El crimen de Juan Delgado quedó impune. Nunca se esclareció lo sucedido el 19 de diciembre del 2001 en la intersección de Pasco y Necochea. Los testigos del hecho dan cuenta de un procedimiento policial predeterminado. Tiraron a matar.
Por Martín Stoianovich
Foto: Raíz Comunicación
Juan Delgado habló de su propia muerte poco tiempo antes de que se concretara. Una mañana estaba acompañando a su pareja, Mayra, a la parada del colectivo cuando vio pasar a un vecino policía. Entonces confesó a su compañera que el agente le tenía bronca y le había jurado la muerte. El escenario de esa conversación fue la esquina de Pasco y Necochea, en barrio La Sexta, lugar exacto en el que el 19 de diciembre de 2001 Juan fue asesinado por la policía en medio de la represión desatada contra centenares de vecinos en inmediaciones de un supermercado.
A lo largo de estos años no pudo esclarecerse la muerte de Juan ni hubo forma de confirmar los rumores que relacionaban el crimen con el aviso del policía. Lo cierto es que desde esa amenaza hasta que el hecho se consumara, la vida de Juan siguió como de costumbre: un changarín de 28 años que al final de cada día llevaba a su casa el dinero o la comida que podía conseguir con la reventa de flores en la calle, el cirujeo o los pocos trabajos de albañilería que podían salir en una época en la que el rubro de la construcción estaba sumergido en la misma crisis que el resto de la economía nacional. En su casilla de Ituzaingo al 200 lo esperaban su pareja y sus tres hijos de 3, 4 y 6 años.
Juan cargaba con antecedentes penales por delitos que había cometido y por otros cargos que -según cuenta hoy su hermana Catalina Delgado- se le acusaban en causas armadas por la propia policía. “Por sus antecedentes lo tenían fichado, y no dejaban que personas como él se reivindicaran. O tenías que trabajar para la policía o eras boleta”, dice Catalina. Y, como quien explica el destino, agrega: “Mi hermano no quería trabajar para la policía”.
“Lo que pasaba entonces era que todos los pibes estaban marcados por la policía, como hoy en realidad”, dice Catalina que por estos días continúa viviendo en el barrio en el cual asesinaron a su hermano. “La Sexta es un lugar donde los pibes están en la esquina y si pasa un comando los revisa. Por el solo hecho de estar en la esquina son negritos con portación de rostro”, explica. Quince años después habla de los jóvenes que participan de las redes delictivas de la policía como una problemática que nunca se extinguió sino que se fue fortaleciendo con el paso de los años. Juan Delgado -como Luciano Arruga en el Gran Buenos Aires- le ponen nombre y apellido a los pibes que son seducidos por policías para robar y aportar a las redes de las comisarías. A Luciano Arruga le costó la vida decir que no. En La Sexta, dicen, a Juan Delgado también.
El asesinato de Juan se dio en medio de un episodio de represión en los alrededores de un supermercado. Entonces -más allá de las sospechas por el vínculo de Juan con la policía- el hecho también forma parte del accionar de las fuerzas que en las jornadas de diciembre atacaron a las clases bajas que salían a las calles a pedir comida y trabajo. Ese 19 de diciembre en Rosario hubo cuatro muertos como consecuencia de la violencia desplegada por la policía. A los números del operativo policial lo completaron los 117 detenidos alojados en la Escuela de Cadetes de la Policía: 72 hombres, 20 mujeres y 25 menores de edad.
Ese día Juan se levantó tarde, cerca de las once de la mañana. Unas horas después le pidió la bicicleta a un vecino e hizo unas pocas cuadras hasta un taller mecánico que había en la esquina de Pasco y Necochea. Ahí se enteró que los vecinos estaban organizándose para pedir entrega de comida al supermercado Meridien. Entonces regresó a su casa, devolvió la bicicleta y se unió a la movida junto a unas doñas de la cuadra.
Según contaron tiempo después a la Comisión Investigadora No Gubernamental algunos testigos, la convocatoria estaba hecha para las cuatro de la tarde. El plan era cortar la calle, generar multitud para que vayan los medios y así poder garantizar que el reclamo por comida supere los límites del barrio. Aseguraban que saquear el supermercado no estaba en los planes, porque sabían que la policía iba a estar rodeando la zona desde temprano. El policía encargado del operativo y de hablar con los vecinos era un subcomisario de apellido Valenzuela, quien se comunicaba con dos representantes de los vecinos. “Nos dice que iba a llegar un camión con mercadería, que los dueños estaban viendo la posibilidad de entregar mercadería”, dijo una testigo que además contó que los vecinos querían que los jóvenes se fueran de la zona. Para, en cierta forma, resguardarlos y a la vez garantizar la entrega de comida. “Sabíamos que la cana se la iba a agarrar con ellos, les decíamos que se pongan atrás nuestro y que iba a ser distinto si éramos todas mujeres pidiendo bolsones de comida”, explicó.
La manifestación la encabezaban mujeres embarazadas y con bebés, dispuestas a hablar con la policía para que la entrega se realizará en términos pacíficos. “Hicimos una especie de escudo entre la policía y los pibes que, bueno, después no resultó”, dijo la mujer. Otro vecino contó a la Comisión Investigadora que Valenzuela avisó la predisposición de la policía a reprimir: “Nos dijo que ellos iban a cuidar de los supermercados, y no iban a permitir bajo ningún punto de vista que fueran saqueados, que si saqueábamos el lugar nos iban a responder con balas”. Los vecinos insistieron que no había intención de saquear, sino de negociar por una entrega de comida y para eso pedían hablar con los dueños de los supermercados o llevarle el mensaje a través de la policía. “Valenzuela nos decía que los dueños estaban evaluando la posibilidad de entregar mercadería, y generaba más expectativa todavía”, contaron.
En medio de esa expectativa llegó un camión en contramano por Necochea y se posicionó frente al supermercado. Los vecinos creían que finalmente había llegado un camión del gobierno para atender la demanda, como había dejado entrever como una de las posibilidades el subcomisario Valenzuela. Entonces comenzaron a organizarse, formando filas con las mujeres embarazadas o con muchos chicos adelante. Pero nada fue como esperaban: del camión bajaron policías. Entonces comenzó la represión. “En un abrir y cerrar de ojos se escucharon bocinas y sirenas de los policías que venían desde 27 de Febrero por Necochea, y detrás de la sirena empezaron los tiros”, dijo un testigo. Diez patrulleros y camionetas repletas de policías cargando armas largas invadieron la zona y avanzaron contra los vecinos.
La versión policial, otra vez, relató todo lo contrario incluso posicionándose como víctima. Primero dijeron que el camión que frenó en la puerta del Meridien era manejado por el dueño del supermercado, que se ubicó en ese lugar para evitar que abrieran el portón. Luego –tal como lo manifiesta el acta de procedimiento- justificaron la represión: “Al confirmar la gente que el camión no repartiría mercadería se organizan para iniciar una arremetida contra el personal policial, para esto se ponen en primera línea mujeres y niños. Los manifestantes empiezan a presionar y armarse con piedras y elementos contundentes. Dos unidades del Comando Radioeléctrico intentan pasar a través de los manifestantes y estos comienzan a arrojar piedras. Se escuchan detonaciones de armas de fuego de distintos calibres desde los manifestantes. Por lo cual se repele la agresión con gas y tiros de escopeta con munición antitumulto”.
“Lo que pasó en Pasco y Necochea fue una emboscada”, dice hoy Catalina Delgado. En sus declaraciones como testigo ante la Comisión Investigadora, los vecinos de La Sexta coincidieron.
Juan, el apuntado
En la emboscada participaron policías de la Comisaría 4ta. La del barrio, la que Catalina cuenta que tenía y tiene a maltraer a los pibes de La Sexta. Los testigos dijeron que la policía se abalanzó por Nocochea sobre la propia gente que estaba en la calle y tenía que correrse para no ser atropellados. Que atacaron con gases lacrimógenos y disparos antitumulto, que agarraron sobre todo a los pibes y que empezaron a pegarles mucho. Los chicos de la murga del barrio quedaron rodeados por la policía, por lo cual Juan y sus amigos, que habían podido escapar, volvieron a la zona y tiraron un par de piedras. “Para que no cobren tanto los otros”, dijo un vecino.
“Perdimos la noción de lo que estaba pasando, y en esa emboscada quedaron muchos en el medio, sin tener un lugar donde correr. Si corrías para un lado te agarraban los que estaban en el supermercado a balazos, y si corrías para el lado de Pasco te agarraban los que estaban en el Comando”, contó otro testigo. Así avanzó la policía contra los vecinos de La Sexta. “Muchos se animaron a correr y les tiraron balazos de goma en la espalda, se caían y los agarraban a patadas, y otros tantos quedaron en el medio sin hacer nada, tirados en el piso, de la misma forma eran agredidos por la policía. Los obligaban a estar en el piso, les pisaban la cabeza, la espalda”, relató la misma persona.
En medio de este episodio Juan Delgado cayó ante la saña policial. “Él estaba tirado en el piso, los milicos le empiezan a pegar y él se levantó y empezó a correr”, contó un vecino. Fue intentando escapar de la represión que Juan recibió un disparo de 9 milímetros en una pierna. Esa bala, además de dejarlo a merced de la policía nuevamente, delató el uso de municiones de plomo por parte de la fuerza. Los testigos contaron cómo instantes después Juan fue asesinado por la policía: “Yo lo veo a Juan que viene corriendo, y no lo podían parar. Le tiraron a las piernas y cayó boca abajo, cuando cayó empezaron a pegarle y pegarle, lo pateaban”. Incluso relata que un policía se quedó sin balas y otro le dijo que fuera al baúl a buscar para cargar.
– Este no va a correr más- dijo un policía, según cuenta el testigo, antes de dispararle a Juan a una distancia mínima.
“Después no se movió más, levantó una mano”, recordó el testigo. Varios de los vecinos que declararon, coincidieron en que de las armas de los policías salían cartuchos de color rojo, propios de las municiones de plomo. Es decir que no hubo solo disparos antitumultos. Aquel día se disparó a matar.
Según indica la autopsia, Juan murió a causa de una “hemorragia masiva del tórax por proyectiles de arma de fuego”. “A mi hermano lo fusilaron, le dispararon a muy corta distancia”, dice Catalina. Además recuerda que el chico tenía la cara desfigurada por los culatazos que había recibido estando en el suelo. Juan quedó con sus últimos suspiros de vida y pidió por su hermana. Cuando Catalina llegó se lo estaban llevando en una ambulancia. Ella, que estaba en moto, decidió seguirla y así se llevó una nueva sorpresa.
Sospecha que el transporte de la emergencia demoró a propósito la llegada al hospital. Y cree que fue por orden policial. “Agarró por Necochea para el lado de Pellegrini, cuando llega a Cochabamba los policías que estaban ahí le hicieron seña de que lo pasearan. Era para que mi hermano, si tenía un poquito de vida, se muriera en el camino”, dice. En ese entonces el Hospital Rosario se ubicaba en la calle Virasoro y Sarmiento, en dirección opuesta hacia donde partió la ambulancia, que encaro por Avenida Pellegrini hasta la rotonda de Bulevar Oroño para luego volver hacia la zona del hospital que quedaba solo a veinte cuadra de donde cayó Juan. “Se sabe que si una persona va con vida, van con la sirena. Y no necesitaba pasar por Pellegrini, si podés agarrar por 27 de Febrero y hacerlo más corto. Hicieron todo eso para que él llegase muerto al Hospital”, supone Catalina.
Nada claro para el relato oficial
“De la justicia qué puedo decir. Que para mi punto de vista no existe. Para una clase social hay justicia, para la clase media baja, y baja del todo como en la que yo vivo, no hay. Tenés que tener alguien que te respalde o dinero, y ahí la vas a encontrar realmente”, dice Catalina quince años después de que la policía asesinara a su hermano. “Estaba todo indicado quién fue, pero nunca quisieron investigar qué pasó”, agrega respecto del autor material del crimen, que nunca fue identificado.
Desde el primer minuto la causa por la investigación del crimen de Juan Delgado quedó plagada de irregularidades. El acta policial sobre lo ocurrido aquel día dice que de la Comisaría 4ta participaron dos móviles y diez efectivos de la seccional, y que por el Comando Radioeléctrico ocho efectivos en cuatro móviles. Que en total usaron seis escopetas. No se menciona en ningún momento la pistola 9 milímetros con la que Juan fue herido en la pierna antes de ser asesinado. Esta parte del relato oficial fue refutada a partir de fotografías aportadas al expediente por un testigo, en las que se reconoce a otros móviles del Comando Radioeléctrico que no fueron tenidos en cuenta en el acta de procedimiento. De la misma forma, las fotos muestran los cartuchos rojos que mencionaban los testigos, por lo cual también quedó expuesta la utilización de balas de plomo.
El relato de la policía no tiene sustento. Dice que los vecinos dispararon con armas de fuego y que como respuesta la fuerza actuó. Sobre Juan Delgado, simplemente dicen que lo encontraron tirado en el suelo, herido de muerte, junto a otras personas que estaban tiradas por órdenes de la policía. Nunca hubo un imputado por el crimen.
Las irregularidades en la causa son explícitas. La División Judiciales de la policía fue designada para participar de los pasos iniciales de la investigación, sin embargo y según detalla el informe de la Comisión Investigadora, desde dicha División informaron que el fotógrafo oficial no podía concurrir al procedimiento. La respuesta del Juzgado fue insólita: autorizó al jefe de la Comisaría 4ta a tomar fotografías y realizar la inspección ocular. “Esta situación deja en claro la falta de preservación de la objetividad necesaria a fin de reconstruir la verdad histórica, toda vez que el mismo personal policial que posiblemente se encuentre comprometido en el homicidio es el que produce pruebas que no pueden producirse en otra etapa y por ello deben ser preservadas y rodeadas de las máximas garantías”, especifica el informe. Al igual que en otros casos, se denunció que en la investigación la misma policía involucrada fue la que recibió testimonios, aportó testigos, produjo medidas probatorias, falsificó pruebas y actas policiales.
“Yo siempre dije que las cosas se van a saber conforme a como vaya la investigación, pero en el caso de mi hermano nunca se supo nada, porque siempre trataron de tapar, como en la mayoría de las causas que taparon todo”, reflexiona Catalina. Hay resignación porque en quince años nunca estuvo cerca de recibir una respuesta que conforme, y no hay panorama como para creer que algo pueda cambiar. Unida junto a otros familiares de víctimas de la represión, Catalina dice que ahora busca que “esto no le pase a otras personas”. “Es una forma de mostrar que no me quedé sentada, de decir me cansé, basta de que no nos escuchen. Si tenemos que salir a la calle, lo hacemos. Levantando nuestra única bandera que es la de los familiares”, asegura, todavía desde La Sexta, un barrio que hoy sigue albergando historias de impunidad y resistencia.