Días atrás falleció Eugenia Sánchez; mamá de Kili y Antonella Rivero, hermanos correntinos que murieron por intoxicación con agroquímicos en las tomateras de Lavalle, donde la familia trabajaba y vivía. En julio pasado, también murió Susana Márquez, del grupo Madres de Ituzaingó Anexo (Córdoba), pioneras en denunciar los efectos devastadores de las fumigaciones mientras el país estallaba en 2001. Sin pena ni gloria, las vidas que se cobra el modelo de monocultivo transgénico se suman a una lista cada vez más numerosa, dolorosa e injusta: la de los muertos invisibles, los que no saldrán en las tapas de los grandes diarios, los históricamente silenciados, el daño “colateral” de un modelo que enferma, contamina y mata.
Foto principal: German Pomar
Probablemente, Eugenia Sánchez comenzó a morir el 12 de mayo de 2012, cuando a causa de una falla hepática fulminante provocada por la intoxicación con agroquímicos, perdió a su hijo José “Kili” Rivero, de cuatro años. O, cuando su otra hija Antonella, enfermó y debió (ella también) transitar una compleja y dolorosa internación muy lejos de su casa.
Quizá Eugenia murió otro tanto cuando Anto falleció en abril de 2021, sumida en el cáncer contraído, -contaminada como su hermanito-, en lo que supo ser su lugar en el mundo: Paraje Puerto Viejo, corazón de la cuenca frutihortícola de la provincia de Corrientes, donde la familia Rivero estaba afincada.
El caso de Kili Rivero llegó a la justicia y desnudó como pocos no solo la perversidad del modelo contaminante sino el entramado de complicidades existentes (que se perpetúan toda vez que sigue sin haber justicia para las víctimas) en todos los estamentos de poder, a nivel municipal, provincial y nacional. El expediente de la causa constata que se encontró la presencia de agrotóxicos organofosforados en la orina del niño, en plantas de tomate en el lote de Antonio Candussi, el dueño de las tomateras imputado en la causa y en los huesos de animales muertos en la casa de la familia Rivero.
Seguramente, Eugenia murió un poco más cuando Candussi, principal responsable por el envenenamiento de su hijito recibió una condena de tres años de prisión condicional por el delito de homicidio culposo, por lo que no pasó ni un día en prisión. Días atrás, la partida de Eugenia Sánchez fue reflejada por unos pocos medios alternativos y por los referentes de la ciencia digna que marchan, con los pies en el barro de la historia, junto a las comunidades afectadas.
Las voces que no callan
—A veces no hace tanta falta preguntar si un paciente es fumigado o no—, explica Mercedes “Meche” Méndez, enfermera del Hospital de Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan desde hace treinta años. —Yo veo pacientes. Sabiendo todo esto que pasa, todo lo que uno lee, todo lo que uno ve, las visitas al territorio, solo con saber dónde vive el paciente y lo que está pasando con la naturaleza, lo que implica el modelo extractivo, te imaginas lo que puede estar pasando con las personas que habitan ese lugar. A veces solo les preguntás, ¿De dónde venís? Y cuando responden de tal pueblito, buscás y resulta que el pueblito son diez cuadras con puro verde alrededor. Pero el verde no son arboledas con pajaritos, son campos rodeados de cultivos de soja. El chico fumigado viene con síntomas asociados a la intoxicación, viene con problemas en la piel, presenta vómitos, otros relativos a la intoxicación, Darío Gianfelicci, doctor de Entre Ríos, médico rural que trabaja en un lugar que se llama Cerrito, fue uno de los primeros que habló de todo este modelo productivo; lo contaba en la década del 90; `Nosotros -decía- en los pueblos fumigados vemos los pacientes afectados de manera aguda, en general los atendemos ahí, ustedes acá ven las patologías de los niños afectados de manera crónica´. Los que llegan acá, al Gutiérrez, a Casa Cuna, a otros lugares, no tienen un síntoma específico que se pueda asociar a una intoxicación, tal vez los síntomas estuvieron mucho antes o no los tuvo. Capaz que fueron los padres; es la cronicidad, es el ambiente, es el agua, la tierra, el aire, los peces que come, el río en el que se baña. Entonces se piensa desde otro lugar que va más allá de situarlo solo desde la patología y el síntoma, ves un poco más allá y pensás que esto está pasando desde hace 30 años y es imposible que no le esté afectado a las personas y los chicos. Desde ese lugar uno lo razona y desde haber ido a visitar varios lugares y saber lo que pasa en esos lugares—, explica Méndez.
En 2007, Meche, -como todos la conocen-, incorporó los cuidados paliativos al ejercicio de la enfermería y se especializa en esta rama que busca una mejor calidad de vida en el tránsito de la internación hospitalaria.
—Los cuidados paliativos son cuidados para pacientes con enfermedades limitantes para la vida y se pueden dar en distintos momentos tanto en el debut de la enfermedad, durante el tratamiento como hacia el final. De acuerdo a la patología, los pacientes los van a necesitar más o menos en determinado momento. Lo que se busca es el confort, la mejor calidad de vida, mayor movilidad, que la persona sea auto independiente. Yo hago lo que me gusta, para lo que me formé; acompañar a chicos gravemente enfermos. También implica el acompañamiento a la familia, hacerlos reflexionar, hacerles comprender determinada situación, acompañarlos en el proceso y en el alivio de los síntomas—, explica Meche.
Ávida de respuestas, su primer acercamiento a la cuestión ambiental y su incidencia en la salud fue viajar en 2011 al Primer Congreso de Salud Socio Ambiental que se realizó en la Universidad de Rosario; allí entendió que había otra manera de “concebir la ciencia y la medicina”.
Un año antes, había leído el Primer Informe de los Pueblos Fumigados y con ese bagaje se comprometió a hacer algo en su ámbito de trabajo. Con el fin no solo de visibilizar este “genocidio silencioso” sino de acercar al personal de salud, tanto los testimonios de los vecinos afectados como las voces de la ciencia, (requeridas para constatar la evidencia empírica de parte de quienes defienden el agronegocio), Meche asumió como propia la denuncia de los efectos de un modelo contaminante y, desde hace algunos años organiza una serie de charlas y conversatorios en el hospital. Por allí pasaron, entre otros referentes de la ciencia y la lucha, Andrés Eduardo Carrasco, Damián Verzeñassi, Damián Marino, Paula Blois, Guillermo Folguera y Ana Zabaloy, (directora de una escuela rural fumigada en San Antonio de Areco, que murió en 2019 por un cáncer asociado a la exposición crónica a los agrotóxicos).
—El caso de Lavalle es paradigmático porque tenés los afectados de manera aguda, Nicolás que muere, Celeste, otra pequeña que se intoxicó junto a él, Kili que muere y la situación permanente ambiental—, señala Méndez que acompañó a la familia Rivero en el tránsito de la internación de Kili primero, y de su hermana Antonella, después.
—Yo, en 2013 hago una denuncia en la Defensoría del Pueblo de la Nación, a ver qué se podía hacer con esa situación ambiental y consultando qué pasaba con esa verdura que llega acá y comemos nosotros, eran varias hojas. En 2018, cinco años más tarde, Defensoría responde redactando una recomendación; me enteré de casualidad porque me contó Damián Marino (doctor en Química, fallecido en diciembre de 2023). Esto fue al año siguiente que murió Kili. Cinco años después. Antonella tenía quince y vivió todos esos años en el lugar. Yo no puedo asegurar que Anto desarrolló un cáncer porque vive frente de la tomatera, lo que sí puedo decir es que en ese lugar se murieron dos nenes, se intoxicó una chica con una insuficiencia hepática, y muchos años después otra nena hace un cáncer fulminante, le amputamos la pierna y muere. En la misma familia. Por eso para mí es tan especial ese caso, con sustancias que además sabemos que producen cáncer y malformaciones.
Cinco años más tarde de la denuncia de Meche, Defensoría envió personal que recorrió Lavalle, registró la gravedad de la situación y redactó el informe, en el que puede leerse. (..) “La incidencia de la exposición a agroquímicos en la salud de la población es intuida por las autoridades, que la vinculan al alto número de vecinos que padecen cáncer y malformaciones congénitas. A los fines de preservar la salud y la vida de los afectados y del resto de la población expuesta a los agrotóxicos utilizados, se analice la posibilidad de la suspensión en lo inmediato de las fumigaciones en los establecimientos tomateras cercanos a sus viviendas y se organice el traslado de las familias afectadas a cargo del municipio u organismo público que correspondiere a un lugar adecuado a los fines señalados toda vez que mientras las fumigaciones se sigan reiterando, el posible delito subsista«.
En otro párrafo, desde el organismo estatal señalan que “Se destaca que en sólo una semana, la Municipalidad ha debido costear los viáticos de aproximadamente unas 60 personas para que estas accedan a atención oncológica en la ciudad de Corrientes, ubicada a 200 km, ya que en los establecimientos más cercanos no cuentan con disponibilidad para tal asistencia. Relatan que han inaugurado en 2018 un centro de estimulación temprana para niños y adolescentes con discapacidades pero que la cantidad de personas que demandan atención ha superado la expectativa inicial”.
«A mí la fumigación me llevó un hijo y padecer el día a día de mi hija con su enfermedad«
—Yo estaba en el barrio desde hacía muchos años, recuerdo que cuando llegó Sofía, (Se refiere a Sofía Gatica, referente visible del colectivo de madres) yo había perdido un embarazo, y al tiempo estábamos varias mujeres en la cuadra embarazadas y con diferencia de unos pocos meses fuimos perdiendo los embarazos; aborto espontaneo yo, la chica de al lado tuve una nena prematura con malformación, la chica de la esquina también lo pierde y lo pierde Sofía. El Isaías, el mayor de Sofía tenía problemas en las piernitas, para caminar, quedaba afectado por las fumigaciones, pero eso no lo sabíamos en ese momento”. Ahí ella empezó a investigar, a leer, le llamaban la atención tantos enfermos en el barrio. Yo siempre acompañé pero desde afuera. Empezamos a ir por el barrio y casa de por medio había un enfermo; de lupus, de cáncer, los abortos. Acá era una fiesta cuando fumigaban, imagínate la ignorancia. Los chicos disfrutaban correr atrás de la avioneta que pasaba tan bajito por encima nuestro—, contó Susi Márquez a la autora de esta nota en una charla mantenida en su casa, en 2018.
Tras sufrir trece abortos espontáneos, Susi Márquez tuvo a Lourdes, nacida en 2005, prematura y con un peso de 690 gramos. Lourdes creció con una malformación de por vida, “una falla en una conexión intra ventricular del corazón” y sufre de desnutrición crónica aguda. Junto a otros veintisiete niños del barrio, la sangre analizada de Lourdes arrojó -como resultado de uno de los estudios epidemiológicos realizados en barrio Ituzaingó-, que tenía residuos de cuatro agroquímicos con tan solo un año de edad. Susi murió en julio pasado: tenía 51 años. Seguía viviendo en su casa materna, la que la vio crecer, a una cuadra de los campos que, sistemáticamente, fueron pulverizados durante más de quince años.
A modo de despedida, Meche pronunció unas palabras para la mamá de Kili y Anto, replicadas en el programa radial Después de la Deriva. “Me acabo de enterar de tu muerte, querida mamá y me pregunto cuanta tristeza puede tolerar un cuerpo, que además es envenenado de manera sistemática. Sin duda este desenlace comenzó con la muerte de Kili, y se profundizó con la muerte de Anto. ¿Cuánto más se puede soportar, cargando tanta tristeza y tantos venenos? ¿Quién pagará esta muerte también invisibilizada? Seguís aquí en mi corazón y en la seguridad de seguir luchando por la justicia que tus hijos no tuvieron y que solo vendrá el día que paren de fumigar, paren de enfermar, paren de matar”.
Mientras, el contexto se avizora demoledor con un gobierno nacional negacionista de la crisis ambiental y climática que otorga beneficios a las grandes corporaciones del agro y desoye el ruego de las comunidades afectadas por los fuegos que están arrasando vastas extensiones en Córdoba. Mientras, abrazamos el deseo de que alguna vez, la desidia y el desánimo se vuelquen en organización popular que logre torcer el rumbo, que no quede en mera advertencia escrita el juramento de cada funcionario responsable; que Dios y La Patria se lo demanden.