El Club San Martín, ubicado en la zona norte de Rosario, se venía deteriorando desde la década del 70 producto de las políticas estatales, la desarticulación y el desmembramiento de lo social. Hace cinco años llegó un grupo de jóvenes con la idea de hacer un taller de música. Terminaron haciéndose cargo de la recuperación institucional y el club volvió a tener una comisión directiva estable y un nuevo estatuto. Hoy son 150 socios y es la parada obligada de toda la familia. Hay patín, fútbol, danza, tango, percusión y bochas. Además, Los pibes del Club San Martín realizan talleres en las escuelas, trabajan en la vecinal del barrio y gestionan una huerta.
Por Tomás Viú
[dropcap]E[/dropcap]l Club San Martín está en la zona norte de Rosario, en el límite entre los barrios La Florida y La Cerámica. Su historia es un espejo de la historia política argentina desde la segunda mitad del siglo pasado: se fundó en 1949 durante el primer peronismo, cuando los clubes y las vecinales entraron en ebullición; en las décadas del 50 y 60 estuvo en actividad pero en los 70 sufrió el tremendo impacto de las políticas de la dictadura; en los 80 hubo un intento de reverdecer pero los años 90 lo terminaron de castigar.
– Che, hay un club en el barrio al que pueden caer. Si van ustedes que son jóvenes y le dan una inyección, el club va a ir para adelante.
El que habla es el padre de Santiago y la frase fue un presagio de lo que vendría. Él supo ir al club. Cuando su hijo empezó a juntarse con los amigos del barrio para pensar en organizarse, fue el encargado de contarles sobre la existencia del San Martín. A pesar de vivir a siete cuadras, Santiago no lo conocía. Así de abandonado estaba. Era un lugar que abría de noche. Había una cancha de bochas y un bufete. El resto de las actividades variaban según el aprovechamiento que hacían del abandono los vivos de siempre.
– ¿Quiénes son? ¿De dónde salieron? ¿Qué quieren hacer? ¿Para quiénes trabajan?
Ésta fue la bienvenida que recibieron quienes hoy son conocidos como Los pibes del Club San Martín. Definitivamente algo estaba por cambiar. “Cuando vinimos éramos un grupo de quince pibes y pibas sin experiencia. Queríamos ver qué pasaba”, recuerda Santiago. Cuenta que aquello que los juntó fue el deseo de estar en un club. “Nosotros somos pibes del barrio. Somos producto de una coyuntura social, política y cultural hija del 2001. Nuestra militancia fue tratar de resignificar estos lugares”. Santiago Dalleva es músico y estudia Ciencia Política. Dice que el contexto social, político y cultural los hizo pensar en organizarse de otra manera y en participar institucionalmente. “Hace cinco años llegamos acá con la idea de hacer un taller de música”.
Después de un primer acercamiento con el club que no prosperó, fueron a la vecinal La Florida y empezaron a trabajar con distintas actividades. “Ahí tomamos conciencia de lo que era organizarnos y participar institucionalmente de un espacio”. Después de tres años volvieron al club porque ya no les alcanzaba la estructura para hacer las actividades que hacían en la vecinal. Sin embargo, continuaron paralelamente el trabajo en la vecinal en donde hoy dan un taller de música. También organizaron talleres y actividades que continúan al día de hoy en las escuelas Nº 824 “República Oriental del Uruguay” y Nº 1315 en barrio La Cerámica. “En las escuelas estamos dando un taller de radio y comunicación. Logramos articular todas las instituciones del barrio”, dice Santiago. Dentro del taller de comunicación editan y publican una revista: Gaceta Florida.
Nuevo Estatuto (o sobre cómo refundar un club)
– Nosotros, hombres y mujeres congregados y ejerciendo el poder originario en Asamblea, establecemos este Estatuto. Invocamos la memoria del General José de San Martín, en honor a los fundadores de este Club y a todos los que han luchado incansablemente por la existencia de estos lugares.
Estas palabras están impresas a fuego en el preámbulo del nuevo Estatuto que aprobaron hace dos semanas en Asamblea los 150 socios que hoy tiene el Club San Martín, donde confluyen no sólo vecinos de los barrios La Florida y La Cerámica sino también de Granadero Baigorria. Además del estatuto, se aprobó la nueva comisión directiva, la memoria y el balance. “Vinieron los socios pero también vecinos representativos del barrio, concejales y militantes de organizaciones. La idea fue hacer una asamblea popular. Así como hicimos un estatuto que se ajusta a la realidad en la que vivimos y a la experiencia que venimos teniendo, la intención no era hacer una asamblea a puertas cerradas. Todos los vecinos tienen que ir a las asambleas en los barrios”, dice Santiago.
Hace un año y medio empezó el proceso de normalización institucional. El club hacía más de veinte años que no tenía los papeles al día. No había una comisión directiva estable. Personería jurídica, balances y memoria eran palabras ajenas a la actividad del San Martín. “No había una dinámica organizativa entre los distintos sectores. Hoy el club está en un momento de construcción”. Santiago cuenta que ellos se sumaron al trabajo que estaba haciendo Claudio, quien siempre estuvo en el club y hoy es el Presidente. “Él estaba intentando juntar a todos los sectores para sacar adelante al club. La idea era que hubiera una comisión directiva estable y que el club sumara actividades y abriera desde la mañana hasta la noche”.
La flamante Comisión Directiva está formada por nueve personas y en el órgano de fiscalización hay cinco revisores de cuentas. Participan todos los sectores. “Hay hombres y mujeres de las distintas generaciones y actividades. Está la profe de danza, otra mamá de danza, un muchacho de bochas, uno de percusión. Y estamos nosotros”. Cuando Santiago dice nosotros se refiere a esos quince quijotes que hace unos años se propusieron luchar contra los molinos de viento para reactivar un espacio que hoy está lleno de vida. La idea, cuenta, era hacer algo integral abarcando lo artístico y los oficios. El grupo se divide entre aquellos que están más abocados a la huerta y la construcción sustentable, los que están trabajando la comunicación y aquellos más dedicados a la música.
Esteban Ortega vive a diez cuadras del club, estudia Derecho y es quien se puso al hombro la recuperación jurídico-administrativa. Hoy es el Secretario actual de la Comisión Directiva y es el mayor responsable de la conformación del nuevo estatuto del San Martín.
– Todas las asociaciones civiles tienen un estatuto. El que regía al club se había hecho en 1951. Entonces había que cambiarlo.
Esteban cuenta que por lo general los clubes aprueban tal cual el modelo de estatuto que mandan desde Provincia, pero dice que ellos aprovecharon para imprimir en el estatuto la identidad del club y dar cuenta del proceso de recuperación.
– La idea era agregar cláusulas que sean directrices para que el día de mañana no vuelvan a pasar las cosas que hicieron que en su momento el club se cayera. Por un lado incorporamos una garantía de inclusión y participación que dice que la inscripción para hacerse socio está siempre abierta y no se puede cerrar por ninguna circunstancia.
La cuota que pagan los socios es de 30 pesos pero en el artículo 15 del estatuto se plantea el Beneficio de excepción por impedimentos socio-económicos.
– Otra cuestión clave es la regulación del bufete por estatuto y no por reglamento interno. Sea cual sea la comisión directiva, el bufetero está condicionado: debe negociar los precios en asamblea, trabajar en conjunto en las actividades y permitir que en eventos puntuales el rédito económico del bufete quede para el club.
Otro de los artículos del estatuto les da prioridad a los asociados para ser contratados en los momentos en los que el club deba realizar alguna obra o arreglo. “Hay una lista donde figuran todos los socios que tienen un oficio. La idea es que haya una retroalimentación del club con los asociados”, cuenta Esteban.
Dentro de los Derechos y Garantías Especiales, también se encuentran en el estatuto la Protección de la Familia, de las Niñas, Niños y Adolescentes, el Fomento al Trabajo y la Producción, la Diversidad Cultural y el Festejo Popular: los festivales, jornadas y encuentros tienen fin en sí mismo, en razón del derecho de todos los Asociados a tener momentos de felicidad y disfrute.
Esteban Strada trabaja en la huerta que también fue proyectada desde el grupo y es otro integrante de la comisión directiva. Estudia Arquitectura y también está relacionado con las cuestiones relativas a la construcción. “Es lindo pensar que estos lugares puedan generar una economía. Al fin y al cabo son trabajos. Es muy bueno que haya un abogado que pueda laburar en el club con el tema legal, pero también las personas que laburan con los oficios. Creo que dar trabajo a través de la institución es muy bueno”.
Santiago cuenta que hay compañeros que estudian Medicina y que la idea es trabajar en el dispensario que está en la vecinal. Esteban dice que le gusta la idea de “profesional público”. La huerta está en los terrenos fiscales del viejo ferrocarril ahora concesionados por la NCA. “A través de un Programa municipal se pudo llegar a ese terreno y usarlo para trabajar”. Dice que es difícil porque la red está bastante desarmada. “Tenés que cultivar, generar alimento, usar el lugar y ser el comerciante”. Pero rescata que es un lugar que le abre las puertas al barrio, dando capacitaciones sobre cómo alimentarse y cómo cultivar los alimentos. “Busca fomentar el trabajo en el barrio y la producción cercana”.
Esteban se acuerda y trae a la mesa el momento en que llegaron al club. “La gente que estaba cuando llegamos de alguna manera lo mantuvo vivo. Gracias a eso aprendimos que cuando uno llega a estos espacios se tiene que involucrar y relacionar con lo que hay para trabajar y también para poder transformarlo”.
Atrás nuestro, en el escenario, están ensayando una coreo las chicas de danza. Deben tener entre cinco y diez años. Van en fila india con los brazos levantados; algunas siguen a la profe, otras miran de reojo a la hinchada: parece que las madres y los hermanos no se pierden ni un ensayo. Más acá, en la cancha de fútbol, están por empezar a entrenar los jóvenes. En el círculo central, el profe ayuda a elongar a los más chicos que recién terminaron la práctica. Al fondo, los muchachos están jugando a las cartas.
En el Club San Martín algunos hilos invisibles tejen las redes que convocan y atrapan al barrio.