Una historia hecha de historias. Dinosaurios, justicia cultural, el cura Mac Guire y la Señora de Itatí. Un barrio hecho de flores, los proyectos que emergen y todo lo que falta. Las instituciones y las otras redes. La orquesta que se viene, las juventudes que empujan y muestran otras caras. El comedor, el centro de salud, la escuela y el paleoarte. ¿Qué ves cuando me ves?
Una docente camina. A pesar del abrigo al que obliga el clima frío del último viernes de junio, la campera no llega a taparle el delantal. Por eso, desde atrás ya se puede inferir la actividad laboral a la que se dedica esta persona que camina por las calles que llevan nombres de flores: Petunia, Violeta, Malvón, Rosa Silvestre, Clavel, Jazmín, Hortensia. Por Flor de Nácar, una docente camina. Recorre los trecientos metros que separan en línea recta la Escuela Nº 1193 Nuestra Señora de Itatí -de donde acaba de salir de trabajar- hasta la casa de Nahuel, quien supo ser su alumno y hoy es su compañero de trabajo. Al salir de la escuela pasa caminando por la puerta de la parroquia y por el frente de la vecinal –ya cerrada por estas horas- que se identifica con un cartel en el techo. Sumando la escuela, la parroquia y la vecinal ya son tres las veces que la palabra con que se nombra es aquella Señora de Itatí. Los barrios y sus identidades. Una docente camina. Laura va.
Cuando Laura Daoulatli terminó el Superior de Comercio tenía diecisiete años. Como nació un 29 de junio, siempre fue la más chica del curso. Sus años de secundaria se sucedieron durante la última dictadura cívico-militar, entre 1978 y 1982. Rindió y aprobó el examen que en ese momento se debía realizar para entrar en la carrera de abogacía en la UNR. Por ese entonces lo conoció a Reynaldo Sietecase, con quien compartió durante un año la tarea de alfabetización en Villa Banana. Se encontraban en la casa de Reynaldo los sábados a la mañana, se tomaban el 201 y se bajaban en Gaboto y Felipé Moré. Ahí conoció a un cura árabe que estaba en la iglesia Nuestra Señora de la Salud. Ya de chica Laura sentía el deseo de enseñar. “Amaba a los chicos. Siempre me gustó la docencia. Lo único que hacía era jugar a la maestra”.
Para evitarse un dolor de cabeza, no le avisó a sus padres cuando se cambió de carrera después de haber hecho hasta tercer año. Ya venía viendo el tema de la música, tocaba la guitarra de oído y cantaba en el coro estable. “Hago el cambio así, plac, mis viejos casi se infartan porque mi hermano deja ingeniería y yo me cambié a la Escuela de Música en la Siberia”. Cuando estaba cursando, una compañera de su hermana le dijo que necesitaban una profesora de música en la Escuela de Itatí. “Hice así, plac, no conocía lo que era Las Flores”. Laura llegó al barrio con 23 años.
– Cuando entré a Itatí se me dio vuelta la cabeza.
– ¿Por qué?
– Primero porque descubro de dónde venimos- responde Laura, y la historia se va desovillando.
La Escuela Itatí nació en el Bajo Saladillo de la mano de Santiago Mac Guire: sacerdote, filósofo, teólogo y miembro fundador del movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo, al igual que Carlos Mugica en Buenos Aires y Enrique Angelelli en La Rioja. Mac Guire llegó al barrio Saladillo en los años sesenta junto a quienes habían sido alumnas suyas en Teología y se habían recibido de maestras. Hicieron pie cerca del club de pescadores y empezaron a organizar el barrio. A orillas del Paraná, cerca del Frigorífico Swift, Mac Guire fundó la parroquia Nuestra Señora de Itatí, en honor a la patrona de la provincia de Corrientes considerada como reina del Paraná. Al lado de la parroquia, levantó junto a los vecinos un dispensario y una escuela.
Ni la Virgen de Itatí pudo contra la ferocidad de los militares que intentaron aprovechar el Mundial 78 para mostrar otra cara del país. Para eso, había que esconder la pobreza debajo de la alfombra. Por eso, una madrugada de aquel septiembre llevaron en camiones a quienes vivían en Saladillo y los dejaron en lo que hoy es Las Flores Sur. La escuela no tenía lugar, al Ministerio de Educación no le interesaba y la querían cerrar. Para la iglesia era la escuela del “cura montonero”. Las hermanas Silva, históricas militantes peronistas de la zona sur, pelearon para sostener la escuela y lograron que sea trasladada al lugar actual, desde donde hoy Laura salió caminando los trecientos metros en línea recta por la calle Flor de Nácar.
A orillas del Paraná, cerca del Frigorífico Swift, Mac Guire fundó la parroquia Nuestra Señora de Itatí, en honor a la patrona de la provincia de Corrientes considerada como reina del Paraná. Al lado de la parroquia, levantó junto a los vecinos un dispensario y una escuela.
Esta secuencia histórica Laura la escuchó de primera mano cuando entró a trabajar en 1989, tomando mates con la portera que le narró los orígenes de la escuela. La portera había sido la primera alumna cuando en 1978 empezó a funcionar en su nueva ubicación.
En una parábola temporal, Laura conocería personalmente al propio Santiago Mac Guire en los años noventa. Se inauguraba el nivel inicial y él fue a visitar la escuela. Cuando terminó el acto alguien debía llevar a Santiago de regreso a su casa. Laura se ofreció encantada, lo admiraba. A pesar de la altura de Santiago y de las escasas dimensiones del auto –tenía un Fiat Vivace que mide un metro y medio de ancho y un metro treinta de alto- pudo llevarlo hasta su casa de Alem y 3 de Febrero. Bastante tiempo antes habían estado muy cerca pero ninguno de los dos lo supo entonces: ella tenía trece o catorce años y vivía a una cuadra del Batallón en donde estuvo preso Santiago.
La justicia cultural
El maestro y músico José Antonio Abreu fundó en 1975 el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles en Venezuela. Lo pensó como una forma de organización social y desarrollo humano, donde la música se vuelve una herramienta colectiva muy potente. Es un puente pedagógico, comunitario y vincular que se propone trabajar con los sectores más golpeados del país.
La docente que camina, Laura Daoulatli -profesora de música y licenciada en Pedagogía Social- siempre admiró ese proyecto. Por eso, desde que se armó la Escuela Orquesta de barrio Ludueña soñó con replicar la experiencia en Las Flores Sur. La labor docente en doble turno no le dejaba mucho margen. Pero cuando hace diez años pasó a realizar tareas pasivas, dejó un poco el aula y pudo abocarse más a lo territorial. Con el correr del tiempo el sueño fue teniendo más cuerpo. Ese proyecto, destinado a niños y jóvenes de entre diez y dieciocho años, fue presentado por Laura a través del concejal Mariano Romero (Movimiento Evita). Ingresó al Concejo el 4 de marzo y el 2 de mayo fue votado por unanimidad: Las Flores Sur tendrá su ´Coro y Orquesta Infanto Juvenil`. Actualmente, el programa municipal de orquestas de la ciudad cuenta con la de Ludueña, la de Distrito Sur y la de Villa Hortensia. Laura pensó que si la Municipalidad tenía tres orquestas podía tener cuatro. “Como le digo a Javkin, el año que viene va a estar la Orquesta de Las Flores Sur”.
¿Qué hay adentro de la música?
“Muchos chicos que tuve de alumnos y que ahora son papás me dicen ´gracias a vos tengo un grupo de rock o pude descubrir otra música´”. Lo que cuenta Laura tiene que ver con su manera de hacer las cosas. “Siempre lo pensé como una posibilidad de darles a los chicos otro proyecto para sus vidas. Que puedan descubrir. Elegir un instrumento y estudiarlo”. La música es canal y es expansión. “Esa es la justicia cultural: que todos, no importa de qué clase social vengan, tengan la oportunidad de tocar un violín, hacer teatro, estudiar flauta traversa. La posibilidad de conocer y disfrutar otro tipo de cultura”. Laura se refiere al desierto cultural. “Si acá no lo pone el Estado no tienen otra posibilidad. Salen de la escuela a la tarde y no tienen nada para hacer de manera gratuita”. Es por esto que el proyecto del coro y la orquesta será un hito a nivel territorial. Una revolución cultural. “La orquesta también lleva a la integración de las familias. Tenemos que viajar, hay que hacer empanadas. El pibe te trae al papá, a la mamá, a la maestra, al vecino. Volvés a tejer las redes”, dice Laura, quien sueña con pasar por el Centro Cuidar y que se escuchen violines. “Me gustaría que la orquesta sea para todo el barrio”.
***
– ¿Un cafecito, profe?-. Nahuel se dirige a Laura como probablemente lo hacía entonces, cuando la conoció y la tuvo enfrente, ella dando clases y él sentado en un banco. Nahuel, quien hace de anfitrión para la entrevista, escucha atentamente a Laura cuando habla, no la interrumpe. Espera su turno. Cuando llegue su momento hablará, contará su trabajo de paleoartista, su infancia entre dinosaurios, su vida en Las Flores y su visión del barrio.
“El barrio no es todo mal, todo feo. No es todo sangre, todo pobreza. Yo lo veo así. Hay que ver también el lado positivo. Amo vivir acá, la gente”
– Clavadito hace diez años que me dedico a hacer esto que se llama paleoarte-. Nahuel Merlo abre las puertas de su casa con la misma naturalidad con la que, dice, hace su trabajo. “Lo hago naturalmente”, resume sintético, pero rápidamente se va explayando con lujo de detalles. Lo que Nahuel siente natural tiene que ver con su experiencia y su relación tan cercana –valga la paradoja- con aquellos reptiles que habitaron la Tierra en la era mesozoica.
El término dinosaurio proviene del griego y significa ´lagarto terrible´. Desde muy chico a Nahuel le fascinaban estos lagartos terribles. Él nació en 1991 y dos años después se estrenaba Jurassic Park, la mítica película de Steven Spielberg. “Prácticamente toda mi infancia era dinosaurio, dinosaurio, dinosaurio. Mis viejos me compraron los libros, tenía algunos juguetes. Siempre dibujaba…”. Nahuel siempre fue autodidacta. Dibujaba, pintaba, armaba con cartón, con cinta, con papeles. “Siempre me animé pero no sabía que iba a ser capaz de hacer un trabajo como lo ves, de esta forma. Digo que lo hago naturalmente porque siempre me gustó”.
Nahuel fue experimentado con distintos materiales. Iba aprovechando cada situación que se presentaba. Como aquella vez que empezó a probar cómo tallar algunos pedazos de telgopor de unas planchas que habían comprado para arreglar un techo de la casa. O como aquel día que se le dio por probar con poliuretano. O cuando arrancó con la plastilina. “Me surgió hacer unas garras de dinosaurio, unas réplicas. Empecé a tallarlas y quedaron espectaculares. Me fascinó tanto que fui haciendo un diente, otra garra, y otra, y otra. Le fui poniendo masa arriba”. Las pruebas le fueron arrojando datos, por ejemplo, que la plastilina no sirve.
El deseo de ver dinosaurios lo llevó hasta Tecnópolis. Era 2014 y llevó sus laburos para mostrar. Al paleoartista que trabajaba en el lugar le gustó lo que llevó, le preguntó dónde había estudiado y cómo lo había hecho. “Me dijo que había logrado detalles muy lindos que ellos intentaban lograr”. De algo Nahuel está convencido: “Cuando uno hace algo con tanto amor, con tanta gana, sale bien”. En Tecnópolis recibió algunos concejos prácticos, por ejemplo, dejar de usar plastilina y probar con masilla epoxi. “Es una masa que se mezcla y la podés trabajar. Una vez que se seca queda duro como una piedra”, dice, mientras sostiene uno de sus dinosaurios y le da unos golpecitos contra la mesa.
Nahuel aprovechó que en ese momento la masilla salía barata. Compró una caja con veinte paquetes y empezó a hacer garras y dientes. Todavía no se le cruzaba la idea de vender lo que hacía. Pero se hizo una cuenta de facebook y fue subiendo sus trabajos. Al poquito tiempo le surgieron compradores. “No lo podía creer. No tenía la más pálida idea de cuánto lo podía cobrar”. El primer comprador, de Buenos Aires, es un cliente fijo hasta el día de hoy: Adrián Misantoné, un profesor de bilogía y ciencias naturales de nivel secundario. “Él siempre me alentó y me decía que siguiera para adelante. No podía creer que venga desde Escobar, Buenos Aires, hasta mi barrio para comprarme mis trabajos”.
Después del primer contacto, el profesor de biología le encargó un trabajo mucho más complejo. Ya no eran sólo dientes o garras: le pidió una escultura, el cráneo con una parte del cuello de un dinosaurio argentino que se llama Carnotaurus. “Con la piel, la lengua, los dientes, todo. Jamás había hecho una escultura pero como me encanta, me lancé. Mi papá me decía que no me comprometiera por las dudas de que no quedara bien”. Pero Nahuel se tuvo fe y fue. Y así es como en 2015 hizo su primera escultura: un Carnotaurus de un metro y medio de alto.
En el trabajo se mezcla el arte con la paleontología. Nahuel muestra los dos costados de una misma pieza: “por un lado, el paleoartista arma un fósil con el cráneo de lo que era el bicho para que la gente lo pueda ver”. Gira la escultura y señala: “Por otro lado arma el dinosaurio en vida, con los colores, los ojos, la lengua. Este trabajo está hecho para dar clases. Acá se muestra lo que es la piel con los colores; y de este lado el esqueleto, las vértebras, el cráneo, los dientes”.
Nahuel fue multiplicando las esculturas y los clientes. Recreó aquella famosa escena de Jurasic Park que había visto de pibe. Intentó durante dos años concretar un proyecto de un museo móvil para recorrer las escuelas y acercar el conocimiento a aquellxs niñxs y jóvenes que no tienen chance de viajar al sur de la Argentina para ver los fósiles. “Me gustan mucho los chicos, les ves la cara cuando ven un dinosaurio y se vuelven locos. Eso me encanta”. El proyecto no prosperó porque no encontró las alianzas necesarias.
Las vidas están hechas de momentos y contextos. Aquella multiplicidad de réplicas y esculturas hoy no es tal. Y es que Nahuel no tiene el mismo tiempo que antes cuando trabajaba por la mañana y desde el mediodía podía abocarse al paleoarte. Hace muy poco fue papá por segunda vez y el trabajo de celador en la escuela es de diez de la mañana a cuatro de la tarde. “Se me acotó un montón el tiempo. Si me encargan un pedido va a tardar un poquito más. Antes sabía que en un día terminaba uno y al día siguiente podía arrancar con otro”.
También aumentó mucho el precio de los materiales. El armazón es de poliuretano, la estructura es de alambre y después tiene macilla epoxi y porcelana fría. “Son un montón de componentes que lo hacen duros”, explica. “Aumentó bastante el costo. Si lo hacés porque te gusta, lo vendés a un precio que le ganás solamente una chirola. Y si lo hacés para ganar bien, no vas a vender nada. Hoy tengo que invertir más de lo que gano”. De todas maneras, Nahuel calcula que en un año y medio podrá retomar el ritmo de producción que supo alcanzar. Por lo pronto, se quedó con los trabajos con los que tiene una relación particular. “Éste lo tengo cuidadito ahí, es algo especial. Lo que tengo acá es lo que quise que me quede”.
El barrio está delimitado por la Circunvalación, la Autopista a Buenos Aires, calle San Martín y el arroyo Saladillo. Los padres de Nahuel, que antes vivían en Saladillo, se mudaron a esta casa de calle Lirio hace cuarenta años. Nahuel fue a la escuela Nuestra Señora de Itatí, se graduó ahí, en el mismo lugar donde ahora trabaja y donde también estudia su hija. “Cuando terminé la primera todavía no estaba la secundaria. Al año siguiente abrió la secundaria así que me volví a anotar y terminé ahí”.
Conoce el paño y habla desde ese lugar: “El barrio no es todo mal, todo feo. No es todo sangre, todo pobreza. Que hay gente que tiene hambre, sí. Que hay gente que anda en la mala, sí. Pero yo creo que hay más gente buena que mala”. Nahuel dice que al barrio en 2024 lo ve mejor que hace años atrás. “Tengo 32 años y te hablo desde una buena infancia. Nunca me faltó de comer porque mis viejos siempre tuvieron laburo”. Sin dejar de soslayar las tramas violentas, los problemas, los tiros y las balaceras que hace años tuvieron mucho protagonismo en el barrio, Nahuel siente que en ese sentido el barrio está mucho mejor. “Yo lo veo así. Hay que ver también el lado positivo. Amo vivir acá, la gente”.
Sur Productora: juventudes potentes
“Hay que abrigarse para pasar por el pasillo”, advierte alguien. En el lugar están haciendo algunas reformas. Por eso el Centro Cuidar no está con su funcionamiento pleno. Sin embargo, la cooperativa Sur Productora no detiene su marcha.
Se va armando una ronda en la mesa del estudio de radio –hoy devenido en estudio de streaming- que la cooperativa usa en uno de los tantos ambientes que tiene el edificio del Centro Cuidar en Las Flores Sur. A su turno, se van presentando:
– Mi nombre es Micaela y estoy en radio.
– Soy Geraldine, estoy en la parte de radio y acompañando los cursos de fotografía y de radio.
– Soy Ayelén y estoy en la parte de audiovisual.
– Soy Magalí, fotógrafa de Sur Productora. Soy de zona oeste y trabajo acá hace dos años.
– Soy Juan Pablo y estoy en la parte de radio y streaming. Empecé dando capacitaciones y me incorporé hace unos años como socio de Sur Productora.
Lo que empezó con algunos cursos y capacitaciones de los programas Nueva Oportunidad y Santa Fe Más se transformó, inicialmente, en una unidad productiva apadrinada por la Cooperativa La Masa. Pero el movimiento no se detuvo y aquella unidad productiva mutó a cooperativa de producción gráfica y audiovisual. Sur Productora cumplió en 2024 sus primeros seis años de vida, trabajo y creación desde las entrañas del barrio Las Flores Sur.
En la cooperativa son alrededor de quince socios y socias. Uno de los indicadores de que el proyecto se sostiene en el tiempo es que ya hay distintas camadas de participantes. Sintetiza Juan Pablo: “Se dan fenómenos exitosos que se grafican, por ejemplo, en que aquellos que empezaron capacitándose hoy están al frente de las capacitaciones”. Esos cursos que hoy están coordinando tienen que ver con fotografía y radio-streaming. “En cada curso hay quince personas y nos vamos turnando entre quienes damos las capacitaciones”, cuenta Micaela. “Cuando empecé en Sur Productora iba a mitad de mi carrera en el ISET 18. Acá habíamos hecho un curso interno para seguir aprendiendo lo que es video y edición de fotos. Nos capacitamos y después dimos nosotras algunos cursos”, suma Magalí.
Micaela se refiere a la solidaridad que aparece junto con la necesidad. “Tener que pedirle un plato de comida a tu vecino, sacarte la vergüenza, llevó a otro punto. Se armó una hermandad bastante fuerte en el barrio. Hace rato ya cambió. Se va formando una cadena”.
El programa de Antena Sur es el streaming que hacen en vivo los viernes de 10:30 a 12 y que sale por su canal de Facebook, donde además van quedando subidos los distintos episodios. Geraldine destaca la práctica de hablar en un micrófono y escucharse por los auriculares. Juan Pablo agrega que este es el segundo año que vienen haciendo el programa y que en su momento surgió la posibilidad como una forma de recuperar el entusiasmo que había mermado con el formato de radio más tradicional. “La propuesta es hacer un programa desde el barrio, estamos en construcción, siempre tratando de cambiar y de ver cómo vamos configurando. Hay invitados que generalmente son de acá, hacemos entrevistas y tratamos de interactuar con los distintos actores del barrio”.
Una de las secciones del programa se llama ´Un cuento chino´, es un segmento de literatura que lleva adelante Mario Chino González, a quien definen como un padrino de Sur Productora. Micaela describe la experiencia haciendo streaming: “La idea era no perder la esencia de `Vamos por partes`, un programa de radio que hizo otro compañero en una FM que estaba en Circunvalación. Por ahora va bien, nos gusta y se va encaminando”.
Aquello que se va encaminando no está exento, lógicamente, de las sinuosidades propias de la vida cotidiana en los barrios de Rosario. “Hoy no funcionó la compu y no pudimos salir al aire”, cuenta Geraldine. “Hace como un mes se cortó la luz y cuando volvió se quemaron algunas cosas. Llevamos a reparar la compu que nos validaba el hecho de poder salir con las cámaras pero hoy no anduvo”. Micaela explica la lógica de sortear obstáculos: “La idea es ver qué hacemos con lo que tenemos y cómo vamos resolviendo las distintas circunstancias que se van presentando. Hoy tenemos internet, mañana no. Y así van pasando las cosas. Otras veces que no teníamos internet, lo grabábamos y después lo subíamos”.
Uno de los pilares que supieron producir fue la revista en papel de `La otra cara`, una publicación bimensual que sostuvieron hasta este año cuando salió la –por ahora- última edición. “Era mucho presupuesto para imprimir tanta cantidad de revistas que hacíamos cada dos meses”, introduce Micaela. “Queríamos implementar hacerlo digital pero no sabemos cómo va a funcionar porque mayormente nuestro público más potente es la gente grande. Era el cara a cara. Si sale por internet no lo vamos a tener”. Juan Pablo suma: “La revista era todo el proceso de producción, desde la idea hasta dársela en la mano a un vecino. Fue re buena la experiencia”. Aclara que no son “nostálgicos” pero reconoce que la virtualidad tiene otros modos donde no está el acercamiento que les daba la revista papel. “Nos tratamos de adaptar. Estamos en eso”.
Fotografías y videos institucionales, rifas, volantes impresos, tarjetas personales, revistas, fotos impresas y cuadros, fotografía de productos, coberturas deportivas y de eventos, papelería institucional y comercial, foto y video social, son algunos de los trabajos listados en la web de Sur Productora.
Desde la pata audiovisual tenían el proyecto de hacer un documental sobre el barrio pero por ahora está parada esa producción justamente por el tiempo que les insume la cantidad de trabajo diario. “El documental está parado porque estamos con mucho trabajo en la productora. Más que nada son coberturas”, apunta Micaela. “En el área audiovisual tenemos muchas coberturas que están saliendo en los museos de la ciudad, en los talleres del Nueva Oportunidad y otros eventos que se hacen. Son trabajos que tenés que editar y entregar en el mismo día o al día siguiente. Demanda mucho tiempo”, explica Magalí. “Vienen y se sacan fotos carnet o te piden de un día para el otro cuadros, fotolibros o sesiones de 15”, se explaya Micaela.
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“Hubo un tiempo en que todos los días se agarraban a tiros. Eso ya no lo vemos”. Ayelén, con sus 26 años, se refiere a ese “otro tiempo” en que sentía al barrio “más peligroso”. Micaela suma su mirada de conjunto. “Esas cosas no desaparecen, siguen estando. La gente está ocupada en llevar un plato de comida a su casa. Los tiempos cambiaron y el barrio está más tranquilo”. Micaela se refiere a la solidaridad que aparece junto con la necesidad. “Tener que pedirle un plato de comida a tu vecino, sacarte la vergüenza, llevó a otro punto. Se armó una hermandad bastante fuerte en el barrio. Hace rato ya cambió. Se va formando una cadena”. Geraldine suma que “a falta de políticas públicas concretas la gente se empieza a ayudar”.
Juan Pablo cuenta que con el documental fueron trabajando la identidad del barrio pero aclara que es una tarea bien compleja. “En este siglo es un trabajo súper difícil contar tu barrio. Es complicado con el día a día, laburando y tratando de llevar el plato de comida. Pero igual es un trabajo que hay que hacer”. A pesar de la vorágine cotidiana, en Sur Productora construyen el tiempo no apurado del que hablaba María Elena Walsh. Dice Juan Pablo: “En los cursos vemos las fotos, los audios y demás, pero en principio la idea es tener un lugar en común. Una de las chicas nos dice que cuando viene se olvida de todo. Hoy vino, contó una cosa y se puso a llorar, pero después se rió. Vino a compartir sus cosas y eso es importante”.
“La idea de Sur Productora siempre fue mostrar la otra cara del barrio, por eso el nombre de la revista. La cara más conocida era la de los policiales. Es cierto que pasaron muchas cosas pero los tiempos van cambiando y quienes viven acá están dando testimonio de eso”. Juan Pablo pivotea entre lo macro y lo micro. “Hoy estamos a nivel general en una etapa de achicamiento por cómo está la economía y demás. Pero nosotros apostamos a lo contrario: ojalá muchos se puedan incorporar porque siempre está bueno agrandar”.
Parar la olla
Al golpear la puerta de la casa del pasaje Cantú al 6900, desde adentro una niña corre la cortina para espiar. Unos instantes después, la puerta se abre. Reyna Torres invita a pasar. La niña y otra joven que estaban en la casa, salen. En una punta de la mesa del comedor una vecina y compañera de Reyna escucha sentada mientras va cebando mates. Reyna junta las migas de una torta asada que quedaron sobre la mesa.
– El comedor lo tengo desde el 2002. Cuando lo sacan a De La Rúa yo entro en la organización de la Corriente Clasista y Combativa (CCC)-. El marido se había quedado sin laburo y ella, que hasta ese momento no trabajaba, salió como otras tantas para sostener a su familia. “La pasamos re mal cuando se quedó sin trabajo, encima estaba enferma mi suegra. Una amiga me dice vamos a la casa de una chica que te pueden dar trabajo. Cuando fui era una asamblea”. Había ido con su hijo más grande y con otra hija que en ese momento tenía quince años. El más chico tenía dos. Empezó a ir a las movilizaciones y en un momento logró que la anotaran en el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados creado por el Decreto N° 565/02 durante la Presidencia de Eduardo Duhalde.
Después de trabajar en la pinturería Aita de calle San Martín, pasó por distintos lugares en donde fue limpiando casas y cuidando bebés. En 2011 murió su nieto que se atragantó con la tapita de una birome mientras hacía la tarea. Reyna entró en una depresión profunda pero tuvo que seguir. Un tiempo después tuvo un geriátrico con sesenta abuelos. Ahí se empezó a dar maña con la cocina. Ese trabajo le gustaba pero un día se peleó con su socia y dejó todo. Cuando se alejó de la organización ya tenía cinco hijos y todo se hacía cuesta arriba. Dice que hoy ve la necesidad de la gente y le nace ayudar porque sabe de qué se trata.
En aquella época de malaria aguda que acompañó al cambio de siglo, Reyna fue a hablar a la Municipalidad para plantear la necesidad de abrir un comedor. Después de hacer la inspección correspondiente, la autorizaron. Recuerda que por ese entonces no había tantos comedores como ahora. Desde que arrancó, nunca paró de cocinar.
En aquella época de malaria aguda que acompañó al cambio de siglo, Reyna fue a hablar a la Municipalidad para plantear la necesidad de abrir un comedor. Después de hacer la inspección correspondiente, la autorizaron. Recuerda que por ese entonces no había tantos comedores como ahora. Desde que arrancó, nunca paró de cocinar.
En la cocina de su casa preparan la comida y la copa de leche. Trabajan cuatro personas en total. Para sostener todo eso sólo reciben una ayuda municipal que recién a fines de junio pasó a ser de 50 mil pesos. “Imposible trabajar”, dice, y grafica: “El otro día para comprar cuajo para hacer una cazuela gastamos 40 mil pesos. ¿Y la verdura? ¿Y el gas?”, pregunta sin esperar respuesta.
Un tiempo después de aquel alejamiento con la organización le volvieron a proponer que sea delegada. Aceptó y desde hace trece años ocupa ese rol. En total son cuatro delegadas en Las Flores Sur. Reyna tiene a su cargo la parte más grande del barrio: unas doscientas personas trabajan con ella. Cada una pone 1.500 pesos por mes y con eso garantizan el pago de algunas cosas. Tienen personería jurídica que las habilita a retirar alimentos en el BAR (Banco de Alimentos Rosario). Pero la membresía les implica 56 mil pesos mensuales. El flete que pagó ayer le salió 15 mil, el contador le cobra 9 mil mensuales, el banco otros 25 mil. Y la cuenta sólo se ensancha. “Si la organización no nos mandara algunas cajas de alimentos no podríamos cocinar ni una comida”.
Miércoles y viernes cocinan el almuerzo; martes y jueves, la leche. Hasta hace poco la leche la hacían casi todos los días pero cuando vieron que los insumos no alcanzarían, tuvieron que recortar.
Reyna muestra las planillas en donde está anotada cada persona que recibe el alimento: cuatro planillas con personas anotadas para el comedor y tres planillas para la copa de leche. Son 17 personas por planilla, pero cada una de esas personas retira varias raciones según la composición de las unidades familiares. Algunos retiran seis platos, otros cuatro, otros ocho. Hay veces en que no alcanza la olla más grande de la cual salen unas 100 raciones y deben cocinar en una segunda olla.
“Pienso que es un capricho del gobierno”, dice Reyna respecto de las toneladas de alimentos que el Ministerio de Capital Humano tuvo tanto tiempo guardados en los depósitos. Desde noviembre del 2023 nunca más recibieron la ayuda que les llegaba de Nación. “Se nos complicó todo. Se ve que el gobierno anterior había dejado comprada la mercadería y éste se encaprichó y la dejó ahí. ¿Con qué derecho?”, pregunta Reyna nuevamente sin esperar respuesta.
Hay unos 200 comedores en la zona sudoeste de la ciudad. Reyna dice conocer unos diez que funcionan en Las Flores Sur. Además del comedor y la copa de leche, ella coordina tres grupos que hacen mantenimiento de las plazas, un grupo de costura y otro grupo con el que trabajan una huerta que se llama La Esperanza.
Al gran pueblo
Cuando Érica llegó a Las Flores Sur el calendario marcaba el año 2007. Hacía muy poco que se había recibido de Licenciada en Trabajo Social pero las prácticas de su carrera las había realizado en atención primaria estando tres años en un centro de salud. Supone que esa experiencia gravitó al momento de hacer la entrevista para entrar a trabajar en el Centro de Salud (CS) Provincial N° 15 Juan Domingo Perón. Recuerda que en ese momento la salud pública de Rosario estaba bastante más armada que la atención primaria a nivel provincial. En Rosario hay en total 35 centros de salud provinciales. En ese entonces, había dos trabajadoras sociales en lo que era el Ministerio de Salud provincial que trabajaban con quince centros de salud cada una. Pero con el tiempo (con lucha dirá Érica) esos números fueron cambiando y actualmente hay una trabajadora social en cada CS.
Cuando ella empezó a trabajar el CS estaba en otro lado. Era un lugar pequeño, de chapa, muy precario. Un día, producto de una pelea entre vecinos, seis balas impactaron en el centro de salud y la situación forzó el cierre dejando en claro que no estaban dadas las condiciones para trabajar. En 2009 se creó el edificio actual y a pesar de que es bastante nuevo los consultorios tienen humedad y hace poco tuvieron que cerrar porque se cayó un vidrio que separa los consultorios. “Está muy deteriorado”, dice Érica.
Llegando a las cinco de la tarde el final de la jornada marca un pulso tranquilo adentro del edificio. Son pocos lxs trabajadorxs que ultiman detalles para emprender la retirada hasta el día siguiente. Esa tranquilidad seguramente contrasta con el ritmo normal y habitual: en el Centro de Salud hay aproximadamente 10 mil personas inscriptas, prácticamente una ciudad. El equipo de trabajo está integrado por tres administrativos, dos personas en farmacia, cuatro enfermerxs, dos psicólogas, una trabajadora social, una odontóloga, un ginecólogo, dos clínicas, una generalista, dos pediatras y dos encargados de servicios generales que se ocupan de la limpieza.
Érica, que durante la pandemia estuvo trabajando en otro lado y que volvió a Las Flores Sur en noviembre del año pasado, habla del abordaje integral en la salud. “Un laburo psico-bio-social”, enuncia, y explica que a veces las situaciones llegan por las escuelas que llaman consultando por algún niño que no está yendo a clases. Otras personas van al CS y le piden a Érica alguna ayuda alimentaria. “Érica no tengo guita, Érica se me llueven las chapas, Érica no tengo baño, situaciones de abuso, de adicciones, es muy amplio”, enumera. Hoy apenas llegó estuvo con el caso de un paciente que está detenido por violencia de género y desde la cárcel les pedían la medicación.
Llegando a las cinco de la tarde el final de la jornada marca un pulso tranquilo adentro del edificio. Son pocos lxs trabajadorxs que ultiman detalles para emprender la retirada hasta el día siguiente. Esa tranquilidad seguramente contrasta con el ritmo normal y habitual: en el Centro de Salud hay aproximadamente 10 mil personas inscriptas, prácticamente una ciudad.
También hay mucho trabajo interinstitucional. Érica se refiere a las conexiones que tienen con las instituciones del barrio y también por fuera con Ministerios y Direcciones. Pegado al CS, en la esquina de Estrella Federal y Guaria Morada, está la Agencia ATAJO, un Programa de Acceso Comunitario a la Justicia del Ministerio Público Fiscal de la Nación. Desde el equipo de ATAJO se encargan de facilitarles a los vecinos trámites administrativos de ANSES como la Asignación Universal por Hijo (AUH), pensiones nacionales por discapacidad, accidente o enfermedad y solicitudes de información judicial. “Viene muy bien estar cerca de ellos porque nos dan una mano importante, y también nosotros a ellos, es un ida y vuelta”, comenta Érica. La realidad es que, al margen de la presencia de este Programa, hay muy poca política social en el territorio.
“Si naturalizo mi práctica me tengo que dedicar a otra cosa”. Hace un tiempo que la forma que encuentra Érica de canalizar un poco todo lo que se vive en el llano es escribirlo. “Es muy fuerte lo que se vive en el territorio. Acá hay mucha necesidad, mucha falta de todo: de olla, de ingresos, de derechos. Hay mucha vulnerabilidad, muchas infancias arrasadas, muchas situaciones de consumo problemático”. Ella tiene bien claro lo inabordable de esas situaciones: “No somos ni Súper chicas ni Superman”, dirá. “Hacemos lo que podemos en el uno a uno. Se necesitan otras cosas para que esto funcione un poco mejor”.
En los últimos cinco o seis meses empezó a pasar algo que antes no sucedía: vecinos que van al centro de salud a decirle a Érica que no tienen para comer. “Me dicen que toman únicamente mate cocido con pan a la noche”. Si bien aclara que esos casos se pueden contar con los dedos de una mano, lo sintomático es la novedad. “Fueron cuatro o cinco situaciones pero en un barrio es suficiente porque es la gente que llega al centro de salud, hay otra gente que no llega o que va a otros lugares”. Si bien intentan gestionar el ingreso a algún comedor, la realidad indica que los comedores no están tomando gente nueva porque no están recibiendo las partidas presupuestarias del gobierno nacional.
Vienen realizando reuniones entre instituciones y organizaciones barriales y sociales. La intención es sostener una reunión mensual para conocerse e intercambiar lo qué está pasando. “Soy de la idea de que hay que hacer redes desde lo territorial, porque si no estamos fritos. No hay de dónde agarrarse, no hay gobiernos que acompañen”, apunta Érica.
Algunas cosas que volvieron al barrio: los basurales que traen suciedad y ratas; y el cirujeo. Lo que no llega al barrio: el camión recolector de residuos y las ambulancias que de noche no entran. Sólo entra una línea de colectivo. “Logramos que aunque sea pase por las escuelas, por el CCB. Es como un barrio cerrado porque tenemos un único ingreso, en realidad hay dos pero están muy cerca entre sí. A cierta hora los choferes acortan el recorrido y lo que queda es recorrer un trecho a pie”.
La cantidad de tiempo que lleva Érica en el territorio se puede medir desde las trayectorias de las personas a las que conoce hace tantos años. “Veo niñes que estaban en el taller de juegos y ahora tienen diecisiete años y están embarazadas o ya tienen hijos. Nos preguntamos si estamos haciendo bien las cosas. Hay un montón de preguntas, pero nosotros no determinados al sujeto, hay otras cuestiones que atraviesan a las personas”. El diagnóstico nuevamente conduce hacia la necesidad de una presencia más fuerte e importante en los territorios. “Solo los que estamos acá no podemos”, refuerza Érica. Al mismo tiempo, por la propia labor cotidiana que muchas veces no da tregua, resulta difícil dimensionar el trabajo acumulado y sostenido. “Trabajo mucho con la falta y con la necesidad, y a lo mejor no vemos lo que sí. La gente tiene acceso a medicación, atenciones e intervenciones que en otros momentos no tenían”.
“Es muy fuerte lo que se vive en el territorio. Acá hay mucha necesidad, mucha falta de todo: de olla, de ingresos, de derechos. Hay mucha vulnerabilidad, muchas infancias arrasadas, muchas situaciones de consumo problemático. No somos ni Súper chicas ni Superman”
Quiebres y coletazos
Cuando tomó el reemplazo de la Dirección, Eduardo Matuc estaba ejerciendo su rol en la Vicedirección del turno noche en la Escuela secundaria N° 407, la única secundaria pública que hay en el barrio. “En Las Flores empecé como docente en 1997, hace más de 25 años. Primero reemplazando y después fui tomando mis horas interinas”. Eduardo es profesor de historia y da todas las materias inscriptas dentro de las ciencias sociales.
Cuando empezó estaban en otro lado y compartían el edificio con la escuela Serrano (donde asesinaron a Pocho), que está a la misma altura pero del otro lado de Circunvalación. Eduardo no tuvo mucha relación con Pocho, más allá de haber compartido algún mate y alguna charla. Lo recuerda como una persona retraída, pero lo poco en común tiene que ver con que si bien compartían el edificio no eran las mismas instituciones y además tenían horarios distintos. “Él trabajaba en el comedor de la escuela 65, que es otra escuela primaria nocturna para personas adultas que también funciona en el edificio de la escuela Serrano”. En 2015 iniciaron el ciclo lectivo en el nuevo edificio.
Cuando repase la presencia estatal en el barrio, Eduardo nombrará a los centros de salud (hay uno municipal y uno provincial), la escuela en la que él trabaja, la escuela primaria pública N° 1257 Crucero ARA General Belgrano, y la escuela N° 756 José Serrano; las vecinales y el polideportivo que es municipal. En relación con las demás escuelas del barrio, está la Itatí y la San Martín de Porres, dos escuelas confesionales que tienen primaria y secundaria. Y además está la Escuela Especial N° 2097 Doctor Julio Maiztegui.
En la escuela N° 407 van entre 700 y 800 alumnxs. Esa matrícula se divide en tres turnos. A la mañana y a la tarde tienen orientación en economía y administración, y técnica que es maestro mayor de obras. También funciona en el edificio un anexo del ISET 57 que tiene la carrera de enfermería.
Próximo a jubilarse y teniendo en su haber casi treinta años en el mismo territorio, Eduardo da cuenta de los movimientos que percibe en el barrio. “Lo que charlamos con los compañeros es que tenemos la impresión de que se ha ido degradando al igual que otros barrios de Rosario. Las Flores es un barrio estigmatizado, sobre todo cuando empieza a mediatizarse la banda de Los Monos con la familia Cantero”. Eduardo recuerda aquellos momentos en que el barrio estuvo mucho en boca de la gente por la atención de los medios. “Ni hablar después de lo que pasó en 2012 cuando asesinan al hijo mayor, al Pájaro Cantero, donde hubo una vorágine de violencia con muchas asesinatos en pocos días”.
Cuando va desgranando el análisis de aquello que se ha ido deteriorando, Eduardo menciona el tema de la basura y cómo a partir de la no recolección diaria se van acumulando de a montones a lo largo de la Circunvalación. También hace referencia a la saturación de los servicios de salud. “Otra cosa que no se puede dejar de lado son las adicciones. Nuestros alumnos ya son nietos de personas adictas, con todo lo que eso implica: corta los lazos, la comunicación y destruye todo lo que te puedas imaginar”.
Eduardo plantea que actualmente el barrio está más tranquilo que otros como Ludueña o Empalme, pero dice que “pareciera que hay que medir en cantidad de pibes o pibas muertas”. No puede asegurar si esa tranquilidad actual tiene que ver con el surgimiento de otras bandas. “Alrededor de la escuela sabemos que hay no menos de cuatro bunkers donde venden y están activos. Hay que ver si la bala va de la cintura para arriba o de la cintura para abajo. Si va para abajo tiene que ver más con alguna deuda y es una advertencia. Si es de la cintura para arriba, ya es para matar. Eso es lo que vamos escuchando, el barrio habla”.
Aquello quebrado que percibe Eduardo a nivel barrial tiene su correlato a nivel general. “Hay gente del barrio que trabaja en las fábricas de la línea blanca desde Ovidio Lagos hacia el sur donde está la fábrica de Gafa, Briket, etc. Ahí hay despidos, suspensiones y vacaciones adelantadas. También despidieron gente del Casino y la construcción está teniendo un bajón. La clase media está reduciendo el trabajo de las personas que trabajan en las casas. Hay muchas mamás que trabajan en casas de familia. Se van sintiendo los coletazos”.
Tesoros divinos
Julián Cerdán trabajó dos años con adultos mayores en distintos barrios de la ciudad y hace diez que trabaja en el Centro Cuidar (CC) Las Flores Sur, primero como educador de juventud y actualmente como coordinador de la institución.
Los Centros Cuidar son instituciones municipales que están en distintos barrios de la ciudad. De los cuarenta que hay en todo Rosario, dos funcionan en Las Flores: el CC N° 7, más conocido como Las Flores Este, y el CC Las Flores Sur que es donde trabaja Julián. “Estamos con un impasse en las actividades porque se está haciendo una readecuación del lugar con arreglos que estaban pendientes”. Como les habían robado el gas, están readecuando la instalación. “Se está aprovechando ese tiempo para arreglar también algunas salas donde participan personas de distintos espacios”.
En este CC tratan de abarcar las distintas franjas etarias, desde Desarrollo Infantil que va de cero a tres años, hasta adultos mayores. Tienen una sala de tres años e históricamente ha habido un grupo de juventudes que van desde los dieciséis hasta los treinta años. Sobre la sala de tres años, Julián aclara que si bien no es un formato de jardín tiene una característica similar que funciona como una pre-adaptación para la sala de cuatro. “Cada familia que participa en la sala recibe un módulo alimentario una vez por mes, como refuerzo. Ese módulo se ha entregado históricamente pero en este momento cobra otra relevancia por la situación en la que estamos”, cuenta Julián. Las jornadas diarias contemplan el desayuno y el almuerzo de los niños y los viernes generalmente hacen una jornada extendida con presencia de los padres. “Está bueno conocer cómo es esa relación, ese sentarse con los niños para compartir un momento de comensalidad. Ver cómo es la dinámica familiar, cómo se relacionan”. Por sala hay dieciocho niños y a pesar de que este año funciona una sola sala, la idea es incorporar una educadora más para retomar la actividad de la segunda sala.
La realidad que describe Julián coincide con lo escuchado en las distintas entrevistas en relación con la necesidad alimentaria. Además de los módulos que entregan a las familias de la sala de tres, están los casos de las personas que van al CC a pedir una ayuda. “Creció mucho la demanda. La cantidad de gente que viene a preguntar por comida es muchísima. El año pasado estábamos entregando alrededor de 35 cajas y hoy estamos cerca de las 140”.
El dispositivo Andamio trabaja con jóvenes de entre doce y quince años. Desde ese programa se intenta hacer un enlace con las escuelas para reforzar el vínculo y que los jóvenes puedan terminar la secundaria. “Las Flores es un barrio muy institucionalizado. Hay escuelas como la San Martin de Porres, la escuela Itatí, la Belgrano, la 407. Es una característica muy particular que permite hacer ese enlace teniendo un sondeo de los jóvenes que están en una situación particular con la escuela para intentar reforzar ese lazo”, dice Julián.
“Esa es la justicia cultural: que todos, no importa de qué clase social vengan, tengan la oportunidad de tocar un violín, hacer teatro, estudiar flauta traversa. La posibilidad de conocer y disfrutar otro tipo de cultura”
Además de las propuestas que llegan desde la Dirección de Juventudes, Julián destaca el programa de capacitación en oficios del Nueva Oportunidad. “Los jóvenes de Sur Productora han pasado por el programa y hoy algunos se desenvuelven como capacitadores”. Dice que en el CC hay una tendencia de trabajo y un perfil relacionado con el lenguaje periodístico, la fotografía y la escritura. También subraya el trabajo interinstitucional que permite tejer lazos. “Se hacen reuniones barriales una vez por mes para ver los problemas del barrio. Nosotros tenemos mucho vínculo con el centro de salud, el polideportivo, el Galpón de emprendedores”. Por último, sobre el proyecto de la Orquesta aclara que si bien no se han comunicado aún, le parece “un proyecto hermoso”. “Desde ya que la institución está con las puertas abiertas para un proyecto tan lindo. Sería muy bueno contar con eso”.