En las barriadas populares la violencia y la indiferencia se sufren por duplicado cuando las víctimas son mujeres y pobres. El femicidio como extremo, y vidas atravesadas entre la desidia estatal y la exclusión. El relato en primera persona como manifiesto de la realidad. La organización como alternativa.
Por Martín Stoianovich
Imágenes: Desalambremos esta vida
“Terminás séptimo grado, y el proyecto de vida es un trabajo precarizado”, dice una joven que apenas supera los veinte años. Habla por ella, por las que están sentadas a su lado, y por gran parte de las pibas de las barriadas populares. El reciente femicidio de Guadalupe Medina invita a pensar en lo que hay detrás de cada caso que sale a la luz. Los distintos procesos que atraviesan las mujeres, desde la niñez hasta entrada la adultez, y principalmente en los sectores más carenciados, están signados por desigualdades. Desde las distintas instituciones del Estado hasta el propio entorno de cada una: prácticas naturalizadas que a su vez perpetúan una lógica patriarcal en la vida cotidiana. Ser mujer y pobre pareciera ser una condena anticipada. ¿Cómo construyen identidad las pibas de los sectores populares, qué problemáticas atraviesan y cómo las encaran? Las preguntas surgen y las que hablan son ellas.
A Guadalupe Medina, de 12 años, la violaron y la mataron en una precaria casa de Villa Banana. Su cuerpo fue hallado en la mañana del 25 de mayo, cuando un vecino se acercó a la vivienda en construcción alertado por el ladrido de los perros que entraban y salían. Por el hecho se apunta a algunos jóvenes que integraban la banda de Pandu, un grupo que había intentado controlar el negocio de la venta de drogas en el barrio y que ya carga con varios asesinatos. A una semana del hecho el fiscal Florentino Malaponte imputó a un joven apodado Chueco por abuso sexual seguido de muerte y le dictó prisión preventiva, a la vez que espera la imputación para otro sindicado como partícipe, de apodo Wititi y recientemente detenido. Mientras tanto, las organizaciones sociales que militan en el barrio hablan de la importancia de destacar que, más allá de la autoría material, este hecho tiene responsabilidades en distintos niveles del Estado. Por un lado el abandono de las instituciones que deben garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes y por otro lado la complicidad de las comisarías 13 y 19 con el comercio de drogas y la violencia que se vive en el barrio.
Y Guadalupe es una más de las tantas que fundamentan hoy el grito de “ni una menos”. Un reciente informe presentado por el movimiento de mujeres, a horas de la masiva movilización nacional del 3 de junio, indica que el crimen de Guadalupe se suma a los más de 241 femicidios registrados entre el 3 de junio de 2015 – día de la primera marcha – y el 30 de abril de 2016. Pero, puntualmente, este hecho se enmarca dentro de una variable particular: las víctimas pobres y jóvenes. En Rosario, desde enero del 2015 hasta la fecha, se cuentan al menos 20 muertes violentas de mujeres menores de 28 años y la mayoría de ellas de las barriadas periféricas.
Joana Galarza tenía 23. El 20 de enero de 2015, en un rincón del barrio Parque Casas, un joven le dio cuatro puñaladas mientras ella cubría a su pequeña hija entre sus brazos. El padre de la chica contó que el asesino, para la familia amigo de Joana y para los investigadores el novio, tenía deudas por drogas y mató a Joana porque no le había conseguido el dinero necesario para saldarlas.
Milagros Sánchez tenía 14. Estuvo desaparecida poco más de un día hasta que fue hallada el 20 de febrero de 2015. Estaba muerta en un zanjón del barrio Nuevo Alberdi, atada con alambre y envuelta en bolsas, con signos de abuso sexual.
Dalma Aguirre tenía 21. El pasado 24 de julio fue asesinada de cuatro balazos por un joven de 18 años que le gatilló a corta distancia, en presencia de la madre del chico. El hecho ocurrió en Suipacha y Garibaldi, en inmediaciones de las viviendas de la víctima y de los apuntados como responsables del hecho.
Julieta Sosa tenía 16. Fue asesinada a balazos junto a su novio de 17 años en el barrio Santa Lucía el pasado 21 de septiembre. Desde la Fiscalía suponían que el hecho estaba vinculado a “un ajuste de cuentas relacionado al comercio de estupefacientes”.
Rocío Cabrera tenía 22 años. El 15 de diciembre pasado fue asesinada de un escopetazo por su concubino, en la casa donde vivían con la hija de tres años de Rocío. “No me jodas porque te mato”, contó después una vecina que había escuchado días antes del hecho. Las amenazas del hombre habían sido frecuentes en el último tiempo.
El rol del Estado y la construcción de una identidad
Al contexto de violencia generalizada que se vive en las barriadas populares, que pone el foco principalmente en los jóvenes varones, se le suman distintos episodios donde las víctimas son las chicas. Los hechos enumerados arriba responden a un problema estructural también atravesado por la cuestión de género. Del relato de las jóvenes, quedan en evidencia las condiciones de vida a las que están expuestas y un precario rol estatal que refuerza la desprotección padecida. Gabriel, el papá de Guadalupe Medina, contaba luego de la audiencia en la que se imputó al Chueco que su hija llevaba un tiempo atravesando una compleja situación en Villa Banana. Dice que habían ido a pedir ayuda a la Dirección Provincial de Niñez, Adolescencia y Familia y nunca recibieron atención. La Dirección de Niñez depende del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia y su rol es poner en práctica la Ley 12.967 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, que entre varios puntos exige la atención de situaciones de crisis como la que podría haber estado atravesando Guadalupe. Y como las que atraviesan cientos de pibas y pibes de las barriadas populares. Por eso un caso puntual expone, otra vez, las falencias de un Estado que hace de espectador mientras la muerte azota a la juventud.
– Todos esos problemas existen, y el Estado no está para nada. Sólo con la policía para verduguear a los pibes – comenta a enREDando una vecina de Villa Banana, madre y abuela, en la casita de la organización popular Causa.
– La misma policía genera violencia. Venden droga. Son cosas que se ven. La gente que vive en el centro pide más policía y más seguridad, pero la policía no asegura nada – agrega, como en consonancia, otra señora pero en el extremo sur de la ciudad, en el barrio De la Carne donde la Federeación de Organizaciones de Base (FOB) tiene una de sus sedes.
– Yo andaba en la calle y me drogaba. Un policía se juntaba con nosotros, venía cuando estábamos con los pibes y repartía droga. Yo me drogaba con la droga que él repartía. Decía que se la sacaba a los pibes – suma una joven que apenas pasa los veinte, madre de dos pequeños, también en Villa Banana.
El relato en primera persona toma consistencia cuando se va repitiendo en distintas vecinas de distintos barrios. Lo que cambian son los números de las comisarías. Respecto de las pibas, la policía actúa con ellas de la misma manera que con los varones. Aunque en menor medida, el abuso policial se repite en procedimientos en la calle. Como el que relata una de las jóvenes que integra la Asamblea de Mujeres de la FOB, cuando cuenta que en Cabín 9 fue palpada por un policía hombre. “No me quedé callada, le dije que no podía palparme y me dijeron que me calle la boca que ellos son la autoridad y que yo no tengo derecho. Si sabés tus derechos te tenés que callar igual porque ellos tienen el derecho de hacer con vos lo que quieren”, analiza con más bronca que resignación.
Pero más allá del rol de la policía, hay cuestionamientos a otras instituciones. El contexto de violencia pega duro también en las chicas, y las mujeres de ambas organizaciones reconocen que se ha naturalizado la agresión física para dirimir diferencias. “El Estado, desde lo económico, está haciendo que se dividían los barrios. Al no tener para comprar las cosas que muestra la tele, la juventud pelea por la vestimenta, por lo material”, cuentan desde la FOB. Así también coinciden en que el consumo de droga afecta también a las chicas, principalmente por el fácil acceso a las pastillas y la debilidad de los dispositivos de salud pública para contenerlas. También se apunta al papel que ocupan las escuelas, más allá del trabajo particular de cada docente. En los barrios más pobres la escuela es más un lugar de contención que de aprendizaje, porque los planes de aprendizajes no se ajustan a las realidades que viven los jóvenes. “Falta un proyecto de vida, porque salís de la escuela y no te sirve para nada. Las pibas ven que la escuela no les sirve, que no tienen un proyecto de vida, entonces abandonan”, analizan desde la FOB y cuentan que en su experiencia se encuentran con muchos casos de chicas que abandonan la escuela antes de terminar la primaria.
El proyecto de vida que no encuentran en la escuela lo hallan en otros caminos a edades que muchas veces son muy tempranas. Así intentan explicarlo desde la FOB: “Como no tienen ese proyecto que necesitan, entonces qué hacen: tienen un hijo, se juntan, encuentran así algo para hacer, algo que es suyo”. Es la búsqueda de identidad, del sentirse parte de un mundo que les exige ser adultas. “No hay juventud: o sos chica y vivís con tus viejos, o sos madre, adulta e independiente. Pero tenés quince años y nueve meses de diferencia”, relata otra joven de la organización.
En Villa Banana cuentan lo mismo. Una madre ya adulta menciona su experiencia de joven, cuando apenas llegaba a los 14: “Yo quedé embarazada porque me quería ir de mi casa. Como adolescente quería salir a todos lados y no me dejaban. Entonces me junté, creí que iba a ser otra vida. Pero hay que estar en esa adolescencia, no sabés qué hacer, qué darle, cómo criarlos, cómo estar con ellos. Yo pasé hambre, no tuve mi fiesta de 15 porque estaba embarazada”. Hoy tiene hijos adolescentes a los que crío prácticamente sola. Su historia pone sobre la mesa distintas problemáticas, desde la maternidad joven hasta la violencia machista: “Cuando estaba embarazada mi pareja me decía que iba a los estudios porque me gustaba que me manoseen los médicos”.
Por otra parte, las pibas cuentan otra problemática que las atraviesa: el trabajo. Cuando son madres jóvenes, o incluso cuando aspiran a la independencia económica, los obstáculos empiezan a la hora de buscar un trabajo que les permita cubrir las necesidades. Las entrevistadas coinciden en cuáles son las principales fuentes de trabajo para las pibas: limpieza y cuidado de niños y niñas. Y en los casos de mayor emergencia la prostitución. “En Cabín 9 sabemos fehacientemente que hay un par de chicas que viven del trabajo sexual. Laburan en la calle. Es que forman una familia, tienen que independizarse, no tienen un círculo de apoyo y no tienen un recurso más que su cuerpo, entonces no le queda más alternativa que el trabajo sexual”, cuentan desde la FOB en relación a experiencias puntuales en Cabín 9, otro de los barrios donde hacen trabajo territorial.
La precarización laboral surge como denominador común en cada testimonio. Contratos de tres meses, largas jornadas de trabajo, malas condiciones. “Nos quieren acostumbrar a que nos exploten y agachemos la cabeza, que nos digan que hay que limpiar doce horas sin parar y nosotras por necesidad lo hagamos”, reflexiona.
La organización como herramienta de liberación
Contra la precarización laboral, la explotación sexual, la desidia de las instituciones estatales en casos de emergencia, el machismo en sus múltiples formas, y principalmente por cada víctima de femicidio. Porque el camino individual más temprano que tarde se torna intransitable, la organización colectiva de las mujeres se planta como la principal herramienta en la pelea por el pleno reconocimiento de sus derechos.
Las mujeres de la FOB cuentan cómo que se organizan en materia de género sosteniendo las asambleas a pesar de los distintos obstáculos que se interponen. “Hablamos de educación sexual, de aborto, de los diferentes tipos de violencia machista, y es una lucha que tenemos que dar hasta en nuestras propias casas. Las chicas tienen que saber que pueden hacer cosas por su cuenta, que es lo que no nos enseña el patriarcado”, cuentan.
En Villa Banana, mientras el temor y el dolor se hace carne por el asesinato de Guadalupe, los movimientos sociales que militan en el territorio continúan organizándose. De cara a este 3 de junio, el grito de “ni una menos”, ya extendido a todo el país, estará acompañado por la consigna de justicia por Guadalupe. Una justicia que no comprenda solo la investigación de un hecho puntual, sino el esclarecimiento del entramado, que tal como denuncian desde Villa Banana, existe entre la policía y las distintas bandas que aplican su violencia en el barrio. Pero que también implique una certera ampliación de políticas públicas que proteja y garantice los derechos de las niñas, niños y adolescentes.