Texto: Tomás Viu / Fotos: Mariana Terrile
Las mujeres improvisaron una bandera cosiendo con alfileres muchos delantales blancos. Cuando terminaron de escribir la frase con brea, subieron al tanque de agua para colgar la bandera: ´Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita, no´. Las mismas mujeres apilaron piedras enormes para bloquear las vías del tranvía. Los hombres cortaron con hachas los eucaliptos para atrincherarse y bloquear el paso de las tanquetas que intentaban sin suerte entrar en Villa Manuelita para sacar la bandera del tanque que está en la plaza de Grandoli y Quintana. Era septiembre de 1955 y mientras Estados Unidos, Inglaterra y Uruguay, entre otros países, apuraban el reconocimiento al gobierno golpista, este barrio se volvía epicentro de la resistencia. Enfrente de esta plaza habían escrito con aerosol otra frase a modo de declaración de principios: `Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no`.
Sesenta y nueve años después, por Grandoli a la altura del tanque un pizarrón escrito con tiza anuncia que ´Hay armado´. El cartel forma parte del escenario en el que se mueve la gente que viene y va, de a pie, en bici, en auto y en moto. Un operativo de tránsito completa la escena.
A unas diez cuadras de la Plaza de la Resistencia, en el cruce de Lincoln y Biblioteca Vigil, tres pibitos juegan en la vereda con una manguera y otros tantos pelotean en la calle. Rancho Aparte está justo en la ochava. La puerta está abierta y el tránsito es continuo. Entran y salen pibes y pibas, mujeres, muchachos. El flujo es propio de un lugar habitado. Javier Ruiz Díaz, Coco, mencionará el espíritu nómada que tiene la organización desde que empezó a correr la bola en la plaza Italia allá por 2012, cuando detrás de la pelota entró a gestarse un proyecto. No hay elemento más nómade que una pelota, cuyo destino es el viaje permanente, el movimiento, el trayecto.
Cuando esa bola se fue agrandando, consiguieron que la tía de uno de los chicos les prestara una casa para hacer pie con aquello que ya no era sólo juntarse a jugar a la pelota. Las palabras Covid, pandemia y cuarentena no aparecían aún ni por lejos en los motores de búsqueda de internet. Pero cuando el virus empezó a copar la agenda y a ganar las calles, aquella tía no pudo sostener el préstamo. Con la música y el rancho a otra parte.
– Nunca tuvimos un lugar y siempre anduvimos de acá para allá en lugares que nos prestan. Nos ha sucedido de ir a varios lugares y armar un montón de cosas. Levantar, meterle cuerpo y después tener que devolverlo. Es levantarte continuamente-.
En la tarde del domingo 23 de mayo de 2021, dos tipos que están armados se bajan de un auto, entran a la casa que está en la ochava de pasaje Lincoln al 2900, el pibe que está adentro intenta salir corriendo pero le disparan y cae ahí, justo ahí. Más de ocho disparos interrumpen de golpe la historia de Marcos Basavilbaso que con catorce años tenía otros planes.
“Empezamos a jugar con eso, pensamos que si hacíamos un revoque íbamos a recordar la bala. Juguemos, hagamos de eso un montón de dibujos y pinturas. Era buscarle esa vuelta y tomarlo, y cambiarle el color, y cambiarle el olor”.
“Hoy tenemos este lugar por una desgracia. Nos matan a uno de los chicos que iba a Rancho, que hizo con nosotros la película ´¿Quién soy?´. Sus padres ya se habían ido de la casa porque venía mambo heavy. La familia no podía quedarse acá y me llamaron”, cuenta Coco. El llamado:
– Nosotros confiamos mucho en vos, siempre trabajaste con nuestros hijos. Preferimos alquilarte la casa a vos porque sabemos que el día de mañana cuando te la pidamos nos la vas a devolver-. La confianza y el deseo: -Y que puedas seguir haciendo las cosas para los chicos-.
Antes de la pandemia, rebobina Coco Ruíz Díaz, eran un grupo fortalecido de quince personas trabajando en el barrio para y con los pibes. “Veníamos de años, entonces cada cual ya sabía que en qué enfocarse, en la música, en los talleres, en el apoyo escolar. Tenía ya su forma y cuando volvemos nos encontramos con que muchos de los compañeros se habían quedado en sus pueblos o habían vuelto pero tenían doble turno de laburo”. La pandemia desarmó muchas cosas. Para Rancho Aparte fue un quiebre. “Si para un adulto fue fuerte, te imaginás cuánto más para un pibe. La vorágine que tenía la pandemia en la clase media era totalmente distinta a la del barrio: los pibes podían seguir saliendo, estaban en su cuadra y eso le daba un poco de ventilación a las ideas, pero después se dividieron entre quienes viven de un lado y del otro”. El aislamiento sanitario rompió aquello por lo que Rancho venía luchando: unir las calles. “Cuando uno milita va conociendo personas de otros barrios que hacen lo mismo. Veníamos re bien como militancia el año anterior a la pandemia. Después fue volver y encontrarse con esas divisiones, fue arrancar de vuelta”.
Después de aquel llamado empezó la tarea de reconvertir el lugar, proceso que no fue fácil. Tenía el peso y la carga de la muerte de uno de los propios. “Arrancar en el lugar donde había un chico que amabas y ya no está más, y que murió de esa manera, y que lo mataron acá, y que sus amigos fueron los que lo encontraron. Fue como ¡guau!, nos costó entrar pero dijimos ´vamos a meternos y limpiar el lugar porque si lo hacemos lento al proceso nos va a doler cada vez peor´”.
Coco va mostrando los impactos de los disparos. Algunos los encuentra rápido pero con otros se le complica identificarlos. Y es que la pared fue intervenida artísticamente y aparecen multiplicados círculos de colores vivos pintados a mano. Círculos como gotas, como burbujas, como destellos de un cielo interior. La idea era reconvertir el espacio, darle las transformaciones necesarias para que en ese lugar trágico florezca nuevamente lo vital que movía a Marcos y que sigue motorizando a la pibada de Tablada. “Empezamos a jugar con eso, pensamos que si hacíamos un revoque íbamos a recordar la bala. Juguemos, hagamos de eso un montón de dibujos y pinturas. Era buscarle esa vuelta y tomarlo, y cambiarle el color, y cambiarle el olor”.
Mientras recorre los distintos ambientes Coco va mostrando con orgullo. “Los pibes tienen lo mejor, sus computadores nuevas, sus instrumento musicales, los ventiladores”. Cuando llega a una de las piezas, se detiene: “A este lugar le pusimos rejas, para nosotros fue una discusión porque luchamos contra el encierro pero a la vez era un cuidado. Hoy el consumo de la pipa con lo que están fumando pone a los pibes en un lugar súper vulnerable a la hora de pensar a quién le robo o a quién no”. La explicación de Coco se interrumpe porque llegan dos pibes, Facundo y Elías. Entran y saludan. Él los interpela:
– Hey, ¿los llamaron?
– ¿A quién?
– A ustedes dos. ¡Justo me aparecen los dos juntos! Me llamaron por el currículum que ustedes me dieron…
– ¿Cuál?
– El currículum…
– Ah, si…
– Me llamaron porque hay una posibilidad de que entren a hacer una preparación en Arcor. Los van a entrevistar…
La sonrisa y el brillo de los ojos. La frase de Coco les cambia la bocha. Festejan con un abrazo. La felicidad es cosa de instantes y además, es contagiosa. Coco también se emociona.
– ¡Vamos! Justo veníamos hablando que está re difícil encontrar laburo-.
***
Facundo tiene veinte años y Elías veintitrés. Se sientan alrededor de la mesa para contar su relación con el proyecto. “Vengo a Rancho desde que era chiquito”, dice Facundo. “Arrancamos en la plaza Italia, no había nada, sólo un playón, iba Coco y nos juntábamos todos los pibes a jugar al fútbol o a tomar la chocolatada”, suma Elías. Entre los dos van reconstruyendo los cursos que fueron haciendo el tiempo que estuvieron en la casa de Berutti y Rueda: carpintería, música, candombe. “Todo junto nos pasó, nos matan a los pibes y se fueron sumando. De a poco empezamos a tirar un par de ideas…”.
En las organizaciones, el tiempo se puede medir de diferentes maneras. Los nenes que corrían atrás de la pelota cuando arrancó Rancho Aparte, son los jóvenes que hoy están buscando laburo.
“Venimos hace un par con el tema de los currículum. Hacemos changas pero no sale algo fijo”, explica Elías. Facundo agrega: “Yo estoy en una huerta en República de la Sexta y ahí hacemos cosecha. Ya tengo el título de jardinero, aprendí a plantar plantines, a cuida a las plantas, a cosechar tomate, lechuga”. En Rancho le empezó a gustar el tema de la huerta y después decidió seguir estudiando.
En las organizaciones, el tiempo se puede medir de diferentes maneras. Los nenes que corrían atrás de la pelota cuando arrancó Rancho Aparte, son los jóvenes que hoy están buscando laburo. Para Coco es una caricia ver a Nahuel con ropa de trabajo, yendo y viniendo, manteniendo una casa. “Capaz nadie lo nota pero ese es el tiempo que le dedicaste. Valió la pena”. Los primeros años Coco vivía en barrio Godoy y se tomaba el 145 cargando todas las cosas para llegar a Rancho y quedarse hasta doce horas. “Era darle tiempo a la idea y meterle más corazón que otra cosa. Hoy es 2024 y ha cambiado un montón, nuestras formas han cambiado y han mutado también las personas que fueron llegando”.
Nahuel (24) entra a la casa y se suma a la charla. Es soldador y trabaja en una empresa. Es otro de los “históricos” que vivió las diferentes etapas de Rancho. “En Rueda y Berutti teníamos una emoción y laburábamos una banda. Un chico hacía sillones, hicimos una feria y vendimos rifas con las cosas que hacíamos. Yo tengo el diploma de carpintería. Después con el candombe fuimos a Buenos Aires y a Uruguay”. A Facundo desde chico le gusta la música. Hace tiempo que encuentra en el rap un canal para “expresar los sentimientos y escribir lo que se vive”. Dice que también sirve “para juntar a la gente”.
Coco profundiza en la idea del tiempo que llevan las construcciones reales, aquellas que vienen haciendo con los pibes y con las mamás del barrio. “Para que después no necesiten que nadie venga de otro lado a tener que potenciar, empujar o abrir un espacio. Ya pasó un montón de tiempo, este espacio tiene que ser de la gente”. Coco también se refiere a la coyuntura. “Vienen con todo en contra de un montón de cosas en las que nosotros sí creemos. ¿Cómo lo vamos a defender? Hay que defenderlo acá”. El antídoto: “Es muy difícil ver juntos a un chico y a la mamá de otro de los pibes acá. Es también una construcción de la madre de romperse a lo que es un trabajo social en su propio barrio donde ya deja de ser la mamá de fulano. Eso hay que construirlo y está pasando”. Y el pronóstico: “Este año nos tiene que ir súper bien porque hay necesidades y nosotros nos venimos armando desde hace mucho tiempo para este momento”.
Los lugares más seguros generalmente son los que están habitados. Por eso, la apuesta que proyectan para este año es que Rancho Aparte esté abierto los siete días de la semana. Los domingos el taller de candombe y los sábados la merienda y el cine para los más chicos. La explicación de Coco: “Que no se pierdan entre ellos, que no se desconozcan. Cuando uno conoce al otro después es más difícil lastimarlo”. De lo que está hablando es de aquello que no se ve: los vínculos. “La unión que van a necesitar los chicos porque se viene fea, los barrios la vienen pasando mal hace un montón de tiempo. La policía está bastante en cualquiera y viene con unas maneras muy fuerte para con los pibes”.
Durante el resto de la semana, lo proyectado (mucho ya viene ocurriendo) son dos encuentros de sublimación, dos días taller de fotografía, apoyo escolar, peluquería, el espacio para infancias, un taller de cine donde la idea es hacer un documental de la organización, la huerta. “En los últimos tres años trabajamos mucho en el programa Espuma donde hicimos los jabones con aceite quemado. Fue alucinante. Después, otra compañera trajo la idea para trabajar con hongos medicinales, eso está pensado para que arranque en marzo”, aclara Coco.
Facundo muestra en su celular algunas fotos de la huerta en la que labura. “Ésta es la cosecha que hacemos”, dice mientras señala unos cherrys. Sobre la cotidiana resume: “Hay días que están buenos y hay días que están malos”. Coco sigue mostrando cada rincón del espacio y las herramientas que supieron conseguir: la pantalla, el sonido, las compus, las máquinas. “La idea es que todo lo que se consiguió esté acá”.
Natalí, que empezó haciendo la capacitación en sublimación, hoy es la profe. “Hace dos años que estoy acá, arranqué aprendiendo y después salió la posibilidad de dar el curso. Les estoy transmitiendo a los chicos lo que yo aprendí y de a poquito vamos aprendiendo juntos”. Son alrededor de diez y trabajan con pedidos de clientes. Natalí explica que primero arman el diseño en Photoshop, después lo imprimen con tinta de sublimación en hojas especiales y finalmente pasa a la máquina donde se sublima con calor. “Ahora estamos a full con los set de jardín, tenemos muchos pedidos. Las chicas van aprendiendo y de a poquito van ganando su propio dinero”, dice.
Sumando una pieza del rompecabezas territorial de Tablada, Coco menciona el trabajo de la Fundación Tercer Tiempo, quienes junto a la Asociación Uniendo Caminos trabajan con personas detenidas, con liberadxs y con vecinos. Con sede en la casa de Esmeralda al 2900, coordinan talleres, dan capacitaciones y sostienen una cooperativa de trabajo. En una nota de enREDando de 2022, contamos el trabajo que se despliega y multiplica desde esa casona del sur.
Coco retoma la tensión que generan los flujos violentos presentes hace ya mucho tiempo en los barrios populares. “Nos han matado pibes que hemos visto crecer. Es re duro estar en funerales y velatorios hablando y discutiendo sobre la tierra, si es en el Baigorria o en La Piedad”. La pregunta que se torna inevitable: “¿Qué hago en este lugar si yo no tenía nada que ver con la muerte, si yo lucho por la vida?” La respuesta es tentativa y guía las acciones: “Vamos a tener que trabajar la tierra y plantar el árbol pero la sombra la va a disfrutar otro”.
***
Seiscientos metros hacia el sur de Rancho Aparte, la calle Berutti se convierte en Grandoli. Justo en ese comienzo, por Grandoli entre Ayolas y Seguí, la Municipalidad de Rosario inauguró el matadero público en 1876. El nombre del barrio hunde sus raíces en las tabladas con las que estaban construidas los corrales del matadero. En los alrededores se creó un asentamiento de ranchos que luego daría origen al actual barrio Villa Manuelita, aquel que protagonizó la resistencia en 1955. Soledad Llovera, antropóloga y docente del Bachillerato Popular de Tablada que tendrá su intervención sobre el final de esta crónica, apunta un estudio que relevó que por una disposición municipal de principios del siglo pasado esta zona de la ciudad quedaba habilitada para realizar actividades que tuviesen alguna situación contaminante, como mataderos y basurales. “El contrapunto de eso es una historia de los vecinos muy vinculados con esas actividades y la gran historia política que tiene el barrio”.
Los animales llegaban al matadero –que en 1931 se trasladó a la zona donde actualmente está el Parque del Mercado- en ferrocarriles. Tablada llegó a tener dos estaciones y estuvo atravesada por cinco líneas distintas. En 1890 se construyó la estación terminal del Ferrocarril Córdoba a Rosario en la intersección de 27 de Febrero y Juan Manuel de Rosas. En 1912 se habilitó la línea que unía Rosario con Buenos Aires y un año después se autorizó a la empresa Central Córdoba a administrar toda la red bajo su nombre. Historia conocida es el desguace que llegaría en los años noventa con el gobierno menemista: “Ramal que para, ramal que cierra”, diría el riojano en noviembre de 1989.
Signos
Tres menos cuarto de la tarde y el silencio ocupa casi todo el espectro sonoro. Algunos ruidos de motores esporádicos y lejanos alteran tímidamente la monotonía con el efecto Doppler. Una parrilla de hierro con cuatro patas flacas está a media sombra sobre la vereda y sus brasas parecen aún calientes.
Desandando la calle Chacabuco a la altura del 3000, unos metros antes de llegar a Gaboto, una fachada rompe el carácter monocromático propio de los frentes de las casas. Con la técnica del mosaiquismo, venecitas azules y blancas configuran en relieve una cara muy conocida en la ciudad, tanto por su quehacer diario y su militancia social incansable, como por la forma en que lo mataron a sangre fría en el techo de la escuela en la que laburaba mientras sus cuerdas vocales se hinchaban pidiendo a gritos que no tiraran porque había pibes comiendo. El rostro de Claudio Pocho Lepratti recibe la sombra filtrada que arrojan los árboles que aún no dejan ir a sus hojas. Pañuelos, hormigas y bicicletas recorren los caminos que completan el mural. En la casa contigua, con la misma técnica veneciana y un naranja imponente, está el jardín Las Hormiguitas, con dos de ellas erguidas y sonrientes como invitando a entrar.
En la Biblioteca estuvieron sin luz desde las doce de la noche. Ahora son las tres de la tarde y después de varias gestiones recuperaron la electricidad. El corte general en la zona fue producto del robo de cables que alimentaba a una fase de la EPE. Para Carlos Núñez, fundador y miembro de la comisión directiva, es una marca de época: pibes robando cobre. Por caso, Ezequiel Francisco Curaba tenía veinte años y murió el 13 de febrero, un día y medio después de electrocutarse al intentar robar cables subterráneos de alta tensión en Presidente Perón al 6100.
Sobre la cuestión del alimento hay otro signo de época: el aumento de la demanda en sectores de la clase media que no estaban acostumbrados a pedir ayuda en una materia tan elemental como la comida. Eso sí para Carlos resulta familiar respecto del 2001.
Los discursos alusivos a la meritocracia no son algo nuevo; sin embargo actualmente tienen una legitimidad consolidada que viene promovida directamente desde las altas esferas del gobierno nacional. En un carril paralelo a esos reductos individualizantes, hace tiempo las diversas organizaciones con base en los territorios vienen construyendo comunidad. En Tablada, la Biblioteca Pocho Lepratti es una referencia ineludible al momento de enumerar algunas de estas organizaciones. Y lo es gracias a la prepotencia de trabajo (comunitario) sostenido durante tanto tiempo: en octubre cumplirá veintidós años.
Junto a la Biblioteca, radio La Hormiga y el jardín Las Hormiguitas componen las otras patas del trípode. La embestida del gobierno encabezado por Milei es veloz y voraz. Tal adjetivación se desprende de lo escuchado en las distintas charlas con quienes están cotidianamente en el llano. Carlos Núñez, psicólogo y educador, habla pausadamente eligiendo cada una de las palabras que va hilvanando. “La coyuntura nos encuentra en una situación casi única, diferente a todo lo conocido porque ni el 2001 fue así”. En la comparación histórica trazada, Carlos recuerda que en aquel momento había “referencias de valor a lo que era compartir el sufrimiento y las necesidades de la gente”. Plantea que hoy eso pasó a ser mal visto desde el discurso oficial. Trae a la mesa una anécdota previa al balotaje: estaban haciendo una actividad en la calle (una de tantas), cuando pasó un hombre que venía “cirujeando” y al verlos les dijo: ´Ya van a tener que ir al laburar todos ustedes´. “Hay algo ahí que se invirtió de aquel 2001, se invirtieron los sujetos sociales”, ensaya Carlos.
Cada quince días entregan bolsones de alimentos a cincuenta familias. Aunque la demanda viene creciendo, no pueden aumentar el número porque no reciben apoyo de los gobiernos en ninguno de sus niveles. La articulación viene a través de un proyecto de STS, ´De la huerta a la olla´, que nació con el objetivo de establecer un canal solidario de donaciones que conecta a los comedores de la ciudad con productores agroecológicos de Rosario y alrededores. A su vez, la Biblioteca tiene vínculo con el Banco de Alimentos Rosario (BAR).
Sobre la cuestión del alimento hay otro signo de época: el aumento de la demanda en sectores de la clase media que no estaban acostumbrados a pedir ayuda en una materia tan elemental como la comida. Eso sí para Carlos resulta familiar respecto del 2001.
Mucha soga rota
Siguiendo con el diagnóstico, Carlos apunta hacia la pérdida de referentes de todo tipo. Frente a esa intemperie, se refiere al Estado nacional como “absolutamente deshumanizado y depredador”. Destaca que actualmente no hay interlocutores entre el gobierno y quienes trabajan en el territorio. “Flota muy fuerte ese discurso de eliminación a la intermediación que serían las organizaciones sociales”. Quizás la postal reciente más elocuente de esta arista haya sido la cola de más de veinte cuadras alrededor del Ministerio de Capital Humano después de que la propia ministra Pettovello haya anunciado que iba a “atender uno por uno” a la gente que tuviera hambre y “no a los referentes”. ´Vengan uno por uno que les voy a anotar el DNI, el nombre de dónde son y van a recibir ayuda individualmente´. La noticia post “fila del hambre” terminó siendo que no iba a atender a nadie porque no los había citado.
FM La Hormiga viene construyendo hace años comunicación popular. El Fondo de Fomento Concursable para Medios de Comunicación Audiovisual era una herramienta que se proponía redistribuir los recursos de los medios de comunicación audiovisual (gravámenes y multas) para fomentar a los medios comunitarios y de pueblos originarios. A través del FOMECA venían desarrollando diferentes proyectos de producción y formación. Ese estímulo se cortó. “Una radio que da voces a las organizaciones que están trabajando con educación, cultura y niñeces, para este gobierno lejos de ser un valor, representa algo que hay que eliminar para llegar al déficit cero”, dice Carlos.
¿Cómo armar un mosaico posible del territorio Tablada? ¿Cómo hacer entrar tanta cosa en una crónica? ¿Cuántas capas tiene esta cebolla? ¿Y cuántos corazones?
La pauta oficial a través de Télam (Agencia Nacional de Noticias de Argentina) era otro sostén que tenían muchos de los proyectos que componen el tercer sector de los medios comunitarios y sin fines de lucro. Era una forma mínima de garantizar la pluralidad de voces tantas veces prometida. Esa pauta oficial era una deuda histórica para muchos medios que nunca habían logrado acceder. Pero para quienes sí la recibían, como Fm La Hormiga, pasó a ser otra soga rota. Explica Carlos Núñez: “La pauta de Télam no era para cualquier cosa; era para que la información sobre los actos de gobierno sean más claros para la sociedad. Bueno, todo eso se cortó también”.
Desde 2004 la Biblioteca venía recibiendo de parte de CONABIP (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares) la invitación para participar de la Feria del Libro que anualmente se realiza en Buenos Aires. Este año, después de dos décadas, esa invitación no llegó. Tampoco recibieron el pedido de los papeles que siempre les exigían para demostrar estar en condiciones de percibir los subsidios de gastos corrientes ni las propuestas de los otros proyectos de los que normalmente participaban las organizaciones.
El escenario del 2001 sobrevuela la charla y cada tanto emerge de forma aparentemente inevitable. Entre muchas otras cosas, el 2001 parió esta biblioteca popular. Experiencias como las ollas populares, el club del trueque, las asambleas barriales, los piquetes, las cacerolas, el arte en la calle, fueron algunos emergentes de aquella olla a presión. En el escenario actual resurgieron las asambleas barriales en distintos puntos de la ciudad. La zona sur históricamente fue protagonista de resistencias -hay fotos del segundo rosariazo con las columnas partiendo desde el sur- y hoy no es la excepción. Fue el primer punto cardinal en empezar a convocar esos espacios de encuentro entre vecinos. Actualmente hay reuniones semanales en Arijón y Ayacucho y en San Martín y Ayolas.
En la mirada ancha que dibuja Carlos se trata de formar parte de las grupalidades, espacios que vienen motorizando lxs trabajadores de la cultura, las bibliotecas populares, las radios comunitarias. “Desde el plano de lo macro juntándonos con otros y viendo cómo seguir”. Paralelamente está el mientras tanto. En ese mientras tanto, para Carlos la que les queda es “rediseñar la forma de pensar la estructura de la organización”. Cuenta que hasta hace poco se podían comprometer con garantizar determinadas cosas. Menciona dos: que hubiera talleristas y que no faltara la merienda para los pibes. “Hoy podemos llegar a decir que algo se hará a la gorra y que de la gorra se verá cómo va un porcentaje para el tallerista y un pequeño porcentaje para la organización. Lo que no se puede seguir dando es lo que ya no está”.
– Está todo en el aire, suspendido, en stand-by. Es lo que está viviendo toda la sociedad-.
Carlos se refiere al aumento del 400% en las nuevas facturas de los servicios. Dice que hay “compañeros y compañeras que siguen porque tienen otro trabajo” pero que en esos trabajos no tienen para nada actualizado los valores de sus sueldos con relación a ese 400% de aumento en las tarifas. “Entonces cada vez tienen menos tiempo”. El tiempo tiene un valor inestimable en estas ecuaciones de suma cero entre las actividades remuneradas y aquellas que integran el trabajo social comunitario. “Sabemos que esto además de ser algo que les gusta hacer y que tiene que ver con la militancia, es un trabajo, pero no hay nada que les podamos decir porque no hay nada que esté garantizado”.
Históricamente las organizaciones de base han ido estableciendo puentes (de los simbólicos y de los otros) para intentar garantizar ciertos derechos que a pesar de figurar en la carta magna no son asegurados por los gobiernos. Cosas básicas son el alimento pero también el acceso a la cultura, la educación, la información, el trabajo, la salud.
A las organizaciones las sostienen las personas. Desde la Biblioteca vienen realizando las ´rondas abiertas´, un momento para encontrarse y colectivizar los sentimientos y procesos individuales y grupales. Un espacio para sostener a quienes sostienen. “Lo que se vive acá lo llevan a sus casas. La catástrofe subjetiva de cada uno, cómo procesar la situación de desamparo y de estar expuesto a una tormenta permanente”. Carlos plantea que los centros de salud arrojarán más temprano que tarde los datos de las catástrofes subjetivas actuales, lo que implican los padecimientos a nivel de salud mental. En esas rondas también invitan a quienes quieran sumarse a las tareas de la organización y a quienes quieran presentar propuestas.
Cuando está complicado lo laboral aparecen otras salidas. Eso no es nada nuevo. Hace rato que en los barrios el laburo escasea y lo que aparece para zafar es la changa o el trabajo precario. “Dentro de las posibilidades que se viven, hay muchísimos pibes que están con el tema de las apuestas online y otros que están hace tiempo como soldaditos”, dice Carlos, y agrega: “En la medida en que haya políticas que desvinculan al Estado de las organizaciones y de los espacios de agrupación social como pueden ser murgas, teatros, espacios de apoyo escolar o lo que sea, se va a empujar cada vez más a las situaciones desesperadas y al sálvese quien pueda”.
Contra viento y marea, la Pocho abre el convite a sus talleres. Para niñxs hay `Arte y escritura`, `Estridulá` -taller de música- y `Ajedrez`. `Tomemos la palabra` es un taller de escritura creativa y reflexión para adultos, quienes también cuentan con el taller de `Lecturas` y el taller de reflexión grupal `Vida cotidiana y crisis`. Los jóvenes pueden apuntarse al Taller de Radio.
Además, por las ondas sonoras que viajan en el 104.3 del dial –y también llegan a través de la aplicación de la radio o vía web en www.pocholepratti.org- se puede escuchar la siguiente grilla: Radio abierta (lun a vie, 10 hs.); 3de tres décadas (lun a vie, 16 hs.); El trabajo de la cultura (lun a vie, 17 hs.); Gigantes gentiles (lun, 20 hs.); La hendija (mar, 18 hs.); Aquí, allá y en todas partes (mar, 20 hs.); Late el barrio (mie, 19 hs.); Camino al frente (mie, 21 hs.); La columna vertebral (jue, 20 hs.); Eva, la primera entre los iguales (sab, 10 hs.); y Santa Fe de mi querer (sab, 13 hs.).
Donde había un basural
Un pasacalles resiste la tiranía de Whatsapp: ´Sasha, felices 15 años. Que brilles siempre. Te amamos mucho. Mamá, papá, Ro, Fran y Apolo, ´. Hace días que no llueve y por eso el asfalto está seco y caliente; los charcos que se van formando cada tanto en la vereda no tienen que ver con un fenómeno natural sino con un invento de la modernidad: los aires acondicionados que van transpirando.
Tres cuadras separan la Biblioteca de Pocho del local de Tablada Más Unida, donde Claudio Andrade espera para contar lo que hacen. Claudio nació en Tablada hace treinta y ocho años y hace seis que arrancaron con el trabajo social en este espacio que levantaron donde termina la calle Garay en la intersección con Berutti, ahí donde antes había un basural que copaba el terreno baldío. Claudio es Presidente de la Asociación Civil. “Somos un grupo de vecinos bastante unidos desde hace muchos años. Ya mis viejos se juntaban con la gente grande”. El espacio lo arrancaron a activar durante el gobierno macrista. Y como al parecer indican las crisis, lo primero que motorizaron fue el alimento: armaron un comedor para las familias del barrio. Inicialmente contaron con algunos padrinos políticos vinculados al Partido Socialista que les ayudaron con el primer empujón.
Alrededor de trecientas familias retiran sus bolsones de alimentos una vez al mes. En invierno la dinámica que implementaron fue cocinar una parte para que vayan a retirar y entregar la parte del alimento seco. Para este año tienen la intención de que vayan a cenar entre sesenta y setenta chicos tres veces por semana.
Tablada fue catalogada por la cantidad de homicidios pero hay mucha gente trabajadora que le mete mucha garra al barrio. A veces se hace difícil pero nunca bajan los brazos y le siguen poniendo. Organizaciones que trabajan con adolescentes para que tengan un futuro diferente al que ya están catalogados”.
Cuando pensaron en los talleres lo hicieron en base a la demanda del propio barrio: panificación, repostería, pastas, artesanías, música, adultos mayores y LGTB. La mayoría se dan en el marco del programa Santa Fe Más pero el de adultos mayores y el de LGTB lo bancan con recursos propios de la organización.
Sobre el techo, algunas hileras de ladrillos sin revocar dan cuenta de que el lugar está en obras. Adentro, la postal se completa con tres bombos murgueros que descansan arriba de un freezer rodeado de bolsas de cemento, rollos de alambre y una hormigonera. El proyecto es poder construir la planta alta y sumar las herramientas necesarias para que las capacitaciones que realizan se vuelvan también una fuente laboral. “Armamos dos cooperativas, una para hacer mantenimiento general del barrio y una panificadora. Compramos horno con vector para el trabajo de pastelería más fino, pero la idea es comprar uno más grande y otro rotativo, y también una sobadora”.
Cocinando un barrio
Un cartel de madera escrito con fibra negra está colgado en un poste de luz en la vereda de Necochea 4073. En el cartel se anuncia: ´Taller de calzado´. Miguel arregla zapatos y además les enseña a los vecinos para que puedan aprender el oficio de zapatero. Recién llegado, no quiere perder la oportunidad de mostrar su rincón. “No es muy difícil y es un trabajo lindo”, dice, mostrando orgulloso las máquinas que tienen en el taller montado en el Centro Cultural. Una hilera desordenada de zapatos, zapatillas y suelas se apoya sobre la parte de arriba de una de las máquinas. Miguel posa sonriente con los dedos en v. Detrás de él, en la mesa de trabajo, un paquete de yerba casi vacío, un termo, un mate, un gorra y una zapatilla deportiva blanca. El espacio de calzado está separado con una cortina del lugar donde en este momento están poniendo en el horno unas pizzas que venderán en la unidad productiva ´Las delicias de Necochea´.
Ángel Rodríguez vive en el Mangrullo, barrio de pescadores, pero se mueve por toda la zona sur y va pivoteando entre los distintos espacios del Movimiento Evita en el que milita hace diez años. “Estoy acá en Tablada, en Puente Gallego, en Mangrullo. Nuestra organización tiene espacios por todos lados”. En la zona sur el Movimiento Evita tiene veintiocho patas desplegadas en el territorio. En Tablada son doce. Ángel enumera algunas: “Renacer por calle Alem, Sembrando amor por pasaje Villar, otro espacio en Villa Manuelita que está pegado a Tablada. Tenemos comedores, merenderos y espacios de producción como éste”.
Detrás de Ángel está cocinando el grupo de mujeres que integra la unidad productiva `Las delicias de Necochea`. En el espacio productivo hacen pizza, pre-pizza, rosquita, torta frita, bizcochuelo. Hacen pedidos por encargue pero también venta al público. Ya tienen sus clientes fijos en el barrio; también el colectivero que para y les compra. Algunas de las compañeras venían cobrando el Potenciar Trabajo y otras no porque no habían podido acceder al beneficio. La ganancia de las ventas la utilizan para volver a comprar materia prima y el resto lo reparten entre ellas.
– ¿Hace cuánto que estamos acá, Nati?-, le pregunta Ángel a una de las compañeras.
– Produciendo, desde agosto-.
El espacio productivo funciona de lunes a viernes desde las dos y media de la tarde. Inicialmente era sólo dos veces por semana pero después fueron sumando los demás días.
En el lugar funciona un comedor que en este momento está suspendido por las partidas que recortó el gobierno nacional. Ángel también es cocinero. “Son muchas personas las que vienen a buscar la comida. Cuando vienen queremos llegar a todos, es feo si alguno se queda sin y se va con la cara larga. Pero no podemos hacer mucho porque nos cortaron todo lo que es leche, azúcar, fideos. Hace dos meses y pico que ya no nos bajan nada”.
“¿Cómo vas a decir que es una zona roja si no sabés lo que el barrio está sufriendo o lo que está pasando el vecino de al lado?”
Cocinaban tres veces por semana y una de esas veces era una comida especial. “Hemos hecho marinera de salchicha con fideos, marinera de hígado o pollo”. Ángel explica que la idea de la comida especial surgió a partir de un carnicero amigo y vecino suyo que colabora con el espacio y que les dijo que “si podían salir del arroz con menudos, los chicos se podrían superar”. A partir de ahí empezaron a cocinar con carne, pollo, alitas al horno, papa o albóndiga.
Por fuera de la ayuda que reciben de algunos comercios, Ángel cuenta que saca una parte de su propia pensión para cocinarles a los chicos. “Culpa de los que reciben y no dan, de los que reciben y lo terminan vendiendo en la feria o se los dan a los familiares, nos queman a los que nos rompemos trabajando. Acá la gente está aunque llueva, haga calor o frío”.
Una de las formas que encontraron para visibilizar el trabajo y reclamar por el recorte de partidas para los comedores, fue cocinar y repartir la comida en algún lugar público. Uno de los lugares elegidos fue la puerta de La Reina, supermercado muy transitado de la zona sur en la esquina de San Martín y Ayolas.
Durante la pandemia, Ángel era paciente de riesgo pero siguió trabajando. “Éramos la primera línea, nunca cerramos. Venían más de 120 personas a buscar la comida. El local se llenaba y la cola llegaba hasta afuera. Hoy esas familias no están comiendo porque no podemos producir”. Ángel se detiene sobre el discurso del Milei en campaña y el sentido contrario del Milei en funciones. “Dijo que iba a pagar la casta pero la casta terminamos siendo nosotros. Al final lo está pagando la canasta y los 112 barrios populares que tenemos en Rosario”. Ángel enumera sin repetir y sin soplar muchos de esos barrios. Los conoce porque va seguido. “Las obras que teníamos quedaron todas paradas a la intemperie. Nos recortaron muchas cosas y nos van a seguir recortando. Por eso tenemos que estar unidos”.
El inmueble lo adquirieron hace poco y tiene muchas deficiencias edilicias, por ejemplo, se les llueve la cocina. Mientras avanzan con los arreglos del lugar, sostienen diversas actividades más allá de la cuestión del alimento. Dan apoyo escolar y hay escuelita de fútbol. Tenían un taller de serigrafía pero los costos elevados suspendieron la capacitación hasta nuevo aviso. Tienen el plan de sumar algunos talleres más, por ejemplo, murga. Además está la parte de textil en donde producen, entre otras cosas, mochilas y cartucheras. Y el taller de calzado que está recién habilitado.
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´Brutal crimen en barrio Tablada´; ´Barrio Tablada: sicario filmado´; ´Una mujer asesinada y su pareja gravemente herida en barrio Tablada´; ´Murió un hombre de 65 años en un incendio´; ´Asesinaron a un pibe en otra brutal balacera´; ´Acribillaron a un vecino en la cuadra de Garibaldi al 200´; ´Doble crimen en barrio Tablada´. Entre los primeros resultados arrojados por los motores de búsqueda en la web, hay dos titulares que se destacan: ´Tablada, el barrio de Rosario adonde las balas ya no hacen ruido´ (publicado por el diario Clarín el 17 de abril de 2018. En esa nota, se afirma que “las muertes ya no asombran ni conmocionan como antes”. El otro titular fue publicado por La Nación el 11 de enero de 2015: ´La Tablada, tierra narco: el barrio donde a los muertos ya los entierran sin lágrimas´ Hay que avanzar un trecho en la navegación para encontrar otro tipo de enfoque en el abordaje periodístico: ´Vivir en Tablada, más allá del estigma´ se titula una nota con la firma del periodista Osvaldo Aguirre .
“Ahora se calmó un poquito pero hace unos meses era terrible, te robaban o estaban a los tiros. Es un barrio totalmente desprotegido por la parte municipal y provincial que vienen y prometen cosas pero después la cara la damos nosotros”. Ángel habla con la bronca del que conoce. “¿Cómo vas a decir que es una zona roja si no sabés lo que el barrio está sufriendo o lo que está pasando el vecino de al lado? Es fácil escribir en una página que no podés entrar al barrio porque te tirotean, pero si no conocés la problemática de adentro hacia afuera, no sabés nada”. Ángel habla de las otras inseguridades: “En todos los barrios el problema es el agua, la luz…el agua, la luz. Dicen que esto es zona roja, ´allá te van a robar´, ´no vayas´, meten miedo pero la gente de los barrios es la que más trabaja”.
– ¿Por qué hacés todo lo que hacés?
– Porque tuve una infancia re complicada, desde los cinco años tuve que salir a la calle a pedir para darle de comer a mi mamá, mi papá trabajaba pero tenía problemas con la bebida y cuando cobraba lo primero que se compraba era vino. Mis hermanitos pasaban hambre. Yo sé lo que es que una criatura no tenga ni un mate cocido ni un pedazo de pan. Una criatura no puede aguantar el hambre. Hasta los diez años estuve pidiendo en la calle. Antes de estar en el Evita arranqué por mi cuenta. Tenía un kiosco, un muchacho me dio una olla, el otro un colador, el otro un cucharón. Empecé a buscar hilitos que me fueron ayudando. Si no somos unidos no llegamos a ningún lado. Si salís a la calle solo no vas a lograr nada, pero si son cuarenta o cincuenta te van a tener que escuchar. Necesitamos que nos escuchen, somos los últimos de la cola pero somos los que estamos ayudando a la gente-.
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Natalí detiene su tarea en la producción para sentarse a contar un pedazo de su historia. Sus 31 años los vivió todos en Tablada, su casa está a tres cuadras del local. Arrancó a militar en 2018, antes de la pandemia, en otro espacio del Evita que también está a dos cuadras del Centro Cultural. Su cuñada estaba en ese lugar y cuando le comentó cómo era, Natalí se sumó. Como vivía a la vuelta, conocía a la referente. Empezó limpiando.
– Che, ¿y si hacemos una cuadrilla?-, propuso. Y Así fue que empezaron a limpiar las plazas del barrio, la plaza de Messi y la de Alem y Uriburu. Hasta que un día la responsable del espacio le preguntó si podía sumarse a la tarea de merienda o comida. Aceptó y empezó a cocinar. Pero cuando vio que era tanta la gente que iba a buscar su ración, sintió que no podía. Recordó cómo se sentía ella cuando de chica iba a buscar la copa de leche a la esquina de su casa. Esa sensación no le gustó, se angustió y lo planteó. Supo que no podría sostener la tarea de darle un plato de comida a otra persona. Y así se empezó a sumar al espacio de la JP, también del Evita.
Le propusieron trabajar en el relevamiento para el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP), paso necesario para que la gente pueda obtener su Certificado de Vivienda Única y así acceder a la urbanización, tener luz, wifi y los servicios básicos de vivienda. Empezó por la zona, fue a Piamonte, Las Flores, Tío Rolo, Flamarión, San Martín A. Así estuvo un tiempo largo, recorriendo los territorios. “Pasaba de todo, te acercabas a ofrecer un certificado y la gente te decía que estaba mal, que no tenía para comer, que los chicos no podían ir a la escuela”. Natalí volvió a sentir que no podía dar tanto.
Se seguía reuniendo con la JP y armaban torneos para que los chicos jugaran a la pelota en las plazas. Fue a campamentos de formación y trabajó en otros merenderos hasta que formaron uno propio: Renacer. Ahí empezaron a sumar otras actividades como apoyo escolar, zumba, freestyle. Después se acercó a este espacio de Necochea a dar una mano, y acá se quedó. “Me puse con las chicas que vendían pizzas jueves y viernes. Cuando nos empezamos a sumar y formamos un grupo más grande dijimos ´vamos a hacer rosquitas´, ´vamos a hacer torta frita´, ´vamos a hacer budines´. Estamos de lunes a viernes produciendo y los sábados también. Y nos va bien”.
Natalí comprara lo que fue la cosa durante el gobierno de Macri con la situación actual, a poco más de 100 días de asumido el gobierno de Milei. “Yo empecé con el macrismo y más allá de que nos daba tristeza dar un plato de comida lo podíamos dar. Ahora se nos hace muy difícil, cada una de nosotras pone diez mil pesos por mes para hacer dos comidas pero no alcanzan, primero porque no llegamos nosotras con nuestras familias, todas somos mamás. Estuvimos mal, claro que sí, pero ahora estamos mucho peor”.
La primera línea
Visto desde afuera, por la escala de la plaza Eva Perón que ocupa toda la manzana y que lo incluye en un costadito, el centro de salud parece más pequeño. Una vez adentro, la perspectiva cambia y el lugar se ensancha inevitablemente para albergar 8.500 historias clínicas familiares. Afuera, el paso del tiempo se mide por algunos murales despintados y un puñado de palabras estampadas como deseos: amor, respeto, paz, empatía, valientes, red, unidos, libre. Adentro, Agustina abandona un rato su oficina para poder contar cómo es eso de trabajar casi veinte años en este centro de atención primaria ubicado en Ayolas entre Ayacucho y Colón.
Agustina Ojeda trabaja como administrativa hace diecisiete años. Es Técnica en Niñez y Familia y aunque no haya sido contratada para esa tarea, hace el acompañamiento de las familias del barrio. Conoce a la mayoría por la cantidad de años en el mismo lugar. “Me involucro mucho y a veces me cuesta porque me lo llevo a mi casa. Amo lo que hago y por eso le pongo mucho empeño. Me preguntan por qué en diecisiete años no me moví del centro de salud y es porque me gusta la población con la que trabajo”.
En el hall de entrada hay varios afiches de papel madera pegados en la pared con fotos de distintas situaciones que ocurrieron en 2023: embarazadas haciendo ejercicios con pelota en el taller para gestantes, fotos de una huerta, actividades del taller de alimentación saludable y los talleres con escuelas.
El Centro de Salud Pasteur abarca desde 27 de Febrero hasta Uriburu y desde San Martín hasta el río. Agustina explica que también están compartiendo con otros centros de salud provinciales que por dificultades económicas o estructura no están funcionando. En este momento alrededor de veinte personas esperan ser atendidas. Hay muchos chicos pequeños, la mayoría acompañados por mujeres. Agustina cuenta que abordan los problemas cotidianos de la gente. Uno de esos problemas, en relación de continuidad con las otras entrevistas, tiene que ver con la alimentación. Así lo cuenta Agustina: “Es siempre buscar recursos con las organizaciones para que tengan un plato de comida o un bolsón. Hay muchas mujeres solteras que llevan sus casas a cuestas, y personas adultas que trabajaban y nunca les faltaba la comida pero dejaron de trabajar y no reciben ninguna pensión porque no estaban en blanco”.
Agustina identifica que está pasando algo en estos últimos meses que habían visto mucho en tiempos pandémicos: gente de clase media que pierde sus trabajos y sus obras sociales, y terminan “cayendo en la salud pública”. En relación con la pandemia, dice que como la gente se sintió respaldada después quiso seguir yendo al centro de salud.
Cada centro de salud, según la zona y la población con la que trabaja, tiene sus particularidades. Agustina apunta sobre el estigma con el que carga Tablada en relación con el narcotráfico. “Como en todos lados está el delito y un montón de cosas. Tablada fue catalogada por la cantidad de homicidios pero hay mucha gente trabajadora que le mete mucha garra al barrio. A veces se hace difícil pero nunca bajan los brazos y le siguen poniendo. Organizaciones que trabajan con adolescentes para que tengan un futuro diferente al que ya están catalogados”.
En relación con el abordaje de la problemática narco, una de las cosas que hacen es organizar proyectos con diferentes representantes barriales, entre otras cosas, como una forma de conocer cómo está compuesto el barrio y quiénes son los que están manejando el entorno. “No tenemos muchas herramientas más allá del acompañamiento o cuando una familia viene a pedir ayuda. Los vemos de muy chiquitos y después cuando pegan el saltito a la adolescencia medio que se pierden”. En ese punto, el trabajo cotidiano es charlar con los padres para que los pibes sigan la escuela o hagan talleres, y para eso también articulan con las organizaciones. “Los adolescentes que entran por la droga muchas veces vienen acompañados con los padres y dicen que quieren salir de ese circuito pero se les hace muy difícil. La Municipalidad tiene muy pocas herramientas para ayudarlos”.
Agustina identifica que está pasando algo en estos últimos meses que habían visto mucho en tiempos pandémicos: gente de clase media que pierde sus trabajos y sus obras sociales, y terminan “cayendo en la salud pública”. En relación con la pandemia, dice que como la gente se sintió respaldada después quiso seguir yendo al centro de salud.
En el Pasteur trabajan dos médicas clínicas, cinco generalistas, dos residentes, cuatro pediatras, dos psicólogos, una fonoaudióloga y una kinesióloga estudiante de la UNR. En diferentes tramos de la charla, Agustina señala la baja de recursos humanos y materiales. “Los recursos se están achicando cada vez más. Hay faltantes de muchas cosas, por ejemplo, los anticonceptivos y los preservativos que mandaba Nación hace meses que no están llegando. Antes teníamos varios implantes o los anticonceptivos inyectables para las adolescentes. Ahora hay que seleccionar a quién darle”. A veces les falta hasta el paracetamol o el amoxi. Otro síntoma es el tiempo de espera para atenderse con los especialistas porque muchos renuncian o bajan su carga horaria y entonces no llegan a atender a toda la población que tienen a cargo.
En las reuniones de equipo tratan los casos complejos y en el transcurso de la semana van viendo determinadas dificultades con algunas familias. “Cuando algún paciente del centro salud llega a los hospitales por un síntoma x o un traumatismo que indica sospecha de violencia, abuso o algo por el estilo, llaman al centro de salud para tener referencias de su grupo familiar”. A Agustina le aparece en la base de datos de la computadora quién es el médico de cabecera, cuando fue la última vez que ese paciente fue a atenderse, si está vacunado y todos sus movimientos. “Lo público es un valor muy importante para toda la comunidad”. También trabajan con las escuelas de la zona, las médicas han dado charlas de sexualidad con adolescentes, la odontóloga hizo talleres de flúor. Entre otros, articulan con Alas para Crecer, con la Biblioteca de Pocho y con el Bachi de Tablada. “Mucha gente no sabe que en el barrio hay organizaciones que pueden ayudar. Entonces les damos las herramientas para que puedan ir a buscarlos o hablamos nosotros y los ponemos en contacto”.
Compromiso es la palabra que a Agustina se le escapa de la boca cuando piensa en una síntesis imposible del trabajo cotidiano. “Tenemos mucho compromiso con el barrio, mucho esfuerzo y un trabajo muy de hormiga que es excelente”. Dice que le encanta lo que hace, y suelta una risa ruidosa.
Tramas comunes
Me voy corriendo a ver qué escribe en la pared la tribu de tu calle. ´Dios nos da memoria para nunca olvidar a quien amamos´. Los murales como recordatorios permanentes de los duelos de vidas jóvenes arrebatadas hace tiempo se volvieron paisaje en los distintos barrios de la ciudad. Una casa separa el mural del Bachi de Tablada. El portón negro que está cerrado retumbará en un rato con los pelotazos de quienes vuelven vitales a las calles entre los murales. Sobre el rojo intenso y parejo de la fachada se recorta el blanco con la tipografía característica de Ciudad Futura y el logo del Bachi.
¿Cómo armar un mosaico posible del territorio Tablada? ¿Cómo hacer entrar tanta cosa en una crónica? ¿Cuántas capas tiene esta cebolla? ¿Y cuántos corazones?
Como lloverá de llover pero sin acento. Sole Llovera, junto a Sole Verón y a Laura Scoppetta están sentadas alrededor de una mesa ratona. Laura es profesora de Historia y da clases en el Bachi desde 2016, al igual que Sole Llovera, antropóloga. Ambas son militantes de Ciudad Futura. Soledad Verón empezó a militar en 2013 cuando se formó el Frente de Ciudad Futura y cuando el Bachi empezaba a caminar. Actualmente trabaja de la CAAC (Casa de Acompañamiento y Asistencia Comunitaria) que funciona en el edificio del Bachi a partir de un convenio con SEDRONAR. Pero también es vecina (vive a dos cuadras), es egresada de la escuela, trabajadora y madre.
Si las personas somos muchas cosas al mismo tiempo, otro tanto ocurre con las organizaciones. Asociado rápidamente con una escuela de gestión social, lo primero que aparece del Bachi es la pata estrictamente educativa. Sin embargo, a lo largo de la charla aparecen varias otras capas que van sedimentando y sosteniendo la punta visible del iceberg.
“El Bachi tiene las puertas abiertas para recibir a todos los chicos y a las madres, a quienes están en diferentes problemas con la droga para mostrarles que hay otra salida, otro futuro posible. No todo está perdido, tiene un poco de lo malo y un poco de lo bueno”. En las palabras de Sole Verón resuenan las de Facundo de Rancho Aparte. “Creo que más de lo bueno, hay mucho de sostener y acompañar. Muchos chicos que estaban en cualquiera arrancaron el Bachi, lo terminaron y hoy están trabajando”.
La frase es interrumpida por un estruendo que irrumpe directo sobre el portón de entrada. El pelotazo es indicador de que los niños no duermen la siesta.
“Pensaba en esto de las múltiples caras que tiene el barrio. Acá vienen jóvenes pero también adultes a terminar la escuela. Este barrio fue el lugar del matadero, tiene que ver con muchas cosas que mueven a la ciudad pero que la ciudad no quiere ver”. Soledad agrega la capa de la resistencia en relación a la historia de Tablada, algo que apareció cuando fueron mapeando las historias de los vecinos. Al mismo tiempo, trae una anécdota del año pasado cuando se encontró al final de cursada con uno de los pibes que había arrancado el año “en cualquiera”. “Mi último encuentro fue cuando venía a recuperar y él hablaba con otro pibe que estaba en la suya, ensimismado y con discurso libertario, preguntándole cómo no se había anotado al Progresar y explicándole cómo tenía que hacer. Ahí se dio en un año un cambio en los roles en algo que es mínimo pero que habla de cómo fue esa experiencia”.
“En tiempos de crisis hay un resurgimiento de querer vincularse a algún proyecto colectivo. Estos tiempos de tanta incertidumbre a veces llevan a refugiarse en lo colectivo para sentir que uno está resistiendo”.
Laura Scoppetta se refiere a cómo resulta laburar en un barrio que tiene sus complejidades sosteniendo un proyecto como el del Bachi “de manera militante y a pulmón en un mundo donde todos te dicen que te las tenés que arreglar solo”. Los palos no detienen la rueda: “Nos encontramos con todas las dificultades y sin embargo la posibilidad de sostenerlo es porque a fin de año ves que se construyeron esos pequeños cambios”. Laura agrega que muchas veces empiezan sólo para terminar la secundaria pero que en varias de esas oportunidades terminan motivados queriendo emprender otro tipo de proyectos.
En la charla explican que, como un habilitador de otras posibilidades y otra forma de habitar la escuela, sostienen las asambleas mensuales entre docentes y estudiantes para definir cuestiones que tienen que ver con la dinámica de la escuela pero donde también se cocinan otras cosas. “Aparecen cuestiones relacionadas con el funcionamiento del barrio y vemos cómo se interviene ante eso”, explica Laura, mientras menciona el aprendizaje que implica el espacio colectivo y el hecho de entender que cada quien tiene algo para decir y para aportar. Laura plantea la construcción de un lenguaje común. “Lo que se aprende a hacer acá después se puede hacer con los vecinos para solucionar un problema”.
Soledad Llovera remarca el énfasis que ponen en el armado de la trama grupal. “En todos los espacios del Bachi vemos cómo disputar el sentido de la vida, algo que para nosotros pasa por tramar lo común”. Aclara que “nada es mágico ni deslumbrante” pero que sí pasan “cosas significativas como estudiantes que dicen que vienen para estar con otres”
La escuela tiene una duración de tres años y funciona como un EEMPA (Establecimiento de Educación Media para Adultos). La primera camada de egresadxs se dio en 2015 y desde ese año consiguieron que los títulos fueran emitidos por otros EEMPA. Pero en agosto del año pasado lograron el reconocimiento y la autorización del Bachi como anexo o aula radial de la ETICA, la otra escuela de gestión social de Nuevo Alberdi. “Es una legalidad que viene a refrendar una legitimidad que ya teníamos”, cuenta Laura y agrega que ahora ya no depende de otras vicisitudes, además de que los estudiantes pueden acceder a los derechos como el boleto educativo, las becas o el certificado de alumno regular.
El Bachi forma parte de un proyecto integral que incluye El Semillero, un espacio de salud mental y derechos humanos. Laura explica que desde ´El Semillero´ se acompaña las trayectorias educativas funcionando acoplado al colectivo docente, “ya sea como un espacio de escucha de ciertas situaciones de afectación subjetiva, acompañamiento para hacer algún trámite o asesoramiento judicial”. Ese espacio también está abierto al barrio. En 2021, junto con la CAAC se abrieron una serie de dispositivos pensando en la salud mental. Cuenta Sole Llovera: “Tenía que ver con pensar cómo las organizaciones sociales que venían llevando a cabo trabajos en relación con salud mental pudieran contar con algún convenio para formalizar ese trabajo”.
En su momento, el convenio con SEDRONAR les permitió ampliar mucho la franja horaria en que está abierto el Bachi. “Y con otra presencia en el barrio porque se abrieron muchos dispositivos de jóvenes, de niños, de referentes, de trámites”, apunta Laura. La escuela funciona de 18 a 21 y la CAAC abre de lunes a sábados en determinados horarios. Los lunes está el Taller de Cocina y el de Primera escucha, que también está los martes. Los miércoles el espacio de Trámites, los jueves el de Mujeres y el roperito. Los viernes también asesoran con los trámites y funciona el espacio de preadolescentes donde cocinan, hacen talleres y salidas recreativas. En el espacio de infancias, los sábados meriendan y juegan. “En la CAAC tenemos mucho acompañamiento en salud mental, está difícil la situación, la cotidianeidad, la violencia. Pero creo que todos se apoyan en otro. En el roperito las mujeres vienen, toman mates y conversan. Juegan otros sentimientos, otro compartir, otro apoyo”, detalla Sole Verón. De la misma forma que todo lo relevado en esta crónica, actualmente la continuidad de la CAAC pende de un hilo.
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En las diferentes entrevistas emergieron los múltiples coletazos que trae sobre el barrio la actual crisis económica y social. Uno de esos impactos vuelve a aparecer en relación con el tiempo disponible. Dice Laura que “la mayor precariedad en nuestras situaciones de vida hace que tengamos que buscar más horas de trabajo rentado y eso se resiente sobre las organizaciones”. Al mismo tiempo propone a título personal una lectura que funciona como contrapunto: “En tiempos de crisis hay un resurgimiento de querer vincularse a algún proyecto colectivo. Abrimos convocatoria para formar parte del grupo docente que es voluntario y nunca tuvimos tanta gente que se quiera sumar”. A Laura le pasó algo parecido porque ella se sumó al espacio después del desembarco macrista en el gobierno nacional en 2015. “Estos tiempos de tanta incertidumbre a veces llevan a refugiarse en lo colectivo para sentir que uno está resistiendo”.
“En todos los espacios del Bachi vemos cómo disputar el sentido de la vida, algo que para nosotros pasa por tramar lo común”.
“Fue un enero terrible, bastante trágico”. “Mucha violencia, muchos crímenes”. Las frases tienen que ver con aquellos hechos que en algunos casos se vuelven murales y que mucho más acá de la repercusión mediática que puedan o no tener, significan catástrofes subjetivas para las familias y los entornos de aquellas vidas truncas, en su gran mayoría de jóvenes de barrios populares. Dice Sole Llovera: “Hubo muertes de personas jóvenes que sintetizaban en sus cuerpos historias de múltiples atravesamientos violentos y vulneraciones. Eso a todos nos conmocionó, la forma en que se manifiesta la muerte, el desprecio por la vida, cómo aparecen los cuerpos”. Sobre esto, dirá que “muchas cosas se logran transformar y hay otras que intentás y no, y todos los días seguís viniendo sabiendo eso”. Soledad plantea que “si bien es un espacio de mucha potencia, también hay otras fuerzas en juego”. Cierra la idea con una apertura: “A veces es una constatación de todo lo que no se pudo y de que tenés que redoblar el esfuerzo”.
Frente a aquella cosa empecinada Soledad Verón también tira para arriba: “Abrís las puertas del Bachi y los niños ya quieren entrar aunque no sea el espacio de ellos. Están todo el día”, dice, y suma: “El Bachi te atrapa. Es como una familia que te acompaña. Siempre hay cabezas pensando y gente poniendo el cuerpo. Eso te da ganas de seguir y seguir”.