En Avenida Sabín (Travesía) y Juan José Paso habita una de las más históricas comunidades originarias que hay en Rosario, la comunidad Qom Lmac Na Alhua cuya presidenta es mujer. En el barrio, que alcanzó a ilusionarse con un proyecto integral de urbanización -paralizado desde el 2018- la red comunitaria es un sostén clave para las familias, en su mayoría migrantes del Chaco, que viven allí. Escuelas que son orquestas, la transmisión del idioma Qom l’aqtaqa y la salud intercultural. La imaginación y el juego para defender el derecho a la infancia. El trabajo autogestivo, la olla popular. El efecto mariposa y una mesa intersectorial para coser la trama. Entre la pedagogía de la crueldad y la indignación, resistencias que son cuerpo y memoria.
¿Cuántos barrios conviven en un barrio?
¿Cuántos modos existen de habitar un mismo territorio?
¿De cuántas lenguas estamos hechos? ¿Y de qué sonidos?
Dicen que cuando una oruga aparece, algo se transforma. Algo renace.
Dicen que las mariposas transmutan hacia lo nuevo y lo bello. Son sinónimo de perseverancia. El capullo es el refugio; lo que todavía protege, un abrigo o “un te quiero seño” escrito en tiza rosa.
Y que todas las hojas, todas, son del viento.
Cada martes y cada jueves el SUM del barrio Travesía se transforma, renace en forma de juegos y colores. Se convierte desde temprano en un capullo que refugia a más de ochenta niños y niñas de la comunidad Qom Lmac Na Alhua. Allí dentro y allí afuera revolotean mariposas de todas las edades. Sopla el viento, se mueven las hojas y el sol, durante los húmedos días de noviembre, quema la tierra de los pasillos del barrio.
Brenda tiene los ojos bien brillosos, el pelo bien lacio, marrón oscuro. Con 22 años es una de las jóvenes referentes de su comunidad y es parte de una organización que le cambió la vida.
—Antes de venir acá yo estaba muy encerrada en mi casa, me costaba socializar y estar en este espacio me ayudó mucho a poder hablar y tener mi propia voz porque antes no lo hacía.
Junto a su mamá Lili y su hermana Yamila se ocupa de preparar los martes y jueves la copa de leche para las decenas de pibitos que se suman a las actividades de lo que todo el barrio conoce como “La Escuelita”. Para los profes ellas son “el alma de Fijando Miradas”.
Brenda sonríe tímidamente mientras revuelve la olla que contiene jugo de naranja. Sonríe, también, mientras va contando algo de todo lo que hace y algo de todo lo que sueña. Lo que hace: sostener un comedor comunitario en su casa para cuarenta familias además de participar en todas las tareas de la organización. Lo que sueña. ¿Por ejemplo?. Llegar a la universidad y estudiar trabajo social “que es un poco lo que hago acá”, dice.
Ese “acá” es la tierra en la que nació.
Su territorio. Su lengua. Su historia. Su capullo.
***
—¡Vamos, vamos, que ya estamos por empezar!
—¡Arriba que hoy vamos a jugar!
La recorrida va tomando cuerpo: cada vez son más los chicos que se suman a la convocatoria de Tomás y dos profes de educación física que agitan con tambores y silbatos. Son las nueve y media de la mañana de un martes de noviembre. El punto de partida es el SUM donde alrededor las calles están pavimentadas, las viviendas son de material y lucen casi todas parecidas. Pero hacia el lado de la vía el paisaje cambia: nacen los pasillos sin salida, la tierra hecha barro los días de lluvia y las casas ahora son de chapa y cartón.
Allí, a diez minutos de la zona más cara de Rosario, viven amontonadas, sin luz, sin agua y sin cloacas, decenas de familias como las de Lili y sus hijas. Desde la transitada Avenida Sabín no se perciben. Lo que sí se ve, desde lejos, son las viviendas construidas bajo el Programa Sueños Compartidos que en el año 2008 gestionó la Fundación Madres de Plaza de Mayo, que en el 2012 reactivó la Municipalidad con fondos de Nación y que en el 2018 quedó completamente paralizado, con 37 viviendas sin edificar, obras de pavimentación inconclusas y el proyecto de un Polideportivo cada vez más lejano.
—La recorrida por el barrio es algo que hacemos desde que empezamos y es lo que nos permite ser la referencia para las familias y ver bien que está sucediendo, cuál es el clima del barrio.
Tomás Eder es un tipo alto, con vozarrón grave, grandote, mirada clara. Es profesor de educación física y uno de los que fundó en el 2019 la organización Fijando Miradas, más conocida como “la escuelita rodante” que se propuso, como principal objetivo, recuperar el sentido del juego, la imaginación, el disfrute y la creatividad para las niñeces del barrio.
Desde hace dos años concentran sus actividades -por la mañana para los más chicos, y por la tarde con talleres de cocina, costura, electricidad y mantenimiento del hogar para jóvenes y adolescentes- en el salón comunitario, pero jamás dejaron de recorrer las zonas más olvidadas y más empobrecidas de Travesía y Juan José Paso. Pedagogía de la proximidad y la cercanía.
—Nosotros lo hacemos porque tenemos el apoyo de la comunidad. Y acá yo me siento como en casa—, dice Tomás que comenzó a entrelazarse con esa comunidad de la que habla con profundo respeto, con profundo cariño, en el año 2012 cuando, junto a Gastón Schiavone, se acercó a trabajar con propuestas para jóvenes a partir de una ola de suicidios adolescentes. Desde entonces nunca se fue. Como una oruga cuando aparece, algo comenzó a transformarse a través de la mirada, de la escucha. Doce profesionales y un grupo de voluntarios integran la asociación civil en la que hay referenciados más de doscientos niños y niñas del barrio.
Nos pusimos Fijando Miradas porque en la escucha y en la mirada radica nuestro trabajo.
Así sostienen un proyecto esencialmente pedagógico. “Pedagogía situada”, define Tomás y suma: “Pedagogía libre”. ¿En qué consiste?. Se trata de planificar lo que ellos llaman “escenarios lúdicos”. Son postas o pequeñas estaciones que recorren los chicos durante la mañana, experimentando diferentes actividades: artísticas, deportivas, educativas. Pinturas, arcilla, rompecabezas, títeres, juegos de rol, dibujos, lectura de cuentos y relatos. Aprender el abecedario jugando con las letras. Soñar y animarse a volar.
—Ellos van rotando de acuerdo a lo que tengan ganas de hacer. Y nosotros como docentes somos meros observadores. Nos alejamos dos pasos y los vemos jugar a los pibes, y cuando detectamos que hay una necesidad de escucha o un problema intervenimos con ese niño o niña. Nos pusimos Fijando Miradas porque en la escucha y en la mirada radica nuestro trabajo.
Se acerca el mediodía, la temperatura aprieta y en el playón, a solo una cuadra del SUM, hay dos equipos de chicos entre 10 y 13 años jugando al vóley por un lado y al fútbol por el otro. Los partidos duran solo diez minutos y después, obviamente, rotan. “Es increíble verlos jugar, hay chicos que llegan con muchos problemas desde sus casas y acá conectan con lo que les gusta hacer”, comenta una de las profes mientras los sigue de cerca. Al finalizar tocará sentarse en ronda, al reparo de la sombra de un árbol, y entre todos evaluar el juego, compartir las sensaciones, los conflictos. Pedagogía de la pregunta. ¿Cómo están? ¿Cómo se sienten? ¿Qué les pasó?.
La mejor contención es en red. Y para eso tenemos intervenciones conjuntas. Si hay algún caso de un chico, hablamos con el centro de salud y con la escuela, si esas dos patas están, todo es más fácil
A su vez, articular con las instituciones del barrio para Tomás es clave y destaca la importancia de trabajar en conjunto con las escuelas y los centros de salud. Es que cuando el Estado se ausenta, todo es mucho más difícil.
—Si un pibe no está institucionalizado después es muy difícil poder seguirlo, queda como afuera del sistema. La mejor contención es en red. Y para eso tenemos intervenciones conjuntas. Si hay algún caso de un chico, hablamos con el centro de salud y con la escuela, si esas dos patas están, todo es más fácil. Y la comunicación con el Estado es fundamental para poder intervenir
Tomás camina, y camina, y camina. Las mamás lo saludan y le consultan por alguna situación familiar. Mientras tanto, él camina invitando a los más chicos a jugar. En Fijando Miradas dice que encontró un sentido para seguir viviendo en una ciudad tan injusta como Rosario. Algo así como construir un capullo de colores frente a la violencia del contraste.
En un extremo del SUM, una niña se entretiene con hojas y crayones. Hojas del viento, de la memoria escrita cuando el viento sopla. Detrás suyo, un pizarrón, cuatro palabras y una frase.
Pedagogía de la ternura.
***
A los cuatro años Liliana Galeano viajó en tren por primera vez dejando atrás su Chaco natal. En un sector de la zona noroeste de Rosario, su familia y tantas otras que migraron en la misma época, construyeron sus casas hechas con naylon. No tenían nada, salvo su historia escrita en el cuerpo, la piel de su tierra, el viento, el canto, la perseverancia y un idioma profundamente vivo que ocultaban con vergüenza.
A veces la lluvia se convierte en ruego. Cuando no está, se la implora para dar vida a la tierra, a las plantas. En el monte deforestado, por ejemplo, los qom añoran la lluvia para tener un poco de toda el agua que le robaron. En los centros urbanos, en las periferias de ciudades hostiles como Rosario, el agua potable también falta, pero a veces la lluvia deviene en temporales que en los terrenos inundables, sin obras, sin desagües, sin pavimento, se llevan todo lo que una familia tiene. Por eso, lo primero que se activa en los barrios es la ayuda entre vecinos. Pedagogía de la solidaridad.
Llueve torrencialmente en una oscura mañana de diciembre. La casa de Lili Galeano está ubicada en diagonal al SUM del barrio. Es una de las casi 500 viviendas que se construyeron bajo el proyecto de urbanización, tan peleado, tan disputado por la comunidad. Liliana tiene 37 años, cinco hijos. Una vida pisando el barrio. Desde hace seis es elegida como presidenta de la comunidad Qom Lmac Na Alhua, una responsabilidad que asume con orgullo porque, dice, la militancia se lleva en la sangre. Es además una de las referentas de Pueblos Originarios en Lucha de la CCC.
—La tenemos desde que nacemos. Nos criamos así porque no podemos conseguir nada si no es luchando. Crié a mis cinco hijos así, peleándola día a día.
Su memoria no olvida: los hogares que quedaron a la intemperie, la necesidad de cada vez más familias, qom y criollas, que llegan al barrio buscando un pedacito de tierra para poder vivir, los reclamos insistentes a gobiernos que hacen poco, a veces nada.
Yo muchas veces las acompaño a las comisarías, muchas veces los detienen en el centro porque no tienen DNI, y los dejan uno o dos días.
Su memoria no olvida, tampoco, la noche en que efectivos de la comisaría décima irrumpieron en la casa de su hijo, sin ninguna orden judicial. No olvida el insulto ni la violencia. No olvida el hostigamiento policial, la discriminación sistemática hacia su pueblo originario. Lili no olvida. Al contrario, recuerda con detalles aquella noche en que se llevaron a su hijo.
—Nos decían que éramos negros, que las casas no eran nuestras, que tenían derecho a entrar donde querían. Lo dejaron preso durante un mes.
Tampoco olvida las otras noches en las que se llevaron a los hijos de las otras madres, todas de la comunidad.
—Yo muchas veces las acompaño a las comisarías, muchas veces los detienen en el centro porque no tienen DNI, y los dejan uno o dos días. Le sacan el carro con el que cirujean y eso cuesta un montón.
En el otro extremo de la ciudad, en el sudoeste rosarino donde también habita una enorme comunidad de origen qom, la situación es la misma. Acaso bastará con hacer un poco de memoria, retroceder el tiempo y recordar la detención violenta y arbitraria de cuatro integrantes del grupo de hip hop Barrio Originario Underground mientras ensayaban en el playón del barrio. Uno de ellos decía:
—Acá la situación es siempre igual, nada cambia. Por eso nosotros trabajamos para que los pibes agarren un micrófono y no un arma. El arte no es un delito y no tienen que frenar a los pibes solo por estar en la calle.
Pero durante el 2024 las detenciones en la vía pública se transformaron en un sello de la gestión de Pullaro con los jóvenes de los barrios populares -muchos de origen qom- y personas en situación de calle como blanco principal. De las 1015 detenciones realizadas en Rosario entre el 1 de julio y el 11 de agosto de 2024, ninguna derivó en una causa judicial. La otra cara del procedimiento: la solicitud de documentos a personas que pertenecen a los sectores medios de la sociedad difícilmente terminan en un arresto.
En media hora, Liliana Galeano tendrá una reunión con miembros de la comunidad. Así casi todo el día, yendo de un lado a otro. Afuera, el agua cae como baldazos sobre la calle llena de charcos.
Yo tuve la oportunidad de irme con él pero decidí quedarme acá y seguir luchando por los derechos de mi comunidad. Esta es mi tierra.
Su memoria no olvida, por ejemplo, la cantidad de raciones de comida que los viernes preparan en el salón comunitario para cada vez más familias que se anotan por un plato caliente. A veces llegan a cocinar hasta dos o tres ollas pero no alcanza. Tampoco alcanzará el magro ingreso que apenas, dice, “llega a cubrir la mitad del mes”. El resto de los días se sobrevive en un país cuyo presidente aborrece “la justicia social”. Pedagogía de la crueldad.
¿Y cómo se sobrevive?
“Luchando” dirá Liliana. Y hará, de nuevo, memoria ancestral. Y dirá todo lo que hacen para sobrevivir en comunidad. Contará cómo las mujeres sostienen un taller de hierbas medicinales junto al Centro de Salud 47; de cómo a fuerza de reclamos, lograron que un agente sanitario intercultural bilingüe, un hermano de la comunidad, sea nombrado director del dispensario. De cómo revalorizan el idioma qom a través de un taller de Nueva Oportunidad destinado a los más jóvenes. De la campaña contra el dengue que lograron articular con los dos centros de salud que hay en el barrio y de la mesa interinstitucional que se activó hace poco meses. Pedagogía de la perseverancia.
Pero así como destaca lo bueno, Liliana no olvida lo malo: el hambre, la falta de trabajo, la tuberculosis que afecta a su comunidad. El problema de la droga, la violencia y el consumo en los más pibes. La pipa, la maldita pipa que los devora en vida.
Su memoria también recuerda que alguna vez fue mariposa. Que tuvo la oportunidad de volar, de volver a migrar cuando su hijo Nemias que empezó a patear potreros cuando tenía 5, fue becado a los 14 para jugar al fútbol en Talleres de Córdoba. Ella pudo irse pero se quedó en su barrio que también es su historia. Un refugio, un capullo.
—Al principio fue muy duro, lo extrañaba mucho, y yo tuve la oportunidad de irme con él pero decidí quedarme acá y seguir luchando por los derechos de mi comunidad. Esta es mi tierra.
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Suenan violines y los acordes de una guitarra. En el amplio y luminoso comedor de la Escuela San Juan Diego, está todo listo para que comience el concierto de fin de año. Son las seis de la tarde, todavía quedan restos de sol y el barrio está de fiesta. El movimiento es constante: las familias se acomodan en sus sillas, los chicos entran y salen, los profes ponen a punto los instrumentos y prueban sonido. Sobre una tela negra, la frase se lee como un mantra: “La música y la alegría nos pertenecen” dice la bandera que cuelga en el escenario.
En la secundaria hay 150 alumnos. En la primaria la matrícula se quintuplica. Hay cuatro salones dedicados al nivel inicial. La San Juan Diego nació como un aula radial de la Escuela Paulo Sexto hasta que se independizó y adquirió su propio perfil. Hoy es una de las ocho escuelas interculturales bilingües que hay en Rosario y desde el 2013 es una de las cinco escuelas orquesta de la ciudad con una particularidad: es la única que cuenta con su propio taller de Lutería. Para las familias de la comunidad qom de Travesía, Industrial y Sorrento, junto a la Cacique Taygoyé, la San Juan Diego es un faro educativo indispensable. Un refugio. Un capullo.
Su ingreso se encuentra sobre Juan José Paso, a metros del SUM, del Centro de Salud y la Subcomisaría 24. La escuela ocupa una superficie de más de 3000 metros cuadrados y se edificó en el marco del proyecto de urbanización. En su frente están los colores de la Whipala y la referencia ineludible a su origen católico. Hay una frase que invita a quedarse, como hacen las mariposas que se posan allí para hacer nido, para luego volar, para que en ese vuelo, los días de viento, los días de sol y hasta los días de lluvia, desplieguen belleza. Dice la frase -que también se lee como un mantra- que la escuela es un lugar que se elige.
Marisa Gonzales llegó hace 30 años y nunca se fue. Primero se desempeñó como maestra jardinera, después como docente de psicología y desde hace más de 15 años ocupa el cargo de directora del nivel secundario.
—Yo siempre digo que me voy a jubilar pero la vida entera te atraviesa.
Conoce a sus alumnos, conoce a los papás de sus alumnos, conoce a sus mamás. Generación tras generación. Vidas, historias. Memoria. Marisa cuenta todo lo que hacen más allá de la tarea docente, más allá de las horas del día, en un barrio donde las situaciones casi siempre desbordan. Pedagogía de la presencia.
—Todo el día atendemos necesidades, se nos hace la noche y estamos hablando por teléfono para ver si alguien pudo resolver tal situación familiar. Estamos pensando en la cuestión pedagógica y a la vez pensamos en todas las necesidades de los chicos. Después, hacemos un seguimiento cuerpo a cuerpo de los chicos que faltan, o que dejan la escuela. Llamamos a la casa, tenemos mucho vínculo con las familias, ponemos nuestro auto para hacer trámites, gestionamos los turnos en los hospitales. Si no van al centro de salud, hacemos la vacunación en la propia escuela.
Si tienen que construir un club para la comunidad, o lo que sea, que sepan cómo trabajar colectivamente, que tengan esa mirada, que nadie se salva solo.
El aleteo constante de las mariposas. Ir, venir. Ir, venir. La escuela es un espacio de contención en medio de la violencia urbana, la pobreza, el hambre. Es también el lugar donde -más allá de lo instituido- surge lo instituyente. A fin de ciclo, en la escuela San Juan Diego el sueño es viajar a Mar del Plata. Conocer el mar por primera vez. Para ello, dice Marisa, los estudiantes empiezan a trabajar dos años antes y hacen de todo para juntar los fondos.
—Buscamos enseñar eso, cómo articular colectivamente. Entonces, a futuro si tienen que construir un club para la comunidad, o lo que sea, que sepan cómo trabajar colectivamente, que tengan esa mirada, que nadie se salva solo.
Todas las tardes, en los salones de la escuela suenan instrumentos de viento, percusión y cuerdas. El resultado es un ensamble integrado por más de cuarenta niños y jóvenes que tienen entre 8 y 18 años.
¿Cómo surge la Orquesta San Juan Diego?. Por el efecto mariposa: un aleteo que nace en un barrio, que luego se replica en otro, y así, y así, y así. Ludueña. Tablada. Triángulo. Travesía. Pedagogía de la experiencia.
Dice Marisa:
—Empezamos con solo tres chicos tocando violín y uno de ellos ahora es docente. La orquesta es un proyecto maravilloso, mágico. Es salir del individualismo. Es abrir el mundo, hay un mundo posible y queremos que los alumnos lo conozcan, lo sueñen, lo busquen, lo construyan. Se trata de eso, de acercar posibilidades.
Osvaldo Tevez es el Chiri, el director de la Orquesta San Juan Diego desde hace tres años. Tiene el pelo bien lacio, oscuro, mirada profunda y habla con el tono propio de un santiagueño. Allí nació, pero fue en Rosario donde cursó sus estudios en la Escuela Provincial de Música y se especializó en aerófonos andinos. Un día se acercó a la San Juan Diego a cubrir un reemplazo pero desde entonces nunca más se fue, como Marisa. El Chiri se enamoró de la orquesta, de todo lo que la orquesta genera en chicos y chicas que por primera vez acceden a tocar un violín o un chelo. Se enamoró, además, de un repertorio que reivindica la raíz folclórica y andina. En pocos minutos dirigirá el último concierto del 2024. Va y viene ultimando los detalles para que todo suene como tiene que sonar después de tanto esfuerzo durante el año.
Queremos que la escuela sea el motor para que se sientan pertenecientes a esta ciudad
Marisa escucha orgullosa. Sabe de ese esfuerzo. De todo lo que significa salir del capullo para aprender a volar. De las dificultades; de la tempestad. De todas las carencias y todas las vulneraciones. Por eso, Marisa no concibe el trabajo si no es en red, como Tomás.
Articular, enlazar. Tramar. Crear racimos. Tejer. Vincular. Y en ese hacer cotidiano, intentar, de nuevo, salir del capullo junto a otres. Pedagogía del diálogo.
—Hay gente que ha nacido en el barrio y nunca salen. Hay gente que todavía no sabe como moverse en la ciudad. De tercer año en adelante hacemos recorridos por los museos y el casco histórico. Queremos que la escuela sea el motor para que se sientan pertenecientes a esta ciudad. Pero también tenemos mucha deserción escolar. Por eso articulamos con un EEMPA para que puedan terminar su trayectoria aunque no sea lineal y articulamos con la secretaria de Bienestar Estudiantil de la UNR para que puedan llegar a la Universidad. También trabajamos con la Vecinal Empalme o el Complejo Educativo Alberdi, porque nuestra idea es romper barreras invisibles. Acá tenés que trabajar en red todo el tiempo.
Escuelas como San Juan Diego se transforman en faros comunitarios, en brújulas que trazan horizontes posibles para las familias que, como dice Marisa, hacen malabares para sostener la vida en medio de tanta precariedad.
No es casual que en el patio de la escuela estén señalizados los cuatro puntos cardinales en castellano y lengua qom. Que en sus columnas la palabra “compartir” y “abrazos”, definan una pedagogía del afecto. Que sus paredes sean murales de colores y simbología indígena. Y que el idioma qom (Qom l’aqtaqa) se enseñe, se hable y se escriba desde los primeros años hasta el último.
Fabiana Gomez es una de las cuatro maestras idóneas de primaria que hay en la escuela San Juan Diego. Sus alumnos van desde el nivel inicial hasta séptimo grado. Fabiana nació en Chaco hace 41 años. A los dieciséis años migró a Rosario y se radicó, como las más de 400 familias qom, en la zona de Travesía. Aquí construyó su camino como docente intercultural bilingüe y hoy es una de las maestras de la comunidad que se ocupa de preservar la lengua originaria para que no se olvide, para que no se pierda. Lo hace asumiendo una tarea que le apasiona: la docencia. Reconoce que hay muchos jóvenes que entienden el idioma pero no lo hablan. Por eso, la educación intercultural bilingüe, establecida como ley nacional desde el 2006, es clave a la hora de transmitir la oralidad y la escritura en niños y niñas desde los 4 años en adelante.
En la San Juan Diego se trabaja en duplas pedagógicas. En sus clases, Fabiana enseña a traducir canciones, nombrar animales, repetir vocales, escribir relatos o pequeñas oraciones. El sonido de un cardenal, el vuelo de la paloma, el canto de un ave, la textura de los árboles, la velocidad del viento. Pedirle permiso a los montes. Pedirle permiso a los ríos. Escuchar el eco de una palabra ¿Cómo suena la tierra? Aprender a pronunciarla. Sentir el río, sentir el monte. Aprender el cuidado de esa tierra. Reconocer cada parcialidad del pueblo qom, sus costumbres, su identidad. Hacer memoria. Rescatarla del olvido.
—Me gusta enseñar el idioma de mi pueblo. Me siento orgullosa porque en nuestro tiempo a nosotros se nos prohibía hablar nuestra propia lengua. En cambio ahora tenemos esa libertad de poder transmitir nuestra cultura.
Pedagogía de la liberación.
***
—La Fabrika está de pie y eso ya es un montón. Está viva y se siguen sosteniendo todos los espacios porque sigue cumpliendo un rol social en el barrio.
El sol de las dos de la tarde no da respiro y a Pablo Basso se lo nota cansado. Son los primeros días de diciembre y a esta altura, los movimientos populares llegan con el último sudor a cerrar un año devastador para el trabajo militante. El enorme predio que nuclea a distintas unidades productivas que gestiona el Movimiento Evita se ubica en lo que podemos denominar barrio Industrial. Al llegar, lo que más se destaca es el número 10 pintado en negro sobre las chapas metalizadas del galpón donde funciona el taller de herrería. Como si fuese una señal del Diego: gambetear, caer y volver a levantarse. Celebrar cuando se gana, llorar hasta la rabia cuando se pierde, implorar a veces la mano de Dios.
La Fabrika está apenas a 100 metros de la Escuela San Juan Diego y su articulación con la comunidad qom, delimitada por las calles Almafuerte, San Gerónimo, Travesía y Juan José Paso, es constante.
—Mientras acá siga viniendo un vecino, un niño porque necesita algo, la Fabrika tiene razón de ser. Con su club, con su jardín, con su merendero, con su espacio productivo, al contrario de lo que el gobierno nacional quiso al sacarnos recursos, estas son construcciones comunitarias que se sostienen con los mismos vecinos y vecinas y militantes que se comprometen a que estos espacios funciones, resistan, resuelvan y transformen.
Junto a la organización Fijando Miradas, referentes indígenas, las iglesias y cooperativas de la comunidad, los centros de salud, las escuelas y los Centros Cuidar, La Fabrika participa de la mesa interinstitucional que cobró vida hace poco tiempo intentando articular un espacio de escucha, encuentro y fortalecimiento entre distintos sectores. Pero la situación desborda por todos lados y la buena voluntad a veces no alcanza cuándo, en los espacios estatales que cumplen funciones vitales en un barrio, la continuidad laboral de sus trabajadores pende un hilo. Pablo hará hincapié en los talleres del Nuevo Oportunidad que destaca como necesarios pero que en esta coyuntura responden más a una emergencia que a la solidez de una construcción política. Aún así, la Mesa es fundamental.
— Sirvió para empezar a defendernos, a construir y a crecer. Para tratar de que los vecinos y vecinas tengan un circuito medianamente organizado y que haya una buena comunicación si alguna familia necesita algo.
Mientras acá siga viniendo un vecino, un niño porque necesita algo, la Fabrika tiene razón de ser.
Pablo Basso es un militante de esos que ponen el cuerpo. Se calza la camiseta y pechea aunque les tiren con todo. En este caso, el actual gobierno nacional que desde que asumió, construyó su enemigo político: los movimientos sociales con base territorial. ¿Cómo se disputa una batalla tan desigual entre un gobierno opresor y un pueblo oprimido?
Pedagogía de la resistencia:
— Todo fue muy golpeado porque han sacado programas y recursos y a su vez con mucha demanda de los sectores más comunitarios. El espacio más castigado fue el jardín porque funcionaba con un programa de Nación que dieron de baja. Las compañeras igual quisieron sostener el lugar y acortaron días. Ahora solo hay un turno mañana que funciona tres días a la semana, pero con la convicción de no bajar las persianas que fue lo que nos propusimos. El desafío fue no cerrar ningún espacio. Nos van a cagar a palos, vamos a estar mal vistos, pero acá el barrio nos sigue necesitando entonces no cerrar ningún espacio para nosotros es un triunfo.
Se sumaron más del doble de familias y con mucha hambre. Algo que veíamos era que la gente hacía cola mientras las compañeras hacían la comida y eso es muy violento. Hay compañeros que antes laburaban acá y ahora empezaron a venir a buscar comida.
Hace dos años crearon un club: el Deportivo La Fabrika que hoy convoca a más de 100 pibes del barrio a jugar fútbol de salón. Es parte de lo que sigue en pie junto al Caeba y los talleres de apoyo escolar. Los diferentes espacios productivos -comunicación, carpintería, textil, estampados, gastronomía, marroquinería y herrería- que operan como pequeñas cooperativas, aún en la mala, con días y horarios reducidos y con menos de la mitad de los trabajadores, siguen funcionando. Pero la cara más brutal y más violenta del ajuste, Pablo la ve en el incremento de familias que acuden al comedor y al merendero. Frente al retiro de ayuda estatal, se vieron obligados a reducir la periodicidad que hasta el 2023 sostenían todos los días de la semana.
— Ahora hacemos dos días comedor y tres días el merendero al que asisten los chicos de la Fabrika y del barrio. Se sumaron más del doble de familias y con mucha hambre. Algo que veíamos era que la gente hacía cola mientras las compañeras hacían la comida y eso es muy violento. Hay compañeros que antes laburaban acá y ahora empezaron a venir a buscar comida.
Las organizaciones sociales hacen lo que pueden con lo poco que tienen. La Fabrika es un modelo de autogestión cooperativa. Y también de resistencia frente a la estigmatización política. Pablo menciona la pulverización del ex programa Potenciar Trabajo, cuyo salario complementario quedó congelado en 70 mil pesos. ¿Cuánto se llega a vivir con ese ingreso por mes?. Resuenan las palabras de Liliana Galeano: “ni siquiera a mitad de mes”. Pero además, dice Pablo, el gobierno quitó la obligación de realizar una contraprestación laboral. Cumplió con su objetivo: debilitar el trabajo comunitario y territorial. Destruir capullos.
—Lo destruyó como herramienta de organización, le quitó sentido político y vacío los espacios comunitarios, debilitó a las organizaciones sociales, que era su propósito.
Apenas un mes después de la charla con Pablo Basso, apenas a tres cuadras de la Fabrika, el barrio Industrial será noticia en la sección policial de los principales medios de la ciudad: “Un muerto y un herido tras ataque a balazos” dice el titular. Ataques que se naturalizan en una ciudad jaqueada por crímenes que parecen invisibles, que parecen ajenos mientras ocurran desde las avenidas hacia las periferias. Pedagogía de la perversidad.
¿Y entonces? ¿Cómo se sostienen los flujos vitales en barrios que así como son refugio también son lugares de disputa narcopolicial?.
—Cuando el Estado se corre, o está la comunidad o está el mercado—, asegura Pablo Basso. Y cuando está la comunidad porque al mercado ni siquiera le interesa, todo vuelve a cobrar espesor: el comedor comunitario, la cooperativa, las iglesias, las mesas intersectoriales, la escuela, los centros de salud. El efecto mariposa. Dice Pablo Basso que son éstos los espacios que se transforman en “un foco de organización popular”. Las familias se encuentran, se organizan, se rebelan.
—Cuando no tienen para comer hablan con la de al lado, y se acercan al espacio comunitario, a la dirigenta barrial para ver qué está pasando, porque el pueblo se organiza. Así empezás a entender que el espacio en el que estás cumple una función muy importante y lo tenés que defender.
Pedagogía de la emancipación.
***
Cuando Ricardo López tenía 12 años, los médicos le dijeron que tomar paico, hierba aromática con propiedades medicinales– podía llevarlo a la muerte. Pero él lo hacía desde que era un niño porque así lo hacía su mamá, su papá, sus ancestros.
—Para mí fue muy fuerte escuchar que me podía llegar a matar algo que era parte de mi historia, una práctica medicinal milenaria.
Ricardo creció hasta los diez años en la comunidad de Travesía hasta que su familia se mudó a las primeras casas que se construyeron en el sudoeste rosarino. Pero a pesar de la distancia nunca dejó de ir y venir en bicicleta. En el barrio quedaban sus raíces, la memoria de su infancia. Las hojas del viento, el primer capullo.
—Yo me siento parte de este barrio porque son mis hermanos, nos une nuestra identidad, nuestro color de piel, nuestro idioma.
Hoy Ricardo López tiene un camino vinculado a la salud intercultural. Su tarea es construir diálogos entre la medicina ancestral y la medicina occidental para que el derecho a la salud de su comunidad no se vulnere en un consultorio médico, o en la cama de un hospital. Para eso, Ricardo comenzó a formarse como agente sanitario intercultural bilingüe desde el año 2010, siendo parte de una experiencia transformadora como promotor de salud en el Centro de Salud Libertad y en la escuela 1.333. Allí integró durante dos años un equipo de promotores indígenas dedicados a revisar los contenidos de la Ley de Educación Sexual Integral para conciliar puntos de encuentro con la salud intercultural ancestral.
—Empezamos a tener vínculos con médicos del Centro de Salud, porque necesitábamos formarnos nosotros también. Ellos nos acompañaban y cada quince días dábamos talleres en la escuela. A partir de allí me convocaron a trabajar con ellos como agente sanitario porque necesitaban una persona que pudiera hablar la lengua materna, que sea un nexo para que se garantice la salud indígena porque hay barreras culturales con el idioma, con la comprensión de las palabras, sobre todo técnicas, con el vocabulario médico. Se hace una laguna para el paciente y para el médico.
Nosotros vamos a vacunarnos si vos nos acompañas, porque vos sos nuestra sangre. Capaz nos morimos con eso, pero no vamos a morir solos porque vos vas a estar ahí
Ricardo dedicó parte de su trabajo a visitar efectores del segundo y tercer nivel donde estaban internados ancianos originarios. Garantizar ese diálogo, construir confianza y cercanía. Ser mucho más que un “nexo”. Ser vínculo, ser hijo. Ser capullo. Pedagogía de la ancestralidad.
Su rol fue clave, por ejemplo, para lograr que muchos adultos mayores de su comunidad accedieran a un plan de vacunación durante la pandemia por Covid 19. Recuerda emocionado las palabras de los ancianos que confiaron en él: “nosotros vamos a vacunarnos si vos nos acompañas, porque vos sos nuestra sangre. Capaz nos morimos con eso, pero no vamos a morir solos porque vos vas a estar ahí”, le dijeron.
A mediados del año pasado, y después de estar durante meses acéfalo, Ricardo López asumió uno de sus desafíos, quizá, más importantes: ser el director del Centro de Salud 47 de Travesía y Juan José Paso. Así regresó al barrio de su infancia, a la tierra que lo vio nacer y crecer hasta los diez años. A la memoria de las hojas, del viento. Del canto, de las artesanías.
—Cuando extrañas es porque te sentís parte, y yo acá me siento parte. Muchas familias ya me conocen y he tenido un buen recibimiento de la comunidad porque conocen mi recorrido en el barrio.
La charla con Ricardo López transcurre en el consultorio de odontología. El Centro de Salud que depende de la provincia, cuenta con cuatro médicos generalistas, dos odontólogas, tres psicólogas, una trabajadora social y personal en farmacia y administración. Con un tono de voz suave y palabras pausadas Ricardo reflexiona ante cada pregunta. Después, responde.
—En el barrio me reencontré con referentas de la comunidad que acompañaron los reclamos de los trabajadores, que no son parte del Estado pero ejercen su tarea como promotoras de salud comunitarias. Porque el problema más grande que tenemos es la tuberculosis y ellas son las que convocan a los funcionarios y les reclaman acciones. La demanda nace de la propia comunidad y nuestro rol es acompañar esa demanda.
Con la claridad de asumir su función como agente estatal, pensando donde sus pies pisan, Ricardo reconoce un contexto atravesado por condiciones estructurales de pobreza y desigualdad. La falta de comida y el incremento de familias que acuden a los comedores o que dejan de acudir al centro de salud. No hay demasiadas opciones:
—Una mamá o un papá que tiene TBC y el único sustento es cirujear, si tiene que elegir entre venir acá o que su hijo coma, elige que su hijo coma. Entonces eso complica la posibilidad de que esa persona pueda llegar a terminar un tratamiento—dice Ricardo y por eso es que empezaron, como una de sus primeras acciones, a construir un mapeo de referencia. Visitar casa por casa, conversar con las familias, acercar el centro de salud a esos pasillos del olvido adónde casi nadie ingresa. Reconstruir una trama rota. Recuperar un rol vital del Estado. Pedagogía del cuidado.
El tema de la vivienda es una deuda pendiente que tiene el Estado. Después de la pandemia se consolidó un grupo de referentes marcando estos problemas de salud.
El consumo problemático de sustancias es otro de los grandes problemas que hay en la comunidad. Para abordar situaciones que desbordan intentan articular con La Posta, el Centro de Salud Juan B. Justo, el Centro Cuidar Industrial y las escuelas y organizaciones que integran la mesa intersectorial. Nada es fácil, admite Ricardo, cuando al centro de salud llegan en un estado muy deteriorado.
—El territorio está trazado por la pobreza y esa lanza perfora todas las demás capas, vivienda, agua, salud. Eso es un caldo de cultivo que va a generar en algún momento una explosión de tuberculosis. Los referentes lo tienen bien claro. El tema de la vivienda es una deuda pendiente que tiene el Estado. Después de la pandemia se consolidó un grupo de referentes marcando estos problemas de salud.
El camino es largo. Recién comienza y hay mucho por hacer. Se trata de aprender de los errores y aciertos, dirá el flamante coordinador del Centro de Salud de la comunidad Qom Lmac Na Alhua. Es un hijo de esa tierra; de esa lengua. De las desigualdades y la pobreza que describe. De las enseñanzas de los sabios y sabias y de las injusticias que también carga su linaje familiar. “La memoria no olvida nuestra ancestralidad” asevera Ricardo cuando habla de las prácticas milenarias en salud, cuando recuerda que alguna vez le dijeron que el paico hacía daño, y de las palabras de una anciana de su sangre que lo tranquilizó a sus diez años porque ¿cómo podría matarlo una planta ancestral que toma desde que es niño?
Sabiduría de la pedagogía.
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Los gobiernos a través de sus Ministerios de Seguridad suelen construir los llamados “mapas de la inseguridad”. Una escenografía que define territorios según el grado de concentración de los homicidios dolosos. Las “zonas calientes del delito”. Pero ¿qué hay detrás de la etiqueta? ¿Qué historias, qué vidas, qué formas de habitar un barrio quedan opacadas en la construcción de esos mapas?
—Mi barrio es lo más seguro que hay y yo no lo cambiaría por ningún otro. Acá los vecinos sabemos que contamos el uno con el otro. Es un sentimiento de hermandad que tenemos.
Ana es una de las hijas de Miguel Medina, uno de los más antiguos referentes de la comunidad asentada en Travesía y Juan José Paso. Junto a Joana, su hermana, se ocupa de la gestión del Centro Comunitario El Nazareno que fundaron como familia en el 2018. Porque como dice Liliana, la militancia indígena se lleva en la sangre.
Son las tres de la tarde y el calor es sofocante. Las clases ya terminaron y en el barrio, a la hora de la siesta, el ritmo es lento. En la casa de Miguel, ubicada sobre Almafuerte hacia el lado de la vía, sin embargo, hay una decena de pibes haciendo el curso de barbería. Las puertas están abiertas de par en par, se escucha música, circula la pizza casera recién sacada del horno. Frente a su casa, un montón de ladrillos apilados y bolsas de cemento son la señal que allí hay un espacio en construcción. Se trata del nuevo salón de 8×5, con baño y comedor, que están levantado para concentrar todas las actividades de la organización. Joana espera ansiosa que en unos meses termine la obra. Durante el 2024 contaron con fondos para comprar materiales y pagar el trabajo que hasta hace poco hacían los vecinos de manera voluntaria. Un sueño que cobró vuelo; renacer desde la perseverancia.
En el Nazareno sostienen un comedor y un merendero que hasta ahora solo recibe partidas de la provincia, una vez por mes. Funciona los martes, jueves y viernes y en total, dice Joana, concurren cerca de 60 familias pero en general “suelen ser más”. Al igual que en otros comedores, las raciones casi nunca alcanzan para cubrir una demanda que se incrementa.
—Cada vez son más y cocinamos con lo que podemos. Hay veces que no nos alcanza para cubrir lo fresco pero siempre cocinamos con lo que haya.
A su vez, el centro comunitario que también es una iglesia evangélica, gestiona una huerta agroecológica en Juan José Paso y las vías donde cosechan para consumo interno. Y una cooperativa de limpieza y mantenimiento de escuelas que este año integran diez vecinos y vecinas del barrio. Los domingos funciona el merendero “la horita feliz”, adonde asisten 60 niños y niñas del barrio.
¿Zona roja dicen? El que habla así es porque no nos conoce, porque no sabe cómo vivimos.
¿Y cómo está el barrio?
La que responde primero es Joana: “Muy difícil” y hace foco en el problema de consumo en pibes y pibas que tienen su edad, o incluso menos. Dice que muchas veces se rompe la cabeza pensando cómo hacer para que salgan adelante. Después, enumera lo que hace falta: luz en las calles, viviendas, trabajo.
Luego, la que contesta es Ana. Y cuando habla de su barrio recupera todas las pedagogías que conviven en un territorio complejo, dinámico, heterogéneo. Solidaridad, afecto, ternura, cuidados, presencia y también crueldad.
—¿Zona roja dicen? El que habla así es porque no nos conoce, porque no sabe cómo vivimos.
Y entonces cuenta de la campaña del dengue y la producción de repelentes caseros; del orgullo que siente que un hermano de su comunidad pueda ocupar un cargo con toma de decisión; de la lucha por defender y reivindicar la lengua qom cuya guardiana, dice, es la maestra Ofelia Morales. De esa solidaridad que nace cuando al de al lado le falta todo. Que nace por haber vivido lo mismo, la misma historia, la misma opresión.
—Sabemos que es lo que siente irse a dormir con la panza vacía, o recorrer un montón de lugares para conseguir trabajo y que nadie te conteste, o que te miren para otro lado porque sos un villero y ¿quién te va a dar laburo?. A los pasillos vamos nosotros a aportar y ayudar en lo que se pueda porque nadie se quiere meter. Sabemos lo que sufren nuestros pibes porque se los llevan presos por portación de cara, por el color de la piel, por la forma de vestirse. Hemos tenido que ir a pelear a la comisaría para que no le hagan causas. El que dice “zona roja” es porque nunca vivió acá.
Pedagogía de la indignación.
Nacer acá. Morir acá. Dice Ana. Tierra que es memoria. Hojas del viento, del canto. De lenguas y sonidos del monte. Sobrevivir, resistir. Dice Ana. Luchar por esa lengua, por la cultura y la historia. Por esa memoria sabia del buen vivir.
Sabemos lo que sufren nuestros pibes porque se los llevan presos por portación de cara, por el color de la piel, por la forma de vestirse. Hemos tenido que ir a pelear a la comisaría para que no le hagan causas.
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Pocos días después del último concierto del año, la Escuela San Juan Diego parece desierta. Fin de clases. Receso y verano. Las aulas, vacías. El patio, vacío. Pero en el salón donde funciona el taller de lutería, todavía quedan cosas por hacer. Matías Díaz acomoda algunas guitarras. Sobre una mesa de trabajo reposan las clavijas que una de sus alumnas limpia desde hace semanas con la misma paciencia con la que se construye un nido.
—Lo que más me llama la atención de los chicos es la capacidad de asombro.Y ahí está la clave. Nos humanizamos, volvemos a encontrar en el asombro eso que nos hace sociedad. Algo les sucede cuando pasan por acá. Muchas veces es un momento de despeje, o el ejercicio cotidiano de poder resolver algo, y entender lo que significa ser parte de un proyecto como la orquesta. Y llega un momento, un día, en que ya están solos trabajando con el instrumento.
Nos humanizamos, volvemos a encontrar en el asombro eso que nos hace sociedad. Algo les sucede cuando pasan por acá
Matías Díaz es uno de los docentes de música de la Orquesta San Juan Diego pero además es quien se ocupa, desde el 2019, de enseñar un oficio social que define con amor, orgullo y lucidez: “la lutería abre nuevas formas de vincularse con la sociedad y el mundo”. Llegó a la escuela por medio de un traslado y nunca más se fue. Como Osvaldo, como Marisa, como reza la frase pintada en la puerta de ingreso.
—Podría haber ido a dar clases a cualquier institución, pero estar acá es estar en un espacio importante a la hora de pensar un modelo educativo.
El taller de lutería es un corte en el tiempo y en el espacio dentro de la escuela. En esas cuatro paredes, las horas pasan lentas porque el punto de fuga está en el detalle. Observar, analizar, dedicar días enteros al trabajo sobre una misma pieza, sobre un mismo instrumento. El arte de reparar lo aparentemente roto. Transmutar hacia lo nuevo y lo bello como lo hacen las orugas cuando se vuelven mariposas.
Recuperar el aire; sentir el viento. Volar.
Durante el primer cuatrimestre del 2024, en el taller se diagnosticaron veinticinco instrumentos. Al espacio llega de todo: desde violines que son parte de la orquesta hasta guitarras guardadas hace años por algún vecino del barrio. Y lo que llega, salvo excepciones, se arregla, se limpia, se ajusta, se pone a punto. El primer paso es evaluar el estado en el que se encuentra. A veces se tratan de arreglos complejos que llevan años y otras, tan solo de limpiar cejuelas o colocar un puente. El objetivo siempre es que ese instrumento vuelva a cobrar vida en las manos de algún alumno/a o en la casa de una familia.
A Matías se le infla el pecho cuando fundamenta el sentido que tiene el taller de luteria en la escuela San Juan Diego. Y otra vez, el efecto mariposa:
—Acá sabemos el valor que tiene el instrumento, que no es económico, es el valor de la multiplicación. Un instrumento que vuelve a un pibe, vuelve a una familia, a un grupo de amigos. Ese instrumento se multiplica—dice. Multiplicar un saber técnico que también es popular. Un saber propio que se hace colectivo.
Para Matías es primordial que los instrumentos se acomoden a la ergonomía de quien lo ejecuta. Que un chico no tenga que abandonar la orquesta porque una guitarra le duela al tocarla. Entonces, pregunta a los profes para saber quién se ocupará de tocar ese violín, violonchelo o guitarra para adecuar el instrumento.
—Muchos no saben que cuando comprás un instrumento tenés que llevarlo a un Lutier para que la adapte a tu ergonomía. Eso, que es un conocimiento especial, San Juan Diego lo tiene. Esa capacidad de pensar cada instrumento para cada pibe. Eso es fundamental hacerlo y pensarlo como equipo docente.
Nemhías tiene 16 años, toca en la Orquesta de las escuela y se sumó al taller de lutería en el 2023. Durante más de un mes su tarea fue solo la de lijar la madera de una guitarra. Dice que la posta es tener paciencia y dedicación, que nada “se hace rápido y al toque”. Perseverancia. Constancia. Concentración. Matías supervisa el proceso y al mismo tiempo invita a sus alumnos a explorar, probar, intentar, hasta que se produce el clic.
— Son ellos quienes en algún momento logran resolver algo. Es maravilloso. El instrumento es un elemento que produce una transformación subjetiva, política. Y este proyecto es una plataforma para eso, para generar una mayor calidad de vida en cuanto a la sensibilidad más allá de que también puede significar un oficio.
Pedagogía de la autonomía.
El instrumento es un elemento que produce una transformación subjetiva, política.
Sobre el final, Matías volverá a insistir en el sentido político de la orquesta, del taller donde la lutería renace con cada pibe y piba que desea aprender.
—La orquesta es luz, es aire. Es un modelo concreto de transformación en el barrio y yo lo defiendo a muerte. Es un derecho cultural.
Pedagogía de la esperanza.
Vuelo: acción de volar con cualquier movimiento o efecto a través del aire. Volar: moverse por el aire, sosteniéndose con las alas. Tal vez, la definición de lo que representa la orquesta en un barrio popular.
Tal vez un sonido.
Tal vez las hojas y el viento, y la tierra ardida bajo los rayos del sol.
Tal vez el cuerpo hecho de memorias.
Tal vez la luz.
¿Cuántos modos existen de habitar un territorio?.
3 comentario
María Cruz! Gracias por poner en palabras nuestras vidas! Me demoro al leerlas porque me ruedan las lágrimas de la emoción y el orgullo que siento al pertenecer a toda esta movida desde hace tantos años! Con cuánta pasión nos brota el amor por lo que hacemos! Lo que somos y queremos ser, se expresa siempre en plural !!!!!
Abrazo 🤗
Muy muy orgullosa de mi hijo nehemias alumno de la escuela orquesta san juan Diego
Soy luz ex alumna de la escuela y de la orquesta
Hice todo mi secundario en esa escuela y la verdad no tengo palabras para agradecer tanto a la directora como al equipo docente siempre atentos a todo y siempre ayudándonos a mejorar en todo gracias también al equipo docente de la escuela orquesta por acompañarme estos 5 años de orquesta que disfrute con mucho orgullo en representar a mi hermosa escuela