Chavez presente
Por Pablo Bilsky
“Ceñido por la última prueba, piedra pelada de los comienzos para oír las inauguraciones del verbo, la muerte lo fue a buscar. Saltaba de chamusquina para árbol, de aquileida caballo hablador para hamaca donde la india, con su cántaro que coagula los sueños, lo trae y lo lleva. Hombre de todos los comienzos de la última prueba, del quedarse con una sola muerte, de particularizarse con la muerte, piedra sobre piedra, piedra creciendo el fuego. Las citas con Tupac Amaru, las charreteras bolivarianas sobre la plata del Potosí, le despertaron los comienzos, la fiebre, los secretos de ir quedándose para siempre (…) Nuevo Viracocha, de él se esperaban todas las saetas de la posibilidad y ahora se esperan todos los prodigios de la ensoñación”, escribió José Lezama Lima en 1968. Se refería a Ernesto Che Guevara, y hoy sus palabras, con nueva lozanía, entregan renovados significados.
Luego de ganar su primera elección presidencial, en diciembre de 1998, Hugo Chávez aseguró que el Estado venezolano arrastraba “una deuda histórica con los excluidos”. Prometió saldarla. Y cumplió. Este hecho, tan simple en apariencia, es un parte aguas histórico, y marca un antes y un después en la historia de Venezuela y de América latina. Nadie había hecho nada parecido antes. Nunca. Por eso, el legado de la Revolución Bolivariana supera la muerte de Hugo Chávez.
Es muy pronto para imaginar la dimensión que el legado de Chávez adquirirá en la historia. Falta perspectiva. Falta tiempo. Pero resulta imaginable, a partir de las imágenes que muestran a un pueblo acongojado, azorado por la pérdida irreparable de quien les devolvió la dignidad. No es sólo carisma, ni simpatía, ni retórica. No sólo es el empuje, ni la impronta de un dirigente excepcional. Hay más. Hay cifras duras, logros concretos reconocidos por los organismos internacionales. Las políticas de Chávez le cambiaron la vida a millones de personas y eso no se olvida, nunca. Los pueblos no olvidan a quien, por primera vez, como nunca antes, los respetó, los escuchó e interpretó.
Chávez ganó 14 de las 15 elecciones en las que participó. Más allá de las mentiras absurdas de los medios hegemónicos, Chávez fue uno de los presidentes más democráticos, más legítimos, más votados y confirmados por la ciudadanía. En violento contraste con la crisis terminal de representación que aqueja a las vacuas democracias de Europa y los Estados Unidos, la Revolución Bolivariana devolvió contenido y sentido a la democracia y elevó la calidad institucional a niveles inéditos en la historia.
Chávez produjo profundos cambios de paradigma, cumplió con sus promesas y devolvió al pueblo el poder escamoteado por los mercados. Recompuso la soberanía popular y revalorizó la política, con todo su contenido ideológico y su poder de cambio social. Y contribuyó a la integración regional, también de manera inédita.
La Revolución Bolivariana destinó el 42,50 por ciento del presupuesto nacional en inversión social. La cantidad de docentes públicos pasó de 65 mil en 2009 a 350 mil hoy. El salario mínimo de los trabajadores venezolanos pasó a estar entre los más altos de América latina. En 1996 la pobreza alcanzaba en Venezuela el 70,8 por ciento. En 1999 llegaba casi al 50 por ciento. Hoy es del 26,4 por ciento.
Revisando estas cifras no resulta difícil entender el odio cerril de los poderes fácticos, sus turiferarios, sus claques. Chávez afectó los intereses del poder económico más concentrado. Desafió la soberbia imperial de los Estados Unidos y Europa. Y azuzó el racismo, el resentimiento y la envidia de aquellos sectores medios que, para ser felices, para sentirse realizados, necesitan que haya sectores postergados, humillados, ninguneados y excluidos.
Venezuela, junto con Ecuador, recibió elogios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) porque lograron avances inéditos en reducción de la pobreza durante el período 1996-2010. Venezuela pasó a ser el segundo país de la región, detrás de Cuba, en cantidad de estudiantes matriculados en el nivel superior de educación. Y ocupa el quinto lugar a nivel mundial, superando en este punto a Estados Unidos, Japón, China, Reino Unido, Francia y España.
La muerte de Chávez deja claro quiénes están del lado del amor, la justicia social, la democracia, la construcción colectiva de un proyecto de reparación histórica, por un lado, y quiénes están del lado del odio, los poderes fácticos más concentrados y el injusto statu quo que viene imperando en América latina desde hace cinco siglos.
Los mercados festejan la muerte “del gran expropiador” y los bonos de Venezuela trepan en las Bolsas. Los poderes fácticos enquistados en Miami festejan. Los medios de comunicación hegemónicos al servicio de los poderes fácticos se sienten vencedores, y continúan implementando sus sistemáticos sabotajes contra la Revolución Bolivariana, tal como describen, por ejemplo, los cables revelados por Wikileaks. Es un buen momento para revisar el contenido de estas campañas implementadas por medios hegemónicos de todo el mundo.
La Revolución Bolivariana, esa construcción colectiva que algunos insisten en reducir a una figura individual, deberá enfrentar un nuevo desafío. Ya ha enfrentado muchos, y salió victoriosa. El propio Chávez insistía en que son más importantes los procesos históricos que los hombres providenciales. La relación dialéctica entre una individualidad extraordinaria, inspiradora, por un lado, y una construcción social, colectiva, está en el centro de la cuestión por estas horas.
Con cada avance en favor de la justicia social, la liberación, y la dignidad de América latina, la Revolución Bolivariana hizo realidad los sueños de muchos. Cuando Chávez, junto a Néstor Kirchner y Lula, venció al Imperio y enterró el ALCA, los sueños de miles de militantes que entregaron sus vidas por la liberación se hicieron, al fin, realidad.
Los que aman lloran por estas horas. Los que odian se sienten victoriosos. Pero, como planteó Aristóteles, el odio es incurable.
Quienes vivan el cáncer, quienes lo desean, se condenan a sí mismos al incurable cáncer del odio.