Por estos días se celebra la Semana de los Pueblos Originarios, y en Rosario se realizan distintas actividades al respecto. Un recorrido por el barrio Toba de la zona sudoeste permite ver el estado real en el que viven las comunidades originarias. Desde el olvido, crece la pelea por los derechos básicos y la resistencia de la cultura histórica.
Por Martín Stoianovich
Los vecinos del barrio Toba de la zona sudoeste de Rosario, en el que vive una de las comunidades Qom de la ciudad, ya contaron sus problemáticas una infinidad de veces. Reclaman al Estado que se respeten los derechos de la comunidad más allá de los discursos diplomáticos. Por estos días, dicen algo que también queda a simple vista: las respuestas no llegaron. La mayoría de las calles están sin asfaltar, la recolección de residuos tiene tan poca frecuencia que permite que los contenedores rebalsen de basura muy seguido, el tendido de luz es precario, no hay cloacas ni agua potable. Este 19 de abril comenzó una nueva semana de los Pueblos Originarios y la agenda municipal agrupó distintas actividades al respecto. “Festejamos pero sin agua”, ironiza Ricardo, referente Qom en el barrio. Pero las preocupaciones no pasan solo por las carencias en los servicios y necesidades básicas, sino también hacen foco en otros aspectos. La supervivencia de la lengua originaria, las prácticas artesanales y otras costumbres típicas configuran una resistencia de la cultura Qom que al paso del tiempo sigue haciéndose cuesta arriba.
En el barrio hay días en donde el agua abunda. Son los días en los que llueve. En los caminos y pasillos de tierra, en las zanjas, en los pozos de las pocas calles pavimentadas que hay, en los potreros que ya parecen piletas y hasta en algunas viviendas. Pero si un vecino del barrio Toba quiere tomar agua, todo se complica. Nunca en la historia del barrio hubo redes de agua potable. Hasta hace unas semanas un servicio de Aguas Santafesinas llevaba las cubas para que se repartieran entre los vecinos. Ahora implementaron canillas comunitarias en distintas esquinas y todo se complicó un poco más. No sólo porque fueron instaladas en espacios rodeados de tierra que casi siempre es barro, o porque también están repletos de basura a su alrededor, sino que además sale sucia. Como consecuencia, los vecinos, junto a las instituciones del barrio, piden que el Estado garantice la dignidad de este servicio indispensable.
Correr a los gobiernos con la Constitución o tratados internacionales sobre los derechos humanos, ya pareciera ser en vano. La Asamblea General de las Naciones Unidas considera al agua como un derecho humano desde que se firmó la Resolución 64/292 el 28 de julio de 2010. Para los pueblos originarios, que desde la llegada del “hombre blanco” viven en permanente resistencia, los artículos de la constitución son relativos. Son los pueblos indígenas y sus descendientes, los mal llamados aborígenes, los que sufren en gran mayoría – pero también como parte considerable de la sociedad – el trabajo precarizado y esclavizante, o simplemente el desempleo afrontado con changas o cirujeo. Así lo describe Ricardo sobre la comunidad Qom en Rosario.
Los pueblos originarios tambalean entre el olvido y el uso que los gobiernos hacen de sus banderas para decorar la agenda oficial. Pero la memoria siempre pisa fuerte y todavía retumban las palabras del ex gobernador Hermes Binner en 2013, cuando intentó explicar – en un programa radial conducido por el periodista Toti Passman – que la pobreza de las grandes ciudades como Rosario se debe a la llegada de ciudadanos de otras regiones del país y del continente. En ese grupo al que se refirió Binner entran las comunidades indígenas que viven en Rosario. Y, como tales, respondieron. Fue Ofelia Morales, otra referente Qom en la ciudad, la que se plantó en una conferencia de prensa realizada para repudiar los dichos del ex gobernador e intendente rosarino. “La pobreza actual que hay en el país, en Rosario o en cualquier parte, es la pobreza financiada y hay que erradicarla elaborando políticas públicas serias con la participación de los miembros de los pueblos para el desarrollo económico, cultural, político y social”, decía Ofelía a pura contundencia.
La pobreza es palpable en la ciudad, y en barrios como el Toba queda de manifiesto el estado en el que viven muchas familias. Al barrio sólo llega la línea 110 del transporte público, por lo cual muchos puntos de la ciudad quedan a distancias inalcanzables para los vecinos. Los espacios públicos para el piberío están en un real estado de abandono. Una estructura de hierro despintada, que supo ser una hamaca y ahora está totalmente desmontada, pinta el paisaje. Los pibitos juegan con lo que hay a mano, como las carretillas que también usan para trasladar la basura.
Por Aborígenes Argentinos, la principal calle del barrio, y una de las pocas asfaltadas, caminan pibes revolviendo basura o jalando bolsas con pegamento. Hacia uno de sus extremos, la calle lleva a la Escuela primaria 1380 y al Centro de Salud Libertad. Para el otro lado, conduce a un asentamiento precario que fue creciendo en los últimos dos años hasta llegar a albergar a doscientas familias. Allí se vuelve más crudo el panorama. Después de pasar un angosto pasillo que lleva al interior del asentamiento, hay un pedazo de tierra grande por el cual andan los vecinos. “Hoy está transitable”, dice un hombre mientras camina por los pocos pedacitos de tierra que quedan sin agua después de las recientes y continuas lluvias. No está transitable. Pero a comparación de otras veces sí, porque los días en los que llueve es todo agua. “Habría que pasar con canoa”, agrega este vecino.
Entre el barro y las casillas de chapa, por donde también se mete el agua, los vecinos se paran, hablan, y dan su testimonio que siempre concluye en la esperanza de que el Estado se haga cargo de la situación. A lo lejos, una bandera amarilla con los nombres de los dirigentes provinciales del PRO cuelga de un tejido como muestra del olvido sólo interrumpido en tiempos de elecciones. En la comunidad Qom hablan constantemente de promesas incumplidas.
Por la resistencia propia
Los pueblos originarios se convencen de que la forma de torcer la realidad que la ciudad de Rosario les ofrece es fortaleciendo la cultura y costumbres de las distintas comunidades. Así, las herramientas políticas y culturales se heredan por generación y, por lo menos, se sostiene la convicción de seguir exigiendo sus derechos. En este plano, se pone en juego lo que queda para niños, niñas y jóvenes de la comunidad.
Para los Qom del barrio Toba es fundamental la preservación de la lengua originaria, y aquí se abre la puerta a otra lucha histórica. Ricardo, que es Agente Sanitario del Estado provincial, cuenta que entre la secundaria y la primaria del barrio sólo hay cuatro maestros bilingües que dan clases una hora por semana cada uno. “Hay que empezar a fomentar la verdadera promoción de la cultura, no hay una real inserción dentro del sistema educativo”, dice. “Puede ser que haya agentes sanitarios, maestros bilingües, pero si no hay una estructura que pueda tener un impacto más beneficioso para las futuras generaciones, de qué políticas estamos hablando”, apunta el referente.
Ricardo también es tutor del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, cargo a través del cual acompaña a jóvenes que están terminando sus estudios secundarios para prepararlos al ingreso de carreras universitarias o terciarias. “Tratamos de trabajar los principios de la cultura de la comunidad para que lleguen con un pensamiento más fortalecido, proponer otro tipo de pensamiento”, dice el referente, contando que de esa manera se busca que el sistema educativo tradicional “no aísle ni absorba” a los jóvenes de la comunidad. En este rol, por estos días acompaña a quince pibes y pibas que andan por distintas carreras como Enfermería, Magisterio, Antropología y Psicología.
“Con todos los problemas que existen en el barrio, tratar de sostener la identidad y la cultura se vuelve algo mucho más complicado desde la política que propone este sistema de gobierno. Es remar contra la corriente y con la manos”, dice Ricardo. “Tratamos de instalar la lucha para que realmente hablemos de otras cosas. Pero no se alcanzan a dimensionar las grietas culturales debido a la desigualdad de discusión, y si uno no se prepara para discutir a los gobiernos se va a quedar en la esquina jalando una bolsa”, apunta. De esto se trata entonces, de que las generaciones jóvenes fortalezcan la cultura adentro de las instituciones estatales. Ricardo como trabajador, los pibes como estudiantes, y así lograr imponer las condiciones de vida que, por derecho propio, deberían estar al alcance de todos. La desigualdad termina por afectar a todos los lazos sociales, y es ante este panorama que a la pelea de la comunidad se unieron trabajadores estatales de la educación y la salud, agrupados en gremios como Amsafé, ATE y Siprus, que conformados en una multisectorial intentan replicar las demandas para que puedan ser oídas por las autoridades municipales y provinciales.