A través de la filosofía y en un intento por entendernos un poco más, hicimos un recorrido por varios conceptos para analizar la actualidad social y política del país con Dario Sztajnszrajber, el filósofo y docente que se animó a desparramar obras clásicas por calles, plazas, teatros y cárceles. El otro, el poder, la verdad y la mentira. El capitalismo, la solidaridad y la economía.
Por Carina Toso
Foto: Facultad Libre
[dropcap]D[/dropcap]ario Sztajnszrajber sacó la filosofía a las calles, la llevó por plazas y parques, la llevó al teatro y a la cárcel. Según él, es esa filosofía “que vuelve a recuperar su vocación originaria, la pregunta por el por qué irrumpiendo en una plaza, en una calle, en un río, pero sobre todo con el otro”.
El otro es el concepto central de la entrevista que el filósofo le dio a enREDando. Según Ética filosófica de Emmanuel Levinas, uno de los autores citados, la “otredad es una palabra inventada en la filosofía que surge del concepto del otro”. Y Sztajnszrajber agregó: “A Levinas le interesa entender nuestra relación con nuestros otros. Las otredades se establecen siempre en lo que es diferente a mí, la pregunta que atraviesa gran parte de la obra de Levinas es cómo me relaciono con ese otro. En general la relación con el otro es siempre conflictiva. Hay conflicto con el otro porque me cuesta comprenderlo, me cuesta aceptar la diferencia. Para la filosofía el otro es otro porque no me cierra. Lo pongo en ese lugar de alteridad. Es tan otro que es imposible que yo lo asimile, que tenga un vínculo”.
– ¿Qué pasa cuando desde ámbitos de poder se construye a un otro como herramienta para generar una grieta, para fomentar el miedo, es decir, un otro distinto desde lo social, lo político, el género?
– Dario Sztajnszrajber: Si se habla de construcción de un otro, ya no es otro. La otredad del otro en realidad se desmarca de la construcción que se hace de él, porque toda construcción que se hace del otro, lo desotra, le quita su diferencia, su singularidad y lo traduce a la necesidad, a la proyección del que domina, del que ejerce el poder según lo necesita o lo define. Lamentablemente vivimos en una cultura que lo que hace permanentemente se construye un otro necesario para la autoafirmación de aquel que ejerce ese poder. Y en esos términos hay un montón de otros que viven permanentemente esa doble exclusión. ¿Por qué doble? Porque por un lado se hayan excluidos en términos lineales pero al mismo tiempo se hayan excluido en nombre de cierta tolerancia, que es tal vez una exclusión, no peor en términos de violencia, pero sí peor porque está de algún modo oculto el mecanismo, lo que se conoce generalmente como el paradigma de la tolerancia, que es aquel que defiende tolerar al otro en la medida que se adapte a las reglas que alguien escribió y considera que hay que cumplir. En ese sentido, la mujer es un gran prototipo, un gran ejemplo de esta forma de exclusión porque a lo largo de la historia la mujer fue puesta en el lugar que desde el faloegocentrismo hegemónico se buscó que la mujer ocupe. Ese lugar de complemento, de acompañamiento, incluso de desposeimiento, porque la idea falocéntrica tiene que ver con la mujer como desposeída. Entonces se constituye a la mujer como otro a partir de la tradición del macho que es la que de algún modo ha imperado. Los mismo pasa con los pueblos originarios por ejemplo.
– El pibe de los barrios periféricos, con gorrita o el soldadito del narco, ¿También sería una construcción de este tipo de otro que el poder necesita?
– D.S.: En la Argentina hay una tradición importante que asocia a la delincuencia y el narco a la pobreza. Además asocia a la pobreza a cierta etnicidad, que me parece lo más grave. Ahí hay otro pobre, hasta diría que lingüísticamente esa idea de pobre supone la idea de carencia, de un carecer económico, pero también de un carecer de color. Por eso en la Argentina el otro siempre fue identificado con la palabra “negro”, “la negrada”, que es el color de la carencia, el no color de alguna manera. Este dispositivo de dominación del otro y de construcción del otro justifica todas las políticas que se ejercen sobre él porque ante tamaña carencia, ante tamaña falta. No te olvides que la palabra delincuencia tiene como origen etimológico la idea de falta.
– ¿Qué le pasa a esa parte de la sociedad que se cree con el poder de llegar a una situación de linchamiento, por ejemplo, ante la molestia de ese otro que delinque?
– D.S.: Lo que pasa es que la construcción del otro, claramente, supone la autojustificación de ciertas conductas y prácticas para con él en función de tu propia supervivencia, eso es lo que cree mucha gente. Para dar otro ejemplo, una mujer puede justificar que otra mujer trabaje de empleada doméstica en su casa para cuidar a sus hijos porque tiene que ir a trabajar. Ahora la mujer que contratada debe dejar a sus hijos también y no tiene a veces con quién dejarlos. Ahí se corta un hilo, porque entonces hay mujeres donde está justificado que dejen a sus hijos, y mujeres donde no está justificado. Es una diferencia desde el punto de vista del capitalismo, es una diferencia de acumulación de riquezas, ya no tiene que ver con derechos, tiene que ver con la desigualdad. En ese caso, la mujer profesional no dice que está ejerciendo una diferencia, lo que dice es que alguien le tiene que cuidar a sus hijos. Del mismo modo que una Nación decide cerrarse frente a la entrada de extranjeros defendiendo sus fuentes de trabajo nacionales, justifica que haya barcos que se hundan con miles de personas cuando en realidad la inexistencia de fuentes de trabajo lejos está de ser responsabilidad de los inmigrantes sino que son frutos de políticas económicas concretas que generan ese tipo de hambre y de miseria.
– ¿Por qué crees que muchos países están adoptando medidas o políticas proteccionistas?
– D.S.: La negación del otro o la construcción del otro de la que hablaba antes tiene que ver con los mecanismos de autodefensa. El tema es que la autodefensa siempre surge en función de una crisis y esa crisis en vez de ser analizada como una crisis interna fruto de decisiones propias de ese ámbito, siempre es mucho más eficiente creer que la culpa la tienen los de afuera. No hacerse cargo de la responsabilidad que uno tiene de estar viviendo en esa crisis, encontrar lo que se conoce con el nombre del chivo expiatorio, que es alguien que no encaja por lo que a nadie le tiembla la mano en atribuirle responsabilidad o cerrarle la frontera o domesticarlo o exterminarlo. El término chivo expiatorio viene de la antigüedad, lo que se hacía era sacrificar a un chivo para calmar el enojo divino, pero nadie padecía la muerte de un chivo. Esta es la idea que está en el fondo, hay seres humanos que quedan afuera. Hay una mayoría que deja afuera a esa minoría, no lo padece, no empatiza con el dolor del otro. Para mí, si algo abre el otro, es el dolor. La presencia del otro que irrumpe, que te exige de algún modo apertura, hospitalidad, entrega, todo eso provoca dolor. El otro es otro porque duele, porque es débil, si no fuera débil no sería el otro. Uno siempre en una situación de hegemonía nomina al otro como otro. Por ejemplo en la tradición Bíblica la figura del otro, es una figura que se le adjudica en el antiguo testamento a tres formas de ausencia de vínculo y de soporte que son la viuda, el huérfano y el extranjero. Fíjate como la Biblia junta tres figuras de la debilidad, según su punto de vista, obviamente.
– Este concepto de que el otro duele y por eso muchos miran para otro lado ante ciertas situaciones, ¿Tiene que ver con que en el capitalismo la solidaridad es una forma de hacer economía?
– D.S.: Hay un texto de Derrida que se llama «Dar el Tiempo», que tiene que ver con eso, de alguna manera el que es solidario o trabaja en pos de un proyecto social lo que brinda o lo que da es su tiempo. Lo que Derrida plantea es no caer o no incurrir en que esa donación termine siendo el inicio de un intercambio de reciprocidades de favores y servicios donde al final no se da nada. Si el que da espera una devolución entonces no da, el dar supone pérdida de algo propio en pos del otro. Ahora, si uno dona y, como suele pasar muchas veces, lo que exige a cambio es una placa de oro en el medio del lugar que se levantó gracias a su donación, no hay donación, hay negocio. Diríamos que está mercantilizada la solidaridad. Está bueno poder salirse de eso entendiendo que nadie gana cuando es solidario, gana el que recibe no el que da. Si gana el que da, en nombre de la solidaridad se está haciendo economía.
– Derrida también dice que no hay una única verdad, ¿cómo ves el accionar del gobierno desde que lanzó las promesas de campaña y hoy vemos acciones muy distintas a eso, prácticamente contrarias?
– D.S.: En este caso como parte de una campaña, hubo una estrategia. Cuando uno entra en el juego de la política hay reglas que las tomás o no. Si vos entrás en una campaña presidencial sabés que la mitad más uno de esa campaña tiene que ver con lo que tiene de campaña no con lo que tiene de ideas. Por eso nos hace tanto ruido que los candidatos en la recta final empiezan a prometer de todo. En realidad están desesperados por buscar el voto y surgen estrategias atravesadas por la imagencracia, por toda esta especie de marketing político que define que es mejor y lo que no. Lo más grave es que hoy, a más de un año, con la evidencia de que no se cumplió casi ninguna de las supuestas promesas se siga apoyando. Así como se hizo un marketing político a la hora del debate, la gran política que se dio el Gobierno desde que asumió está puesta en el marketing político y están día a día trabajando en esa línea. Por ejemplo, circuló por las redes una foto de la gobernadora de Buenos Aires comiendo con su hijo en el McDonalds, mostrando su estar en la calle, su cotidianeidad. Cualquiera se da cuenta que es una foto como parte de una campaña. Tampoco a esta altura podemos moralizar el marketing. Si aceptás la mentira como la construcción de una imagen como parte de la política, a veces te toca ganar y a veces te toca perder. Creo que esto habla de una crisis profunda de la política tradicional tanto para el Gobierno como para la oposición. Evidentemente hay algo de lo político que se debería jugar en un lugar por fuera del marketing político.
– Y en este juego del marketing político y el gran uso que se le está dando a las redes sociales, está pasando que cada vez queda menos claro qué es verdad y qué es mentira.
– D.S.: Te puedo decir algo peor: muchas veces sabés que es un montaje e igual te impacta. Es como estar viendo una telenovela muy mala y ves el momento en que a uno de los protagonistas se le muere la madre y sabés, no sólo que es mentira, sino que está mal actuada y te ponés a llorar igual porque algo te toca. Con el triunfo de Donald Trump comenzó a circular el concepto de postverdad, todo sabemos que es un montaje pero todos lo tomamos como verdadero, como si incidiera en la realidad que de hecho lo termina haciendo. Eso es lo peor. Todo el mundo está esperando el triunfo de Donald Trump y entonces gana. Y gana porque lo votaron, entonces hay algo de la verdad que está puesto en juego. Todo puede ser leído de una u otra manera y eso genera situaciones que a veces van a favor de lo que uno piensa y otras todo lo contrario. No deja de ser increíble, y puede ser la peor conclusión lo que decía Nietzsche de que en el fondo no se trata más que de guerra de metáforas, de relatos. Esos relatos van constituyendo sentido y después la ley, la educación, los valores encajan en esos sentidos previos. A veces el relato del que uno se siente parte gana y la mayoría de las veces pierde.
– Volviendo al concepto del otro, uno de los tus programas de este año de Mentira la Verdad, lo hiciste en una cárcel y justamente abordaste el concepto del otro. ¿Cómo viviste esa experiencia y que te dejó?
– D.S.: En esta etapa del programa fueron trece clases públicas que hice y esta fue la más dura, me costó muchísimo. Estábamos en el patio de la Unidad Penal de San Martín N°48 y todos los que vinieron a la charla, internos, no es que vinieron porque quisieron, sino que creo que cualquiera prefiere salir a una actividad que quedarse en su celda. Tenían buena onda pero me costó muchísimo entrar en el código. Tenían ahí un tipo hablando de filosofía, el texto que expliqué fue “Totalidad e infinito” de Emmanuel Levinas, bastante duro. Lentamente se fue dando una apertura que me permitió dialogar. Fue una combinación de cosas por las que la pasé mal, y ese pasarla mal para mí fue muy emancipatorio, es fácil hacer cosas en donde la pasás bien y tienen que ver con vos y con el otro. Yo sentí en ese caso de que porque la estaba pasando mal, sin embargo algo estaba pasando y no lo podía reducir a lo que yo sentía, algo se abría, a lo largo de la charla fue increíble lo que se fue generando. Logré conectarme pero no significa que la haya pasado bien porque no tengo por qué pasarla bien. Yo fui a darles una charla para que ellos tomaran las herramientas para pensarse a sí mismos. Volvemos al principio de la charla, si el análisis final fuese que la pasé bárbaro y que logré mi objetivo, me cago en el otro. Acá se dio todo, se dio incluso lo que yo quería explicar que era la otredad como prioridad, se dio en el hecho de que todos los que estuvimos ahí la pasamos mal, pero el buen sentido. Sentí que se le dio prioridad al otro, que lo importante eran ellos. Creo que la cárcel es un lugar fundamental para pensar la otredad y uno de los chicos termina haciendo una reflexión y diciendo de una manera muy espontánea, “yo también soy otro, que loco”. Eso ya es un montón.