A diez años de sus primeros pasos, la cooperativa extendió sus ramas más allá del espacio físico, y la comunidad toba del barrio Empalme Graneros continúa generando proyectos para la inserción laboral y cultural. Actualmente sostienen una fábrica de ladrillos, también procesan nylon y plástico.
Antonia va y viene, carretilla en mano, recoge basura y la lleva a los contenedores. Lleva años sobreviviendo con casi nada. Maniobra el rastrillo y barre miserias. Junto a varios vecinos ponen el hombro y delinean esperanzas, trabajan para mejorar las condiciones de vida en el barrio. La señora apoya el rastrillo y nos señala dónde queda la cooperativa, en su cara se traslucen años de pobreza y de fortaleza para seguir adelante.
Con paredes y techos de chapa, decenas de casillas resguardan la historia y el presente de unas trescientas familias, venidas en su mayoría de la provincia de Chaco. En la esquina de J. J. Paso y Travesía, cada pausa del semáforo revela la niñez maltratada de montones de chicos.
Para transformar esta realidad, desde hace ya diez años, integrantes de la comunidad toba del barrio Empalme Graneros, sostienen a fuerza de paciencia y esfuerzo, la cooperativa de trabajo “La Constructora”. En esta entrevista Leonardo Barreto, actual presidente de la institución, recorre con enREDando estos años de trabajo y “malabares” para sostenerse en pie, para superar las trabas económicas y culturales.
Leonardo recurre a una metáfora para sintetizar las ramificaciones que fueron brotando a partir de los proyectos generados en la institución: “La cooperativa es como el centro del árbol y las ramas fueron creciendo. Yo creo que eso es lo que le sigue dando vida, aunque en este momento no tenga actividad adentro del predio físico. Todo lo que hoy estamos haciendo en aquellas ramas es producto de lo que en un primer momento nos propusimos”, destaca y continúa diciendo: “Hay organizaciones que terminan secándose sin dejar crecer estas ramas, a nosotros nos costó dejar que crecieran. No hay que cortar los gajos, esto tiene que ver con la visión que va más allá de las cuatro paredes de la institución. Nuestra visión siempre es la comunidad, las decisiones se analizan y se toman sobre esa base”, opina mirando el barrio.
Extendiendo posibilidades
“Una de nuestras misiones era generar fuentes de trabajo, darle desarrollo a la comunidad, que la institución sea una herramienta, que realizara todas las gestiones posibles para lograrlo, y de alguna manera se han cumplido esos objetivos”, expresa. Con un dejo de nostalgia el referente barrial recuerda los momentos en que la casita de la cooperativa estaba repleta de gente esperando ser atendida por los médicos. Nos cuenta que una de las primeras acciones de la organización fue lograr la atención para un importante número de vecinos.
Leonardo explica que, aunque la demanda era muy fuerte, desde el municipio les decían que técnicamente la atención estaba cubierta a través del Centro de salud J. B. Justo. “La gente de la comunidad no está acostumbrada a ir al choque ni a la discusión cuando tiene una necesidad, las mujeres son más calmadas, y suele pasar que viene otra gente y les quita los turnos”, comenta. Por cuenta propia consiguieron dos médicas clínicas y una odontóloga, consultorios que se sostuvieron durante dos años.
Posteriormente, a través del Presupuesto Participativo (PP) obtuvieron recursos para reacondicionar un salón que está ubicado en el centro de la comunidad, crearon allí una posta Sanitaria. “Ahora se están dando talleres, la gente de Cruz Roja brinda capacitaciones, hacen un muy buen trabajo de prevención, entregan materiales para purificar los pozos negros, le consiguen a la comunidad escobas, bolsas de residuos, guantes para recoger la basura. Un grupo de chicos del barrio que son promotores en salud, acompaña a la Cruz Roja”, comenta.
La accesibilidad a la educación fue otra de las instancias posibilitadas desde la institución, en sus comienzos promovieron espacios de apoyo escolar y alfabetización para adultos. El año pasado en la cooperativa se instaló unTelecentro Comunitario de Informática (TCI), Nodo Tau viene acompañando desde hace años dicho proyecto de inclusión digital.
Dentro de los emprendimientos laborales actualmente sostienen una fábrica de ladrillos y procesan a máquina nylon y plástico. “Hacemos el proceso de agrumado del nylon, al plástico se lo muele y tritura, y ese material recuperado se le vende a las fábricas que tienen algún producto final como baldes de albañilería, fratachos, calefones, escobillones, lo usan como materias primas. Al no tener en la comunidad títulos de propiedad de la tierra no nos pueden bajar líneas de atención trifásica, ahora logramos ponerla a funcionar en un galpón que está en Paraguay al 6000, nos trasladamos para allá, hay 6 personas trabajando”, comenta Barreto.
¿Cómo está el barrio?
Leonardo hace casi 17 años que vive en Empalme Graneros, vino a Rosario en busca de un horizonte un poquito mejor que el de su Chaco natal, como la mayoría de sus vecinos. “De diez años para acá, al menos en esta comunidad, no hemos notado grandes migraciones, sí la visita de muchos parientes nuestros que van y vienen. Algunas familias se han vuelto al Chaco, no podemos hablar de migración porque el lugar está saturado, no hay más espacio. El leve aumento es de los hijos que se instalan con sus propias familias, que han tomado las tierras de acá en frente. Ahora se está dialogando con el Estado por esas tierras y por un futuro Plan de Viviendas”, dice Leonardo no muy convencido de los dichos oficiales, aclarando el valor legítimo que los pueblos originarios le dan a la palabra.
“A muchos referentes de la comunidad que han luchado tanto por este espacio, los distintos gobiernos les fueron dando la palabra para mejorar las condiciones, y cuando pasaron a ser funcionarios se olvidaron”, reflexiona y continúa diciendo: “Nuestros líderes siempre creyeron, culturalmente para nosotros la palabra es un documento, ellos siempre se guiaban en base a palabras. Eso también hizo que se afectara la confianza de nuestros líderes al interior de las comunidades”.
Otra de las luces en el camino de la cooperativa es el minucioso trabajo contra la discriminación cultural y la automarginación. “Con la toma de los terrenos de acá enfrente, volvió a fortalecerse ese círculo de automarginación, lamentablemente los vecinos de alrededor comenzaron a hacer marchas en contra de la comunidad. No quieren que haya más villas porque les desvaloriza los terrenos”, cuenta con dolor Leonardo, dejando entrever el retroceso social a prácticas arraigadas hace cinco siglos. “Nadie quiere vivir en una villa, lamentablemente nosotros no tenemos las mismas oportunidades, y no porque no queremos, sino porque no se nos dan. Es algo muy fuerte lo que nosotros vivimos acá, todavía en este siglo tenemos que vivir estas cosas, si esto no es discriminación, ¿entonces qué es?”, se pregunta.
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