El Taller “Tocando Madera” funciona en el Centro de día de la Asociación CHICOS y le busca la vuelta a la realidad desde la perspectiva del placer. Los integrantes aseguran que hallaron un lugar donde combinar muchas más cosas que instrumentos. Es un espacio donde se mezclan los sonidos, las emociones, la producción y las vivencias. Desde las voces de sus intengrantes, enREDando te acerca la experiencia de juntar música, instrumentos, intercambio e inclusión.
Se lo denomina taller, pero el concepto le queda chico. Porque allí no sólo se aprende. Allí se comparte, se vive, se trabaja, se produce, se siente la música en la sangre. Funciona en el centro de día de la Asociación CHICOS, como parte del programa de actividades.
La idea de “Tocando madera” nació de un encuentro de músicos llamado “Orquesta del río infinito”, donde participaban personas idóneas de toda Latinoamérica. Allí fueron An Maeyaert y Patricio Raourich, quienes hoy coordinan el taller de percusión junto a Pablo Pace.
“Ahí conocimos a una orquesta juvenil y pudimos notar que los chicos estaban muy interesados y pensamos que este era el momento de empezar a armar un proyecto”, cuenta An como reseña. Y de esa forma, hace unos tres años atrás, se encendió esa llama que no se piensa apagar.
El primer problema con el que se encontraron fueron los instrumentos. Difícil, pero no imposible. Ellos son los fabricantes de las cosas que utilizan. Es que en el centro de día también funciona un taller de carpintería y de allí sale lo necesario, y lo posible de fabricar, para conformar el conjunto. Y este es el condimento especial que hace que este grupo brille con luz propia.
El grupo tiene un estilo afroperuano, y sus canciones van por ese género, aunque no se desperdicia la oportunidad cuando surge alguna cumbia. “Hacemos cajones peruanos, bongó, congas, cajitas (que es como una azucarera con un palo dentro y se toca de distintas formas, una de las más comunes es la de revolver el guiso, como le dicen los chicos). También contamos con redoblantes, tambores, maracas”, cuentan. Los de madera son de producción propia. Algunos se utilizan y otros se venden.
Sobre el taller
El encuentro dura dos horas y se realiza todos los martes. Se divide en dos partes, en la primera, la libertad y la creación obran por sí solas. Cada participante propone lo que quiere y se va improvisando con los instrumentos que cada uno elige. Desde las chacareras hasta las cumbias o el rock, van pasando de las congas al cajón, y del bongó a las maracas o el redoblante.
La segunda parte es la más formal y es donde se ensayan los temas que ya se vienen trabajando. Sobre cosas hechas se realizan arreglos y se van creando nuevos. Además se practican para su futura presentación.
“Hay un número estable de unos 8 a 10 chicos, eso es interesante. El poder compartir, un poco la sistematización de este espacio como taller. Si bien las experiencias no son del todo transferibles, si hay mucha recurrencia”, cuenta Patricio.
Y a su vez explica: “nosotros nos proponemos trabajar con una metodología, un código, que es compartido por todos los chicos que vienen al taller. Con códigos me refiero a pautas que posibilitan la potencia del taller y que no interrumpan ni cuarten la posibilidad de que se desarrolle. Por ejemplo el “cuando se habla no se toca”, “el código de las señas”, de insumos que nos permitan llegar a unos objetivos que nos proponemos, como lo es la composición de ritmos”.
Con la música a otra parte
Hace dos años “Tocando madera” se volvió itinerante. A partir de la invitación de otros compañeros que estaban trabajando en el mismo ámbito en diferentes barrios de Rosario, An y Patricio comenzaron a armar juntadas y presentaciones del equipo.
“Surge de lo que eran los Centros Crecer, donde compañeros y amigos trabajan. La primera invitación sale desde el centro de Barrio Itatí, donde quienes están trabajando se dieron como esa política para poder integrar este interés por la música en el interior del barrio. Entonces formaron lo que es “La tocata en concierto”, un espacio que se va moviendo dentro del barrio, donde se arma un escenario y se invita a distintos grupos a tocar”, cuenta Patricio.
Al grupo le interesa mucho esta modalidad de darse a conocer, de mostrarse, ya que consideran que no es un taller que tenga solo como pretensión trabajar puertas adentro, ”nos interesa poder tener una vía directa de contacto con la comunidad, con la gente. Nos parece que la música es una vía de expresión hermosa y que también comunica mucho”.
Patricio agrega: “hace dos años que venimos trabajando con esta modalidad de armar temas y salir a tocar. Muchas veces fueron lugares donde hay compañeros trabajando desde el mismo eje, por ejemplo con los compañeros de Barrio Ludueña. También fuimos un par de veces acá a la vuelta donde hay un centro de día para adultos con discapacidad, ellos también vinieron acá a sumarse al taller”.
An por su parte comenta que “la idea es generar redes y ponerlos en contacto con otra gente a través de un lenguaje que lo comparten entre todos. De un lenguaje que se genera en libertad. No hace falta saber nada para agarrar un instrumento de percusión y tocar”.
Objetivos más que musicales
Si bien uno de los propósitos es aprender a tocar, saber diferenciar los ritmos, y sobre los instrumentos en sí, también se mezcla el tema social y la manera de poder interactuar y compartir con la sociedad y con los grupos que se encuentran más allá del centro de día.
“Siempre estamos en el equilibrio de esos dos objetivos, que son lo musical y lo social. La idea es encontrar una forma de expresión que a veces con la palabra cuesta mucho mas, en una actividad donde el cuerpo se suelta un poco. Manejar ese espacio de libertad”, explica An.
Y asegura que muchas veces viene de la demanda de los propios chicos esto de salir a tocar, de demostrarse, de dar un recital. Es poder dimensionar lo que ellos hacen, valorado por la mirada del público. También se hace hincapié en el momento en el cual están los chicos para despertar más un aspecto que el otro.
Con respecto a estos ejes, Patricio cuenta que en lo personal a él le interesa mucho la idea de generar un espacio y una rueda. “Es como un circulo del que disponemos para encontrarnos y también para que se genere algo desde una celebración, algo desde la alegría, o mucho de eso. Tratamos de divertirnos mucho cuando hacemos esto. Por eso tal vez, una vez establecida la regla, lo que hay dentro del taller es libertad y es el poder disfrutar”.
Reafirman además la idea de que el disfrute y la alegría también forman parte de un objetivo: “Desde ahí creemos que se consolidan y se construyen un montón de otras cosas que son muy necesarias para la vida, el poder encontrar algo que nos hace disfrutar. Que les falte música está mucho mejor a que les falten otras cuestiones más básicas. Que realmente ocurre y que nos vuelan la cabeza o nos hacen mal. Preferimos que nos falte música”.
La voz de los protagonistas
El grupo está formado por una decena de jóvenes de diferentes edades, tiene una mixtura un poco difícil de explicar. Cada uno tiene su lugar asignado, no así sus instrumentos, ya que van recorriendo el patio del lugar agarrando lo que más le llama de acuerdo al ritmo.
Máxi es uno de los más viejos del taller. Empezó desde los inicios y lo demuestra en su buen manejo del bongó, que ya lo considera propiedad privada de sus manos. “Por ahí te pasan cosas afuera, que venís al taller y te las olvidas, Te olvidas de todo”, cuenta. Sin dejar de comentar el acto solidario de compartir sus conocimientos con sus compañeros, él antes participaba de una comparsa, entonces trae cosas aprendidas.
Leandro es otro de los protagonistas. Trabaja en el taller de carpintería creando su propio instrumento y participa del “Tocando Madera”. Rescata el vínculo que se genera entre el instrumento y la persona que lo armó. Como le pasa a él con los cajones peruanos que conformó.
Hacen la salvedad de que la madera no es un elemento difícil de hallar, que se puede encontrar en muchos lugares y esto favorece la fabricación de los instrumentos.
Y así van por la ciudad. Invitando, siendo invitados. Mostrando, demostrando. Tocando. Haciendo música. Dejando en libertad el cuerpo y soltando los sueños para que se muevan al ritmo de una cumbia, acompañada por cajones y redoblantes.
Contacto: www.chicosrosario.org.ar