Katiana Curcio sobrevivió a la dictadura, fue presa política y perdió a su novio en los vuelos de la muerte. A los 76 años se reinventa como una de las protagonistas de Finalmente Reparadas, la obra que repasa la historia de cinco mujeres trans de la provincia de Santa Fe perseguidas entre 1976 y 1983.
Fotos: Mariana Terrile
— Piojo, si yo no vuelvo no te preocupes que voy a estar bien
— ¿Por qué me decís eso?
—No, yo te jodo… si no vengo es porque me fui con otra
Cuando Katiana llegó a Coronda tenía 19 años. En secreto, un guardiacárcel la abastecía de pastillas anticonceptivas a cambio de sexo. Corría el año 1976 y aún no existían terapias de reemplazo hormonal. Le cortaron el pelo, la mantuvieron aislada y la investigaron ¿para quién reportaba? Ella nunca supo en qué agrupación política militaba Agustín, su novio, pero sí recuerda el mimeógrafo que usaba para replicar los panfletos y la pensión en donde se conocieron.
Kati dice que no sabe nada de política, que si ahora entiende poco, antes menos. Pero tiene en claro que se lo llevaron por sus ideas y que su propia detención no fue azarosa. De él no supo nada más, pero presume que lo secuestraron en la Facultad de Arquitectura y que fue una de las víctimas de los vuelos de la muerte. Con los años, su historia salió a la luz cuando el Estado santafesino la reconoció como una sobreviviente de la dictadura.
Pero hasta entonces, Katiana sepultó ese amor. Como una joya sutil, lo transformó en un recuerdo antiguo, en una brisa tenue sofocada por la urgencia de vivir mientras se multiplicaban las guadañas, y siguió. ¿Qué más se podía hacer en un país donde la democracia era un rumor, donde la identidad política y de género eran un pasaporte a la clandestinidad? “Yo creo que fue el único hombre que me quiso realmente”, confiesa entre sollozos 48 años después.
Tras su liberación en 1981 se fue a Chile enamorada de un hombre que la hizo debutar en el Teatro Picaresque, al norte del río Mapocho, en la bohemia santiaguina. Allí empieza su raid, las aventuras de su primera vida que la llevaron hasta Perú, Ecuador y Colombia en su triple condición de exiliada de la dictadura, migrante y mujer trans. El miedo la mantuvo alejada del país por lo menos hasta 1998. “Estar en libertad no me garantizaba tener paz”.
En Finalmente Reparadas, la obra que protagoniza junto a Bibiana Blason, Carolina Boetti, Marzia Echenique y Laly Rolón, Kati reconstruye su historia y la matiza con enormes dosis de humor, pero reconoce que abrir esa puerta significó volver a sentir en el cuerpo los horrores de la dictadura: “Esto yo lo tenía totalmente bloqueado, cuando sale lo de la obra removí todo eso y tuve que empezar con psiquiatras, psicólogos, me agarraron ataques de pánico, fue una cosa horrible”, confiesa.
La pieza teatral, clasificada como un biodrama documental, recupera la historia de cinco mujeres trans de la provincia de Santa Fe que reciben una pensión estatal tras ser perseguidas y encarceladas durante los años de plomo. Entrelazando cuadros musicales con monólogos y conversaciones entre las actrices, la apuesta escénica busca restituir la memoria de una comunidad que tuvo que esperar casi tres décadas para vivir en democracia.
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Coser una peluca lleva tiempo. Es una pieza de arte que requiere habilidades finas, estilo y paciencia. También los costos son elevados. “Ocho mil pesos nos sale una aguja de implante”, explica Katiana sobre el emprendimiento que lleva adelante con un grupo de amigas para entregar en comodato a personas en tratamiento oncológico. La selección del rubro no es aleatoria, Kati tuvo cáncer dos veces a lo largo de sus 76 años. La primera vez fue en el estómago cuando era muy joven.
“Fue bravísimo, me daban ocho meses de vida. Pero acá estoy”, dice orgullosa. Y me cuenta sobre una palabra que le gusta mucho: resiliente, a la que define como “la que pasa muchas tempestades”. Es como un barco que sobrevivió al naufragio. Por eso se la quiere tatuar, para recordar que le tocó renacer muchas veces a lo largo de su vida y que está preparada para redoblar la apuesta: “Ahora quiero vivir hasta los 110 años”, avisa.
El deseo no es fortuito: es la menor de una familia de cuatro hermanas que le hacen culto a la longevidad. La mayor roza casi los 90 años y aún vive. Con ellas mantiene una disputa por la herencia familiar que aún no está saldada. Los vínculos, por supuesto, no son buenos. Cuenta que siempre hubo mucho rechazo por su identidad de género, pero también por las razones políticas que la llevaron a estar presa en los 70’, aun no siendo militante.
“A mucha gente no le ha pasado nada, mi familia es una de ellas. Si pueden traer un milico y pararlo en la puerta, lo paran”, admite. Cuando evoca a su papá, habla de un tano de carácter fuerte que llegó a la Argentina durante la segunda guerra mundial. En el caso de mamá Ceferina, que vivió hasta los 103 años, el recuerdo es amoroso y aparece lejos en el tiempo como un momento feliz. “Jamás les escondí mi identidad, yo me he sentido mujer desde que tengo uso de razón”, afirma.
Además, Kati es sobrina nieta de Renato Curcio, fundador y líder de las Brigadas Rojas italianas, un grupo de izquierda que nació a finales de los 60’ en el marco de las luchas obreras de las fábricas Pirelli y Siemens. Su nombre volvió a los medios este año con la detención en Argentina de Leonardo Bertuzzi, integrante de la organización y prófugo de la justicia italiana desde hace 40 años tras el secuestro y asesinato del ex primer ministro Aldo Moro. “Vengo con esa sangre, imaginate”, me dice entre risas.
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A Kati le gustan las cirugías estéticas. Conoce la magia del bisturí, todavía la seduce el arte de moldear el cuerpo y perforar los límites de la carne. Es que la fantasía de la perpetuidad y el glamoroso hechizo de la juventud es algo que no se consume con el tiempo sino que se multiplica como desafío frente al paso de los años. “Siento que se me hacen unas marcas acá (y se señala una parte de la cara) que no me gustan. Así que voy a ir de Carlitos Lallana, mi cirujano”, anticipa.
Entre sus andanzas de quirófano, cuenta que su médico la llegó a echar del consultorio “porque lo cansaba” y que en su última operación de pechos le pusieron más cantidad de lo que le hubiera gustado. También gracias a la Ley de Identidad de Género hace siete años logró acceder a la reasignación de sexo, un anhelo que guardó durante muchos años y que incluso la llevó a visitar al reconocido urólogo chileno Guillermo Mac Millan en la ciudad trasandina de Valparaíso.
“Ahora descubrimos a una cirujana nueva”, comenta entusiasmada. Y es que Kati no le teme a las mutaciones porque siempre fue una mujer del espectáculo y sabe lo que exige el mundo de las luces. “Dentro de lo oscuro que eran algunos negocios, yo siempre hice shows: cantaba, hacía strip – tease”, recuerda. Por eso ahora prepara una nueva obra con Norma Ambrosini, la directora de Finalmente Reparadas, en la que buscará explotar su veta más original a través del humor.
En la comedia, su ecosistema natural, Kati bucea como una experta. Utiliza la espontaneidad para refrescar la escena y desecha cualquier recurso burlón para con el público, algo muy propio de la tradición acuñada por algunas corrientes del transformismo. “A mi no me gusta jugar con la gente o agarrarla para la joda, no voy a hacer humor a costa de un pelado, por ejemplo”. En Reparadas, sus intervenciones funcionan como un articulador que descomprime lo trágico de cada historia.
“Hago mucha improvisación. Además, ellas saben que les digo cosas en serio. Nosotras cinco nos conocemos de toda la vida”, dice sobre el elenco. En el escenario, a Kati le gusta hablar de su vida, de sus tres matrimonios y hasta de las propias carnes. A ella corresponde también el monólogo final en el que explora una narrativa dramática, distante del histrionismo con el que se abre paso en el espectáculo. Un lugar incómodo, por cierto, al que confiesa que no le gustaría quedarse a vivir.
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Para la historia de Katiana no hay epílogo posible. Pasado y presente se conjugan en su biografía como un impulso vital por sobrevivir a la desventura del tiempo. Al igual que Molina en El Beso de la Mujer Araña que imaginó Manuel Puig, Kati transita la ferocidad de la dictadura amarrada al amor de Agustín, y desde la ingenuidad adolescente ve signada su vida toda. “Fue el único hombre que me quiso”, repite como un mantra frente al abismo de la desaparición forzada.
Pero allí no se acaba el relato. El amor y la música, las tablas y el humor, la metamorfosis permanente, hacen que su existencia sea un punto de quiebre en la matrix, una grieta en el universo de la previsible normalidad. Tal vez no sea un hecho extraordinario, pero sí suficiente para entender que estamos frente a una superviviente. Una que vivió para contar y que se multiplica en las que vienen atrás.