Unir las puntas de un mismo lazo. Multiplicarse para colectivizar el dolor. Coser las heridas para, juntas, transformar realidades. Andar. Correr. Caminar. Madres Territoriales contra las Adicciones es una asociación que congrega a mujeres cuyos hijos atraviesan o han atravesado consumos problemáticos. Entre todas, se capacitan y construyen red para crear dispositivos de acompañamiento comunitario exigiendo políticas públicas que aborden la problemática. «No concebimos la asistencia sin intervención del Estado», afirman. La historia de Betina Zubeldía, la referenta en Rosario.
Es el mediodía de un domingo sin calma para la familia Zubeldía. Betina patea el portón a los gritos hasta que por fin alguien abre el postigo y asoma la cabeza.
—Salí porque te mató. A mi hijo no le vas a vender más—dice intentando meter sus manos para agarrar al tipo que del otro lado busca zafarse.
—¡Betina qué hacés! Calmate que no es así —se escucha.
Pero Betina lo sabe: ese es el lugar al que acude su hijo Kevin de 15 años para comprar cocaína. También lo saben algunos vecinos que la alientan por lo bajo, a escondidas, murmurando.
Pasan los días. Betina sigue tan desesperada como aquel domingo en que, sin pensarlo, fue corriendo hasta el búnker que todo Pérez conocía, ubicado sobre la ruta que es la arteria principal de la ciudad. “Esta vez mi hijo se toma un remisse y no regresa” empieza a contar diecisiete años después de aquel episodio, en el pequeño patio de una casa de acompañamiento que la asociación Madres Territoriales contra las Adicciones -que ella preside- coordina en Rosario.
“Llamé a todas las remiserías de Perez preguntando cuál había enviado un móvil a mi casa hasta que una responde. Le pido que manden al chofer que llevó a mi hijo y viene uno y me cuenta que lo había llevado hasta la onda. Yo no sabía qué era eso”. Pero no le importó. Betina nunca tuvo miedo, tampoco dudas. Al contrario, lo que la movilizaba era la rabia profunda que sentía al ver cómo su hijo iba perdiendo todo lo que hasta ese momento era parte de su vida cotidiana: amigos, deporte, escuela. Entonces, le dijo al chofer que la lleve hasta ese lugar cuyo nombre escuchaba por primera vez.
—Yo no tenía miedo, tenía bronca. No me importaba nada. Fui hasta ese lugar y una persona me dice ´vos estás buscando a tu hijo. Ese es el negocio´. Miro y estaba todo cerrado. La onda era un búnker como los de antes. Todo cerrado, apenas una ventanita. Me hizo muy mal. Ahí caí lo que era.
A su hijo no lo encontró pero lo que sí vió fue una postal descarnada del consumo y la venta al menudeo. En ese momento, lo primero que pensó es ir a hacer la denuncia a la comisaría ubicada a dos cuadras de su casa. Pero allí le dijeron que al tratarse de un delito federal debía radicarla en Rosario. Desde entonces su vida cambió por completo. De aquella mujer, gestora automotor y una de las más reconocidas productoras de seguros de su localidad, ya no queda nada. O sí: la entereza para sacar fuerzas donde solo hay dolor.
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La voz de Betina se entrecorta. Hace silencio. Intenta recuperar el diálogo pero es evidente que todo le duele. La mirada triste, llena de lágrimas. La garganta con un nudo. El suspiro para volver a empezar.
—Todo esto empezó con mi hijo y a mi hijo lo pierdo hace un mes. Se quitó la vida y todavía no se porqué. Él había superado su consumo, pero quizá no superó esta sociedad tan horrible que tenemos- dice mientras charlamos, ahora en la terraza de la misma casa de pasillo ubicada en Boulevard Seguí y Corrientes que arregló, pintó y acondicionó con su ayuda.
Kevin tenía 33 años. Murió el 20 de agosto de este año. Era uno de los tres hijos que tuvo Betina Zubeldía, una madre que desde ese trágico día solo busca respuestas, aunque a veces las encuentre cuando mire hacia arriba, señale el cielo y diga: “Todo esto es por él”.
Betina no se rinde. Sigue, con la angustia clavada en su pecho, con la remera de las Madres encarnada en su cuerpo, sacando fuerzas, creando redes. Ya no patea puertas de búnkers ni enfrenta en soledad a los narcos del barrio porque entendió, a fuerza de balas, que ese camino solo servía para acumular amenazas de muerte.
Como la vez en que le prendieron fuego el auto.
Como la vez en que estalló una molotov en su kiosco de diarios.
Como la vez en que fueron a buscarla para decirle “que la corte porque iba a tener problemas”.
Ninguno de todos esos hechos de violencia frenó su insistencia por seguir denunciando las redes locales del narcomenudeo. Pero un día balearon la casa de sus padres. “Ese fue el momento en que decidí hacerlo público”.
Su historia trascendió a los medios masivos, incluso a los de alcance nacional. Era el año 2014 cuando el diario Clarín tituló: “Nos preguntamos si las próximas seremos nosotras”. En la foto, Betina junto a Adriana Abaca apenas 48 horas después del crimen de Norma Bustos, una mamá que denunció hasta el hartazgo y en completa soledad la trama narco en su barrio Tablada de Rosario, luego de que asesinaran a su hijo un año antes. Norma fue acribillada en la puerta de su propia casa.
Betina recuerda momentos, situaciones. Cuenta solo algunas de las tantas que su memoria guarda. “Nosotras hemos pasado por mucho” dice y esa frase lo condensa todo: el largo derrotero de las madres que nunca bajan los brazos. Al principio, motorizadas por el dolor, solas. Después, articulando redes y tramando vínculos. Eso empezó a hacer Betina cuando conoció a las Madres contra el paco en Buenos Aires. “Yo no quería que me pongan una custodia, lo que pedía eran lugares para proteger a nuestros hijos”.
“Espacios de contención” reclamaba Betina en ese tiempo en que a Kevin, a punto de firmar contrato para la AFA, le quitaban el sueño de seguir jugando a lo que más le gustaba: el fútbol. Fue como cortarle las piernas. “Se dieron cuenta que tenía un problema de consumo y llaman del club para decirme que no iba a poder seguir jugando. Yo les dije que estaban cercenando sus derechos, que eso era discriminación. El único recurso positivo que tenía para que mi hijo pudiera agarrarse de algo sano, me lo estaban sacando sin ninguna explicación. Ese fue uno de los golpes más grandes que tuve”, recuerda.
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Cada vez que viajaba a Buenos Aires la esperaban entre diez y veinte mujeres cuyas historias eran muy parecidas. Juntas empezaron a conformar la Mesa de Madres al interior de la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), en el año 2017. “Éramos mujeres de todas las provincias. Nos juntábamos cuando teníamos la posibilidad de viajar. Y empezamos a conocer cómo eran las políticas públicas en relación a los consumos”.
En ese momento Betina buscó formarse para poder acompañar a jóvenes atravesados por el consumo problemático. “Estudié la Tecnicatura en Prevención Comunitaria especializada en Adicciones y Violencias que es un terciario y después hice la Asistencia Socio Familiar”. Mientras tanto, su hijo “iba mejorando. Estaba haciendo un tratamiento en Nazareth. Yo veía que era importante tener una contención. Dejé mi trabajo y ahí empecé de lleno a dedicarme a esto, a querer ayudar a otras personas”.
Podría decirse que fue en Pérez, una pequeña ciudad de 32 mil habitantes y a tan solo 15 kilómetros de Rosario, donde Betina Zubeldía comenzó a construir ese primer espacio que hoy es refugio para pibes y pibas o familias que se acercan a buscar ayuda. En medio de la nada, de la intemperie, del abismo, lo que comenzó a brotar fue una semilla para que germine lo que Madres Territoriales le reclamaba al Estado: lugares de prevención.
“En Sedronar empezamos a intercambiar situaciones que vivíamos cada una en nuestros territorios. Y así fue como abrimos en Perez la célula más pequeña que en ese momento habilitaba Sedronar que era un dispositivo que constaba de tres personas en un lugar que nosotras teníamos que buscar y sin goce de sueldo”.
Cabín 9 es uno de los barrios más empobrecidos y postergados que tiene Perez. Es también uno de los más alejados del corazón céntrico de la ciudad y el más cercano a Rosario. Ubicado entre ambas ciudades, la comunidad de Cabín resiste al olvido estatal. Allí, lo que abunda son los microbasurales, el hambre y el esfuerzo de familias que subsisten con lo poco que tienen. Pero también están las redes que construyen las organizaciones que hacen pie en esta barriada popular en la que un tanque comunitario revela la ausencia de servicios que son esenciales. Aunque llevan más de una década reclamando el acceso, hasta allí deben caminar los vecinos con sus bidones y baldes para poder tener un poco de agua potable.
Aquí mismo, la asociación Madres Territoriales de la cual Betina es su referente en la provincia, creó un dispositivo para tener, aunque sea, un lugar para recibir a un chico o a una mamá desesperada. Un espacio de escucha, tan solo eso. Pero la convocatoria sorprendió y empezó a llegar gente de todos lados, de todos los barrios. Al principio se juntaban en un salón pequeño de la Capilla del barrio. “Desde ahí fue todo crecimiento”. Luego consiguieron un fondo estímulo para trabajar con referentes barriales y dos años después, desde el Sedronar fortalecieron el dispositivo incorporando un equipo de profesionales. “Hay trabajadores sociales, psicólogos, operadores comunitarios. Se llama Dispositivo Territorial Comunitario (DTC) y está abierto a todas las personas, no solo con problemas de consumo” explica Betina. La capilla quedó chica y entonces se mudaron a un salón que tiene en su planta alta el Club Social y Deportivo “Defensores” de Cabín 9.
Con el tiempo instalaron un nuevo espacio pero esta vez en una casa semi abandonada que un amigo de Kevin tenía en Rosario. “El dueño estaba preso y nos alquiló la casa para que podamos tener un lugar para los chicos y las familias”. Era un “desastre” recuerda. Junto a su hijo, Betina la arregló para que allí funcione una de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) que integran, en más de 18 provincias del país, la red Sedronar. En este espacio, además de los diversos talleres por los que transitan cuarenta personas durante todo el día, duermen alrededor de doce jóvenes que esperan cupo en algún centro terapéutico.
Es un espacio de tratamiento ambulatorio, abierto desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, que también es habitado transitoriamente por chicos y chicas que aguardan durante meses un lugar para comenzar un proceso de internación. “Mientras tanto perdemos al joven”, explica Betina tratando de inventar estrategias para que ese pibe o esa piba no se “pierda” en el camino. “Acá se quedan hasta que puedan dar un paso hacia otro lugar, pero los chicos no se quieren ir. Acá tienen celular, es un lugar de puertas abiertas. Si llegan a tener recaída los vamos a recibir, acá les vamos a dar siempre un abrazo. Y queremos que entiendan que el consumo es una consecuencia, que algo más está pasando, y eso es lo más difícil de reconocer”.
Sobre la ancha vereda de Boulevard Seguí, en la puerta de entrada a la casa, hay un grupo de chicos conversando. Al ingresar, se camina por un pasillo angosto hasta llegar a la recepción. Allí hay fotos colgadas y diplomas que muestran el trabajo de las Madres Territoriales. Espero a Betina unos minutos hasta que me invita a pasar al patio, no sin antes cruzar por la cocina-comedor donde otro grupo de jóvenes charlan alrededor de la mesa. El movimiento es constante.
Betina empieza a contar el trabajo que viene articulando junto a más de doscientas madres de Rosario y la región. Hay grupos consolidados en Córdoba, Santiago del Estero, Catamarca, Buenos Aires. Las sedes se van enlazando como los puntos de un tejido. Madres hay muchas. En Rosario llegan hasta el CAAC de calle Boulevar Seguí 1375 o al DTC de Cabín 9 y allí se quedan, sumándose a las actividades cotidianas, comenzando a estudiar para ser asistentes o acompañantes, dictando talleres, compartiendo saberes. “Empezamos a ser un montón, porque las madres también son parte del tratamiento. Muchas enseñan a hacer velas, jabones, a coser, sublimado. Lo que pueden, lo que saben. Y llegan con un montón de situaciones familiares que no están ligadas directamente al consumo, pero que sí forman parte de la comunidad, de este padecimiento social”.
Además de sostener los espacios, se organizan para hacer trabajo de prevención: ofrecen charlas en escuelas y terciarios. También en sindicatos y empresas. “Porque lo que queremos es que se empiece a trabajar con perspectiva de adicción en todos los ámbitos. Yo creo que eso es lo que falta para poder hacer un abordaje integral”.
Ese abordaje no puede realizarse sin intervención estatal. Desde Madres Territoriales son contundentes cuando afirman: “No concebimos la asistencia sin la presencia del Estado”. Por eso Betina refuerza un concepto que es clave: la articulación. “Nosotras articulamos con la salud pública, con la salud privada, con todas las agencias estatales a nivel nacional, provincial y municipal. Y necesitamos que éstas funcionen. Y si no funcionan, vamos a hacer todo para que anden, vamos siempre a buscar una solución. Porque entendemos que con la magnitud del consumo, nosotras solas no podemos hacer nada. Necesitamos que lo poco que existe funcione, y si no existe, lo vamos a crear”.
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Betina todavía vive en la vecina ciudad de Pérez pero confiesa que su objetivo es mudarse a Rosario cuando concrete el sueño que hoy más la desvela: inaugurar la casa que llevará el nombre de su hijo Kevin. Se trata de un nuevo espacio que hace meses vienen acondicionando en barrio Fisherton -al oeste de Rosario-. “La idea es que sea una casa de “medio camino”, explica. Un nuevo lugar de contención y acompañamiento comunitario para personas con consumo problemático.
Para Madres Territoriales es vital construir una “red de intervenciones”. “El Estado falla en la prevención”, remarca Zubeldía. “Lo más grave es no saber a qué lugares acudir”. Por ello, el enfoque de trabajo de la organización es generar lazos: con efectores de salud tanto públicos como privados, con profesionales de la salud, con la Agencia de Prevención del Consumo de Drogas y Tratamiento integral de las Adicciones que depende del gobierno provincial, con la Agencia Local de Prevención y Abordajes de Consumos Problemáticos que recientemente abrió la Municipalidad de Rosario, con otras organizaciones y asociaciones que abordan desde diferentes perspectivas la problemática del consumo, con la Iglesia, con empresas y gremios.
La organización es parte no solo de la Sedronar sino también del espacio multisectorial “Ni Un Pibe Menos por la Droga” y del Foro local de Adicciones. Desde allí activan campañas, marchas, charlas, reclamos hacia el Estado en todos sus niveles y actividades públicas como fue la jornada sobre consumos problemáticos que tuvo lugar en abril de este año, en el recinto del Concejo Municipal. Más de 30 organizaciones que trabajan en dispositivos ubicados, muchos, en barrios populares, expusieron la enorme preocupación que tienen frente a las limitaciones presupuestarias y al evidente corrimiento del Estado a nivel nacional. “El 80% de los dispositivos que hoy existen en Rosario para atención y acompañamiento de personas que están sufriendo adicciones lo llevan adelante organizaciones sociales, instituciones intermedias y espacios de profesionales no estatales” sostuvo la concejala Caren Tepp, presidenta de la comisión de salud. El sacerdote Fabián Belay fue contundente en su intervención: “Las leyes están pensadas para centros que tienen un abordaje para la clase alta, pero no para los trabajos que se hacen en los espacios comunitarios” y continuó, “la comunidad está en crisis en los barrios y lo poco que hay se ve amenazado, mientras que del otro lado están muy organizados, llevándose puesta la vida de los pibes”.
Desde la Municipalidad indican que, tras una campaña de sensibilización que lanzaron a mediados de año, hubo un incremento en la atención de casi 40 casos por semana, desde finales de julio. “Fue un crecimiento del 76% con respecto al primer semestre de 2024”. En Rosario, se sabe, la situación es crítica. El 26 de junio, día mundial contra las adicciones, “Ni un Pibe menos por la droga” llevó adelante la tradicional marcha, este año bajo el lema “Rosario, cuna de redes”. “Justamente lo que estamos diciendo es que tenemos que reforzar las redes, con todos los espacios comunitarios, con el Estado, para ver cómo seguir, cómo podemos aportar. Imaginate que si los varones están mal, ¿cómo están las mujeres?, la situación es aún peor, y si sos madre más todavía” dice Zubeldía quién considera primordial que las respuestas estatales lleguen a tiempo.
Cuando hace una lectura de lo que sucede en Rosario, Betina apunta a un problema de fondo: “Hoy muchos bunkers son las casas de familias que están tratando de hacer un peso para comer. Tenemos tres generaciones de personas adictas. Hay abuelos que tienen a sus hijos y a sus nietos adictos, y son situaciones terribles”.
“Luciérnagas”. Así describe a las lucecitas que por las noches se observan en algunos barrios rosarinos. Hace referencia a la cocaína que se fuma en pipa y como consecuencia, a la devastación casi inmediata que conlleva esa nueva modalidad de consumo, cada vez más extendida en la ciudad. “En Rosario nos invadió el crack. Le ponen aditivos a una cocaína adulterada, no sabemos qué tiene pero sí sabemos que las consecuencias de fumar eso son graves. Y lo que pudimos entender es que para que una persona pueda desintoxicarse tiene que ingresar a un hospital, y si no quiere internarse y está en un riesgo cierto inminente debemos realizar un pedido de protección de persona en Tribunales. Pero cada vez que lo hacíamos, la justicia nos decía que no valía la pena”.
De tanto insistir, de tanto golpear puertas de oficinas judiciales, las Madres Territoriales en Rosario avanzaron hacia algo que para ellas es fundamental: realizar los seguimientos personalizados a aquellas personas sobre las que solicitan un pedido de protección. “Acompañamos en los hospitales con los cuales nos estamos reuniendo junto con Aprecod y la Agencia municipal, para poder entender juntos la perspectiva de adicciones y ver que una persona que llega con una abstinencia terrible no puede esperar 4 horas en una guardia, porque se nos va. Que una crisis subjetiva es tan importante como una quebradura”.
El seguimiento es vital -explica Betina-. Del mismo dependerá que la persona pueda ingresar o no a lo que ella llama “un círculo de sanidad”. Después, serán los equipos de salud mental de los efectores públicos los encargados de establecer criterios de internación para cada situación. En espacios como los que sostienen las Madres Territoriales, el acompañamiento es ambulatorio. “Acá intentamos que hagan foco en todo lo que le pasa a esa persona, no solo en el consumo. Tenemos que poder brindarle a nuestros jóvenes alternativas para poder hacerles entender que la vida es hermosa. Yo les digo siempre, tienen que tener algún recurso que los acompañe en el fortalecimiento de esa sanidad. Yo ví muchos chicos que pudieron salir del consumo porque lo más difícil es sostener la sanidad. Por eso, lo fundamental es que ellos se fortalezcan, se conozcan, porque “ofertas” van a tener siempre. A mí lo que menos me importa es que consuman, sinceramente. Acá en la casa, la clave es el compañerismo, ayudar al otro, y eso nos da resultado porque acá no se sienten presionados, acá establecen lazos”.
Betina refuerza la importancia de sostener la red afectiva que contiene, los proyectos de vida, la restitución de derechos, el fortalecimiento subjetivo, el abordaje comunitario de situaciones que muchas veces tienen que ver con la angustia, más allá del consumo. “Esta enfermedad que es la adicción destruye lazos y vínculos y tenemos que tratar de luchar para que eso no ocurra”.
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Son las seis de la tarde y el cielo todavía lo ilumina todo. En el comedor, más de 20 jóvenes se reúnen con los operadores comunitarios.
—Madres es Kevin—, responde Betina sin dudar cuando le pregunto qué significa en su vida, la organización de la cual es parte desde hace más de quince años. Dice que ya no concibe su día a día si no es respondiendo mensajes o llamados telefónicos, acompañando a jóvenes en distintas situaciones, coordinando los dos espacios que gestionan, dedicando sus fines de semana a seguir arreglando la nueva casa que tienen proyectado inaugurar. Pero desde el pasado 20 de agosto, Betina convive con el dolor inenarrable de haber perdido a su hijo.
Y entonces ¿cómo seguir?. Fija la vista en un punto y se queda en silencio, de nuevo con los ojos llorosos. Hasta que dice: “Hay diez chicos que todas las mañanas me mandan un mensaje para saber cómo estoy, para agradecernos por estar vivos. Y eso es lo que, para mí, le da sentido a todo”.
Contacto: Facebook Madres Territoriales
1 comentario
Qué decir de Betina, nos conocimos estudiando y trabajando en los barrios por esos chicos olvidados por la sociedad, prefieren ignorarlos en lugar de darles una mano o una palabra para ayudarles y superarse. Eso es lo wue hacen ese hermoso grupo de madrazas como son Madres Territoriales.
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