Nacida en el fervor de un violento desalojo, la banda del barrio La Sexta aparece en la escena musical de Rosario como una herramienta de denuncia y transformación social.
Por Martín Stoianovich
Para finales del año 2009 y principios de 2010, las noticias oficiales hablaban de un acuerdo para el desalojo del terreno ubicado en Ituzaingo 60 bis, en el barrio La Sexta. Más de cinco años llevaba por entonces el conflicto entre la provincia y el municipio con decenas de familias que al carecer de vivienda digna se habían instalado en un terreno abandonado por el cierre de una fábrica que se había convertido en un basural del barrio. El desalojo, acordado en la mesa chica del poder político y resistido por vecinos, organizaciones sociales y referentes de toda la ciudad, finalmente se concretó como parte de una política en materia de vivienda que se sigue sosteniendo hasta estos tiempos en la ciudad de las torres multimillonarias vacías y familias sin casa. Por aquellos años de resistencia ante las amenazas de violentos desalojos en La Sexta, entre marchas, fogones y vigilias, un grupo de vecinos y conocidos de la zona comenzaron a darle forma a un proyecto musical. Por entonces la música aparecía como acompañante, pero con el paso del tiempo fue consolidándose como una herramienta de denuncia y protesta que hoy tiene sus años de trayectoria y su identidad: los Eternos Inquilinos.
No es casual el nombre de la banda. “Tragicómico”, como lo definen ellos mismos, es el reflejo de una problemática social que afecta a gran parte de la sociedad, pero también una muestra de que la semilla que dio fruto a la banda hoy se sigue cultivando. “Se pretende desalojar gente y alojarlas en las periferias urbanas. El barrio está oprimido y el problema del desalojo está siempre latente”, dicen los músicos de la banda.
Los vecinos del barrio La Sexta, hace años atravesados por la Universidad, tienen un pasado firmemente relacionado al trabajo en el puerto, y gran parte de la juventud de hoy tiene entre sus antepasados a trabajadores portuarios. Los conflictos en torno a la falta de infraestructura y vivienda digna no es el único problema que se padece, sino que también la desocupación afectó a parte de la barriada. Hoy, el único puerto que puede tener cause en la zona, es el Puerto de la Música. “Los barrios van a desaparecer, porque quieren explotar la zona. El gobierno se propone meterle plata a ideas de la cultura de élite, a una construcción primermundista destinada al turismo”, dicen desde la banda, quienes como señal de desacuerdo fundaron hace unos años “El Rancho de la música”. Se trata de un espacio humilde, pequeño, donde los músicos se reúnen y realizan algunos talleres con los vecinos. A la vista, es un reflejo de la realidad del barrio y su amplio contraste con el proyecto arquitectónico diseñado por el brasilero Oscar Niemeyer.
El proyecto del Puerto de la Música está siempre en agenda e incluso en los últimos días volvió a hablarse a nivel político de la necesidad de impulsarlo definitivamente. En el barrio se estima que el avance del proyecto implicará que reflote la problemática de los desalojos. “Al valorizarse esa zona, tarde o temprano van a proponer reubicaciones y eso trae desalojos, entonces surge la pregunta: ¿Quién tiene derecho a disfrutar de la costa y quién no?”, analizan los Eternos. A partir de la necesidad de seguir exigiendo los derechos del ciudadano es que surge la interacción con otros vecinos: “En los carnavales, en los festejos del barrio intentamos juntar a la gente a través de la música y empezar a concientizarnos del lugar en el que estamos”.
La militancia y la música siempre se relacionaron, pero en este caso nacieron juntas. Atravesados por el conflicto de la vivienda en sus inicios, y continuando en su andar vinculados a otras luchas, la banda se convirtió en un referente artístico para acompañar otros procesos de resistencia. Así fue que creció el lazo con distintos movimientos sociales de la ciudad. La mayoría de actuaciones de la banda está relacionada a actividades de organizaciones, relación a partir de la cual se fortalece aquella herramienta de denuncia parida en un barrio y exportada al resto de la ciudad.
Este aspecto además atraviesa a la banda para su permanencia y autogestión. Los músicos de Eternos Inquilinos no viven de sus actuaciones y producciones, pero asimismo tienen una agenda abultada y un disco (Baile pero luche) circulando en la ciudad. La autogestión de la que hablan está pensada desde la misma relación con las organizaciones sociales. “Intentamos organizarnos con los de abajo, para sobrevivir como banda y no tengamos que pagar para tocar”, afirman. En este sentido, apuntan a que sus actuaciones estén relacionadas a la agenda de las organizaciones sociales, para poder aportar a la militancia desde lo musical, pero que a su vez se asegure un mínimo ingreso que no implique gastos para los músicos y por otro lado pueda garantizar el sostenimiento de la banda. Es la manera de encarar la supervivencia por fuera de la agenda cultural oficial que nutre, como lo llaman ellos, “el monopolio artístico de la municipalidad”.
Los Eternos Inquilinos continúan abordando la actividad musical desde una perspectiva de denuncia hacia las injusticias cotidianas. Su primer disco, que reúne combinaciones de cumbia, folcklore y rock, es el reflejo de un proyecto joven pero con recorrido que hace pie en la idea de lograr transformación social a través de la alegría como factor fundamental. Una banda que invita a bailar para seguir luchando.