Por Santiago Bereciartúa*
Comienzo lo que pretendo sea una colaboración duradera para este medio, abordando un tema complejo y por demás de desafiante: decir algo sobre este 24 de marzo y sus 40 años, sin caer en lo trillado, en lo redundante.
¿Resta algo por decir en cada nuevo aniversario de la dictadura más atroz que atravesó nuestro país? No lo creo. Pero en este brete de no querer repetir, resuenan las voces del pueblo que hizo propia la historia que comenzó para unas pocas, pero que se propagó como cuento de abuela para ser apropiada por una amplia mayoría.
Y tal es así, que de estar personificado en unas pocas viejas tozudas movilizadas por el amor de madre que todo lo puede, el deseo de “memoria, verdad y justicia” se convirtió en política de Estado. Sí, el mismo Estado que perpetró los crímenes más cruentos que puedan existir, pidió perdón y se está encargando desde hace años de reparar a sus víctimas por tanto sufrimiento.
Lo que aquí aparece como algo “normal” por su justeza, es un hecho totalmente infrecuente para la historia de las calamidades humanas en todo el mundo. España, por traer un ejemplo cercano de la “madre patria” (entiéndase la ironía), ni siquiera pidió perdón por los crímenes del Franquismo (mucho menos enjuiciar responsables o dejar que nosotros los enjuiciemos), y el partido que aglutinó a los hijos de Franco y la Falange (PP), gobierna alternadamente con el PSOE que supo ser pero que ya no es: socialista y obrero. Ambos, junto a otros, sellaron una transición que modificó el ropaje jurídico pero que garantizó la impunidad, y en muchas aristas, la continuidad del régimen.
Seamos claros. Que un país enjuicie a los responsables de sus dictaduras, con los tribunales ordinarios de su país y con sus leyes comunes junto al Derecho Internacional, no ocurre en el mundo. Al menos con esta dimensión.
Sería injusto intentar nombrar a todxs lxs que construyeron este “nunca más”, pero sin dudas no habría sido posible sin las Madres, las Abuelas, H.I.J.O.S, familiares y sobrevivientes, los Organismos de Derechos Humanos, y parte del poder político adepto que tomó el “testigo” entregado por su pueblo y cristalizó las premisas en hitos como la CONADEP, el juicio a las Juntas, la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el Banco Nacional de Datos Genéticos, la CONADI, y los Juicios de lesa humanidad por todo el país.
Se transformó en Política de Estado, y el propio presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, aseguró en agosto del 2010: “La decisión de llevar adelante los juicios de lesa humanidad es una decisión de toda la sociedad. No hay marcha atrás porque es una idea que ha madurado, y no hay más poderoso que una idea a la que le llega su tiempo. […] Los juicios de lesa humanidad no dependen de una coyuntura, ni de una elección, ni de la decisión de una persona que esté en el gobierno. Están hoy dentro del contrato social de los argentinos y forman parte del consenso básico que tiene la sociedad”.
El desafío ahora está en que este tren no se detenga, que siga avanzando, y que continúe juzgando a los titiriteros, porque de títeres estamos casi llenos. Para tirar el dato novedoso que siempre es bueno incorporar en cada artículo, en estos momentos estamos en etapa de alegatos en un juicio de lesa humanidad que se desarrolla en ciudad de Santa Fe, en el que se investiga –entre otros casos- la apropiación de Paula Cortassa Zapata (hoy María Carolina Guallane) y en el que Abuelas de Plaza de Mayo busca la primer condena en Argentina para un juez responsable del delito de apropiación de bebés en cabeza de Luís María Vera Candioti, y también la condena a 15 años de prisión común y efectiva para los integrantes de las fuerzas de seguridad Juan Calixto Perizzoti y Carlos Enrique Pavón. Como ven, resta mucho por hacer y avanzar contra el poder judicial que pretendió dar ropaje legal al genocidio, y contra los civiles y empresarios también responsables intelectuales de lo vivido.
Como dijimos, buscamos afianzar la justicia, y para ello “la memoria y la verdad” son herramientas ineludibles. “Nuestros juicios” fijan posiciones ante la historia y educarán a las generaciones futuras. Como hemos dicho desde HIJOS, “estos juicios forman parte de un proceso de democratización, cuyo objetivo fundamental debe ser alcanzar en la sociedad un nivel de consenso significativo acerca de los valores que deben dar sustento a la comunidad, en consonancia con el sistema democrático de gobierno… Estos juicios no implican únicamente la realización de una necesaria justicia penal. Creemos que estos procesos significan también un importante ejercicio de memoria histórica y colectiva.”
Dice Elizabeth Jelín en su artículo: “¿De qué hablamos cuando hablamos de memorias?”: “El conocimiento y la información sobre el pasado, sus huellas en distintos tipos de soportes reconocidos, no garantizan su evocación. En la medida en que son activadas por el sujeto, en que son motorizadas en acciones orientadas a dar sentido al pasado, interpretándolo y trayéndolo al escenario del drama presente, esas evocaciones cobran centralidad en el proceso de interacción social”.
Los juicios sirven para eso -entre otras funciones-, para que a través de conocer la verdad histórica y traerla al presente, se le da sentido a lo ocurrido, a fin de pagar la deuda que tenemos con los que no están pero estuvieron (en términos de Paul Ricoeur en su libro “La memoria, la historia, el olvido”).
Por eso no sólo importa identificar y sancionar a los penalmente responsables, sino también, en palabras de Stanley Cohen, “socavar el discurso político que permitió la connivencia, el silencio y la indiferencia (…). Debería realizarse un examen profundo de las negaciones públicas del pasado: todas las técnicas de neutralización, excusas, justificaciones y clichés de los espectadores”. (Exhumar tumbas, abrir heridas. Stanley Cohen). (Fragmento del alegato de HIJOS, causa Díaz Bessone, 2013).
Como vimos, la justicia cumple un rol muy importante en esta etapa de nuestra historia, siendo la principal garante de la no repetición. Y aunque todos los valores que le asignamos no existieran, igual importaría su presencia por ser esta el último poste –enjabonado- al que se abrazaron muchas víctimas y familiares en la búsqueda de la justicia, quizás como único anclaje a este mundo, esperando vivir lo que hoy tenemos.
“… Se juzgaron a los jefes de las juntas militares, esto es lo que nos mueve a venir a declarar para que la justicia diga algo. No nos mueven el odio ni la venganza, si nos mueve el dejar a la juventud una sociedad que esté clara, en la que haya una línea de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, por dónde pasa el bien y el mal”. (Víctima M.C. en juicio Feced II)
“Yo quiero decir que durante todos estos años, todos estos años de impunidad, muchas noches he pasado insomne, recordando esas noches… con esa mano que es una promesa y que por eso estoy acá. Y estoy acá porque creo profundamente señores Jueces que la justicia tiene que ser esto… Tiene que servir para que los jóvenes vivan un país distinto, para que creamos en otra cosa. Porque si no, no hay manera de juzgar a cualquier ladrón, a nadie, si estos crímenes quedan impunes”. (Víctima A.M.F. en juicio Feced II)
Releo lo escrito por última vez. No encuentro nada novedoso. Quizás sea más loable reafirmar lo conseguido que buscar sorprender. Al que se siente embaucadx, se le devuelve el dinero en boletería.
*Abogado en causas por delitos de Lesa Humanidad.