Buenos Aires – jueves 04/12, 12:00hs: concentración en la Casa de la Provincia de Santa Fe.
El próximo jueves 4 de diciembre, a las 12:30hs, tendrá lugar la lectura de sentencia del Juicio Oral y Público por el Triple Crimen de Villa Moreno, en el cual fueron asesinados nuestros compañeros, amigos y hermanos Jere, Mono y Patóm.
Hoy, a casi tres años de aquella fatídica madrugada del 1 de enero de 2012, no podemos menos que intentar un balance de estos larguísimos meses de lucha, años de irreparables ausencias. Algunas líneas presurosas, desde la entraña urgente de la lucha, quizás sirvan para graficar aquello de que, aquí y ahora, hacer Justicia es hacer historia.
Sucede que esta experiencia emergió desde el peor de los contextos: una tasa de homicidios en desbocada disparada, una nomenclatura estigmatizante («ajuste de cuentas») que gozaba de excelente salud, una voluntad manifiesta por criminalizar a nuestros barrios y, sobre todo, a nuestros pibes. Desde esas precisas coordenadas, complementadas por el desconsuelo de lo irreparable, tocó leer las primeras crónicas noticiosas que daban cuenta de un enfrentamiento, de un triple homicidio en venganza por delitos cometidos con anterioridad, es decir: un «ajuste de cuentas». Tocó leer eso en el exacto momento en que velábamos al Patóm y al Jere. Mientras leíamos que los pibes eran barras de Newell´s, llorábamos con desconsuelo el viaje solidario para el 8 de enero que ya nunca íbamos a realizar con el Patóm. Cuando nos anoticiábamos de que nuestros amigos eran soldaditos de alguna banda narco, ahí mismo caíamos a cuenta, desgarradoramente, que el proyecto de conformar una banda de cumbia ya no íba a ser lo que pretendíamos, que en la Rotisería del Movimiento nadie íba a contar chistes como lo hacía el Mono.
Allí mismo nos trazamos un primer y fundacional objetivo: desagraviar el nombre de los pibes, de sus familias, era también la posibilidad de esmerilar el sedimento de anonimatos que se traducía en estadísticas, en «violencia interpersonal», en «ajustes de cuentas». Y no sólo porque los pibes eran inocentes, sino porque esas estructuras del estigma fueron y son, en gran medida, las que permiten y constituyen la circularidad de la violencia, de la muerte joven, alentando una indolencia generalizada en la ciudadanía, validando prácticas estatales abiertamente reñidas con la democracia, con la vida: ¿o acaso no merece la más enérgica intervención del Estado la disparada en la tasa de homicidios, por más entorno delictivo que abrace esas muertes? ¿Cómo aplacar ese fenómeno si ninguna investigación judicial prospera? ¿Por qué esperar que no se privatice la justicia si desde esas esferas, en los hechos, se tipificó un sector poblacional no correspondido para acceder a la misma? Todo ello se conjugaba para ofrendar anchos mantos de impunidad a quienes ostentan un desinterés por la vida incontestable (en los barrios periféricos y en los bulevares).
Se nos hacía necesario, entonces, desagraviar el nombre de nuestros compañeros, contarle a quien quiera escuchar quiénes eran Jere, Mono y Patóm; contar todo lo que perdimos (no sólo nosotros) cuando en nombre de la impunidad les arrebataron sus jóvenes vidas. Por suerte, fueron muchos los que quisieron escuchar, los que optaron por el desengaño antes que por la comodidad de muertes presumiblemente lejanas, circunscriptas a geografías hostiles. Y ello de ningún modo fue fácil: significó, en un primer sentido, transformar el dolor en lucha, en vida, para iniciar un proceso de interpelación que conmueva a la sociedad, y asimismo a las estructuras judiciales y políticas. Movilizarnos para que tanto dolor, tanta angustia, sirviera al menos como motor de algún cambio, por más mínimo y superfluo que este fuera. Indicar que otro camino alejado al de la venganza es posible y que, esperamos, el jueves se certifique además su eficacia y necesariedad (algo que claramente nos excede).
Así, con la fuerza infatigable de la movilización, entendimos que la lucha emprendida excedía largamente la exigencia de justicia para Jere, Mono y Patóm, y que toda esta experiencia no podía quedar confinada en los sombríos pasillos de los Tribunales. Se trataba de promover debates imperdonablemente postergados, de analizar la profunda crisis de Seguridad Pública que sacude a esta ciudad y ofrecer perspectivas de entendimiento que, frontalmente, pongan en entredicho las extendidas demandas de mayor presencia policial, de endurecimiento de penas, para colocar a la Policía de la Provincia de Santa Fe como parte constitutiva del problema estructural al que hacemos mención.
Era necesario que esta experiencia sea la traducción concreta de un límite a la impunidad narco-policial, como así también la carnadura desde donde esgrimir otros horizontes en materia de Seguridad, a sabiendas de que ambos son elementos complementarios. Se trataba de la mejor síntesis posible para confrontar con la interesada operación de territorialización del narcotráfico, a partir de la cual pretendían -topadoras mediante- invisibilizar los eslabones más importantes en la cadena de mando (desde ya, todos profesionales, muy poco afectos a nuestras geografías) montando burdas escenificaciones en las barriadas populares, territorios donde se asentaba el malandraje para deliberar y ejecutar la empresa narco.
En esa inteligencia llegamos a montar el acampe. El hecho de que en simultáneo, pared de por medio, hayan estado deponiendo los peritos balísticos en la audiencia, mientras en la carpa se iniciaba un panel-debate sobre políticas de Seguridad, es bastante más que una semblanza, supera la mera ilustración. Es la más acabada de las síntesis de nuestra voluntad política, la plena seguridad de que un fallo judicial, por sí mismo, no modifica sustancialmente nada.
Pero es también su anverso: es la muestra patente de que una experiencia popular, nacida de las entrañas de esos territorios en apariencia indomables, esquivó el camino ciego de la venganza para emprender un proceso de movilización que hizo mella en el conjunto de la sociedad, que le ofreció otras ópticas de entendimiento, hablando en primera persona y sin nada que esconder, confrontando el estigma sin recaer en la ideologización. Es la cabal conciencia de que, en esta partecita de la Patria, la Justicia es con lucha o no es. ¿O acaso qué es lo que molesta tanto a ese mundillo de penalistas encumbrados, que no dudaron ni un segundo en denunciar “la presión social”?Es, al fin cabo, una experiencia que algunos creen que es nuestra, y que nosotros estamos convencidos debe ser de todos.Es que, finalmente y sin ambages, el jueves #SeráJusticia