Hace 50 años, a la salida de una parroquia del barrio porteño de Villa Luro, era acribillado a balazos el padre Carlos Mugica, figura destacada del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. En Rosario y el sur provincial, este colectivo era integrado por religiosos que trabajaban junto a los sectores populares. Oscar Lupori fue uno de los fundadores del espacio en la zona y abre sus recuerdos a lo que significaba en los 60 y 70 la opción preferencial por los pobres.
Fotos: Mariana Terrile
El 11 de mayo de 1974 el sacerdote Oscar Lupori estaba de visita en la casa del padre Ángel Presello. Era de noche. La charla fluía por temas que hoy, a 50 años de aquellos hechos, Lupori no puede precisar. Quizás es lo único en donde su memoria se vuelve brumosa. Sí recuerda que en medio de la charla se acercó otro cura, Juan Carlos Arroyo, para contarles lo que acaba de escuchar por la radio: que al salir de dar misa en una parroquia del barrio porteño de Villa Luro, habían acribillado a balazos al padre Carlos Mugica, quizás la figura más reconocida a nivel nacional del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), el espacio político y pastoral que integraban estos tres curas de Rosario. En la casa de Presello la noticia cayó como una bomba silenciosa. Habían matado a Mugica, el cura rubio de la Villa 31, el que había decidido dejar atrás una vida cómoda en una iglesia de la paqueta Recoleta para estar con los pobres, el que decía que aquel que no era un idealista era un cadáver viviente. Dicen que apenas lo llevaron al Hospital Salaverry, con el cuerpo cocido a plomo por una metralleta, Mugica alcanzó a decirle a una enfermera: “Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo”.
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Lupori tiene 87 años recién cumplidos y posee el don de evocar el pasado con minuciosidad arqueológica. Recuerda fechas y nombres con precisión forense, pero también emociones, olores. Memoria sensorial de las mil vidas que le tocaron vivir como sacerdote, padre de familia, educador popular, docente universitario y referente del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).
Un rápido resumen de su vida podría decir que nació en Rosario el 14 de mayo de 1937. Hijo de un hogar cristiano y obrero, aún no había cumplido los once años cuando ingresó al seminario San Carlos Borromeo de Capitán Bermúdez y se ordenó sacerdote en enero de 1962. Primero fue destinado a la parroquia San Antonio de Padua, de barrio Belgrano, y al poco tiempo comenzó un largo peregrinaje por Casilda y luego por Cañada de Gómez. En el 68 fue designado párroco de Nuestra Señora del Valle, de la localidad de Tortugas, casi en el límite con la provincia de Córdoba. En esa iglesia lo encontró el conflicto que terminó de explotar en 1969 entre un grupo de curas y el arzobispo de Rosario, monseñor Guillermo Bolatti, un tenaz opositor a la transformación que proponía el Concilio Vaticano II. Lupori aún recuerda el día que el arzobispo lo escuchó en el seminario hablando sobre algunos cambios introducidos en la liturgia por el Vaticano, como el hecho de empezar a dar misa en castellano (y no en latín como hasta entonces) y de cara a la feligresía. Bolatti lo interrumpió y le dijo: “El tiempo dirá quién tiene razón”. El arzobispo de Rosario estuvo en las cuatro sesiones del cónclave celebrado entre 1962 y 1965 en Roma.
Lupori guarda en una de sus bibliotecas un ejemplar del diario del concilio de Hélder Cámara, el “obispo de los pobres” de Recife (Brasil) y un libro del teólogo francés Yves Congar. Ambos cuentan que en todo el concilio Bolatti pidió la palabra solo una vez y fue para condenar al marxismo. En el sitio web del Arzobispado local señalan que el 23 de octubre de 1964 el prelado calificó al comunismo como “un peligro muy grande” y “una herejía”, y pidió que en los documentos conciliares se lo declare “como intrínsecamente contrario a la doctrina católica”.
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Es mediodía de otoño y Lupori abre la puerta de su casita en Fisherton Pobre, el nombre que le puso en 2002 la asamblea barrial a esa zona del noroeste rosarino. Afuera la lluvia cachetea rudo y cuando sale a la vereda las gotas mojan su cabellera de nieve. “La calle está inundada y para entrar a mi casa tenés casi 5 centímetros de agua”, había advertido. Pero el interior de su hogar cobija una sutil tibieza, como la leve cadencia con la que habla con su voz arenosa. Y en cada rinconcito, una biblioteca. Lupori traza un traveling con sus manos: “Acá atrás mío están los libros de educación. Aquellos son diccionarios y enciclopedias, esos otros estantes son libros de actualidad, ciencias sociales y filosofía; después tenés aquella otra dedicada a trabajo social; la de acá es de historia, antropología, psicología, sociología y algo de ecología; y después tenés otras dos de teología, biblia y literatura”. El dueño de casa acepta la idea de hablar de los pensadores que marcaron su vida y de sus libros, los que aún conserva desde hace décadas y de los que solo quedaron en su recuerdo. Algunos se perdieron en el tiempo, pero otros los prestó y no volvieron.
Ahora está sentado de espaldas a la puerta. Inclina la silla hacia atrás y con su brazo derecho ausculta los estantes que tiene a un costado, los de los libros sobre educación. Desde Freire al pensamiento de Gramsci. Algunos ejemplares están con el lomo hacia atrás, así que es necesario sacarlos para ver el título.
“Cada uno de estos pensadores ―dice― te abre una perspectiva nueva, porque te permiten entender en serio la dialéctica marxista para el análisis de la sociedad. Y sobre todo con los tres burgueses de la filosofía de la sospecha y el reflexionar crítico, como son Marx, Freud y Nietzsche, que revolucionaron toda Europa. Hasta que uno descubre el pensamiento latinoamericano que te obliga a una repensar todo”.
Lupori revuelve la biblioteca pedagógica y toma un sobre blanco. En su interior, una edición de fines de los 60 de “Pedagogía del oprimido”, de Paulo Freire. “Cuidado que no se me desarme”, pide entre risas. Una primera edición de “Acción cultural para la libertad”, de ediciones Tierra Nueva, es otro de los libros que guarda de Freire. También una edición más nueva de “El grito manso”, un texto que recopila el discurso del educador brasileño cuando en 1993 recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL).
Y entonces habla de la educación bancaria, del inédito viable y del diálogo entre la lectura de la realidad y la de la palabra, tres de los conceptos más renombrados de Freire: “Lo que él propone ―agrega― es una crítica profundísima al sistema educativo, que existe en gran parte para reproducir al sistema. Lo cual no quiere decir que todas las escuelas sean reproductivistas, que es el error de algunos. La escuela es un espacio público de conflicto entre educación bancaria y gente que propone problematizaciones”.
La obra de Freire fue clave en la formación como educador de Lupori, quien hasta 2014 dio clases en la carrera de trabajo social de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Por su compromiso pedagógico y social, en septiembre de 2021 la universidad local le dio el título de Doctor Honoris Causa.
La rotura de uno de los cristales de sus antejos lo tienen a maltraer con la lectura, una práctica que a este educador lo sigue acompañando de forma cotidiana. Al lado de su cama tiene dos libros sobre Malvinas: “La trama secreta”, de Kirschbaum, Cardoso y Van der Kooy; y otro de la editorial Capital Intelectual. Dice que los volvió a revisar en abril para refrescar algunos personajes de la guerra de 1982, como el entonces canciller Nicanor Costa Méndez y el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri. “Está la imagen del borracho, pero Galtieri era un duro dentro del ejército que vino a reprimir en el Rosariazo”, recuerda.
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Lupori vuelve los pasos de su memoria seis décadas atrás. Más precisamente a su biblioteca de entonces. A la que lo formó como cura, pero sobre todo a aquellos libros que más lo influenciaron en su camino desde el Concilio Vaticano II al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Pero antes de hablar de los libros, Lupori hace una digresión y menciona a tres docentes que lo marcaron ya en el seminario: las clases del profesor de filosofía Armando Amiratti; los apuntes del docente de teología Ernesto Sonnet y las enseñanzas del investigador Enrique Nardoni. Por aquellos años la reforma litúrgica era uno de sus temas de interés y junto a su amigo Francisco “Pancho” Parenti leían la revista francesa La Maison Dieu, el diccionario bíblico coordinado por Xavier León-Dufour y los textos del fraile francés Yves Congar. “Esa gente marcó las redacciones de los textos del Concilio Vaticano II”, apunta.
―Esa fue mi iniciación, pero todavía no tenía el impacto del marxismo que se da por los años 69 y 70, cuando descubro la importancia del análisis dialéctico de la sociedad y cómo la teología tiene que saber usar este modelo para trabajar en profundidad.
Lupori se acerca a la biblioteca que está cerca de la mesa del comedor y saca uno de los seis volúmenes del diccionario de ciencias de la educación. A su lado, diccionarios de tango, otro de filosofía de Ferrater Mora y cinco de los seis tomos del diccionario de teología del jesuita Karl Rahner.
De su etapa en el MSTM hay dos obras que Lupori lamenta haber perdido en el tiempo. Una, la colección completa de Enlace, la revista bimestral publicada entre 1968 y 1973 por los curas tercermundistas. La otra, un librito de tapas azules de 1970 con documentos y reflexiones de este movimiento religioso. Para la nota con Enredando vuelve a sostener entre sus manos un ejemplar de ese libro perdido y lo hojea. Lucio Gera, Rolando Concatti, Jorge Vernazza… de su boca salen nombres claves de aquellos años. También historias, como el día que, junto al exobispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, visitó a Carlos Mugica en la Villa 31. Cuando salieron hacia la parroquia del cura Rodolfo Ricciardelli, Mugica le hizo señas a dos vecinos para que los acompañen y se queden de campana. “Avisen si ven algo extraño”, les dijo Mugica. El sacerdote sabía que por derecha o por izquierda, los curas del tercer mundo ya eran presencias molestas para la política argentina.
Hay una oración de Mugica que para Lupori es reveladora del espíritu de este “hijo de la oligarquía”. E invita a leerla sobre todo en estos tiempos. Entre sus párrafos, dice: “Señor: perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece. Perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. (…) Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propio hambre”. “Ahí revela el sentido profundo de su conversión”, dice Lupori. El crimen de Mugica para los curas tercermundistas significó además una certeza: “Con eso nos quedó bien en claro que estábamos todos fichados”.
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Ahora el relato avanza, pero hacia un nuevo flashback, hacia 1969. Oscar Lupori era cura de la parroquia de la localidad de Tortugas cuando el primer viernes de julio del 69 ―con esa precisión lo recuerda― fue a visitar a enfermos que no podían ir a la parroquia para darles la comunión. Cuando regresó se encontró con un abogado en la puerta de la iglesia que le informaba que el arzobispo había decidido aceptarle la renuncia. Junto al letrado estaba el cura que iba a reemplazarlo. Lupori era uno de los 30 sacerdotes que meses atrás habían presentado su renuncia. A todos les quitaron el cargo ese día de julio. De regreso a Rosario, trabajó de albañil mientras daba misa los domingos en algunas capillitas con la venia del párroco. Hasta que para la pascua de 1970 Bollati decidió despojarlos también de las licencias para ejercer el ministerio sacerdotal.
El conflicto se había iniciado en 1968, cuando un grupo de sacerdotes ―entre los que estaba Lupori― escribió un borrador analizando la situación pastoral en Rosario. A la luz del Concilio Vaticano II, pero también de sus réplicas, como el Manifiesto de los 18 obispos del Tercer Mundo de 1967 y la conferencia del episcopado latinoamericano reunido en 1968 en Medellín. Mientras tanto, en Buenos Aires el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo comenzaba a dar sus primeros pasos, también con una carta que hicieron circular por todo el país y que en distintas etapas llegaron a adherir unos 400 religiosos de distintas provincias. Criticaban el imperialismo y reafirmaban la opción preferencial por los pobres. El investigador José Pablo Martin estima que casi un 9% del clero argentino llegó a integrar el movimiento.
El texto de los curas rosarinos terminó siendo un escrito que firmaron unos 40 sacerdotes. Pedían cambios urgentes. Entendían que la diócesis de Rosario no podía quedarse afuera. También pedían que se revise la sanción contra el cura español Néstor García, párroco en barrio Godoy. “Fuimos a entregar en forma reservada esos papeles al arzobispado el padre Amirati, Tettamanzi o Ferrari y yo. Sabiendo cómo era Bolatti de manijero acordamos nunca ir solos a hablar con él, porque si no dividía al grupo”, dice Lupori. Sin embargo, tal como publicó la revista Boom en su edición de abril de 1969, Bolatti “habría violado el secreto pronunciando, durante una reunión mantenida con otros sacerdotes, el nombre de uno de los firmantes del documento, al que tomó como manifestación de enfrentamiento sin comprender el carácter de cooperación con su tarea con que le fue presentado”.
Lo que sobrevino después no solo fue la dispersión de aquella experiencia sino el olvido. “Bolatti ―dice Lupori― consiguió que de lo nuestro no se hablara. Hay gente que años después salía del seminario y no sabía lo que había pasado con nosotros”. Como escribió el poeta uruguayo Mario Benedetti, hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio.
El educador y militante de los derechos humanos cuestiona también ciertas versiones que circulan contando lo que sucedió en el convulsionado 69 rosarino. Dice que hay textos que sostienen la idea que la acción de los renunciantes fue una rebelión frente al obispo, cuando en rigor “fue un intento de dialogar en serio sobre aplicar el Vaticano II en Rosario, pero Bolatti lo quería desconocer, como que no existió”.
Mientras habla y explica, Lupori traza garabatos con una birome sobre un papel blanco apoyado en la mesa. Como un maestro con su pizarrón. Habla de la experiencia de los sacerdotes tercermundistas, de su historia, pero también de las diferencias internas que había. “En el MSTM estaban quienes tenían una opción más marcada por el peronismo y otros con una visión más crítica. Es lo mismo que pasa con la teología de la liberación y la del pueblo”, dice.
Encuentra allí el pie para hablar de los libros y autores referentes de ambos espacios. Como el teólogo Lucio Gera, integrante de los curas del tercer mundo y uno de los principales artífices de la teología del pueblo, una mirada social, política y pastoral con eje en la opción preferencial por los pobres que también reconoce entre sus principales pensadores a Rafael Tello y Juan Carlos Scannone. Otra vertiente es la teología de la liberación, pero aclara: “A la teología de la liberación la quieren envolver en una y no es así: está la del peruano Gustavo Gutiérrez y la de los brasileños Leonardo Boff, Hugo Assmann y Rubem Alves. Pero a mi criterio el más profundo de todos era Hugo Assmann”.
Cada autor y lectura que menciona Lupori abre una ventana a una anécdota sobre la influencia de esos pensadores que lo formaron. El teólogo belga José Comblin, el español Pedro Casaldáliga, el jesuita Hernán Benítez, el cura y sociólogo Gerardo Farrell. Y autores más recientes como los textos de la investigadora y teóloga argentina Emilce Cuda (autora de “Para leer a Francisco”) o el libro “Entre la memoria y la profecía”, sobre la vida del escritor jesuita Leonardo Castellani, de Carlos Cabalero y Aníbal Torres y prólogo de Eduardo Martin, arzobispo de Rosario.
Lupori hace un alto en la charla y señala una cruz que tiene colgada en el comedor. “Esa cruz era de Pagura, cuando falleció me dieron libros, apuntes y esta cruz que creo que es nicaragüense”, dice sobre el obispo metodista Federico Pagura, uno de los fundadores del MEDH fallecido en 2016.
El solo nombre de Pagura lo lleva a hablar de las huellas de los religiosos que marcaron su vida. Y sobre todo cómo le gustaría que se recuerde a Mugica y a la experiencia de los curas del tercer mundo: “Creo en aquella frase que dice que la muerte de los mártires es una semilla para los cristianos. Y la Iglesia argentina tiene varias semillas: Angelelli, Mugica, Ponce de León… Todo eso va a fructificar. Hoy están los curas por la opción de los pobres y creo que en este momento más de un obispo va a reaccionar”.
1 comentario
Gran alegría sentí al leer esta nota. Actualiza una historia necesaria y habla de una de las personas más íntegra, ejemplar y humana que he conocido en mi vida. Fui alumna de él en la facultad católica de humanidades. Guardo siempre la calidez y la humanidad de su persona y de sus enseñanzas. Ernesto Sonnet, Francisco Parenti y al queridísimo Oscar Lupori. Los tres excelentes profesores y personas que tal como cuenta la nota los borraron de sus cátedras pero nunca de nuestras vidas.
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