Argentina experimenta, desde la asunción de Javier Milei como Presidente de la Nación, un marcado giro en su política exterior caracterizado por fuertes determinantes ideológicos difíciles de maridar con el interés nacional. Los posicionamientos frente a los conflictos actuales, la puesta en riesgo de importantes vínculos bilaterales y la falta de visión estratégica para paliar los factores que influyen en la actual crisis económica, manifiestan un obstinamiento que arriesga la equilibrada tradición diplomática que Argentina supo construir desde hace décadas.
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Entre el temor de creer en las promesas de campaña y el autoconsuelo que rescataba la falta de argumentos para darle el voto a Javier Milei bajo la popularizada expresión “no lo va a hacer”, algunas pistas sobre lo que podía significar un gobierno de La Libertad Avanza en materia de política exterior fueron expuestas en el debate presidencial del día 12 de noviembre. Esa noche, y ante los embates discursivos de Sergio Massa, el entonces candidato a Presidente dejó entrever que las relaciones con la República Federativa de Brasil y la República Popular China, los dos socios comerciales más importantes que tiene nuestro país, podían sufrir grandes reveses por considerarlos “países comunistas”.
Una semana más tarde, el día de su victoria electoral, el Presidente invitó a Jair Bolsonaro a la asunción del 10 de diciembre. El ex mandatario brasileño, hoy complicado por el rol que pudo haber jugado en el intento de golpe de Estado contra Lula da Silva una semana luego de la toma de posición, tuvo los honores que no recibió el actual Presidente del país más grande de América del Sur. Si en el plano de los hechos concretos no hubo grandes hitos que golpearon el vínculo, sí lo fue en la dimensión simbólica, tan importante en materia diplomática. El Mercosur, bloque comercial que nació en 1991 al calor de una resignificación de la relación entre Brasil y Argentina, es utilizado por la actual administración como una caja de resonancia para exponer sus posicionamientos globales sobre el comercio y el capitalismo, y para intentar reflotar el ya fracasado acuerdo con la Unión Europea, con el cual países importantes como Francia están en total desacuerdo. El nombramiento de Daniel Scioli como Secretario de Turismo, Ambiente y Deporte de la Nación dejó acéfala la Embajada en Brasilia, y Argentina solo cuenta con los distintos consulados como las representaciones diplomáticas más importantes en nuestro principal aliado.
Con China sí hubo algunas cuestiones más tangibles. Luego de acordar, en octubre último, una ampliación del swap de monedas, China suspendió el mismo tras la visita del diputado provincial libertario Agustín Romo a la Oficina de Comercio de Taiwán para recibir 300 cajas navideñas. Cuesta imaginar que la exquisitez de aquellos pan dulces y sidras sean tales como para puedan justificar semejante provocación a una potencia global, sobre un tema por el cual están dispuestos a ir a la guerra. Taiwán es considerada parte indisoluble del territorio de China, y la propia relación del gigante asiático con los Estados Unidos se vio congelada por un año y medio por la cuestión taiwanesa.
El riesgo que corren los vínculos con China y Brasil, solo por el obstinamiento ideológico del actual Gobierno, se justificarían por el hecho de que Argentina logre algún beneficio con respecto a estos movimientos. Sin embargo, nuestro país no logró nada a cambio de estos desafíos y provocaciones.
Continuando con los desplantes frente a estos dos países, Argentina fue el único país de los 6 invitados a sumarse a los BRICS que declinó el convite, que llegó por una insistencia casi militante de Lula da Silva sobre los demás socios. El alineamiento rígido que busca el Gobierno de Milei con los Estados Unidos impide que Argentina busque diversificar sus vínculos, aunque una cosa no necesariamente es excluyente de la otra. La falta de visión estratégica es clara y preocupante y se explica con dos fáciles ejemplos. Con el potencial que nuestro país tiene en materia de hidrocarburos, la adhesión a los BRICS podría haber posibilitado que se profundicen los vínculos con otros 2 de los nuevos miembros, que comparten el status de potencias energéticas: Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Las dos monarquías del Golfo son países con fuertes vínculos con Washington pero que, estratégicamente, han intentado ampliar su red de socios en el resto del mundo. Las inversiones que podrían haber llegado de las petromonarquías en materia petrolera no serán posibles. En el mismo sentido, otros dos países que ingresaron al bloque fueron Etiopía y Egipto, que se ubican en los puestos 3 y 4 de los países más poblados de África, sumando entre los dos más de 200 millones de personas. Mercados que hubiesen podido aprovecharse para colocar los productos alimenticios de nuestro país, que tanto apuntalan a las economías regionales. Con el descarte a los BRICS, tampoco habrá posibilidad de tender puentes allí.
Hablando de oportunidades perdidas -y eso que recién llevamos dos meses y medio de gobierno- valga una mención para el show que el Presidente dio en el Foro Económico Mundial que se celebra en Davos, Suiza. Allí se reúnen las personas que más se entusiasman con los políticos enamorados del mercado. Gran oportunidad para buscar inversiones. Milei, sin embargo, decidió subirse al atril para hablar del “peligro de Occidente” y “la agenda del feminismo radical”, en lugar de ofrecer condiciones ventajosas para posibles inversores. Luego, festejó por Twitter su clase magistral sobre los postulados propios de la marginal Escuela Austríaca de Economía. Los cronistas de los medios internacionales coincidían todos: los hombres de negocios llegaron entusiasmados pero se llevaron una profunda decepción, traducida en un tibio aplauso al final del discurso. Esos dólares tendrán otros destinos.
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Agitando el barrio
Era más cantado que “Muchachos” durante el Mundial de Qatar que Argentina iba a retroceder considerablemente en los esfuerzos realizados en los últimos años para revitalizar algunos esquemas regionales como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). Si el Gobierno del ex Presidente Mauricio Macri fue en esta dirección, está claro que Milei seguiría el mismo camino y sin ningún atisbo de gradualismo.
También era de esperarse que el Gobierno edifique sus relaciones con los países de Latinoamérica a partir de las posiciones ideológicas, a veces redundando en faltas de respeto. Habida cuenta de lo que sucede con Brasil, el Presidente de encargó de llamar “comunista asesino” al Presidente colombiano Gustavo Petro, mientras que la Canciller Diana Mondino catalogó a los grupos criminales ecuatorianos como “terroristas socialistas”, mostrando una profunda desconsideración ante un país que vive la mayor crisis de seguridad de su historia por el accionar del crimen organizado. Hasta aquí, solo se podía especular: los vínculos peligran pero aún no se mostraban las consecuencias tangibles.
Sin embargo, hacia fines de enero Argentina le permitió al Gobierno uruguayo de Luis Lacalle Pou avanzar con el dragado a 14 metros del canal Magdalena, otorgándole a Uruguay una victoria en una disputa histórica que le permitirá al Puerto de Montevideo obtener importantes ventajas logísticas y operativas sobre los puertos argentinos. El Presidente argentino se mostró orgulloso, como cuando habla del ajuste, de que dicha concesión se haya hecho a cambio de nada. Este hecho muestra la falta de peso que el interés nacional tiene en las decisiones tomadas por el actual Gobierno en materia de política exterior.
El gobierno libertario queda, de esta manera, en una evidente posición de debilidad frente a sus países vecinos por el simple hecho de que ya es concebido por sus pares como un grupo de fanáticos que no sopesa las decisiones de manera seria. Ni siquiera los que son más cercanos ideológicamente. Luego de su abultada victoria electoral, el Presidente de El Salvador Nayib Bukele, tan citado por los que ya fracasaron en materia de seguridad en nuestro país, sostuvo que la situación en Argentina “no es tan preocupante” como la de su país, cuando le contaron que la Ministra Patricia Bullrich buscaba adoptar su modelo. Hasta al propio salvadoreño le pareció un montón que quieran replicar sus políticas. A propósito del fracaso de la Ley Ómnibus en el Congreso de la Nación, otro mandatario con el que Milei se siente cómodo, el paraguayo Santiago Peña, le aconsejó “buscar consensos” para poder llevar adelante la administración de su gobierno. Como el amigo que avisa cuando alguien se pasa de copas y comienza a desvariar, los propios mandatarios de derecha le aconsejan a nuestro gobierno que no hace falta tanto fanatismo.
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Jugando con fuego
Cuando la praxis política se enmarca en una tradición militante, ser optimista es casi una obligación para no perder la esperanza. Quien suscribe estas palabras sostiene que la Argentina, por lo resiliente de su pueblo y por su propia historia, podrá recuperarse de los daños que causarán estos 4 años de gobierno de Milei. En lo tocante al plano internacional, considero lo mismo. Nuestro país tiene de todo para ganarse nuevamente la confianza del resto del mundo.
Sin embargo, como aprendimos en la década del 90’, algunos daños son irreparables.
El fanatismo que el Presidente muestra por la corriente ultra ortodoxa judía de Jabad-Lubavitch, incluso sin conocer cómo se generó dicha fascinación, genera incógnitas a propios y extraños. Milei, según lo que sabe la opinión pública, no viene de una familia judía ni se formó en disciplinas ligadas a la cultura y a la religión judía. De hecho, lo acusaron de antisemita en 2021. No obstante, su rápida apropiación de rituales espirituales de este culto y la consecuente política exterior que lleva a cabo no encuentra demasiadas causas para comprenderse del todo.
Javier Milei sostuvo en campaña que Argentina adoptaría un alineamiento exclusivo con Estados Unidos y con el Estado de Israel, rompiendo una tradición diplomática de equidistancia frente al conflicto palestino-israelí, que se extiende desde las décadas del 20’ y 30’, en tiempos del mandato británico, hasta nuestros días.
La ruptura de tradiciones viene acompañada de una justificación acrítica del apoyo al gobierno de Benjamin Netanyahu en su actual ofensiva en la Franja de Gaza. Milei no apoya, sino que reclama como prácticamente propio el derecho de Israel a defenderse. No es objetivo de estas líneas analizar el conflicto actual en Medio Oriente. Pero sí poner de manifiesto que el Jefe de Estado de nuestro país se refiere a un conflicto ajeno como propio, y lo que esto conlleva.
En el viaje que el Presidente realizó a Israel, manifestó su intención de trasladar la Embajada argentina a Jerusalén, ciudad que también es reclamada como capital del Estado Palestino. De hecho, la gran mayoría de la comunidad internacional que, al menos discursivamente, aboga por una solución que contemple la existencia de dos Estados, defiende el status especial de Jerusalén y las estadías de las representaciones diplomáticas en Tel Aviv. Entre estos países está Argentina, que bajo la Presidencia de Juan Perón reconoció al Estado de Israel por Ley y codificó su sede en la ciudad de Tel Aviv.
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El abandono de la histórica posición de neutralidad que adoptó la Argentina adquiere aquí un cariz bastante más complejo que el de insultar Presidentes o llamar socialistas a narcotraficantes. ¿Por qué el Presidente toma como propio un conflicto ajeno? ¿Cómo se para el Gobierno frente a las comunidades musulmana y judía, ambas muy numerosas, en nuestro país? ¿Con qué necesidad hoy Argentina se posiciona como el aliado irrestricto de Israel, en un momento en el cual hasta el propio Joe Biden sostiene críticas frente al accionar israelí en Gaza? ¿O alguien se olvidó que no fue la Liga Árabe, sino la Corte Internacional de Justicia, la que instó a Israel a que no cometa un genocidio?
Medio Oriente es una de las regiones más complejas que tiene el mundo. Lo sabemos por las invasiones estadounidenses a principio de siglo y el estado de guerra permanente que se vive en aquella región. En los años 1990 y 1991, luego de la invasión de Irak a Kuwait, el entonces Presidente Carlos Menem envió buques de la Armada Argentina para participar en la coalición internacional liderada por Estados Unidos en la llamada Guerra del Golfo. Este hecho, denominado Operación Alfil, no fue un pedido expreso del Gobierno estadounidense, sino que fue un gesto unilateral como los que viene realizando la actual administración. Tres años más tarde, Argentina sufría en territorio propio dos ataques, contra la Embajada de Israel y contra la AMIA, que acabaron con la vida de más de 100 argentinos.
¿Hay una vinculación entre el hecho de participar en un conflicto ajeno y un ataque terrorista que asesinó compatriotas? Imposible saberlo, sobre todo dado que la causa AMIA fue manoseada históricamente por la justicia argentina y por ciertos grupos de interés. Pero en lo concreto, nunca es recomendable involucrarse en guerras que parecen ficción cuando las vemos por la tele pero muy reales cuando las explosiones ocurren cerca.
Por si fuera poco, Argentina echó por tierra un acuerdo con China para la compra de aviones J-17 para cambiarlos por F-16 provenientes de Dinamarca, pero hechos en Estados Unidos. Toda una declaración de principios. Sin embargo, estos aviones no están equipados con el componente armamentístico que los hace operativos, y volarlos una hora cuesta entre 10.000 y 15.000 dólares. ¿Será que solamente los quieren para hacer chatarra? ¿o existe algo más grave detrás? ¿No era que no había plata? Hace un mes, una fuente de las Fuerzas Armadas advertía: “no vaya a ser que se terminen triangulando hacia conflictos en los que no tenemos nada que ver”.
Argentina se encuentra conducida hoy por un grupo de personas que coloca sus dogmas ideológicos por delante de cualquier análisis que tome en consideración el interés de nuestro país. Mientras escribo estas palabras, el Canciller británico David Cameron visita las Islas Malvinas -territorio argentino usurpado por el Reino Unido, por si alguien llegó a olvidarse- y el Gobierno no ha dicho una sola palabra al respecto. Los movimientos y las decisiones en estos primeros meses de gestión no son auspiciosos para los intereses argentinos en los tiempos venideros. Posiblemente, como sucedió con el gobierno de Bolsonaro en Brasil, Argentina experimente cierto aislamiento en el plano regional e internacional dadas las características del actual Gobierno. Todas las fichas parecen estar en un triunfo, en noviembre, de Donald Trump en Estados Unidos para hacer aún más rígida la sumisión a los designios de Washington. Curiosa visión la de los libertarios, que se identifican con el presidente más proteccionista que haya tenido Estados Unidos en los últimos 20 años. Sin embargo, saben que en las definiciones ultraconservadoras, que ambos dicen defender, está el germen de una relación especial.
Mientras tanto, los problemas que podrían atenuarse por el accionar en el sistema internacional siguen allí, dado que el actual Gobierno parece servir a los intereses de una minoría fanatizada y no al conjunto de los 47 millones de argentinos.
Foto: EFE
1 comentario
Excelentes líneas, un resumen muy bien logrado que contextualiza la situación actual, a través de la historia política mundial. Espero encontrarme con mucho más de estas bajadas.
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