Hoy se nos refresca la memoria para que con ella se nos refuerce el alma, aún cuando nuestra alma está adolorida y a ese dolor le podríamos dar un nombre: Ayotzinapa.
Hoy también se nos refuerza el espíritu para que a la vez se nos oxigenen nuestros pensamientos, incluso ahora que esos pensamientos están medio nebulosos de tanta indignación, y esa rabia se puede manifestar en un número: 43.
Hoy nos damos permiso para mirar atrás, sólo un año atrás, so riesgo de caer en llanto al no dar crédito de cómo en ese lapso de 365 días se puede condensar tanta miseria, tanto sufrimiento y tantas voluntades dispuestas a perpetrar esa penuria sobre nuestros pueblos, nuestra gente, nuestra raza.
Hoy nos enfocamos a reflejarnos en un espejo, que puede ser el de la hermandad o el de la indiferencia. Si es en el primero puede ser que estamos en un sendero en el cual seamos capaces de romper con las barreras que impiden que nuestros pueblos se hermanen, y al pasar esa valla nos estaríamos dando la oportunidad de entender que ninguna lucha vale si se hace aislada. Si nos reflejamos en el segundo espejo me temo que seguimos siendo fieles a legitimar la desigualdad que sostiene este sistema.
Hoy nos damos cuenta que el enemigo es grotesco, es monstruoso, multicéfalo, y sobre todo no tiene escrúpulos, no rige sobre la vida, sino sobre la muerte. Por eso nos obliga a darnos cuenta que debemos crecer y ser fuertes para poderlo combatir, porque, ahora que nos percatamos que no estamos en condiciones de ganarle, debemos caer –entonces- en la cuenta que no podremos crear esas condiciones de victoria si seguimos desunidos/as.
Hoy nos damos permiso de llorar con todo el México de abajo, y a la vez recibimos tiernamente en arropo de toda América Latina, porque cada lágrima derramada por nosotros/as de parte de alguien de nuestra Patria Grande Latinoamericana es un cobijo a nuestra alma y una sacudida a nuestra conciencia como personas que nos decimos humanas… además, es la gran oportunidad de “globalizar la resistencia”.
Hoy nos disponemos a no tener miedo, porque –como dicen los y las zapatistas- el miedo nos empequeñece, y hoy queremos demostrar lo grandes que somos, lo unidos/as que podemos estar y lo capaces de postrarnos al lado del otro o la otra sacándonos esos estúpidos prejuicios de raza, condición social, linaje, sexo o nacionalidad. La única frontera que deseamos levantar es a quienes nos quieren ver morir y/o desaparecer.
Hoy más que nunca debemos hacer ese ejercicio ético de entender a quienes están sangrando el dolor en carne propia, y unificarnos con esos padres y esas madres que están buscando vida y confrontando a este sistema que sólo ofrece muerte. Como ellos y ellas tendremos que convertirnos en militantes de la vida y armarnos con la fuerza del amor. También podríamos entender a aquellos y aquellas que sufrieron la muerte declarada de algún familiar en cualquier geografía del mundo y ahora honran su alma construyendo justicia popular. Igualmente podríamos contagiarnos un poco de esa digna rabia que los diferencia de la lógica del capital, de esa que nos trata como mercancía y que piensa que una vida puede ser indemnizada, que el dinero puede callar su clamor de dolor y coraje… pero sépanlo bien: con la sangre de nuestros caídos y caídas no se negocia.
Hoy tenemos la obligación de entendernos parte de esa América india, africana, inmigrante, desplazada, oprimida… saber en dónde nos encontramos es el paso para saber a quién y desde dónde nos tenemos que enfrentar.
Hoy, nos damos cuenta que no estamos todos/as, pero sólo luchando es como podremos traer a quienes nos hacen falta.
Hoy nos vuelve a resonar el 43 y nos pesa pronunciar el nombre Ayotzinapa, pero a su vez nos damos cuenta que si hoy la pena duela más, la lucha se contagia al doble.
Hoy… contagiémonos 43 veces de esas ansias activas de JUSTICIA…
¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!