El 3 de junio de 2019, las integrantes de Fieras Samba Reggae hicieron sonar por primera vez sus tambores en una marcha. Desde entonces, sus instrumentos rugen cuando se intenta avanzar sobre algún derecho o, simplemente, frente a un llamado a ocupar las calles en ciertas fechas. En el grupo saben que para luchar y ser escuchadas no se necesita mucho más que madera y cuero.
El tambor, apoyado sobre el manubrio de la bicicleta, vibraba con cada pozo e irregularidad del pavimento. Por suerte el Parque Independencia estaba a pocas cuadras y la travesía no representaba mayor riesgo para la salud del instrumento. Cuando cruzó la avenida divisó, destacándose sobre el verde del lugar, a un grupo de pibas que armaban campamento: sacaban rodilleras, mazas –una suerte de palos de madera con telas en los extremos– y, por su puesto, sus tambores. De algunos de ellos colgaba pañuelos verdes, violetas o multicolores.
La alegría de la llegada se nubló con un pensamiento agorero. ¿Y si venía un inspector a pedirles que dejen de tocar porque los “ruidos molestos” perturbaban la calma de los vecinos? Eso no podía pasar. Ese sábado a la mañana era crucial: el último ensayo antes de la marcha. Pero un sonido penetrante la sacó de sus turbulencias. Ahí estaban sus compañeras, maza en mano y tambor colgando de las caderas, empezando un ritual de danza y música alrededor de sus instrumentos.
Hace cinco años que Fieras Samba Reggae, un grupo compuesto por mujeres y disidencias, le pone ritmo a las calles y a los parques de Rosario. Golpe a golpe y baile a baile, el colectivo interpreta un género que nació de la lucha y la resistencia de los esclavos, pero que con el correr de los años se fue resignificando. Hoy, el samba reggae abraza a las peleas de las minorías, defiende los derechos conquistados y, en Rosario, cada vez ruge con más fuerza.
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El 3 de junio de 2019 Fieras Samba Reggae tocó por primera vez en público. Si bien el grupo tenía pensado participar de la marcha del 8 de marzo, por cuestiones organizativas debió esperar casi tres meses para hacer sonar sus tambores en la Plaza San Martín. En esa oportunidad, la performance artística sólo se hizo en la concentración, aunque esto cambió con el correr de los años: hoy, cada vez que las artistas participan de una manifestación, despliegan su ritmo a lo largo de todo el recorrido.
“Fieras nació como un grupo de pibas que venía tomando talleres con La Pegada, que es el primer bloque de samba reggae que se formó en Rosario. Se le puso este nombre con la intención de reflejar a una persona aguerrida, con fuerza, que sale a la calle a luchar, sacándole la connotación de ‘que fiera que sos’, como algo negativo. También era significativo de la fauna del Paraná. Después apareció el libro de Clarissa Pinkola Estés, ‘Mujeres que corren con lobos’, y hay un texto que habla de la mujer fiera, en cómo constituye una comunidad o una manada en respuesta la sociedad que la quiere amansar”, contó la directora musical del grupo, Luciana Harreguy.
Actualmente, Fieras está conformado por diecisiete personas que provienen de diversos ámbitos laborales: hay periodistas, psicólogas, musicoterapeutas, profesoras de música y diseñadoras gráficas. “Hay una gran variedad, pero lo que nos une es el concepto de tocar el tambor y darle un sentido de resistencia, que es el que tiene este instrumento como movimiento cultural”, apuntó Harreguy.
Fieras en territorio
Fieras se sostiene económicamente gracias a los talleres que brinda. Los mismos son abiertos para todo público y, en lo posible, se trata de becar a quien no puede pagar la cuota del curso. Sin embargo, las artistas están dispuestas a profundizar su trabajo social cuando se lo requiera: “Hemos participado en varios toques sociales. Si nos llaman para dar un taller en un barrio, estamos. Una vez fuimos a tocar a una cárcel, a la Unidad 5”.
“Cuando Fieras se empieza a conformar –mencionó Harreguy–, La Pegada nos prestaba los tambores, pero con el correr del tiempo cada compañera pudo ir comprándose su instrumento. Cuando empezamos a dar talleres, nos propusimos usar esa plata para comprar tambores para el grupo. También cuando hacemos un toque o la Municipalidad nos llama para algún carnaval, con lo recaudado se compran instrumentos, se paga el vestuario o se hace un video, es todo autogestivo”.
Con respecto a su participación en las marchas, la profesora de música explicó que algunas manifestaciones, como las del 8 de marzo o las del 3 de junio, son más preparadas y requieren de otra logística, como participar de las asambleas y los sorteos previos. Sin embargo, en el último tiempo hubo convocatorias más espontáneas en donde Fieras puso ritmo: “Hace unas semanas hubo una marcha de las antorchas de la comunidad de la Universidad Nacional de Rosario, justo ese día dábamos un taller, le preguntamos a las chicas si querían ir y nos dijeron que sí. Lo mismo pasó el día de la convocatoria por los lesbicidios, que fue un lunes, las pibas de los talles nos dijeron que querían ir, y ahí estuvimos con los tambores”.
El tambor: un instrumento igualador
“Tocar el tambor solo no tiene mucho sentido. Siempre es con otra persona y siempre es para algo, para alguien. Para mí es muy fuerte salir con el instrumento y estar tocando con las pibas. No importa si sale bien, estás ahí por la causa. Yo he marchado suelta durante mucho tiempo, pero de pronto encontrarme dentro del colectivo de samba reggae tocando con otras personas, es maravilloso. El tambor te pone al mismo nivel, es una comunidad en la cual todos somos iguales y estamos por un motivo o causa en particular”, observó Harreguy.
Al ser consultada sobre el significado de este instrumento, apuntó: “Surge de la resistencia de las personas esclavizadas, a quienes despojaron de todo y con lo que tenían hicieron un tambor. Para mí este instrumento en una marcha tiene toda esa simbología. Está bastante menospreciado en la sociedad, se lo asocia con el ruido molesto, pero un tambor sonando en una marcha son todos esos ancestros presentes, además de la lucha personal de cada persona”.
Harreguy ingresó a Fieras unos meses después de aquel 3 de junio de 2019, cuando el grupo se quedó sin directora musical. “Cuando entré –recordó– venían haciendo los mismos ritmos que en los talleres, ahí sugerimos empezar a hacer cosas nuevas y ensayar un día más a la semana, dado que hasta ese momento solo se reunían los sábados, dos horas. Cuando empezamos a agarrar la dinámica, vino la pandemia. Estuvimos un año y medio sin ensayar mucho, y después nos agarró el apuro, pero la grupalidad nos impulsó a ponernos las pilas y armar un repertorio. También quisimos darle un tinte argentino, y mezclamos el samba reggae con una chacarera, candombe del Litoral, una cumbia santafesina”.
Fieras se organiza en comisiones: las hay de prensa, finanzas, vestuario, talleres y tambor, entre otras. Además, cada quince días todas las integrantes realizan una asamblea, donde se analizan las “cosas más grosas” como, por ejemplo, la incorporación de una persona al grupo. “La mayoría de las integrantes salieron de los talleres, que son como un semillero. Para sumar a alguien se necesita, primero, que la grupalidad esté requiriendo de una persona más. También buscamos que tenga un poco de conocimiento de lo que es el samba reggae, haber tocado alguna vez un tambor, pero lo más importante es lo humano. Preferimos por sobre todas las cosas que seas una buena persona antes de que toques como los dioses”, señaló la directora musical del grupo.
Ocupar la calle
Fieras ensaya los sábados a la mañana, cada quince días, en el Parque Independencia, y todos los lunes en “La Mama Vieja”, una sala ubicada en Sarmiento al 2333, donde el grupo también guarda los tambores.
En relación a las puertas que se les abren para tocar, Harreguy advirtió: “La cultura en Rosario está muy difícil. Cada vez hay menos espacios culturales y los alquileres se van encareciendo. Quienes hacemos expresiones más carnavalescas tenemos que pedir, mensualmente, un permiso para poder ensayar en el Parque, pero así y todo suele caer Control Urbano porque hay denuncias por ruidos molestos. También nos sucede que queremos hacer actividades en los parques, pero si llueve no conseguimos un lugar grande, los galpones siempre están cerrados o no contestan o tienen otra actividad, pero después, a la hora de armar el carnaval, te llaman, lo que está perfecto, pero durante todo el año no se preocupan de que tengamos un lugar donde practicar”.
Por otro lado, la artista consideró que es “sumamente necesario estar en las calles”, y sostuvo: “¿Qué mejor que haya gente ocupando los espacios públicos? Me acuerdo los días de marzo donde la ciudad era una desolación total, no había nadie. Las grupalidades que estamos en la calle de alguna forma le estamos diciendo al vecino que venga a tomar unos antes al parque, que está todo bien. Es la contracara de la violencia. En el último taller abierto se acercó un pibito de once años, me dijo que le gustaba el repique y lo invité a que pruebe el instrumento. La descocía. Si no están las grupalidades ocupando los espacios públicos, ¿en qué van a terminar esos pibes? ¿Qué otra posibilidad se les da si los mantenés encerrados en sus casas sin que puedan salir porque afuera están los narcos?”.
Sobre los sueños que tiene para Fieras, la artista aventuró: “Me encantaría que viajemos a Salvador de Bahía –donde nació el samba reggae– a formarnos. También me gustaría que el día de mañana seamos un gran bloco con danza incluida. Pero por sobre todas las cosas lo que más me gusta de Fieras es lo de ser un semillero para otras personas”.
Un viaje por el samba reggae
El samba reggae no solo es un género musical, sino que también es una cultura de resistencia y de lucha social y política. “Nació en Salvador de Bahía en los setenta u ochenta. Esta ciudad de Brasil fue una de las primeras en donde, siglos atrás, empezaron a traer a personas esclavizadas desde muchos lugres de África. Eran de etnias distintas, pero, cuando las juntaron, comenzaron a recrear sus músicas y, al mixturarse, surgieron los candomblés. Esas manifestaciones, de origen religioso, de a poco permearon las calles y las casas y nació lo que conocemos como el samba”, repasó Harreguy.
Adentrada la década de los setentas, en Río de Janeiro el carnaval empezaba a institucionalizarse y a estar regido por determinadas reglas, pero en Bahía un bloco llamado Ilê Aiyê se plantó: la fiesta popular iba a celebrarse sin plumas, tacos ni brillos. La fiesta ya no se iba a pensar para la gente blanca y europea, sino que iba a ser una celebración propia de los negros, con sus ropas, sus colores, sus pelos sueltos y sus pinturas. Así, los candomblés religiosos empezaron a mezclarse con las batidas de sambas, dando lugar al samba reggae.
“El batuque, la conformación de tambores, es el mismo, pero el samba se mezcla con el merengue de Puerto Rico, la rumba cubana, se toman prestados ritmos y se crean batidas nuevas. Pero además de lo musical, hay una gran puesta en escena de ese cuerpo negro, esa resistencia que hay a través de tambor. En Bahía, cada bloque de samba reggae tiene un trabajo en el barrio. No es solo la música, sino todo un trasfondo cultural, social y político de visibilización de los derechos de las personas afros”, explicó Harreguy.