Por Santiago Bereciartua
Si tuviste infancia y somos coetáneos, recordarás que cada libro de la inolvidable serie “Elige tu propia aventura” rezaba el lema:
“¡Tu elección te puede conducir al éxito o al desastre! Las aventuras que te ocurran son el resultado de tu elección. ¡Tú eres el responsable porque tú elegiste!… ¡Recuerda… no puedes volver atrás! Piensa cuidadosamente antes de hacer una movida. ¡Un error puede ser tu último error…!.”
Pues bien, este lema no sólo nos sirve de metáfora para la “aventura” de re-organizar la urgente vuelta al gobierno nacional, sino también me permite ir entretejiendo estas columnas que pretendo terminar antes de fin de año, en un número no mayor a seis (ponele) a fin de cumplir, por un lado, con el oneroso contrato pactado con EnREDando (siempre está latente hacerle la “Gran Marcelo Bielsa”) y, por el otro, terminar de exponer de forma más o menos ordenada, el embrollo de ideas que tengo en la cabeza y que necesito exteriorizar de forma esquematizada por consejo de mi terapeuta.
Por ello:
– Si aún no has leído la primer columna de “presentación”, vuelve a la página 1
– Si te interesa saber desde dónde escribo estas líneas, continúa leyendo.
– Si te aburre esta interminable presentación y querés ir directo a las “propuestas” para “volver”, espera a la próxima columna de la semana que viene.
– Si todo esto te parece “una paparruchada”, sal de la página y guarda silencio. No avives giles, digamos.
Ahora sí, estoy listo para responder a la última pregunta de esta “doble” presentación: ¿Desde dónde me paro frente a la cuestión política -y económica- para realizar mi análisis?
En primer término, siento la necesidad de hacer explícitas mis posiciones políticas y morales, para que el/la lectora sepa quién soy (en términos políticos), lo cual me permite partir desde cierto piso de presunciones y dotar de cierta lógica a mi desarrollo, en la medida de lo posible. A su vez, espero que sirva también como repelente de lectorxs distraídxs que entraron al link tentados por el título “retro” que tocó su nostalgia más que por otra cosa.
En ese sentido, siento un compromiso en reformular la agenda teórica y política para poder atender las necesidades de la gente y las demandas de justicia social. Es en este marco que encontramos el criterio para determinar si lo que estamos haciendo es “correcto”. (Stanley Cohen)
Debo ser fiel a una doble lealtad: hacia la sociología -intelectual- y hacia el socialismo -política- (Bonger). O, siguiendo nuevamente a Cohen, se trata en realidad de una triple lealtad – primero una obligación superlativa de cuestionarse intelectualmente de forma honesta; segundo, un compromiso político con la justicia social; pero también (y potencialmente en conflicto con ambas) las demandas inmediatas e ineludibles de ayuda humanitaria a corto plazo.
En definitiva, una correcta guía para este análisis –y también para mi práxis-, es el sentido de justicia social.
Michael Waltzer en su estudio de la crítica social y el compromiso político en el siglo XX, observa a Foucault como el supremo ejemplo de crítico –alguien especializado en protestar- que no puede ser un crítico social, por su deliberado intento de retroceder, de distanciarse de su propia “comunidad”, de no hacer del vincularse una virtud, rechazando comprometerse con cualquier proyecto de reforma. (Cohen)
Nótese que la triple lealtad de Cohen que tomo como propia, nos sitúa alejados en este sentido de Foucault. Coincidimos con Ian Taylor en que “la sociología –y sumo yo la política- no debería quedar satisfecha con la crítica, sino que tendría que involucrarse en un proyecto de reforma y construcción social organizado en torno a una concepción coherente del interés público”.
Debemos tener cierto escepticismo intelectual si pretendemos combinar sociología y política -o al menos utilizar autores que así lo hagan-, pero este escepticismo nunca puede ser usado como paliativo de la inacción política.
En su famoso poema “In praise of doubt” (“En admiración a la duda”), Brecht condena severamente a “…los poco pensativos que nunca dudan”, pero en forma igualmente severa, condena a “…los muy pensativos que nunca actúan: ellos dudan, pero no con el fin de llegar a una decisión, sino para eludir una decisión…” (Stanley Cohen, 1991).
Volviendo a la caracterización que Waltzer hace de Foucault, y más precisamente a su rechazo sobre cualquier proyecto político, quiero traer al presente el interesantísimo debate que tuvo el catedrático del Collége de France con el joven –por aquel entonces- Noam Chomsky (1971).
En primer lugar, nadie sensato puede negar el inestimable aporte realizado por Foucault en su crítica al funcionamiento de las instituciones, entre tantos otros. Sin esa crítica –y su desenmascaramiento- no podríamos atacar eficazmente la violencia política que estas instituciones generan. Pero ya sea por convicción o por la mera necesidad de ser optimista en política, es que necesito poder buscar avanzar hacia un perfil determinado de “futuro de sociedad justa” (Chomsky) para tener como objetivo político, y bien sabemos que Foucault hace trisas estos intentos “puristas”.
Tenemos dos tareas intelectuales necesarias para “hacer y pensar” política en este sentido. Esto es, crear esa visión de una futura sociedad justa, y entender claramente la naturaleza del poder y la opresión, y el terror y destrucción de nuestra propia sociedad, y esto incluye a las instituciones que mencionó Foucault. (Chomsky).
Pero no sólo esto me une al Chomsky de principios de los 70 –al menos-, ya que él me permite introducir en este preciso momento en la difícil tarea de ubicarme dentro de las variadas y numerosas corrientes políticas y económicas de nuestra historia y presente. Esta difícil tarea puedo tratar de zanjarla con el criterio -antes relatado- sobre qué sociedad futura pretendo. En ese sentido adscribo al igual que Chomsky a una especie de “anarcosindicalismo” o socialismo libertario, “esto es un sistema federado y descentralizado de asociaciones libres que incorpore instituciones económicas, así como otras instituciones sociales” (Chomsky).
A fin de ser un poco más explicativo, pretendo para aquella sociedad futura -que difícilmente llegará pero que me servirá de guía en la incesante lucha de la construcción política-: una sociedad de cooperación (Owen) que logre el sueño de una utopía cooperativa que emancipe el trabajo de manos de la explotación capitalista, con los derechos y obligaciones del cooperativismo (protegidos y alentados por la autoridad pública, pero a su vez con deberes colectivos hacia lo estatal), con una regulación colectiva de la industria estratégica (sansimonianos), propiedad común de los medios de producción de las grandes empresas en mixtura con pequeñas empresas familiares y cooperativas (importancia política del proudhonismo y del lassalleanismo), etc.
Pero este posicionamiento dista mucho en ser sólo económico. Ser socialista –en la vertiente que se sienta unx cómodx- es ser antónimo del individualismo, del modelo liberal capitalista de economía de mercado competitiva e ilimitada, de todo lo que significa y conlleva el neoliberalismo.
Este socialismo primitivo con el cual me referencio, tiene dos aspectos: el crítico y el programático. El crítico se componía de dos elementos: una teoría de la naturaleza humana y la sociedad. El aspecto programático consistía también en dos elementos: una variedad de propuestas para crear una nueva economía basada en la cooperación, en casos extremos en la fundación de comunidades comunistas; y un intento de reflexionar acerca de la naturaleza y las características de la sociedad ideal que había que crear. (Eric Hobsbawm)
No desconozco ni rechazo las críticas que Marx y Engels le propinaron a este socialismo pre-marxiano (sí, se puede decir así), ni es tema central para esta columna, pero su inclusión de la lucha de clases revolucionaria y política del proletariado, marca un fenomenal aporte como vehículo hacia la nueva sociedad a la que arribar, visión y rol del sujeto histórico con la cual comulgo. Incluso si el mismo sujeto histórico se encuentra “desbordado” –como pienso y veremos en columnas venideras- el movimiento comprometido con la lucha de clases es para mí un fin en sí mismo, en cuanto a la politización del trabajador necesaria para cualquier cambio cultural que pretendamos dar. Este es el paso del socialismo utópico al científico, con el cual también concuerdo en gran parte.
Pero… ¿cómo se llega a la meta? ¿la revolución debe ser únicamente subversiva? No lo tengo tan claro, quiero creer –como sostienen los fabianos Sidney y Beatrice Webb- que se pueda lograr con una transformación gradual del capitalismo hacia el socialismo a través de una serie de reformas irreversibles y acumulativas, dotando así de pensamiento político a la forma institucional del socialismo. Quiero creer que no debemos esperar –e incluso colaborar en generar como piensan algunxs- una crisis socio-económica de tal magnitud que arrase con todo lo establecido para poder construir el sistema que queremos. Y en este sentido es que cada avance contra el capitalismo, por pequeño que sea, es una pequeña victoria en sí misma. Veremos más adelante como el “socialismo del siglo XXI” en Latinoamérica dio pasos en este sentido de la gradualidad.
Quizás por el afán de no quedar preso en este ideario del “socialismo utópico” pudiendo generar en mi la ya criticada “inacción”, y entendiendo a la política como “el arte de lo posible”, me he transformado en lo que yo llamo un “zurdo pragmático”, apoyando toda transformación de la realidad con el faro de la justicia social, aunque más no sea en un campo lejos de aquella “utopía”. Bajándolo a la realidad, a lo concreto, esta es básicamente mi explicación teórica del por qué me vinculé al kirchnerismo, pero eso será tema de la tercer columna.
Ahora sí, ya estamos, cerramos la tediosa presentación con la promesa de que las próximas columnas no serán autoreferenciales.
Y recuerda que “Las aventuras que te ocurran son el resultado de tu elección.”
Si quieres continuar con la aventura, lee la siguiente columna
FIN
2 comentario
Muy buenooooo
Saludo al sitio web y a su gran cronista. Importantes temas para debatir nos propone Santiago: la justicia social, la crítica y el compromiso político. Comparto algunas opiniones en este convite. En primer término quiero hacer justicia con Foucault y colocarme de su lado en los distintos planteos formulados por Walzer y Chomsky. Creo que gran parte de los paradigmas actuales en derechos humanos (des medicalización y desmanicomialización de la vida, violencia institucional, género, etc.) son herederos de la critica foucaultiana a la sociedad disciplinaria y de su analítica del poder. Estos paradigmas en sí mismos puede considerarse micropolíticas. Ninguna reforma emancipadora de la sociedad moderna puede pensarse y llevarse a cabo sin estos aportes. Asimismo la noción de poder (simplificando: situación estratégica en una sociedad determinada), vinculada a lo social y despegándola del modelo tradicional de soberanía, nos posiciona para dar las batallas democráticas por la efectividad de derechos, entre otras cuestiones. Creo también que los teóricos norteamericanos como Walzer y los anglosajones (incluiría a Habermas aunque es alemán) no pueden asimilar la potencia del pos-estructuralismo y de la filosofía francesa, los desencaja de su tradición intelectual, se han inmunizado para con esa creatividad y lo que demanda retomarla como pensamiento. No hay que pedirle a un pensador lo que no nos da, debemos construirlo o buscarlo en otro. Foucault no rechaza los proyectos políticos, su pensamiento y su vida son en sí mismo un proyecto político, que deberemos recoger quienes pretendamos transformar la sociedad en un sentido más justo.
Me queda en el tintero la pequeña cuestión del socialismo y del marxismo, siendo siempre necesaria debatirla. Ah, me olvidaba: No hay naturaleza humana.
Saludos!
Matías Gómez.
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