Pablo Emanuel Contreras Márquez tenía 24 años y fue asesinado en el 2002 en la ciudad de Santa Fe de forma todavía no esclarecida, y después de quince años no hay ni gramos de esperanzas de que la justicia encuentre a sus responsables. Aunque Juan Carlos y Ramona, sus padres, hayan señalado, reclamado y hasta enfrentado a quienes fueron los que dispararon y encubrieron el hecho, su lucha hoy ya no grita por clarificar la causa, sino que sus cadenas piden por la aparición de los restos de su hijo, otro desaparecido en democracia.
Por Agustina Verano, desde Santa Fe
“Lo abrieron, sé que lo abrieron. Yo lo vi, vi su cuerpo. No lo quería asumir, es que soy su padre y en ese momento tan solo pensarlo me daba escalofríos. Pero yo lo vi, estaba cocido, mal cocido, parecía que le habían dibujado las cadenas que yo tengo ahora puestas”
Juan Carlos y Ramona no bajan la mirada, la mantienen arriba, miran a sus costados, saludan a algún “amigo de la plaza”. Tampoco bajan los brazos. Desde la noche del 29 de noviembre del 2002, donde asesinan a su hijo Pablo, llevan consigo unas cadenas que hoy se desdoblan contra las injusticias que las escalinatas de los tribunales y la casa de gobierno de la ciudad de Santa Fe vomitan en sus entradas.
Hace aproximadamente siete semanas que aquel poste de hierro que se encuentra frente a uno de los edificios donde el poder se concentra en su máxima expresión, les sirve de respaldo para acechar y repelar las respuestas a corto plazo que el Estado intenta “darles”.
Las cadenas con las cuales se atan a ese poste no son simbólicas. Son de hierro, fuertes, y gastadas, de tantos años de puertas que les cierran en la cara, de carpetas amarillentas que se deshacen con la humedad y el mal tiempo, de causas con nombres que no nombran, distintas carátulas, abogados, malos sueños, declaraciones que se archivan. No son días en vano ni horas desperdiciadas las que pasaron y pasan en la plaza 25 de Mayo día y noche, reclamando por el asesinato de su hijo “Pablo Emanuel Contreras Márquez”, nombre completo que figura en los expedientes, o simplemente Pablo, como ellos lo nombran, como ellos lo mantienen vivo.
“Nosotros no nos vamos a sacar estas cadenas hasta que no se haga justicia”
Las miradas de ambos no flaquean y transmiten más de lo que cualquier adjetivo calificativo hacia la mal llamada justicia pueda describir. Muestran la violencia en primera persona, escupen el desinterés de los tribunales burocráticos, hacen conocer lo que verdaderamente significa la palabra impunidad.
“Si nuestra lucha tiene doce años y siete meses no es por nada, es porque somos una familia”
Una noche del 2002
La noche del 29 de noviembre del 2002 en Colastiné Norte, aquel barrio perteneciente al distrito de la Costa de Santa Fe, no apareció ni en los diarios, ni en las noticias de las frías radios AM de la ciudad.
Pareciera que los disparos, los gritos y los sospechados de la muerte de aquel pibe de 24 años, sólo quedaron en la Sub Comisaría Sexta de la Guardia de Colastiné, porque ni siquiera Juan y Ramona, sus padres, se enteraron de lo ocurrido en horas tampoco esclarecidas.
Con respecto a esa noche, Juan y Ramona recuerdan que escucharon disparos de armas de fuego, y al otro día vieron una camioneta policial que cargó un cuerpo, siendo hasta ese momento una situación impactante pero totalmente ajena.
“Supimos de la muerte de Pablo porque una de nuestras hijas vino a las nueve de la mañana porque había escuchado una emisora local que habían dado la muerte de Pablo y desde allí nos dirigimos a la comisaría. El cuerpo estaba en el patio de la comisaría”.
A Juan Carlos y Ramona no les tiembla el pulso en afirmar lo que para ellos no es una sospecha, sino una certeza acerca de quién asesinó a su hijo: el cuerpo de Pablo estaba en la comisaría.
“Estaba el cuerpo en el patio, y yo le pedí explicaciones al policía éste, y me dijo que esperara afuera porque había unos detenidos. Le exigí las explicaciones de qué estaba haciendo ahí el cadáver. Hay un portón en la Sub Sexta, en la guardia de Colastiné, donde entran los vehículos, y hay un patio donde no sé si en este momento se encuentra, había una mesada, y allí estaba el cuerpo de Pablo cuando fuimos con Ramona esa mañana”.
Cuando Juan Carlos cuenta la seguidilla de los hechos de aquella noche, cual si fuera una crónica ya aprendida, todavía se pregunta y pregunta a su alrededor porqué al llegar a la comisaría ya había detenidos y quiénes fueron los responsables de acusarlos.
“Aquella vez yo pedí hablar con el jefe de la comisaría, y salió Darío Franco, que era sumariante, nunca vimos al jefe de la comisaría, y después aparece en los expedientes firmando todo un tal Raúl Parvelotti, a quien nunca vimos. Franco nos dijo que esperáramos afuera, porque supuestamente estaban los detenidos. Yo le pedí que me dejaran en claro quién había acusado a esas personas y porqué los habían llevado exclusivamente a ellos de mañana sin haber primero investigado la muerte de Pablo, ni siquiera nos mandaron una citación a nosotros para que vayamos a identificar ni a declarar”.
Según declaraciones del sumariante que esa noche “se hizo cargo” del caso, Pablo Emanuel Contreras Márquez fue encontrado sin vida “en la zona del terraplén y el camino de ingreso al club UPCN”, y seguido a esto, sostiene que el cuerpo nunca estuvo en la comisaría, que fue trasladado directamente a la morgue judicial, afirmación que no coincide con lo declarado por quienes aseguran que vieron el cuerpo de su hijo tirado sobre una mesa del garaje de la misma.
“Yo me quedé en la comisaría porque Juan Carlos se fue a casa a cerrar todo porque del miedo ni pensamos en cerrar nada y nos vinimos a la comisaría. Yo le reclamaba a Franco que por favor me dé el cuerpo de mi hijo. Me tuvieron hasta la una y media de la tarde en la comisaría y a esa hora el señor Franco me dice que vaya a la morgue judicial que estaba el cuerpo de Pablo. Cuando yo le pregunto cómo voy a identificar, saca de su bolsillo el documento de Pablo y recién ahí ordena que vaya a la morgue a retirar el cadáver, ¿Por qué este sumariante tenía el documento de Pablo en su bolsillo?”.
Las sospechas basadas en hipótesis pensadas a corto plazo y en un contexto de miedo e incertidumbre dejan de ser sospechas cuando llegan a la morgue judicial. Allí no se presenta ninguna persona como médico de morgue, sino que las dos personas que se hacen presentes sin identificación no accedían a entregarle el cadáver de su hijo si no era a cajón cerrado.
La justificación que quisieron darle era que “su cara estaba desfigurada”.
Ramona se negó ante lo que sostenía que era una falacia, alegando que era imposible que su cara esté desfigurada, ya que a su hijo le “habían dado un tiro en la cabeza”.
“Ellos no querían que supiéramos la verdad, lo que le hicieron a Pablo. No querían que viéramos el tiro en la cabeza y que estaba abierto, y que encima la autopsia no estaba hecha. Ahí comprobé lo que le habían hecho a Pablo. Le sacaron los órganos, por eso el cajón cerrado que ellos querían, para que nunca se supiera. No sólo el tiro en la cabeza, sino que además estaba abierto y vacío, prácticamente vacío. Ese es el dolor más grande que tengo y no voy a parar hasta que se haga justicia”.
Con respecto a la falta de pruebas, el sumariante Franco agrega que “aquella noche llovía intermitentemente”, utilizando esa coartada para justificar lo que en realidad se ocultó: la falta de testigos, de huellas digitales en el lugar y la desaparición de los libros de ese día, aludiendo a que la habitación era muy precaria y “se puede haber inundado, ya que eran épocas de inundación”.
Frente a esto, Juan Carlos no dudó en buscar las pruebas que refuten aquellas declaraciones, y lo que él recuerda de memoria: “Tengo el diario de ese día, y se puede corroborar que no llovió, tengo una prueba en papel que dice lo que yo afirmo: ese día no llovió; además, por más que haya sido la época de la inundación, a Colastiné no llegó el agua, yo vivo ahí hace más de quince años”.
La muerte de Pablo tampoco tiene hora, no sólo porque en ninguno de los sumarios policiales figura, sino también porque no existen pruebas ni testigos que puedan aportar a esta información, que por lo que se observa en los testimonios de los uniformados no se consideró un dato relevante en la investigación.
Como anexo al sumario, este policía adjunta un croquis, hecho por él mismo, único testigo y fuente del hecho. El mismo es un dibujo a mano alzada, en el cual se observa la misma intención de aporte de datos que hace a su expresión escrita: un dibujo que no tiene más que cinco referencias redundantes y que se asemeja a un garabato de un niño de seis años, con la diferencia de que éste no tiene ni colores ni detalles.
Porque las formas de expresión de las fuerzas de seguridad del Estado no varían cuando los muertos son pibes que no se encuadran en las intersecciones céntricas de las ciudades, donde lo que importa no es ni escribir datos, ni dibujar referencias, la intención es clara cuando la policía es juez y testigo de los hechos que en realidad gatilla: desdibujar, desinformar, y callar.
La causa
Hace trece años que Juan Carlos y Ramona caminan las escaleras y golpean las puertas de los tribunales para intentar reabrir caminos que puedan llevarlos a encontrar la verdad sobre el caso de su hijo.
“Para nosotros estar acá es un trabajo más, nos dividimos el tiempo entre trabajar y venir a tribunales”.
Como consecuencia del asesinato de Pablo, se inició una investigación judicial en el año 2002 ante el juzgado de Primera Instancia de Distrito de Instrucción de la 2ª Nominación de Santa Fe, que todavía no encontró a sus responsables, o pareciera no haberlos buscado demasiado.
Desde aquel 29 de noviembre que ven el cadáver de su hijo en la mesa de la comisaría es que tienen no la hipótesis, sino la certeza de quienes estuvieron implicados en su asesinato.
“Nosotros sabemos quiénes fueron, es más, nosotros ya teníamos miedo de que algo le pasara a Pablo. Estamos seguros que el asesinato de Pablo ya estaba planeado”.
Juan Carlos y Ramona apuntan su mirada a la ex pareja de Pablo y familiares que vivían al lado de su casa, quienes estaban en constante contacto con la policía, y además, afirman que actuaron en conjunto con Darío Franco, el sumariante de aquel entonces que luego fue imputado por encubrimiento.
No sólo las afirmaciones de los padres de Pablo parecieran cerrar un circulo que la justicia nunca le encontró la forma, sino que al acceder a los expedientes no se tarda mucho tiempo en encontrar las irregularidades, que en sí son el marco de lo que en este caso se llamó “investigación”.
Entre las más sobresalientes, en un principio está la omisión de Juan Carlos y Ramona en la noche del asesinato. No puede obviarse que ellos se enteran por medio de la radio, y que si no fuera por ese medio la comisaría no los cita ni para avisarles, ni mucho menos para declarar ni identificar el cuerpo de su hijo.
Cuando ellos llegan a la Sub Sexta, además de encontrar el cadáver de su hijo en una mesa, se hallan con que ya había sospechosos y detenidos, que eran integrantes de la Familia Caraballo, habitantes de la casa de al lado de su vivienda, de la cual hasta el día de hoy reciben amenazas de sus integrantes.
La pregunta se la repitieron a cada organismo al que fueron a reclamar: ¿Quién los había acusado?
Según declaraciones de Darío Franco, él se entera por un anónimo que había un cadáver cerca del terraplén, y va solo a buscarlo con una camioneta, por lo que este sumariante es primera y única fuente del caso, mecanismo repetido en este sistema donde la primera información que se suministra proviene de la policía.
A simple vista, en las declaraciones que se encuentran en los expedientes se pueden observar variadas contradicciones entre los testimonios de los sospechosos: la hora en que escuchan los tiros no coincide entre sí; extrañas coincidencias en los relatos (como si hubieran sido aprendidos de memoria) que hacen a ciertos detalles como por ejemplo la cantidad de tiros que escuchan los testimoniados (todos dicen que entre tres y cinco) o la identificación del arma (todos afirman que les parece que es una escopeta), y además, en dichas declaraciones el sumariante parece no ahondar muy a fondo sobre los sospechados y sí en las conductas de Pablo, con la clara intención de culpabilizar a la víctima.
Otro mecanismo de encubrimiento: la desviación de información.
La investigación policial fue confusa, y este accionar no recae solo en este organismo, sino en el Poder Judicial, ya que el juez que se hizo cargo en ese momento, José García Porta, también cumplió un rol de apadrinamiento.
“Nosotros apuntamos a la comisaría y al juzgado. Porque el juez de aquel entonces es responsable de haberle tomado declaración a un menor imputado de homicidio. El juez de aquel entonces es responsable de que los menores no hayan llegado al juzgado de menores y además, de haberme mentido sobre una falsa autopsia que a nosotros nos dio, el juez de aquel entonces es responsable de todo nuestro calvario desde el 28 de noviembre a la fecha”.
La profanación de la tumba
“Hace cuatro años que no sabemos qué pasó con los restos de Pablo, no sé dónde están, qué es lo que hicieron, eso es lo que estamos también pidiendo hoy en la plaza: la aparición de los restos de Pablo”
A Juan Carlos le brillan los ojos cuando habla sobre este tema: la exhumación de la tumba de su hijo.
Pareciera que le da pudor, vergüenza del sistema que lo rodea, que hizo que no sólo su hijo muera, sino también que desapareciera.
“Yo hoy en día ya no lucho por que los culpables estén presos, yo lucho porque aunque sea me digan dónde están los restos de mi hijo, yo ya sé que mi hijo no está acá, pero no voy a permitir que sea un desaparecido”.
Entenderlo no es fácil. Buscar el por qué sí. La respuesta recae en lo que recayeron todas las víctimas del organismo estatal que es el que mata, y luego investiga.
Las sospechas que Juan Carlos y Ramona comenzaron a tejer el día que velaron a su hijo y lo encontraron mal cocido, y “vacío”, se cercioran cuando pueden acceder al expediente original luego de tres años que muere su hijo.
En el mismo observan que el examen médico que se le realiza en la comisaría al cadáver de Pablo dice “No se autoriza autopsia”, una contradicción notoria en un caso dónde el mismo médico policial escribía que la causa de muerte “no era natural” y se encontraban signos de muerte violenta.
Pero luego, en el año 2007 aparece una nueva hoja en los expedientes que no figuraba hasta entonces, como si no fuera de importancia: una supuesta autopsia del cadáver de Pablo, firmada el 29 de Noviembre del 2002.
¿Dónde estaba hasta entonces?
Con la aparición de esta supuesta autopsia, las disidencias aparecen nuevamente, no sólo porque ésta se contradice con la orden dada por el médico policial de no realizarla, sino que además, las características que se expresan sobre el cadáver analizado no coinciden con el cuerpo de Pablo.
“A mí me dieron una autopsia, según ellos una autopsia. En la misma, ellos dicen que Pablo tenía el cabello teñido, que tenía aproximadamente 20 tatuajes, que tenía barba y bigotes afeitada del día. Pablo era lampiño, Pablo no tenía el cabello teñido, Pablo no tenía tatuajes”.
Las sospechas aumentaron y entonces se afirmaron a un nuevo reclamo: necesitaban exhumar el cadáver de su hijo y comprobar que aquel papel no era real.
“El 14 de Junio del 2011, a través de un pedido que le hicimos al nuevo juez que asume en la causa, fuimos al cementerio a exhumar los restos de Pablo, lo que creíamos que eran los restos de Pablo. Cuando abrimos la tumba, vemos que había piedras, que nosotros no pusimos piedras, no estaba el cajón, le faltaban las zapatillas de Pablo, había un nylon donde estaban envueltos los restos en un rincón, ni siquiera estaba como tenía que estar”
Las piezas del rompe cabezas que Ramona y Juan Carlos armaban de a poco se transformaron en algo concreto: entendieron lo del cajón cerrado, la falta de sus órganos, las mentiras.
En la exhumación se encuentra además de una tumba profanada, una prueba que les sirve para corroborar lo que ellos afirmaban sobre la falsa autopsia: parte de cuero cabelludo. Cuando se realiza un perito sobre esto, los resultados indican que Pablo no era teñido, que su cabello era natural.
Lo que pareciera una confusión para cualquier espectador pasivo, ellos lo sostienen como certeza: Esos restos no eran los de Pablo.
“Yo sí sé por qué esta autopsia trucha, y todo esto. Porque ellos ya habían planeado la muerte de Pablo y estaba el negocio de los órganos para tapar toda la muerte. El negocio ya estaba con Pablo. Estaban todos arreglados (…) Hay una página al final del expediente donde hay una bioquímica que le manda al juzgado de García Porta ambos riñones, trozo de hígado y piel testigo. ¿Yo estaré equivocado? ¿Es correspondiente que el juez pida ambos riñones, trozo de hígado y piel testigo en el año 2003, es decir, un año después de la muerte de Pablo?”.
Otra vez el rompe cabezas se desarma, se arma y se desarma.
¿Qué más se necesitaba para que les crean?
Una pregunta que todavía hoy no tiene respuestas. Como tampoco existen respuestas acerca de dónde están los responsables, ni mucho menos y lo que más duele: ¿Dónde está Pablo?
El reclamo que cierra el relato de Ramona resume lo que tanto temen: “Yo no quiero que me pase como la mamá de Fernanda Aguirre, morirme sin saber dónde están los restos de Pablo”.