Maximiliano Zamudio fue asesinado en barrio Tablada por un prefecto que está libre y continúa trabajando. Cambian nombres, escenarios y hechos. La historia insiste en repetirse.
Por Martín Stoianovich (Fuente: Legitimación del Terror: Crónicas del Gatillo Fácil)
[dropcap]H[/dropcap]ay globos azules y amarillos. Los llevan los más chicos en sus manos. Es el cumpleaños de Maxi y es un motivo para volver a encontrarse. Dos pibitos con ropa de Batman caminan y al rato corren. Uno, coloradito y pecoso, lleva una remera turquesa chillón que simula el disfraz del superhéroe de los cómics. Otro, morocho y con un pelo corto que desprende un par de mechas largas de atrás, lleva una capa con el símbolo del murciélago. Pero no hay aire de cumpleaños. Los niños no juegan. El color de los globos y de los chicos contrasta con el gris de las tumbas y las paredes gastadas del último rincón del Cementerio La Piedad, donde está enterrado Maximiliano Zamudio. Tenía 16 años cuando un agente de la Prefectura lo asesinó a balazos el 27 de mayo del 2015 en un angosto pasillo del barrio Tablada. Es 9 de mayo y Maxi debería estar festejando sus 17, pero su mamá, su abuela, sus hermanos, primos, tías y amigos se conforman con rodear su tumba con los colores de Rosario Central y escuchar una y otra vez la misma cumbia que suena desde un celular.
“Sabés que te extraño, a veces me parece oír tu risa”, dice la canción de La Liga que suena en forma repetida. “Dicen que en el cielo uno es feliz, no existe la tristeza”, continúa. La frase también se ve pintada con aerosol en una de las paredes del cementerio. La letra es de Omar Roldán, pero La Liga la popularizó en cumbia y es una especie de himno que se usa para recordar a los pibes y las pibas que por distintos motivos fueron muriendo. Este rincón de La Piedad tiene la particularidad de amontonar las tumbas de muchos pibes jóvenes muertos en los últimos tiempos. Las dedicatorias pintadas en las paredes del cementerio dan cuenta de esos pequeños rituales en donde amigos y familiares pasan horas en fechas especiales o cualquier día en el que invadan las tristezas, los recuerdos o las simples ganas de compartir algún momento.
María es la mamá de Maxi. Está siempre dispuesta a hablar y contar lo que le pasa a ella y su familia desde el asesinato del chico. Y cada vez que habla vuelve sobre lo mismo. Que quiere justicia por su hijo, que el fiscal Miguel Moreno sólo escuchó la versión del prefecto y su único testigo, que los testigos presentados por ella no fueron tenidos en cuenta y, sobre todo, que pasa el tiempo y todo sigue como si nada. Lo único que se sabe con seguridad es la irreversible ausencia de Maximiliano.
Cuando habla de su hijo, María cuenta que era cariñoso pero antes aclara: “No es porque sea mi hijo”. Las madres de los pibes que matan las fuerzas de seguridad no tienen la libertad de muchas otras madres a la hora de hablar de las cualidades de sus pibes. Porque suele aparecer algún fiscal que habla de antecedentes penales o de algún tipo de hecho como si así se pudieran justificar los asesinatos. Porque los prejuicios y las estigmatizaciones pegan fuerte y de cerca también a las familias de estos chicos. Entonces María cree que hablar del amor que se tenían puede parecer un intento de eludir la realidad que vivía Maxi: su paso por el Juzgado de Menores por haber disparado un arma de fuego, su asistencia a una escuela especial por un retraso mental que le impedía cursar a la par de los chicos de su edad, y la necesidad de mudarse a Tío Rolo, el barrio de su abuela, para poder evadirse de los conflictos con otros pibes de Tablada.
Pero María – madre y padre de Maxi según dice- supera ese temor y entonces cuenta que a Maxi le gustaba que le acaricien el pelo y le rasquen la cabeza para dormirse. Que era “muy pegado” a sus hermanos y que ellos, todos chiquitos, hoy preguntan por él. Cuenta que en la escuela lo querían mucho y que su travesura habitual era treparse a un árbol para encender el reto de las maestras. Una de ellas, la señorita Analía, firmó una foto con Maxi en la que dedica: “Fuiste un gran alumno, avanzaste un montón este año. Te deseo lo mejor para el año que viene. Sé que hiciste un gran esfuerzo este año para avanzar y eso me llena de orgullo. Te quiero mucho”. María muestra las fotos de Maxi, recuerda, habla y destierra así el miedo al discurso que dice que “cuando los mata la policía resulta que eran todos buenos”. Maxi tenía humanidad, y no se la quitaron sus errores o sus aciertos. Fueron las balas de un empleado de la Prefectura Naval.
Un yogur en el pasillo
La calle Patricias Argentinas es tan angosta que podría definirse como pasillo. Nace a la altura 200 de la Avenida Uriburu y se extiende unos trescientos metros en línea recta hasta que se vuelve una curva que rodea un par de viviendas precarias. Los primeros metros de la calle, que sigue la altura 4300 de calle Colón, forman el escenario en el que los vecinos de barrio Tablada levantaron pequeñas casas de material con techos de chapa, ladrillos vistos con poco revoque, y pequeños almacenes que venden por la ventana. En ese lugar nació y se crió Maximiliano. Y en ese mismo pasillo lo mató el cabo de Prefectura Ariel Fernando Condori, de 32 años.
Cuando mataron a Maxi, María se mudó a barrio Tío Rolo, en el extremo sudoeste de la ciudad, junto con su hermana y su madre, buscando una manera de poder seguir con su vida. Cada vez que vuelve al pasillo de Patricias Argentinas se cruzan tantas sensaciones que no sabe si quiere irse o quedarse. Pero siempre decide quedarse, al menos por un rato, para volver a contar y explicar lo que vio el día que mataron a su hijo. Asumió, por la fuerza, que detallar lo que vio aquella noche de mayo es una de las pocas herramientas que tiene al alcance para declinar la versión policial que hasta el momento conforma al fiscal Miguel Moreno.
A lo largo de distintos encuentros, María va entendiendo que no son casuales las diferencias entre su relato y el de la policía o la Fiscalía. Que así como a ella la desconciertan distintos aspectos en torno a la investigación, hay otros familiares que pasan por lo mismo. En este caso las diferencias son notorias y también sustanciales, porque cada relato se ajusta a distintos caminos en la causa penal. Condori fue imputado por Moreno una semana después del hecho, bajo la figura de homicidio agravado por el uso de arma de fuego. Pero quedó en libertad. Desde la Fiscalía explican que no hay “peligro de entorpecimiento probatorio, ni peligro de fuga ya que fue el propio imputado quien se puso a disposición de la Fiscalía desde un primer momento”. El prefecto sigue cumpliendo funciones y desde la Fiscalía destacan que siempre avisa cuando le toca ir a trabajar a otra provincia.
María cree que hay una inclinación del fiscal a creer en la versión de Condori y eso se refleja en la situación actual del prefecto. Desde un principio el agente sostiene que hubo intento de robo y que disparó para defenderse. Eso pareciera alcanzar para marcar un piso en la investigación. Por eso la Fiscalía lo deja en libertad y explica que el paso siguiente es “determinar si la acción fue justificada o no”. Se investiga la responsabilidad penal, para saber en qué contexto Condori asesinó a Maximiliano. En la escena del crimen no se encontró ningún arma de fuego además del Smith & Wesson calibre 40 que llevaba el prefecto, que no es la reglamentaria pero sobre la cual el agente presentó sus documentos de tenencia y portación.
Este aspecto rompe la posibilidad de que exista una hipótesis de enfrentamiento –la más utilizada por la policía cuando mata- porque el otro elemento secuestrado, que -según el prefecto- usó Maxi en el supuesto intento de robo, es una culata de madera de un rifle de aire comprimido sin caño. Es decir que aquella noche solo se disparó un arma y es la de Condori: los tiros no salen por la culata. El fiscal Moreno no ahonda en el contacto con la prensa y no fundamenta qué elemento de la investigación podría justificar el asesinato de Maximiliano.
El relato de Condori dice que aquella noche se metió con su Ford Falcon blanco al pasillo de Patricias Argentinas al 4300, donde vivía Maximiliano, para llevar a una amiga a la casa a que busque un equipo de música. En la espera, dice el prefecto, se acercaron dos chicos, entre los cuales estaba Maxi. En ese momento lo asaltaron y, según declaró, escuchó que uno de los chicos le dijo al otro que dispare. Entonces Condori gatilló desde el auto a modo de defensa.
Tanto María, como su abogado Marcos Cella y los vecinos que salieron como testigos, brindan una versión totalmente diferente. Es cierto que Condori entró al pasillo manejando un Falcon, y es cierto que se topó con Maximiliano. Pero lo que dicen los testigos es que el prefecto llegó solo -ante el asombro de los vecinos que no entendían qué hacía un auto tan grande en un pasillo tan angosto- y que llamó a Maxi. El chico se arrimó al auto y a los pocos segundos el prefecto le dio un primer disparo.
María dice que vio cuando Condori remató a Maxi en el suelo. Y que pudo reconstruir con los vecinos algunas partes del breve diálogo que tuvieron segundos antes de que el prefecto gatillara. “Maxi salía de la casa de mi hermana, lo llama este muchacho y le pregunta dónde venden droga y Maxi le dijo que no sabía y se volvió para la casa de mi hermana. El tipo lo vuelve a llamar y cuando Maxi se da vuelta le pega dos tiros en el pecho”, cuenta Maria. “Yo escucho el ruido y voy, cuando me estoy acercando él se baja del auto, le pega a maxi una patada en la cabeza y le da un tiro en la cabeza”, agrega.
– Me lo mataste – recuerda María que le dijo al prefecto.
– Perdoname gorda, no te lo quise matar, lo quise asustar- dijo Condori.
“No sé con qué autoridad me dijo gorda porque él no me conoce”, dice María afirmando que nunca había visto a Condori pero que a partir de ese momento su cara le quedó grabada. Los minutos siguientes fueron un caos en el barrio. “Lo entré a correr, quiso sacar el auto pero como no pudo salió a correr con el arma en la mano y disparaba para arriba. Llegó a un pasillo y se metió a una casa. Le dije al muchacho de la casa que lo saque porque había matado a mi hijo y cuando salió agarré un palo y le di por todos lados”. María asegura que, de haber podido, hubiera matado al prefecto.
– Me mató a mi hijo – le dijo María al policía que instantes después llegó a bordo de un patrullero y se llevó a Condori.
A Maximiliano lo llevaron en un remis al hospital Roque Sáenz Peña, donde llegó muerto. Los vecinos, por su parte, prendieron fuego el Ford Falcon blanco que había quedado atascado en el pasillo. María no se acuerda de ese episodio, coincide en que seguramente ocurrió cuando estaba camino al hospital y coincide también en que prendiendo fuego el auto se pudieron haber perdido evidencias fundamentales.
Ese día Maxi se había levantado a las 12 del mediodía diciendo que tenía hambre. Comió y avisó que se iba a ir a lo de su abuela en Tío Rolo, pero finalmente se quedó en Tablada. Pasó la tarde con su primo y los videojuegos, y llegada la noche miró unos pocos minutos el partido de River con el Cruzeiro de Brasil por la Copa Libertadores. No le dio demasiada importancia porque no estaba en cancha su Rosario Central. Entonces salió a la calle. Lo último que hizo fue comer un yogur comprado en una de las almacenes del pasillo. El alboroto en ese rincón de Tablada por el asesinato de Maxi se mezcló con algunas bombas que sonaron después de cada uno de los tres goles que River metió esa noche.
El ahogo de María
Las diferencias entre cada relato repercuten en la causa y la llenan de dudas. Desde la Fiscalía brindan poco material sobre el caso y al paso del tiempo la información sigue siendo la misma. “El fiscal estudia el resultado de pericias de planimetría y el cotejo balístico”, indican desde el Ministerio Público de la Acusación a la vez que agregan que la pericia balística y la autopsia constataron que Maximiliano tiene dos disparos que van de abajo hacia arriba. “Por lo que se cree que los disparos salen desde adentro del auto con el imputado sentado”, aseguran. María sigue insistiendo en que son tres disparos. Y la poca información que otorga Moreno es la misma para la familia Zamudio que para la prensa. Descuidos, contradicciones o información falsa: el manto de dudas continúa.
Otros aspectos de la causa muestran el desencuentro entre María y el fiscal Moreno. Aunque ella insista en ir a las puertas de la Fiscalía de Homicidios a exigir información y avances, las novedades nunca aparecen. Uno de esos días, María salió de la Fiscalía avisando que estaba muy enojada y explicando por qué: “Me trata mal y me muestra una foto de un chico que no es mi hijo. Dice que tiene una escucha desde la cárcel que dice que a Machote lo mataron porque quiso robar”.
– No es mi hijo ese.
– Sí es su hijo señora.
– No es mi hijo te estoy diciendo.
– Bueno, para mañana quiero una foto de él.
María recrea un diálogo con Moreno que parece de película. No puede entender cómo el fiscal le muestra una foto de otra persona, le habla de un apodo que no era el del chico y que además le discute cuando ella le asegura que el pibe de la foto no es Maximiliano. “Si estuviera investigando bien no le daría a la madre una foto que no es del chico. Yo parí a mi hijo y sé cómo era”, cuenta María. También se pregunta por qué Moreno investiga tanto al chico que mataron y no al prefecto que mató. “No mató a un perro, mató a un nene de 16 años. En vez de investigar a mi hijo y a mí, el fiscal tiene que investigar a él, no a nosotros que somos las víctimas”, dice María. Al respecto de este punto de la investigación, desde la Fiscalía explican: “Se pidió informes para cotejar algunas versiones sobre la forma de manejo de Zamudio”.
Más allá de que sea necesario conocer los movimientos de las víctimas y los victimarios, este punto da la pauta de que el piso más sólido de la investigación de Moreno es la declaración de Condori en la que Maximiliano aparece como un ladrón. Pareciera que para el fiscal no hay dudas. “Moreno me dice que mi hijo quiso robar”, explica María y saca sus conclusiones: “Como que me dio a entender que qué justicia quiero para mi hijo si él quiso robar”.
María dice que no sabe si Maxi conocía a Condori, si tenían algún tipo de relación como la que suelen tener algunos policías con los pibes de los barrios a los que usan de mano de obra barata para que funcionen sus pequeños kioscos. Sí sabe que la policía tenía marcado a Maxi: “Los de la 11 lo tenían cansado, siempre se lo llevaban por averiguación de antecedentes”. La Comisaría 11 está a unas cinco cuadras del pasillo donde ocurrió el asesinato.
Las sospechas que tiene la mamá de Maxi son contundentes, pero serán solo sospechas en tanto no tengan lugar en la investigación de la Fiscalía. María presentó ante Moreno el testimonio de la ex pareja de la mujer a la que supuestamente Condori acompañó aquella noche al pasillo de Patricias Argentinas. El hombre asegura que el prefecto le pagó quince mil pesos a la mujer para que declare a su favor. “¿Quince mil pesos vale la vida de mi hijo?”, se pregunta María. También dice que en el barrio se rumorea que en distintas oportunidades vieron a Condori dando vueltas por el pasillo y hablando con la gente.
La familia Zamudio pone sus esperanzas en una causa que avanza poco. Su abogado la cita a reuniones para ponerla al tanto pero se las suspende en la puerta de su oficina, y los meses pasan y las novedades no llegan. Marcos Cella dio declaraciones públicas sobre el caso apenas dos días después del hecho, donde decía: “Es parte de la puesta en escena que este hombre dijo que llegó acompañado por una mujer, al solo efecto de meter un testigo que no tiene”. Ese día también habló del arma plantada y negó que Maxi haya estado con un amigo. El paso del tiempo alejó a Cella de la familia aunque sigue siendo el abogado que representa a la querella.
Los obstáculos, entonces, no son sólo por parte de la Fiscalía. María y sus familiares transcurren en soledad lo que es el primer año desde que asesinaron a Maxi. Cuentan que quieren juntarse con otros familiares de víctimas de gatillo fácil para caminar juntos lo que queda por venir. La foto de Maxi ya está en una remera, estampada, y María reitera cada vez más seguido que quiere hacer algo para que el nombre de su hijo esté presente en alguna movilización, y exigir lo que necesita: que investiguen el crimen.
“Siento que está arreglado, que algo está fallando que el fiscal no quiere investigar. Queremos que Moreno se ponga una mano en el corazón y que investigue”, apunta María. Como esperando que en algún momento sus palabras dejen de ser solo deseos. Que se haya constituido como querellante en la causa es al menos una manera de asegurarse que será difícil cerrar la causa. “Yo le voy a dar hasta lo último. Ellos piensan que yo voy a bajar los brazos. Me están ahogando pero yo sé que voy a salir adelante. A veces tengo trabas, pero con lluvia o tormenta yo me voy a Tribunales y eso le molesta a Moreno, porque siempre me ve ahí”, cuenta María.
En el barrio Tío Rolo las cosas parecen estar más tranquilas. De a poco, haciéndose un lugar en lo que era la habitación de su hijo asesinado, María se va acomodando en el barrio al que tuvo que mudarse. Por miedo y por el disgusto de esos recuerdos que siempre llegan, pero que a la distancia quizás duelan un poco menos. Intenta reconstruir su vida, y explica que cuesta mucho. Ahora lleva en sus brazos un bebé de menos de un año, que se llama Maximiliano, como su hermanó que ya no está. María espera que el niño pueda crecer con la calma que, a veces como limosnas, puede dar la justicia cuando se vuelve real.