La feria Homero Manzi, en la zona sur de Rosario, surgió como un espacio de trueque al calor de la crisis del 2001. El rebusque de los vecinos para ganarse un mango extra los fines de semana hizo que la feria creciera y pasara del salón del Club Roque Sáenz Peña para instalarse en la plaza pública. Tras años de lucha con la policía y las autoridades locales, lograron la formalización de la feria por medio de una ordenanza sancionada a finales de 2022. En un contexto económico, social y político complejo, los feriantes se preparan para disputar un partido para el que ya están entrenados: sobrevivir una nueva crisis.
Fotos: Fernando Der Meguerditchian
Sandra Bracamonte habla con los tabloneros y les da indicaciones para descargar el camión. Tiene el pelo de un rojo furioso, una remera de negra de Los Simpson, y lentes con aumento levantados a la altura de la cabeza. Pero por sobre todas las cosas, Sandra tiene voz de mando; sus sugerencias son tomadas como órdenes y su figura es un manual de consulta permanente. Un atributo necesario para presidir la feria de la plaza Homero Manzi, en pleno corazón de la zona sur de Rosario.
Es un sábado de diciembre y amaneció nublado. Y eso es un problema para una feria que se arma y desarma todos los fines de semanas. “Nosotros arrancamos a armar todos los viernes, pero como estaba anunciado agua, eso nos mata a nosotros. Si sacamos las cosas y llueve se nos mojan todos los tablones”, explica Sandra mientras sigue ordenando a los feriantes.
Ayer viernes, Sandra se quedó observando hasta último momento el pronóstico en el celular que marcaba una nube con posibles lluvias. Junto a los tabloneros, que como indica su nombre son los encargados de armar y desarmar los puestos de la feria, analizaron las alternativas posibles. El cielo, que entrada la noche se iba poniendo rojizo, hizo que postergaran el armado de los puestos para el día siguiente. En total son cuatro tabloneros y la organización es tal que cada uno tiene su área de trabajo delimitada. Para el sábado a la mañana, la preparación se vuelve más caótica porque el tiempo corre y los muchachos apuran el paso y los esfuerzos para ordenar los mil feriantes que suelen trabajar en el lugar, que recibe a unas 20 mil personas por fin de semana.
Sandra tiene 51 años y trabaja en la feria Homero Manzi desde hace ocho. Cuenta que llegó por medio de su compradre, luego de atravesar una situación muy difícil en su vida, y que encontró entre los feriantes un lugar desde el cual salir adelante. Además de encargarse de la parte organizativa, también tiene un puesto donde vende mate cocido, agua caliente, facturas y distintos tipos de viandas que consumen tanto los feriantes que pasan toda la jornada en el lugar, como los clientes que van de puesto en puesto buscando mejores precios.
“Hoy a duras penas algo se vende. La gente viene a comprar principalmente mercaderías, porque la consigue un poco más barata que en el supermercado”, evalúa Sandra. “La gente del barrio espera el fin de semana para poder venir a comprar, porque lamentablemente en un almacén hoy no puede. Con lo que comprás un kilo de azúcar en el súper, acá te podés llevar dos”, asegura.
Los feriantes coinciden que la actividad no atraviesa un buen momento. La situación económica se traduce en una baja considerable de las ventas, porque la gente gasta menos. Pero a diferencia de otras crisis, los vecinos aún no se vuelcan de forma masiva a la feria como alternativa para conseguir mejores precios. Para muchos, es solo cuestión de tiempo. Y tienen argumentos para fundamentarlo: mientras que en los puestos de ropa, o bienes duraderos, la gente apenas pregunta precios, los puestos de venta de alimentos tienen fila de gente decidida a llevarse una buena cantidad de productos.
“La gente del barrio espera el fin de semana para poder venir a comprar, porque lamentablemente en un almacén hoy no puede. Con lo que comprás un kilo de azúcar en el súper, acá te podés llevar dos”
Así lo analiza Ricardo, que es parte de la historia viva de la feria. Trabaja en el lugar desde sus inicios, durante la crisis del 2001, cuando los vecinos comenzaron a revisar qué cosas ya no usaban en sus casas para poder venderlas y así parar la olla. La feria surgió primero como un club del trueque y los años la terminaron posicionando como una de las ferias más grandes de la ciudad. Los tiempos también fueron cambiando para los feriantes como Ricardo, que empezó vendiendo artículos usados de todo tipo y de a poco fue especializándose en los artículos de ferretería. Aunque, como en todas las ferias, en su puesto se puede conseguir una amplia gama de productos que van desde herramientas y tornillos, hasta juguetes y artículos para mascotas.
Recordando aquellos primeros años como feriante, dice que el contexto actual presenta sus paralelismos, sobre todo con la pérdida del valor del peso argentino. “No me extrañaría que empiecen a aparecer los Lecop o los Patacones”, dice casi a modo de presagio. Unos pocos días después, el tema aparecería en la agenda mediática, luego de que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, deslizara la posibilidad de emitir su propia moneda ante la falta de financiamiento del gobierno nacional. El futuro repitiendo el pasado.
“Estamos camino a eso, porque el plan es poner patas para arriba a la Argentina. Con 74 años que tengo y mi experiencia vivida, creo que eso va a pasar. Pero creo que lo que se viene es algo que no se ha visto nunca, estamos a la vera de algo catastrófico, incluso más complicado que 2001”, evalúa. También dice que los sueldos y los aguinaldos quedaron pulverizados con los aumentos de precios y que, superadas las fiestas, la situación podría agudizarse. “Creo que para los primeros días de enero esto estalla porque ya no da para más”, lamenta.
El impacto de la crisis se siente en la feria. Ricardo dice que las ventas se redujeron, que los precios están caros y que ese combo no hace atractivo ningún tipo de intercambio. Pero también cree que, para muchos de los trabajadores de la feria, la situación no cambiará demasiado. “Yo y muchos de los que estamos acá, estamos acostumbrados a comer mate cocido con galleta dura. Los que no están acostumbrados son los de clase media, y creo que son los que más van a sufrir esta situación”, expresa y agrega: “Como soy uno de los más antiguos de la feria, hablo con muchos de los trabajadores y sé que una porción importantísima votó al nuevo gobierno buscando que la situación mejore. Pero en pocos días está claro que todo cambió para mal”, analizó.
“Yo y muchos de los que estamos acá, estamos acostumbrados a comer mate cocido con galleta dura. Los que no están acostumbrados son los de clase media, y creo que son los que más van a sufrir esta situación”,
En el centro de la feria, Marcela y Laura ponen sus productos una al lado de la otra arriba de unos bancos de cemento que hay en la plaza. Vienen todos los fines de semanas a la feria Homero Manzi y, si pueden, en la semana se suman a alguna otra feria de la ciudad. Ese no es su lugar habitual, dicen. Se corrieron apenas unos metros para enganchar un pedazo de vereda donde instalarse: la lluvia amenaza. “Cuando llueve nuestra parte se hace barro, pero si nos movemos para otro lado molestamos a otros feriantes que ya tienen su lugar”, explican.
Ambas coinciden en que las ventas no marchan de la mejor manera. Marcela vende ropa usada a precios accesibles, entre 200 y 300 pesos la prenda. Suele comprar bolsones por Facebook, de vecinos o conocidos que buscan desprenderse de lo que ya no usan. Y ahí selecciona: lo que está en buenas condiciones, se vende en la feria. Pero en el último tiempo se vende menos, y tuvieron que bajar los precios. “La gente prefiere comer, antes que vestirse y calzarse. Está jodido. Esto lo notamos desde hace bastante. Y hay gente muy humilde”, dice.
En tanto, Laura vende cosas que su pareja recolecta de la basura, en la búsqueda por ganarse el mango de todos los días. “Mi marido sale a cirujear y de ahí saca cosas que se venden. Los cargadores de celulares salen bien, es algo que se encuentra mucho. Los probamos y si andan los traemos para vender”.
Al grupo podría sumarse Claudia, que está unos pocos metros más allá. Tiene 44 años y viene a la feria desde hace seis. Mientras prepara el tablón su sobrina le cuida las mercancías. Pide que le saquemos fotos a sus productos, porque toda publicidad es buena para mejorar la venta. “Vendo algunas cosas que me da mi patrón. Yo trabajo por hora en la semana y los fines de semana me vengo acá a trabajar. Estamos luchándola, como todos los que venimos acá”, dice.
***
La feria Homero Manzi toma su nombre de la plaza donde se ubica. Aunque en la ciudad también se la conoce como “La Saladita Sur”. Comienza en la esquina de Salva y Lainez, en el barrio Roque Sáenz Peña, en el sur rosarino. Y se extiende alrededor de casi toda la cuadra. En esa misma esquina se bajan los tablones. En esa misma esquina se ubica un carrito de venta de frutas y verduras. Naranjas, manzanas, bananas, zapallos, zanahorias, papas. Los encargados del puesto se abastecen generalmente del Mercado de Productores de Rosario, a donde los huerteros de la ciudad venden los resultados de su cosecha. De la tierra al mercado; del mercado a la feria. Las frutas y verduras se ven muy bien. Y los precios están por debajo que en cualquier verdulería.
Siguiendo por Lainez, a mitad de cuadra, comienza un paredón que corresponde al Club Roque Sáenz Peña. El muro gris es una suerte de cuaderno abierto para que los vecinos de la zona se expresen: “Feliz navidad”, “Argentina como te kiero”, “Alca-Al carajo”, “Gracias eternas, Diego”, “Jehova bendiga tu alma”. Doblando por Avenida Bermúdez, los feriantes ofrecen sus productos en mantas sobre la vereda y los más afortunados cuelgan la ropa en unas rejas que ofrece el lugar. Mientras que por calle Rui Barbosa, nuevamente un paredón cubre las instalaciones del club, que dio vida a la feria.
A mediados de diciembre de 2022, el Concejo de Rosario aprobó una ordenanza para regular las ferias populares de Rosario. El proyecto fue presentado e impulsado por el entonces concejal Eduardo Toniolli en 2016, 2018 y 2020, pero sin lograr avanzar en el recinto. Hasta que en 2022, Silvana Teisa retomó la iniciativa que, en la última sesión de ese año, finalmente fue aprobada en el Palacio Vasallo.
El proyecto ordena el espacio público y dispone los días y horarios de funcionamiento, además de ejercer un control sobre los productos que se ofrecen para la venta. En concreto, la normativa se enfoca en unas diez ferias populares instaladas y distribuidas en distintos barrios de la ciudad: El Tanque, Eucaliptal, Casiano Casas, Zona 0, Parque Oeste, Chaco, Pocho Lepratti, Quinta Luciani, De La Placita y Homero Manzi.
“Estamos regulando unas diez ferias y a todos sus trabajadores donde comenzarán a ser identificados y eso ayuda también a convivir con el entorno para que los vecinos sepan qué espacios ocuparan los feriantes y cuáles son sus derechos junto a sus obligaciones”, sostuvo Teisa, durante la presentación de la iniciativa en el Concejo local.
A principios de octubre de este año, la feria estuvo en la primera plana de los diarios. El sábado 7 de octubre, en inmediaciones de Salva y Lainez, dos personas bajaron de un auto y dispararon contra una puestera sin mediar palabra y huyeron del lugar. La víctima quedó tendida en el piso y murió en el instante. Se llamaba Rosa Romero, tenía 67 años y trabajaba en uno de los puestos de la feria.
El crimen ocurrió apenas días después de otro hecho resonante en inmediaciones de la plaza Homero Manzi, cuando un hombre de 42 años que pasaba en moto fue ejecutado a balazos. El hombre llevaba un chaleco antibalas y murió de un disparo en el cráneo tras ser abordado por un grupo de personas que se movilizaba en auto y una moto. Los dos crímenes generaron preocupación entre los feriantes, que solicitaron una custodia policial para poder seguir trabajando con normalidad. El reclamo era concreto: “Necesitamos trabajar”.
***
Hoy la feria está bien plantada y con puesteros que se siguen sumando. Pero para llegar a ese nivel de organización y despliegue corrió mucha agua bajo el puente. Félix es otro de los feriantes que permanece desde aquellos años y vivió todo el proceso de resistencia y reconversión de la feria. Atiende con una remera de Rosario Central y se defiende del sol –y la posible lluvia– bajo un gacebo donde vende almohadones que confecciona con sus propias manos. Los vende de a media docena y todavía hace esfuerzos para mantenerles el precio. “Estos aumentaron una barbaridad, porque esto es todo de exportación. En una semana, por lo menos, esto ha aumentado un 60 o 70%”, lamenta.
Está en la parte sur de la feria, entre los juegos de la plaza y a pocos metros del paredón del club Roque Sáenz Peña. Cuando cuenta la historia de la feria, mira para atrás y señala el club: de ahí venimos, dice. “Esto empezó en tiempos de saqueos, acá se hacía el truque. Y fue tanto lo que creció, que en el club ya no entrábamos más”, rememora.
“En un momento tuvimos mucho lío con la policía. Luego nos desalojaron y cercaron todo el cuadrado de acá. Pero nosotros no nos fuimos, empezamos a trabajar al costado del vallado. Aguantamos desde ahí”,
La feria empezó a expandirse e instalarse en el espacio público. Pero con el crecimiento llegaron los problemas con la policía que no permitía ese tipo de comercio en la plaza ni veredas. Ante los reiterados inconvenientes, y con la excusa de remodelar la plaza, el Municipio puso un vallado en el lugar que quitaba el espacio a los feriantes para hacer su trabajo. “En un momento tuvimos mucho lío con la policía. Luego nos desalojaron y cercaron todo el cuadrado de acá. Pero nosotros no nos fuimos, empezamos a trabajar al costado del vallado. Aguantamos desde ahí”, cuenta.
Hoy el espacio, ya legalizado por ordenanza, no presenta ese tipo de inconvenientes. Pero la situación económica no presenta el mejor panorama para los feriantes. Y Félix, que lleva unos 22 años trabajando en el lugar, lo explica sencillo. “A la gente la plata no le alcanza”, dice y agrega: “La gente gasta en alimentos. Los ves pasar con sus bolsitas de yerba, azúcar, fideos, aceite. Y hace cola en esos puestos por largo rato; son los únicos puestitos que hoy pueden vender un poquito más”.
Mary, que está apenas unos puestos más allá se une a la conversación y coincide: la cosa viene difícil. “Yo estoy acá desde el 2007. Arranqué cuando estábamos adentro del club. Yo estoy en el rubro de la ropa nueva de damas, de caballeros y de chicos. Ahora con todo esto está complicado. Más complicado que antes”, evalúa.
También dice que hoy no quería venir. Que el cielo estaba nublado y que si llueve hay que apurarse a levantar todo antes que se arruine la mercadería. Y arruinar la mercadería nueva implica viajar nuevamente a Buenos Aires para comprar más. Y viajar a Buenos Aires para comprar más implica gastar un dinero importante. Y todo ese trajín, para los feriantes que peinan canas, se torna agotador.
Sin embargo, como muchos de los feriantes, Mary no puede darse el lujo de faltar. Incluso si llueve. Porque nadie tiene un mango, y en las ferias, la venta se complica. “La gente está gastando lo justo y necesario. Ya no es como antes, que llegaban las fiestas y pedía un montón de cosas. Eso no pasa más”, dice mientras acomoda unas remeras Nike, las que se ven más lindas, al frente del puesto. Como para que queden bien a la vista.