En el 37° Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias en Jujuy, agricultoras de distintos puntos del país propusieron poner en la agenda de los feminismos, con un lugar central, la construcción de la soberanía alimentaria. Alternativas de lucha contra el hambre desde la mirada comunitaria de los pueblos campesinos e indígenas.
Fotos: MNCI
“Una cosa es vivirlo y otra que te lo cuenten. Es muy emocionante ver tanta cantidad de gente que estamos en el mismo objetivo y la fuerza que tienen para salir y luchar todos los días”, dice Andrea Caliva, productora de alimentos sanjuanina, en el 37° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries en Jujuy.
Al extremo norte del país llegaron entre 40 y 50 integrantes del Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra (MNCI-ST), una organización nacional que nuclea a familias campesinas e indígenas de Córdoba, Mendoza, San Juan, Jujuy, Neuquén, Misiones y Santiago del Estero. La defensa de los territorios ante el extractivismo, la producción de alimentos sanos, la reivindicación de los derechos campesinos y la articulación de redes de comercialización a precios justos vertebran su hacer cotidiano.
Antes de viajar, las integrantes del MNCI-ST organizaron una serie de encuentros en cada provincia para preparar la tierra donde sembrar la semilla: la de proponer que la soberanía alimentaria sea un eje tomado con fuerza por los feminismos. Con ese empuje llegaron a Jujuy, participaron de los talleres, conversaron con otras, pusieron sobre la mesa realidades diversas pero con una urgencia en común: el hambre.
“Lo que venimos conversando es cómo sostenemos en este momento difícil nuestra soberanía con los alimentos, cómo construimos estrategias”, dice María Guadalupe Tolaba, de la Red Puna (MNCI-ST Jujuy), al salir del taller “Mujeres y lucha por la tierra”. En esa ronda, que convocó al debate a mujeres y disidencias de distintas provincias, circuló la palabra. Historia tras historia, se desplegaron testimonios de la resistencia: contra el saqueo de las mineras, contra la privatización del agua, contra la decisión del Gobierno de desarticular las políticas para la agricultura familiar.
Allí llevaron, las integrantes del MNCI-ST, la propuesta de generar un taller específico de Mujeres y soberanía alimentaria para el Encuentro del año que viene en Corrientes. Junto a María Guadalupe está Andrea y también Carolina Llorens, de Córdoba, y Giuliana Casiano, de Neuquén.
El concepto de “soberanía alimentaria” fue propuesto por La Vía Campesina en la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, como alternativa a las políticas neoliberales que priorizan el comercio internacional antes que la alimentación de los pueblos. Incluye el derecho a priorizar la producción agrícola local para alimentar a la población y el acceso de los campesinos y las campesinas a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito. En otras palabras, es el derecho de quienes trabajan la tierra a producir alimentos. Y también, el derecho de quienes consumen a decidir qué comer y quién va a producirlo.
Sin embargo, ese derecho está amenazado en un país donde unas pocas empresas (Molinos Río de la Plata, Arcor, Unilever, Mastellone, Danone, por mencionar algunas) controlan la producción de alimentos. En tanto, la desarticulación de las políticas públicas para la agricultura familiar vuelve insostenible el trabajo de quienes trabajan la tierra con sus propias manos, cultivando alimentos sin agrotóxicos para venderlos a precios accesibles.
—¿Cuál es la situación de las mujeres en la ruralidad hoy?
María Guadalupe: —Es muy crítica. El gobierno nos está dejando fuera del sistema, pero venimos construyendo organización hace mucho y eso nos fortalece. Eso es lo que valoramos, que en este momento no estamos destruidas a pesar de lo crítica que es la situación. Tenemos que tomar una fuerza nueva para ver cuál es la estrategia de lucha común, en cada provincia. Hay una arremetida contra los territorios que es muy dura, están viniendo por nuestros recursos. Pero nosotras estamos ahí.
Carolina: —La situación es cruel especialmente para las mujeres, porque el avasallamiento que estamos viviendo de las políticas públicas nos afectan en dos sentidos. Por un lado, el desmantelamiento de las políticas públicas para la ruralidad nos pone en situaciones de vulnerabilidad en nuestras producciones, pero además hay un desmantelamiento de las políticas de género. En cuanto a lo productivo, estamos sin técnicos, hay situaciones de avance sobre los territorios porque los extractivismos se están incrementando, vemos un aumento grave del hambre. Y eso afecta particularmente a las mujeres, porque no sólo somos el eje en la producción, sino en todo el proceso alimentario. Somos las primeras que nos quedamos sin comer cuando hay hambre. Estamos viendo eso en las comunidades, sobre todo en los sectores urbanos: infancias con hambre, mujeres sobrecargadas con la imposibilidad de dar alimentos, campesinas que van comiéndose sus producciones para poder dar alimento, compañeras que trabajan en las cooperativas productoras de semillas que se quedaron sin trabajo. En cuanto al desmantelamiento de las políticas de género, toda esta situación y los discursos de odio hacen que las situaciones de violencia aumenten y no hay políticas a nivel nacional. Siempre fue difícil que esas políticas lleguen a la ruralidad, pero hoy no existen. Tenemos muchos frentes de batalla. Si no nos encontramos y nos fortalecemos entre nosotras, es muy difícil abordar la complejidad de lo que estamos viviendo.
El desmantelamiento de las políticas públicas para la ruralidad nos pone en situaciones de vulnerabilidad en nuestras producciones, pero además hay un desmantelamiento de las políticas de género. En cuanto a lo productivo, estamos sin técnicos, hay situaciones de avance sobre los territorios porque los extractivismos se están incrementando, vemos un aumento grave del hambre. Y eso afecta particularmente a las mujeres, porque no sólo somos el eje en la producción, sino en todo el proceso alimentario.
—¿Qué estrategias se están dando en este contexto?
Carolina: —Tenemos una línea de trabajo desde la economía feminista y campesina donde con nuestras compañeras y nuestros compañeros nos formamos en relación a cómo construimos una economía que visibilice el trabajo de las mujeres campesinas y el trabajo de cuidado de las mujeres campesinas. Las mujeres campesinas trabajamos cuatro horas más que las mujeres urbanas, entonces cómo gestionamos ese cuidado, cómo vamos generando estrategias colectivas. En este contexto también estamos teniendo una línea de trabajo desde el equipo feminista en relación a la política de hambre, cómo hacemos con políticas feministas para enfrentar la situación de hambre. Estamos construyendo talleres de alimentación nutritiva, estrategias colectivas para garantizar la alimentación en los sectores de nuestras comunidades donde no está llegando el alimento. Como organización entendemos que el rol de las mujeres campesinas es central y por eso construimos feminismo campesino y popular de esta manera.
—¿Cómo se relacionan género y producción?
María Guadalupe: —Desde nuestras organizaciones producimos y buscamos vender a un precio justo. Y a su vez las mujeres podemos manejar esa entrada económica para tomar nuestras decisiones. En cada grupo hay mujeres que, antes, lo que ganaban se lo repartían en la casa con el compañero. Y siempre quedábamos deseando comprarnos algo o estudiar o tomar otras decisiones. El dinero que teníamos había que ponerlo en común. Hoy en día no es que cada una haga lo que quiera, sino simplemente es tomarnos en cuenta y decir “bueno, yo quiero esto para mi vida y tengo este recurso”.
—¿En qué áreas de la producción hay mayor participación de mujeres?
Carolina: —En los procesos de producción y elaboración de alimentos. En el área donde siempre hay menos mujeres es en las conducciones, pero en todo el área de producción y en las bases la mayoría somos mujeres. Por ejemplo, las productoras caprinas son la mayoría mujeres, son las que cuidan los chivos, las que ordeñan, las que hacen los dulces de leche de cabra. Incluso en un área que es una de las más masculinizadas, como es la producción de miel, cada vez tenemos más compañeras.
—¿Por qué ocurre ese proceso?
Carolina: —El Movimiento Campesino de Córdoba va a cumplir 25 años y desde los inicios comenzamos visibilizando el rol productivo de las mujeres, porque las mujeres siempre hicieron esas tareas, no es que las empezaron a hacer ahora. Pero visibilizarse como productora sí es un proceso nuevo, porque antes hacer todo eso era ser “ama de casa”, aunque cuidaran los chivos, los chicos, todo junto. Ahora la conciencia de ser productora hace que las mujeres se impliquen más: “esta es mi tarea, este es mi trabajo, es un orgullo ser campesina y productora”. Y así se han podido ampliar. Por ejemplo, la producción de dulces fue toda una conquista. No podemos trabajar la violencia de género sin que las mujeres tengan la posibilidad de decidir sobre su vida y para eso hay una autonomía económica que necesitamos construir. Entonces han habido líneas de acción de la organización para visibilizar ese rol central de la producción y organizar experiencias para que las mujeres tengan autonomía.
No podemos trabajar la violencia de género sin que las mujeres tengan la posibilidad de decidir sobre su vida y para eso hay una autonomía económica que necesitamos construir.
—¿Qué rol están teniendo las mujeres en la lucha en defensa de la tierra?
Carolina: —Las mujeres y las diversidades estamos teniendo un rol cada vez más central en la lucha por la tierra. Por ejemplo, fueron las compañeras en Jujuy las que estuvieron al frente de los piquetes, en los cortes de ruta que hubo acá. Lo escuchamos también en los talleres, compañeras que van a dar su vida por defender el territorio del avance de las mineras. Hay una relación muy fuerte de las mujeres, que los feminismos también hemos alimentado, con la defensa de la tierra, de su cultura, de sus derechos. Sin territorio no hay soberanía alimentaria. No es solamente la tierra: es el agua y son todos los bienes naturales y culturales que tenemos vinculados al territorio. Las mujeres tenemos un rol central y vemos que es fundamental también visibilizar el rol de las diversidades en el campo y en la producción, que es lo que nos hace sostener la lucha. La lucha por la tierra no es solo estar ahí paradas cuando viene la topadora, si no que es poder producir y vivir dignamente en la tierra.
—¿Por qué producir es tan importante para defender la tierra?
Andrea: —Si no producís no vivís, no comés. Ahora todo está hecho de manera artificial y lo que es un alimento natural viene de la tierra, de nuestras manos. Lo demás viene con un montón de químicos que nos dañan. Si le echás químicos a la tierra, la estás matando. No solamente a la tierra, sino al alimento que estás produciendo.
Carolina: —Como dice Andrea: si no producís, no comés y no vivís. Y si no podés vivir dignamente en la tierra, cómo la vas a defender. No existe la posibilidad de vivir y defender los territorios sin producir para poder vivir dignamente. Por eso la política de hambre es una política que nos expulsa de los territorios.
Andrea: —Así es. En San Juan están haciendo barrios cerrados y ya no quedan casi campos, todo se está vendiendo. Y después, ¿de qué va a vivir la gente? Los jóvenes tienen que irse, porque no hay trabajo.
No existe la posibilidad de vivir y defender los territorios sin producir para poder vivir dignamente. Por eso la política de hambre es una política que nos expulsa de los territorios.
La extorsión del hambre
Entre el segundo semestre de 2023 y el primer semestre de 2024, la población en situación de indigencia en Argentina pasó del 12,3% al 18,1%. La población en situación de pobreza, del 41,9% al 52,9%. Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica, el empobrecimiento de la población se dio en el marco de los efectos de la devaluación, política de shock aplicada en diciembre de 2023 por el gobierno de Javier Milei.
—En este contexto de hambre, ¿cómo avanzar hacia la soberanía alimentaria?
Carolina: —Es un momento de siembra, de diseñar políticas públicas, de discutirlas, de articularlas entre diferentes luchas que tienen objetivos comunes y poder instalar la agenda de la soberanía alimentaria. Esta agenda nunca ha sido claramente asumida por ningún gobierno y este gobierno es la máxima expresión. Hoy el hambre está llegando a niveles históricos en Argentina. Puede ser un momento donde la coyuntura y el hambre nos lleve a plantearnos enfrentar la solución de manera mucho más integral. Este país tiene la capacidad de producir alimentos para 400 millones de personas y tiene que poder reflexionar sobre la soberanía alimentaria. Planteamos que la agenda feminista se campesinice, que la soberanía alimentaria sea aparte de la de la agenda feminista.
—Incluso se planteó un taller específico para el Encuentro que viene.
Carolina: —Sí, porque es momento de instalar la agenda de la soberanía alimentaria y fortalecer las organizaciones campesinas, pero también de articular la lucha campesina con otras luchas como la feminista, como la lucha por la justicia climática. Que podamos discutir la soberanía alimentaria en el marco de la emergencia alimentaria y plantear que no es sólo un problema de distribución de alimentos sino que los alimentos están en manos de las corporaciones. Por eso pueden extorsionarnos con el hambre. Si tuviéramos una construcción de soberanía alimentaria, no hubiera sido tan fácil para un gobierno borrar todo de un plumazo y someternos al hambre a millones de personas.
—¿Que pueden aportar las comunidades campesinas e indígenas a un feminismo que muchas veces es urbano?
Giuliana: —Dentro de los hogares y dentro de la producción campesina e indígena hay costumbres que se van perdiendo en las ciudades. Son costumbres del cuidado de todo lo que nos rodea, desde el agua a la tierra. Yo voy a trabajar la tierra donde produjo mi abuela y ella nunca va a contaminar la tierra de la que yo me voy a alimentar. Es un respeto no sólo por los que estamos hoy, sino por las generaciones que vienen en un futuro. Pero cuando venimos a la ciudad vemos que a la gente no le importa tirar un vaso de plástico o un cigarrillo en la calle, porque no le interesa quién va a venir después. Vivimos en el hoy, en el individualismo. Lo que queremos compartir es esa vivencia que nos heredaron nuestras ancestras, que es el buen vivir y el cuidado.
—¿Cómo romper, en la práctica, la brecha entre el campo y la ciudad? ¿Cómo campesinizar la lucha?
Carolina: —Campesinizar la lucha tiene que ver con ampliar la conciencia de la relación. En las ciudades perdemos la conciencia de la relación con las generaciones que vienen, con nuestro alimento, con el origen de lo que comemos. Se genera una dominación y una invisibilización de lo que sucede en el campo. Eso hace que también desde los feminismos urbanos se reproduzca una relación de dominación sobre las comunidades campesinas e indígenas y que muchas veces se invisibilice la existencia de esos otros feminismos. Nuestro feminismo es muy diverso: nosotras construimos estrategias feministas y ni siquiera nos nombramos de esa manera porque lo que nos importa es acuerparnos dentro de nuestras diversidades. Sabemos que somos diversas, pero todas tenemos en común el acuerparnos para enfrentar las violencias que vivimos, que son muchas y la construcción de una vida digna para todas. No nos enredamos tanto con las palabras porque alguna puede ser creyente y ser feminista, otra puede estar en contra del aborto y no llamarse feminista, pero ser una compañera que construye vida digna y acompaña a otras compañeras. Nuestra diversidad es también la diversidad de la vida campesina. Y la vida campesina no es un monocultivo.
Nuestra diversidad es también la diversidad de la vida campesina. Y la vida campesina no es un monocultivo.
Andrea: —Para mí la respuesta es enseñar desde arriba lo que es tener tierra y poder comer. Ahí la gente va a empezar a tomar conciencia. La respuesta es empezar por las escuelas, por el Congreso.
—¿Qué lazos tienen con el feminismo comunitario?
—Hemos tenido espacio de encuentro con compañeras del feminismo comunitario, como Adriana Guzmán de Bolivia u otros movimientos de países como México. En otros países de la región hay mucho desarrollado; Argentina es el menos campesinizado de todos porque cree que es un país blanco y urbano. De todos modos, para nosotras decir “comunitario” es redundante, porque lo campesino e indígena no se puede pensar sin comunidad. Eso también es una diferencia con los feminismo urbanos, porque nuestro feminismo es colectivo. No es tanto de los derechos individuales de una mujer, si no que es de los derechos de tu comunidad. Es una lucha que, si bien la llevamos adelante las mujeres y las diversidades, también se da con nuestros compañeros varones en la organización mixta. Hay resistencia, hay dificultades, les cuesta, pero también tenemos compañeros que también impulsan esto porque es una lucha colectiva contra un sistema patriarcal que también oprime al varón del campo.