La ciudad de Santa Fe inundada en 2003. En 2007 y en el 2016. Un recorrido que hila experiencias, voces y realidades que vuelven a repetirse. La resistencia y organización de los barrios frente a la desidia estatal
Por Agustina Verano
La invasión
Es miércoles 23 de abril del 2003 y uno de los diarios de mayor tiraje de la ciudad de Santa Fe titula: “La intensa lluvia afectó barrios del cordón Oeste”.
Hace días que no cesan las lloviznas, despertando en las madrugadas a miles de personas con el ruido de las gotitas resonando en las chapas. Ruido que jamás pudieron volver a escuchar sin taparse los oídos, porque a partir de esos días el volumen siempre fue más fuerte.
El agua empieza de a poco a verse en los barrios, y las sospechas de que lo que se viene es más de lo que se informa. Es un temor que circula en vecinales y asambleas barriales.
Pero, de todos modos, las preocupaciones no tienen un techo tan alto. En los barrios del Oeste siempre se corre junto al río. Es cuestión de ganarle, una vez más.
“Respetamos el río, sabemos vivir junto a él”, se escucha siempre.
Mientras tanto, la zona céntrica de la ciudad transita normalmente entre sus peatonales, colegios y empleos en relación de dependencia. La plaza 25 de Mayo, lugar de concentración de edificaciones imponentes, sigue llena de transeúntes en horarios de oficinas públicas y privadas. Los bares de la gran calle Boulevard Gálvez se pueblan con gente que aprovecha la lluvia para darse “esos gustitos”.
El agua no está ahí. No es un tema de charla en las familias que no viven en los bordes de la ciudad. No se habla, y si se saca el tema esporádicamente en una conversación variada, la palabra de quien había manejado automóviles a toda velocidad no va a ser muy discutida. Si el actual Gobernador había competido con corredores internacionales y ganado copas de oro, el agua no va a ser un rival con quien perder.
Al otro día, el 24 de abril, la edición de ese reconocido diario -ya más cerca de la tapa principal- deja de hablar de las consecuencias de una llovizna prolongada y pone números concretos: “En la ciudad hay 190 evacuados”. Pero, los titulares principales no pueden desviarse mucho: en tres días son las elecciones presidenciales, donde hay mucho en juego. Mucho más que el agua.
El río debe esperar.
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Corren los días.
Es 26 de abril, a un día de las elecciones. Los medios muestran una imagen de un “Lole” muy amigo de Menem. También corre el agua, y va entrando con más intensidad en los barrios del cordón oeste de la ciudad, por lo que la gente empieza a subir sus cosas a las partes más altas que encuentran.
El contexto en aquellos lugares cambia por completo, donde lo privado deja de serlo, todo queda expuesto y se muestra: muebles en los techos, televisores en las terrazas, ventanas usadas como escaleras, colchones enrollados en los carros, algunas canoas haciendo de transporte para salvar pertenencias.
La tapa del diario la ocupa una fotografía con un collage con rasgos de los tres postulantes a presidente. “Las urnas convocan para elegir nuevo presidente”, titula. En plena campaña presidencial, como acompañante personalizado de Menem, Carlos Reutemann declara en una entrevista: “Santa Fe capital está muy complicada. Al afectar a zonas muy populosas el número de evacuados que va a haber en Santa Fe en la zona oeste va a ser altísimo. Pero porque está entrando agua del Salado, ha cortado las rutas”
Entre tanto, se publican fotografías en donde figura el mandatario con un sobretodo verde hasta las rodillas, llenando bolsas de arena, con la mirada un poco perdida. ¿Hacia dónde mira?
Al otro día el diario anuncia en su tapa que “se vota con total normalidad”, y las noticias de los evacuados del cordón oeste ya comienzan a salir de las bocas de las asambleas y vecinales y retumban en algunas charlas de las zonas céntricas. El Salado ya entra, y se desvía del oeste.
“Creció 33 centímetros en 2 días”, se ve en algún subtítulo y se lee después de la comida del domingo.
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El pronóstico para el 28 de abril sigue negro. Se esperan intensas lluvias y todavía no ha llegado el pico. Se cuentan alrededor de 1000 evacuados. Hay agua hasta arriba de la cintura en los barrios. El temor se va esparciendo y la palabra catástrofe ya se torna natural en los discursos políticos, mediáticos y cotidianos. Las escuelas dejan de dar clases y se transforman en centros de evacuados. El diario titula: “Menem y Kirchner disputarán la presidencia el 18 de mayo”.
Siguen otros subtítulos que hablan de los escrutinios y del nuevo escenario que queda en la provincia. El salado ya se personifica: es, existe, viene, invade. No hay alertas todavía. El martes 29 de abril no hay ñoquis en las mesas familiares. Las escuelas piden gente, comida, ropa. ¿Dónde está el intendente? ¿Y el gobernador?
De repente, los diarios escupen titulares que sólo hablan de un tema: el Salado, el Salado, el Salado. No existe otra cosa, no pasa otra cosa. “Arrollador avance del agua”. “Peligra la estabilidad del puente de la autopista Santa Fe- Rosario”. “La inundación ya afectó a más de 50 mil personas”. “El Salado cubrió Recreo”.
La inundación viene de un río personificado, pero también de una lluvia amenazante. Los relojes no pueden ir para atrás, las horas pasan como segundos y el agua parece subir más rápido que las agujas que marcan el tiempo. Se declara oficialmente la emergencia hídrica. El discurso del gobierno, mediante los medios masivos de comunicación, presenta lo que ya tiene nombre: la inundación. La presenta como “catástrofe natural” y le agrega un adjetivo que la justifica: “imprevisible”.
Lo techos de las casas donde el Salado ya atropelló, apenas se ven. Las canoas se replican, con niños y animales que van y vienen. No hay luz. No hay comida. Hay niños solos en los techos. Nadie los busca.
Cae la noche, el agua se lo lleva todo, no da tregua. Los únicos dos centros de evacuados oficiales no dan a basto. Aparecen gendarmes sin salvavidas, con armamento y no entran a los barrios. ¿A quiénes resguardaban?
El caos y la desesperación se expresan en gritos de ayuda, en sollozos crónicos. La opción no es una opción, era lo único que se podía hacer: el techo o la muerte. Los medios siguen en vivo las canoas que transportan gente, saturando con imágenes desesperantes. Entonces, el agua también llega al centro, en principio lento, asomándose como un hilo. La gente se junta en las esquinas y ve cómo avanza.
Las familias, los vecinos, los amigos se llaman y se pasan la información: “Tengo el agua a una cuadra, está avanzando rápido, me voy”. “Llevé a los chicos a lo de mi hermana, estoy subiendo los muebles”. “Me fui a llevar unos muebles de mi hermana y cuando llegue ya el agua pasaba la puerta”.
¿Dónde estaba el intendente, y el gobernador con su sobretodo verde? Un tercio de la ciudad está bajo agua. No hubo alerta oficial. Al otro día el diario más vendido de la ciudad titula: “Lo peor ya está pasando”
La batalla de Santa Rosa de Lima
Santa Rosa de Lima es uno de los barrios del cordón Oeste de la ciudad de Santa Fe que padeció en carne propia lo que los discursos mediáticos y políticos clasificaron como “catástrofe natural”.
En la actualidad, para los medios masivos de comunicación las noticias que salen de sus calles mayormente se rodean de robos y homicidios, pero si se entra al barrio se puede ver una imagen que no coincide a veces con esos titulares: bicis que van y vienen por calles que se hacen doblemano, motos a paso de personas que charlan entre sí, puestos ambulantes que no compiten, sino que conviven, música fuerte, aromas a choripanes y hamburguesas, niños jugando al futbol de calle a calle.
Al barrio se lo conoce como “el motor de la ciudad”, ya que de allí salen los panaderos, los carreros, los vendedores ambulantes, los que van al centro a laburar. Nunca está quieto Santa Rosa – dicen sus vecinos- quienes pisando el barro de las calles en este abril recuerdan el que cubrió sus pertenencias cuando el agua los invadió.
En esta parte del cordón oeste de Santa Fe, viven miles de personas, que no sólo conviven entre sí, sino que también lo hacen con el río. Una de las vecinas, Ana María Martínez, que forma parte de la Red Barrial de Santa Rosa de Lima, tiene muy presente esta convivencia junto al río, ya que al hablar de su barrio, hace hincapié en cómo se fue construyendo su identidad, antes y después de ese 2003, mediante procesos de organización y lucha que hasta hoy siguen en pie.
“Santa Rosa siempre la peleó con respecto al río y en la última inundación que estaba el terraplén Irigoyen, en el barrio se trabajó en las tres vecinales, en los tres lugares: norte, centro y sur, y se cocinaba en la vecinal Santa Rosa y se repartía la comida en autitos y todos trabajábamos en eso. Estábamos acostumbrados a ganarle al río. Nunca pensamos que por la hijaputés de un gobierno esta vez el río iba a entrar”, dice.
La mirada de Ana María cuando habla de esa batalla, se baja, como la de tantos vecinos que por más de que la lucha los mantenga en pie, el tema los conmueve, los lleva hacia adentro.
Porque la lucha sigue, pero la huella está. Y hoy más que nunca, porque las lloviznas constantes de abril trajeron los recuerdos, los gritos, el silencio. Es una huella que hoy es parte del camino de los habitantes del barrio, en algunos transformándose en motor de lucha, en otros, significando su depresión, su desintegración.
“Hay un antes y un después en el barrio con respecto al 2003. Y la huella que nos dejó, a lo mejor nosotros la incorporamos a nuestra identidad. Uno lo vio clarito este año cuando llovía y llovía, igualito al 2003 y la gente estaba aterrorizada. Claro que sabíamos lo que puede llegar a venir, y por más que te digan que está todo consolidado, vos tenés incorporados ya que puede haber catástrofe. Y te aterroriza el hecho de que tengas que pasar por lo mismo, es como si en la historia de la vida de todos, eso está incorporado, como está incorporado comer todos los días, dormir. No se nos saca más de la cabeza”.
Pero que la mirada se baje no quiere decir que se pierda. Ana María refleja cuando habla lo que muchos de los vecinos manifiesta en cada asamblea, en cada taller, en cada actividad con los chicos: una identidad consolidada por huellas en donde la historia y la memoria cobran personalidad. Una identidad que se hace desde la fuerza misma de una lucha cotidiana, de hormiga: junto a los chicos y jóvenes, los cirujas, la iglesia, las instituciones y organizaciones que participan, los vecinos, los centros de salud, la escuela, el CAF. Todos luchan mediante redes que se tejen y que interpelan el silencio que, una vez más, el Estado propone como respuesta.
Por eso: nunca está quieto Santa Rosa de Lima.
“Porque se vivió lo extremo, por eso yo creo que hay gente que lucha. Lo extremo, que fue eso. Entonces yo creo que a mucha gente nos fortaleció en la convicción de que hay que pelearla. Que otra vez no. Lo conocimos dos veces, nunca más, basta”, cuenta Ana María. Sin que sea necesaria ninguna pregunta, baja la mirada nuevamente y vuelve hacia su adentro, hacia sus recuerdos y dice lo que los medios no titularon mucho.
¿Por qué?
“Porque desde muchos costados se sofocó la cosa, hubo desde la oposición en el gobierno de Balbarrey todo una tarea de recopilación de documentos, testimonios, y eso se presentó en la justicia, en la Municipalidad, en el Concejo Deliberante, y fue tapado. Entonces nunca más se habló. Corrió guita”.
Es del 2007 de lo que habla. Tan sólo cuatro años después de ese abril. Cuando las lágrimas todavía salían por las noches, mientras las lluvias sembraban pánico, cuando todavía la humedad no había secado del todo. Fue cuando el agua volvió a los barrios.
“Hay una cosa que no se dice. En el 2007 también hubo muertos y de eso nadie habla. Mi vecino se murió en el 2007. Cuando llegó a su casa llena de barro. Porque donde yo vivía tenía un metro y algo de agua, no eran 50 cm, a mi casi me tapaba. Cuando él llegó a la casa y vio otra vez las paredes con ese barro pegajoso y todos los muebles con ese barro pegajoso le dio un infarto. No lo soportó”
¿En qué estadísticas se encuentra ese vecino?
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La mirada de Ana María sube, su mentón se alza cuando de los discursos estatales que esconden entrelíneas se trata. De ayer y de hoy. Cuando refiere al 2003, dispara una acusación que lejos está de ser una hipótesis hacia quienes reprodujeron los discursos que no sólo buscaron desviar el agua, sino también la culpa.
“Paulatinamente, el periodismo hegemónico empezó a mostrar una tendencia peligrosa. ¿Bueno y ahora qué nos enseña la inundación? : Hay que respetar lo que es causal del Salado, algo así como darle al César lo que es del César, hay que darle al Salado sus tierras. Entonces, un poco dar vuelta aquello que nosotros planteábamos, de que somos barrios consolidados, acá estamos desde hace mucho, pretendemos ser defendidos, sino que fuimos nosotros los intrusos, que le robamos el lugar al Salado, eso transmitieron”, dice. Y agrega: “Entonces, como consecuencia de eso, directa o indirectamente se dijo: los barrios se tenían que dejar de joder, no era su lugar, había que salir de los barrios inundados, había que dejarle lugar al salado”
Un discurso que hoy en la ciudad se expresa a través de “la necesidad de la re-ubicación”. Pero no con todos los barrios. Se ve que la mirada siempre está puesta donde las inmobiliarias pueden meter su nariz.
Pero hay algo que tienen en común los discursos estatales de ayer y de hoy – haya o no emergencia hídrica – : Nunca se habla con los vecinos. La única vía de comunicación es mediante una especie de apriete amistoso y unilateral, donde se va y se dice frases sin más que cuatro o cinco palabras. “Hay que escuchar a la naturaleza”. “Pasa que ahora está el agua”. “No pueden estar acá”. “¿Para qué te viniste a vivir acá si sabés que se inunda?. “Es zona inundable, se los va a reubicar”.
Ana María dice que hay dos Santa Fe. “Una está incluida en derechos, uno podrá decir más o menos, pero está incluida, y una Santa Fe que no está incluida en los derechos, y hasta a veces en los mapas estatales”
Con el agua hoy presente nuevamente y en silencio estatal y mediático, la Santa Fe sin derechos no incluye sólo al flanco oeste. El discurso de la reubicación “por culpa de la naturaleza” – que esconde inversiones- hoy les toca a La Vuelta del Paraguayo, Alto Verde, La Costa Santafesina, Playa Norte, Bajo Judiciales… y se podría seguir.
Pero bueno, las catástrofes naturales hay que prevenirlas, por eso hay que reubicar todo, no importa quién, no importa a dónde, no importa cuántos, no importa si se quiere, no importa la historia, la memoria, la identidad. Hay que reubicar, hay que dejar que el río tenga su lugar. Lo dice el intendente, lo dicen los medios, hay que creerles.
Ni los oídos sordos, ni la oscuridad pueden con el fuego
Son trece años los que pasaron del 2003, de que el agua haya entrado, porque las puertas las han dejado abiertas. Han pasado discursos, gobiernos, pero la carpa negra como símbolo de lucha de los inundados, la marcha de las antorchas, los reclamos de los barrios olvidados a propósito, no dan el brazo a torcer. Interpelan, incomodan, presionan, resisten ante el silencio.
En el marco de este nuevo aniversario en la ciudad de Santa Fe, se vivió un clima distinto, no porque haya habido avances, sino porque los barrios volvieron a pisar el barro, a ver que el agua les moje su vida, sus recuerdos, sus futuros.
Algunos teniendo que migrar como un rebaño liderado por poderosos que solo buscan la desocupación para la futura inversión. Se los mandó a “cabañitas” como el intendente José Corral les ha dicho a los módulos de madera de 4 x 4, sin baño, sin ventanas, a la deriva, algunos al lado de los boliches que abren, les ponen música de festejo y les tiran sus residuos, otros junto a la ruta donde las 4 x 4 les pasan, donde los niños juegan mientras miran pasar la vida por el costado.
Por eso es que este año los gritos sonaron dos veces, en dos espacios distintos, pero que se unen en el reclamo ante el silencio de quienes deberían haber hablado. Antes y ahora.
Una red de barrios
El 28 de abril, la red barrial de Santa Rosa de Lima, junto a otros barrios del Este y de la Costa, se plantaron frente al Palacio Municipal, y mediante asambleas, documentos y fuerza colectiva, reclamaron ante las escalinatas donde reposa el intendente de la ciudad José Corral, que la lucha no se calla, que la historia y la construcción de esos barrios no se las va a llevar ni él, ni el agua.
Entre medio de los mates, y de los megáfonos que debatían, una chica de 17 años, hizo callar a todos a su alrededor, y señalando a algunos concejales que se hicieron presentes, resumió en pocas palabras lo que una asamblea llena de gente fue diciendo en toda la mañana.
No le tembló el pulso, ni la mirada al enfrentarse a quienes ella definió como “Políticos que sólo aparecen cada cuatro años en elecciones”.
“Soy Luciana, Tengo 17 años, soy de Santa Rosa de Lima. Yo lo conozco a usted, a usted y a usted. Fueron y pisaron el barrio, porque yo estuve al lado de ustedes y caminaron por donde yo caminé, y eso fue verano, no fue ahora en marzo o abril como dicen. Así llenos de barro caminamos, así llegamos a la escuela con los pies sucios, mojados”.
Luciana no dejó hablar a ninguno de los concejales que salieron a “negociar”. Los miró fijo y los incomodó.
“Nosotros somos los que faltamos a la escuela por no poder salir, y fue horrible, porque ¿quién rinde todo febrero y marzo? ¿Quién deja de tener un futuro? Durante todo el mes de abril fui dos días a la escuela, porque no se ha podido andar, porque están las calles inundadas, las escuelas llenas de agua, hay barriales por todos lados, hemos llegado a la escuela con zapatillas embarradas, y todos nos han quedado mirando. Nos discriminan porque vamos embarrados, y la culpa de nosotros no es. Pero tenemos las calles como tenemos gracias al intendente que está haciendo peatonales y muchas cosas lindas en muchos lados pero se olvida de los barrios”.
Todos los barrios se unen, se pasan el megáfono. Reclaman lo que dice Luciana: que los derechos sean para todos.
“Mi nombre es Agustina, hoy es 28, aniversario del 2003 que nos entró el agua, que el agua nos tapó el techo. Después sufrí otra inundación en el 2007, un metro más de agua, cuando estábamos recuperando lo perdido, otra vez. Entonces esto me indigna, porque estamos totalmente abandonados, por todo el gobierno municipal, provincial y nacional. Nos trae recuerdos pésimos, malísimos, de todo lo que vivimos y en este momento todos tenemos barro en nuestro domicilio, agua, no tenemos luz, se nos corta el agua, nos hacen de todo, estamos totalmente manipulados por esta sarta de sin vergüenza que tenemos, una manga de ladrones con guantes blancos”.
“Ni los chanchos viven como vivimos nosotros, y no es por la naturaleza, ni por la emergencia hídrica, es por el abandono estatal”.
¿Dónde estaba el intendente mientras afuera de su palacio los megáfonos le exigían que aunque sea pida perdón? Estaba acompañando a su nuevo amigo, Mauricio Macri.
Las antorchas iluminan en la oscuridad
Como es costumbre, la llovizna se hizo presente el 29 de abril en la plaza 25 de mayo. Como también se hizo presente el silencio, ese que se escuchaba en el 2003, luego en el 2007, y hoy, de la manera más clara: las luces de la plaza estan cortadas.
Todo es oscuro, no se ven las banderas, las consignas. Es la presencia de un poder estatal que nunca ha cambiado. Demostrando lo que no avanzó: que la Corte Suprema es la misma del 2003, que la causa pasó por todos los jueces y todos se excusaron, que la casta política no se toca, sigue siendo la misma. Pero, esta clara intención de querer desintegrar luchas, no va a poder apagar los fuegos, porque todavía queman, como lo hacen las palabras de quienes integran la marcha de las antorchas, que nunca muere.
“¿Por qué no se hace el juicio político a la Corte?¿Qué es lo que le impide a los políticos, a los legisladores, a los gobernadores que ya pasaron? Están pasando dos de otro signo político de Reutemann. ¿Qué factura tienen que pagar para que no puedan exigir el juicio político a esta Corte, qué se esconde en las tinieblas? Como es lo que han hecho esta noche para invisibilizar la asamblea apagando las luces. Están en la oscuridad para estar protegidos”.
“Pero hoy, este 29, tiene una connotación diferente, porque nos inundan con la indiferencia, con el ninguneo. Corral, el hijo político de Macri, ese Corral también niño rico caído como intendente, mira para otro lado cuando sabe que en la zona de la costa hay chicos que no pueden ir a la escuela, hay gente que no puede salir para trabajar, que en la zona del norte de la ciudad hay gente que quedó aislada, que el oeste sigue aterrado porque tiene miedo, en Santa Rosa de Lima está sanjeada por una obra que nunca se terminó. Y hoy está pensando en arreglar el Boulevard”.
No duele sólo la indiferencia, no duele sólo el silencio ante un día que debería estar en la agenda municipal. Duele que de esa memoria no se haya aprendido, que después de 13 años los derechos siguen siendo para unos pocos. Mientras, la desidia lastima, hace sangrar, va y viene, hace recordar lo que el río puede hacer si no se trabaja junto a él.
“Hoy el intendente Corral nos anuncia el nuevo paraíso de la reconstrucción. Y al mismo, tiempo en voz baja anuncia nuevamente los arreglos de los canteros de Bulevard, el Palermo Hollywood que tiene esta ciudad. Y nos preguntamos ¿Para qué? ¿Esto es necesario en el estado en que está esta ciudad? ¿Qué hay detrás de esto?”, se preguntan los que conforman la carpa negra.
Nadie les responde, y como quienes tendrían que hacerlo no lo hacen, la resistencia se juega con fuego. Y quema: “Basta de impunidad, porque la impunidad hace que nos vuelvan a joder. Basta. Por eso exigimos juicio político a la Corte”.