Las formas del rebusque pueden ser diferentes frente a la plata que no alcanza. Sin embargo, donde no hay matices es en el impacto emocional que eso implica: mujeres e identidades feminizadas comparten la angustia y la preocupación frente a un escenario que se les volvió brutal en los últimos seis meses.
Foto: Fer Der Meguerditchian
El escenario ya las venía golpeando duro. Las mujeres e identidades feminizadas eran más pobres, trabajaban más por menos plata, y la mayoría (casi 8 de cada 10) además tienen niños, niñas, adolescentes o adultos mayores a cargo. Todo eso, en una ciudad con una brecha de ingresos entre varones y mujeres del 33%; la más desigual de 31 aglomerados del país de acuerdo a datos de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Pero lo que sucedió en los primeros seis meses de este 2024 las puso frente a un escenario feroz donde a la hora de modificar hábitos de consumo, lo segundo que se reduce son los alimentos y un poco más abajo en la lista, las mujeres de edad más avanzada, dejan de comprar medicamentos. Que las familias comen apenas una vez al día lo repiten desde hace ya varios meses, y los préstamos informales en los barrios que existían, se masificaron en montos que van entre los 20 y los 50 mil pesos, apenas “para la subsistencia alimentaria”.
Las que tienen casa propia se achican en los servicios o se juntan con las vecinas para compartir los gastos de internet; allí donde las condiciones de vulnerabilidad y precariedad son más profundas, el cirujeo, la prostitución, la venta de contenido erótico por redes sociales o incluso los juegos virtuales aparecen como una alternativa para hacer dinero extra. Donde no hay matices es en “la angustia” y “la preocupación” que a las atraviesa por el cuerpo frente a una situación económica que las vuelve a golpear.
Hay muchos modos de sacar la foto de lo que sucede en los barrios en una ciudad donde la cantidad de personas que no logran acceder a los alimentos básicos, medidos en términos de indigencia en las encuestas oficiales, se triplicó al 18,2% en el último año -lo que representan 162.490 personas- y donde el 46,8% de la población total es pobre.
“Hay cantidad de datos que de diferentes modos nos marcan la situación y vienen mostrando sobre todo lo violento y abrupto de este último proceso económico”, dice Sofia Botto, dirigente de Libres del Sur y directora del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, y agrega que lo que se puso en marcha fue una búsqueda sobre “cómo esa situación impacta en las mujeres que no sólo dejan de comprar alimentos, sino que ya en la pandemia habían puesto en cuestión el tema de los cuidados y la sobrecarga, y que ahora vuelven a gestionar la crisis con la carga en la salud mental que eso significa y el impacto que eso tiene sobre sus cuerpos”.
“Hay cantidad de datos que de diferentes modos nos marcan la situación y vienen mostrando sobre todo lo violento y abrupto de este último proceso económico”
Para eso, indagaron entre junio y julio pasado a más de 220 mujeres de los seis distritos de la ciudad, un registro que llevaron adelante junto a las organizaciones MuMalá Rosario, Red de Mujeres del Sur, Asociación Vecinal Acindar, Asociación Civil Orillas, Encuentro por Rosario y Causa, y que quedó plasmado en el informe “El impacto de la situación económica en mujeres y disidencias sexo-genéricas a cargo de tareas de reproducción social (cuidado de personas, domésticas y de gestión de sus hogares)”.
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“Mi barrio está lleno de mujeres viudas”, dice Graciela y, para graficar eso que sucede en las calles de Acindar, cuenta que es una vecindad donde llega a haber “hasta siete mujeres solas en una sola manzana”. Ella es parte de la vecinal que lleva el nombre de la vieja metalúrgica y llega hasta el límite con la Vía Honda, y cuando se sumó a la investigación lo primero que propuso fue incorporar al relevamiento la perspectiva de las jubiladas y las pensionadas.
“Al momento de salir a hacer la encuesta todavía teníamos los medicamentos de Pami, ahora estamos un poco peor”, dice la mujer que padece Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) y que de los cinco remedios que recibía a través de la obra social nacional ahora solo recibe uno.
Los medicamentos aparecen en el sexto lugar entre los rubros en los que el 95 por ciento de las encuestadas se “ajustaron” para así y todo, muchas veces, no llegar al final de mes. Si bien en primer lugar aparece la vestimenta, ya en segundo lugar señalan alimentos básicos, seguidos de compra de comidas ya elaboradas, seguidos de gastos vinculados a la recreación como suscripciones a plataformas, e inmediatamente después los remedios.
“A muchas nos ayudan los hijos. Yo hago la huerta, hago dulce, no te digo que soy autosustentable, pero me ayuda y además, los hijos, porque solas no podemos. La verdad es que no sé cómo hacen las que no tienen hijos o no las pueden ayudar, o incluso las que tienen a sus nietos a cargo, como les pasa a amigas mías”
Las jubiladas y pensionadas representan el 11% de las encuestadas. “En el barrio todas somos dueñas de nuestras casas, pero si tuviéramos que pagar un alquiler no podríamos, si nos cuesta pagar los servicios que también se fueron por las nubes”, señala Graciela.
El “compartir gastos” se volvió una forma de poder sostener algo mínimo para el ocio: internet o plataformas de contenidos. Así y todo, a veces la ayuda debe llegar desde afuera. “A muchas nos ayudan los hijos. Yo hago la huerta, hago dulce, no te digo que soy autosustentable, pero me ayuda y además, los hijos, porque solas no podemos. La verdad es que no sé cómo hacen las que no tienen hijos o no las pueden ayudar, o incluso las que tienen a sus nietos a cargo, como les pasa a amigas mías”, cuenta sobre las diversas situaciones que enfrentan sus pares.
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Los cambios en los hábitos de consumo no tienen otra razón que la económica en más del 90% de los casos. “No sé cómo hacen las que tienen hijos”, comenta Graciela y un rato más tarde, Jesi, mamá de un nene de 12 años y único sostén de hogar cuenta que una de las cosas que tuvo que reducir en los últimos meses fue la compra de leche. “Ahora en el invierno tomamos mate cocido”, dice.
El 40,27% de las consultas tiene un trabajo remunerado, pero en el 64,25% de los casos esos trabajos no son en relación de dependencia, el 12.21% por ciento son monotributistas y el 50,22% reciben alguna ayuda social por parte del Estado.
En ese escenario, casi ocho de cada diez tienen niños, niñas, adolescentes, adultos mayores o personas con discapacidad bajo su cuidado y, como Jesi, en el 58 % de los casos su ingreso es el principal sostén económico del hogar. En el caso de Jesi, el único.
La mujer de 34 años vive en Tablada y está entre quienes dejaron de comprar. En esa lista de lo que ya no llevan a la heladera, el estudio nombra mayoritariamente la carne de vaca, los fiambres y los quesos, y las bebidas gaseosas, pero también los yogures, las galletitas y la leche.
“Muchas familias comen una sola vez por día”, cuenta Jesi de lo que sucede en su barrio y dice que llega a haber hasta dos cuadras de cola para recibir ayuda en un comedor. Eso que la afecta a ella y a los suyos.
“No pasamos una buena situación -afirma-. La mayoría de las mujeres tenemos trabajo en negro y el problema es que no alcanza. Yo estoy sola con mi hijo, pero en la casa de mi tía, que son muchos, se come fideos y arroz todos los días y esa no es una buena alimentación”.
Jesi trabaja en una organización social y señala tener “bastante ayuda”. Eso que le pasa, ve que además se multiplica en el barrio. “Cada vez hay más familias pidiendo en la calle, cada vez más familias viviendo en la calle”, cuenta sobre lo que sucede en zona sur, y el estallido de los rebusques para la subsistencia, entre ellos endeudarse ya sea a través de las tarjetas de crédito o entre los prestamistas del barrio.
Las deudas no son una novedad, ya en 2018 con las crisis del macrismo las mujeres comenzaban a tomar préstamos a través de las Asignaciones Universales por Hijo (AUH) para poder hacer frente a gastos domésticos, los créditos barriales empezaban a sonar con más fuerza y las tarjetas de crédito también se recargaban entre quienes las tenían.
La mayoría de las mujeres tenemos trabajo en negro y el problema es que no alcanza. Yo estoy sola con mi hijo, pero en la casa de mi tía, que son muchos, se come fideos y arroz todos los días y esa no es una buena alimentación
Sin embargo, señalan que en los últimos meses nunca había visto un nivel de movimiento de préstamos informales como el que se da en este momento y para la subsistencia diaria. “Son furor en el barrio, así como la gente que juega”, dice Jesi, y señala que los montos van “entre los 20 mil y los 50 mil pesos”, lo que muestra que no son más que deudas tomadas para la supervivencia. “Los devuelven en forma semanal o quincenal, y lo que pasa es que la gente los pide para poder comprar lo mínimo para comer, nada más”, agrega.
En la encuesta el 43,4% de las mujeres dijeron haber recurrido a métodos de endeudamiento. Si bien mayoritariamente lo hacen a través de billeteras virtuales (22%), la segunda forma de conseguir dinero es a través de los préstamos barriales informales (19,2%) y un mínimo recurrió a créditos bancarios (5,6%).
Jesi comenta que a diferencia de hace unos años atrás, no sólo son las mujeres las que más recurren a esta modalidad de préstamo en los barrios, sino que además también “son mujeres las que prestan el dinero”, señala.
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Vicky tiene 45 años, es una chica trans y pudo dejar de trabajar en la calle hace ya siete años, donde estuvo desde los 18. Sin embargo, reconoce que si no viviera con su mamá y su hermana, en una casa de barrio La Lata, su situación sería otra.
Para ella, así como para todas las integrantes del Colectivo Travesti Trans, la situación se hace el doble de difícil por las deudas históricas en materia de acceso a la educación, a la salud, al mercado de trabajo y a la vivienda, y que hoy se ven en retroceso.
“Hay chicas que están recibiendo una ayuda y con eso se pagan una pensión, pero si dejan de recibir esa ayuda, vuelven a la calle”, cuentan Vicky y Jesi al unísono en el local de Libres del Sur, el espacio del que además son parte y donde acompañan a otras mujeres y diversidades.
Hay chicas que están recibiendo una ayuda y con eso se pagan una pensión, pero si dejan de recibir esa ayuda, vuelven a la calle”,
El estudio muestra la mirada crítica sobre la situación económica actual y de hecho el 84% de las consultadas señala que el escenario “es peor” que el de diciembre de 2023. Sin embargo, Vicky va más allá, lo compara con los tiempos de pandemia y considera que incluso son más críticos que ese 2020.
“En ese momento la gente estaba más solidaria, tenía algo para darte, los comedores se pusieron a funcionar, no dejaban a nadie solo. Hoy hay poco”, dicen las mujeres que reconocen no sólo sus entornos cada vez más pobres, sino además el retiro del Estado, que una de las principales ayuda que suspendió fue justamente los alimentos a los comedores en los territorios.
“Hoy directamente hay comedores que fraccionan al mínimo los alimentos básicos que tienen, como la leche en polvo, para poder darle a los vecinos”, dice Botto.
En ese escenario, no queda más que el rebusque para obtener nuevos ingresos: el 43% de las consultadas en el estudio señalaron llevar adelante nuevas actividades. “Eso significa muchas veces trabajar más por menos plata, con todo lo que eso significa en el cuerpo”, señala la directora del instituto.
La venta en general, desde alimentos, artículos y la participación ferias; el cuidado de personas y servicios de limpieza, trabajos extra, juegos y casinos virtuales, el cartoneo y el cirujeo, e incluso la prostitución y la venta de contenido erótico a través de redes sociales están en el abanico de alternativas.
“Lo que eso muestra la es la necesidad extrema de sacar plata de cualquier lado para garantizar lo básico como es alimento o la vivienda, ir a la feria, trabajar más y por menos plata, salir cartonear a veces con los varones o incluso con los hijos, o prostituirse es parte de la realidad de las mujeres cuando a atravesamos este tipo de crisis y eso tiene un impacto tremendo en los cuerpos”, la dirigente de Libres del Sur.
“Hoy directamente hay comedores que fraccionan al mínimo los alimentos básicos que tienen, como la leche en polvo, para poder darle a los vecinos”
Las diferencias se disipan en el hecho de que una vez más, la crisis -esta vez brutal- pone a las mujeres y diversidades al frente de la gestión de los recursos cada vez más escasos y las deja cada vez más pobres al frente de sus hogares. Y se sostiene la sensación compartida de “angustia” y “preocupación” que el 98,1% de ellas dice sentir frente a ese escenario.
Estrés, cansancio, falta de horas de descanso y exposición a situaciones de inseguridad y violencia afectan su salud integral. Ansiedad, períodos de depresión y ataques de pánico son las formas en que denominan a las maneras en que esas angustias se le presentan, y a las que hacen frente, más de una vez, con recursos también insuficientes.