Los contextos de recesión económica con pérdida de empleo y poder adquisitivo de salarios generan mayor demanda hacia aquellas que –por la asignación de roles de género- sostienen el hogar: la necesidad de salir a buscar ingresos y de estirar cada peso se agravan con la mayor dedicación a tareas de cuidados que antes podían delegarse.
Por Sonia Tessa
Es como un castillo de naipes: una carta que se cae es la pérdida de empleo de algún integrante de la familia. Ese movimiento genera otros: si es un hogar obrero, la mujer que lleva adelante la casa deberá salir a buscar trabajo, o más trabajo, generalmente precarizado, deberá idear mil y una estrategias para que la familia pueda tener algo en la mesa día a día. Se ofrecerá para cuidar chicos, ancianos o enfermos, cocinará para vender, saldrá a la calle a ofrecer eso que cocinó, tratará de conseguir horas como empleada doméstica, la ocupación más informal de todas, que emplea a un 97 por ciento de mujeres. Si ese movimiento fue en un hogar de clase media, lo primero que decidirán es prescindir –justamente- de la empleada doméstica. O reducirle las horas. En la casa de quienes tenían un auto, viajaban, mandaban a sus hijos a escuelas privadas, habrá un ajuste que repercutirá en el tiempo y la vida de todos, pero más que nadie de las mujeres, obligadas a asumir las tareas de cuidado y organización doméstica que antes podían delegar. Pero ese movimiento repercutirá aún más fuerte en la casa de aquella que iba a trabajar todos los días, sin vacaciones ni aguinaldo. Cuando le reducen el salario o la despiden, la situación será más dramática aún: sus hijas e hijos deberán seguir alimentándose, ir a la escuela, si se puede, y ella es quien asume esa responsabilidad, sin escapatoria. Incluso para toda la comunidad, colaborando con comedores comunitarios, yendo a pedir lo que haga falta.
Las cifras de feminización de la pobreza son elocuentes: un informe del Ministerio de Trabajo de la Nación de junio de 2014 estableció una brecha salarial del 25 por ciento entre varones y mujeres (ellas ganan un cuarto de salario menos que los varones por igual tarea) y también tres puntos más de desempleo (entonces, el desempleo total era un 8,5 para mujeres y 5,6 para varones). Además, las mujeres tienen mayor posibilidad de trabajar en negro: el 60 por ciento de puestos de trabajo no registrados los ocupan mujeres.
Las cifras de feminización de la pobreza son elocuentes: un informe del Ministerio de Trabajo de la Nación de junio de 2014 estableció una brecha salarial del 25 por ciento entre varones y mujeres (ellas ganan un cuarto de salario menos que los varones por igual tarea) y también tres puntos más de desempleo (entonces, el desempleo total era un 8,5 para mujeres y 5,6 para varones).
Esos datos van más allá de los números. Tienen carnadura en la vida de cada una. Buscar precios, encontrar el lugar adonde se pueda comprar lo básico y lo necesario, encargarse incluso de pedir fiado, se convierten –por la distribución de roles socialmente asignados- en temas de ellas. Pero también pasa que, cuando nadie en el hogar puede encontrar empleo, son el último retén de la familia antes de caer en el abismo. “Las mujeres son especialmente afectadas en los procesos de ajuste económico, principalmente porque la pérdida del poder adquisitivo de los salarios que ingresan a la familia por medio de procesos inflacionarios o directamente la pérdida de empleos o el retiro de programas de seguro social o de promoción de derechos vía transferencia monetaria, obliga a desarrollar estrategias de maximización elástica de ingresos insuficientes, es decir aumenta el trabajo doméstico y de cuidados porque muchos de los bienes y servicios que se compraban o contrataban son sustituidos por manufacturación hogareña”, explicó Silvia Lilian Ferro, historiadora, doctora por la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, profesora de Universidad Federal para la Integración Latinoamericana (UNILA) y autora de La Tierra en Sudamérica y Estructura y propiedad de la tierra en el Mercosur.
A modo de ejemplo, expresó: “Si más integrantes del grupo familiar trabajaban o si sus ingresos eran suficientes para sostener al grupo familiar y comprar comida entre otras cosas, en etapas de ajustes esa comida o cualquier otro bien básico que se compraba vuelve a ser realizada en el hogar y las mujeres aun conservando sus ingresos monetarizados en trabajos remunerados fuera del hogar tienen que incrementar el trabajo doméstico simultáneamente”.
El análisis de Ferro toma varias aristas del ajuste. “Otro efecto directo es que aquellos hijos e hijas que por edad o actividades se independizaban del hogar, en etapas de ajustes vuelven y otra vez generan sobrecarga de trabajo doméstico en las mujeres. Asimismo en los hogares con mayores con enfermedades crónicas que podían ser atendidos profesionalmente en centros adecuados y por ende rentados, generalmente vuelven a ser atendidos por las mujeres al no poder costearse tratamientos o cuidados paliativos. Así es como esa demanda incrementada de tiempos de cuidados y de trabajo doméstico muchas veces terminan alejando a las mujeres de los cuidados de su propia salud”.
Lo primero que pierden algunas mujeres es tiempo. “En sectores medios, por ejemplo, comienza una sustitución de actividades de ocio y esparcimiento que disminuye la sociabilidad de esas mujeres, sobre todo aquellas mayores que aun teniendo ingresos por jubilaciones o pensiones deben dejar de viajar o de realizar actividades sociales que requieren gastos y porque también asumen actividades de cuidado de sus nietos por pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios o de empleo remunerado de hijos e hijas. Es decir son muchas demandas de trabajos de cuidados y trabajos domésticos que se incrementan porque sistémicamente el trabajo no remunerado de las mujeres absorbe las precariedades, las pérdidas de valor de los salarios, las inestabilidades del mundo del empleo remunerado y también absorbe el retiro del Estado de la provisión de bienestar social a través de transferencias monetarias en programas focales específicos. Además de la disminución de los fondos públicos que sostienen el tejido de prestaciones del seguro social. En suma, las mujeres estiran sus jornadas de trabajo doméstico y de cuidado así como de manufacturación hogareña hasta el extremo de la elasticidad en un contexto de restricciones de tiempo y de dinero”, explicó la investigadora.
En la Argentina, una encuesta sobre trabajo doméstico no remunerado realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos en julio de 2014, determinó que las mujeres tienen un 88,9 por ciento de participación en estas tareas, a las que dedican 6,4 horas diarias, el doble que el promedio dedicado por los hombres.
El tiempo de las mujeres es expropiado. Ferro señala: “El día tiene solo 24 horas para ambos sexos y los precios de los bienes básicos frecuentemente están cartelizados por oligopolios que determinan valores por encima del nivel de salarios en contextos de ajuste recesivo y es por ello que la tensión entre las expectativas de consumo y bienestar de la familia en contraste con restricción de ingresos es colocada encima de los tiempos y energías de las mujeres”.
No se trata de conceptos sino de cómo transcurre el día a día de millones de personas. Para la ex subsecretaria de Economía Solidaria, Susana Bartolomé, las mujeres de sectores populares “siempre están en crisis con la economía del hogar, están acostumbradas a ser cuidadoras, están acostumbradas a cuidar el pesito, a sacarle el dinero al marido para que no lo gaste en otra cosa, y así poder comprar el pan y la leche”. Por eso, la capacidad de sobreponerse es “una habilidad que deviene de su roles de género”.
La inflación afecta –más- a las mujeres. “Tienen que dedicar más tiempo a la búsqueda de productos con buenos precios, no pagar demás, etc. Y que realmente puedan llegar a hacer de comer”, describe Bartolomé.
Celsio Moliné, coordinador del Mercado Popular La Toma de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, escucha a las clientas que llegan al local de Tucumán 1349. Ellas son las que deben paliar los efectos de la inflación para garantizar la alimentación de toda la familia. Así, sustituyen productos, caminan más para encontrar mejores precios, y se las ingenian para poner algo en la heladera. “Nos cuentan que les cuesta más conseguir precios y son ellas las encargadas de garantizar la alimentación familiar con el mismo ingreso y mayores precios”, dijo Moliné.
En el barrio Nuevo Alberdi, Gabriela Alacid también percibe los efectos de la crisis sobre las mujeres de los barrios populares: “La realidad en el barrio es que muchas veces las mujeres son las que tienen que administrarlo, el varón está muchas horas laburando, y es a veces la que más lo sufre en términos de darse cuenta de cómo van subiendo los precios y, por ejemplo, la cuota del jardín para los chicos”. Alacid advierte que en los barrios “están volviendo a una nutrición muy complicada, con mucho hidrato de carbono, cero carne, con guisos aunque hagan mil grados. Se está volviendo al guiso de fideos, a la papa, a la polenta como base. Es la mujer la que tiene que parar la olla”.
Justamente, Ferro considera que “en el caso de las mujeres de sectores populares hay que adicionar a todo lo dicho anteriormente la dimensión comunitaria, ya que son ellas las que ademas de lo doméstico asumen la organización comunitaria, por ejemplo para sostener la alimentación de la infancia más vulnerable del barrio, las colectas solidarias para asistir enfermos y hasta para resolver carencias en la infraestructura educativa por descenso de inversión pública en educación primaria y secundaria, como son las cooperadoras escolares”. Toda esta sobrecarga se sostiene sobre los estereotipos y mandatos sociales que mandan a las mujeres a “sacrificarse” por su familia, y a “brindarse” por amor. “Muchas veces estas mujeres son llamadas a ejercer tareas y funciones generando recursos exiguos o realizando trabajos comunitarios de competencia estatal. Las interpelan desde los estereotipos de género del altruismo generosidad y de cuidados de los otros. Los estereotipos de género son funcionales para obtener más trabajo gratuito de cuidados extendiéndose del ámbito familiar al ámbito comunitario. También se incrementa en estos sectores el trabajo cuentapropista como vender bienes y servicios básicos como comida y servicios de cuidado que muchas veces retiran a este colectivo de las oportunidades de incremento de su escolarización y por ende de su empleabilidad formal”, describe Ferro.
La opción de bajar los brazos no parece inscripta en el horizonte de posibilidades de ellas. “Las mujeres tienen muchos más recursos para enfrentar los ajustes económicos, en el sentido de ponerle el pecho, de salir a pelearla, de buscar debajo de las piedras los recursos, de buscar nuevas alternativas. En 2001 quienes salieron a la calle y salieron a hacer dulces cuando no lo hacían antes fueron las mujeres… mientras los hombres se deprimían”, consideró Susana Bartolomé, que formaba parte de la Secretaría de Promoción Social municipal en el momento más álgido de la crisis.
“Las cosas están cada vez más caras, es imposible lo que están subiendo los precios, y cada vez tenemos más personas en lista de espera para el comedor. Damos el almuerzo a 156 personas y ahora tenemos 40 más anotados. Y con el aumento de los precios ya no podemos darles el postre que les damos”, contó Ana López, dirigente del Movimiento Evita que lleva adelante el comedor comunitario Tupac Amaru, en Barra y Arévalo, en un sector del barrio Ludueña.
Pero también en iniciativas que –por ahora- tienen más raigambre en la clase media, como es la Misión Antiinflación que lleva adelante el Partido de la Ciudad Futura, hay mayor participación de mujeres en una tarea comunitaria como es organizar compras directas de consumidores a productores para evitar que la intermediación cargue los precios. “En la misión se ve mayor porcentaje en una población joven, y dentro de esto, hay mayor participación de mujeres. El dato que vemos con mayor fuerza, cuando vas a las entregas, es que los participantes son menores de 40 años, hay muchos estudiantes. Lo que es muy notorio es que la gran mayoría de coordinadoras de círculo son mujeres”, contó Caren Tepp, concejala de Rosario y una de las impulsoras de la Misión Antiinflación. Las coordinadoras organizan los pedidos de modo que cada cual reciba lo que necesita. Luego, en las entregas de mercadería, la proporción entre hombres y mujeres es pareja. Tepp sostiene que “hay un alto porcentaje de mujeres participando detrás de escena, en la búsqueda de productores, el armado de pedidos. Es verdad que nuestra militancia es mayormente femenina, que masculina, un 70 por ciento de los que llevan adelante el proyecto (de Ciudad Futura) son mujeres”.
(Foto principal: Juliana Faggi)