada por el colectivo de mujeres Ni Una Menos.
Estos reclamos están intrínsecamente relacionados a la economía feminista: “Hay un problema central – nos explica Mercedes – que, hoy por hoy, las tareas recaen en las mujeres y generan obstáculos que después los vemos reflejados en la brecha salarial, en la penalización por la maternidad. Los datos de INDEC muestran que las mujeres entre 25 y 60 años que no tienen hijos, el 67% trabajan. Mientras que cuando tienen 2 o más hijos son sólo el 39%. Es decir, que tener hijos, para muchas mujeres, implica tener que dejar de trabajar fuera del hogar.»
Es algo invisibilizado porque culturalmente tenemos asociadas todas estas tareas al amor. Una madre es más amorosa y más buena, si es capaz de renunciar y sacrificar su carrera para quedarse a cuidar a los hijos y eso no lo vemos en los papás. El papá que renuncia a todo esto es un “loser” de algún modo. Mientras que la mujer que decide seguir trabajando le dicen “uy, ¿y quién va a cuidar a los chicos?, ¿cómo vas a lidiar con ellos?, pobres ellos se están perdiendo de tener a su mamá en la casa”. Se exige que la mujer esté dispuesta a renunciar a toda su vida para cuidar a su familia. No está mal si es una elección pero hay veces que no es una elección, que es una presión cultural, que pesa psicológicamente, que carga con cuestiones que no tienen que ver con lo que realmente queremos hacer.”
La importancia de pensar en una economía en clave feminista viene a transformar el pensamiento económico como lo conocemos hasta el momento y esto es otro de los grandes logros del movimiento feminista mundial.
“…cobramos menos que los varones y la brecha salarial llega, en promedio, al 27%. No se reconoce que las tareas domésticas y de cuidado son trabajo que no se remunera y suma tres horas a nuestras jornadas laborales. Que estas violencias económicas aumentan nuestra vulnerabilidad frente a la violencia machista, cuyo extremo más aberrante son los femicidios”
Mercedes nos explica brevemente la importancia de este cambio de paradigma: “la economía analiza todo lo que tiene precio, es decir, todo lo que funciona en el mercado. El mercado tiene como característica que le pone un valor, un precio, a cada cosa. Como todo lo que se produce dentro de la casa no tiene un precio queda fuera de la órbita del mercado y, por lo tanto, queda fuera de la órbita de la economía. Entonces, no tiene precio, pero sí tiene un valor económico porque está aportando y está produciendo un montón de cosas que son fundamentales para que funcione el mercado. La ama de casa es la socia oculta del capitalismo. Porque está sosteniendo toda la sociedad mercantil, todo el mundo de la compra- venta, todo el mundo del mercado.
En los años 80 empieza la economía feminista porque empiezan estas discusiones y empieza a plantearse la necesidad de entender que los trabajos domésticos están invisibilizados, que a estos trabajos sí se les puede poner precio (porque parte de la población no los realiza y acuden a otras personas para que los hagan y paga un precio por eso, por una niñera, por alguien que limpia la casa, que cuida a la abuela, por el acompañante terapéutico, etc.) Se le puede poner un precio pero entran al mercado y acceden quienes pueden pagarlos que es una parte pequeña de la población y el resto no.”
Y si de políticas económicas locales hablamos, el actual gobierno del Presidente Mauricio Macri, tampoco está aportando ideas o soluciones de cambio sino que, por el contrario, está afianzando problemáticas sociales y económicas. Las mujeres en la Argentina tienen mayores niveles de desocupación que los varones, tienen trabajos más precarizados, tienen más obstáculos para acceder a cargos altos. “Si miramos los equipos – analiza Mercedes – que conducen el Ministerio de Economía, de Hacienda, Finanzas, Banco Central, Ministerio de Producción, de Ciencia y Técnica, todos los equipos son cien por ciento varones o tienen una mujer cada 10 varones. O sea, que si ni siquiera se dan cuenta que no tienen en su mesa una mujer discutiendo, si ni siquiera se dan cuenta que no están incluyendo a las mujeres en la conversación yo menos me espero que estén incluyendo estos temas.”