Frente a una pedagogía del olvido y la crueldad, mujeres que duelan a sus hij@s y herman@s asesinad@s por la violencia en Rosario bordan sus nombres. Se bordan a ellas mismas en un círculo común y aprenden a dar las primeras puntadas colmadas de dolor, pero también de memoria. ¿Qué significa bordar? ¿Que acto político se configura al tejer en comunidad?
Fotos: Mariana Terrile
Bordar no es tarea fácil. A veces la puntada puede salir torcida, despareja, desprolija. A veces también será necesario desarmar el tejido para volver a empezar. Junto con la concentración, la paciencia y el tiempo es fundamental. El primer paso será dibujar el boceto sobre una tela en la que cada una coserá una imagen de sí misma. ¿Cómo desean bordarse? es la pregunta inicial para después comenzar un proceso creativo y personal que también es colectivo, que se comparte junto al mate que circula y a las charlas que van y vienen, como las puntadas, alrededor de una mesa colmada de hilos, agujas, retazos de telas de distintas texturas y colores, fibrones, lápices y algunas lágrimas que caen mientras las manos acompañan el movimiento del bordado.
Es sábado por la mañana y el ritual las encuentra reunidas en unos de los salones hacia el fondo que tiene el emblemático Centro Cultural La Toma ubicado sobre calle Tucumán, entre Corrientes y Entre Ríos. Desde hace tres semanas un grupo de mujeres se junta a bordar telas que serán parte de la muestra anual que todos los años realiza el colectivo de familiares Pariendo Justicia. Gabriela Vega comanda el equipo de manera amorosa, la clave para poder transitar momentos que fluctúan entre el dolor del silencio y las sonrisas que derivan de la propia cotidianeidad. Es que casi todas esas mujeres son madres atravesando el peor de los duelos: la muerte violenta de un hijo o hija.
Pariendo Justicia es una cooperativa de limpieza y mantenimiento que reúne a 16 mujeres, hermanas y madres de víctimas de la violencia urbana en Rosario. Desde que nació su posición es contundente y tal vez por eso muchas veces es excluida de las mesas de diálogo convocadas por funcionarios provinciales y municipales. “Entendemos que el castigo y la mano dura no son solución a nada”, reafirma Gabriela, la hermana de Juan Manuel Vega asesinado en el 2014. “Hay muchas mamás que nos preguntan si sus hijos merecen justicia porque estaba vendiendo en un búnker y claro que merece justicia. Entonces es muy triste llevar ese discurso de la mano dura, o de estas sentencias a tan largo plazo como es la perpetua. El sistema es muy clasista porque ¿a quiénes condenan siempre?”, se pregunta.
Alejada de los discursos que reclaman endurecimiento de penas y mayor castigo, Pariendo Justicia propone un modelo de justicia restaurativa. Hacia ese horizonte caminan con enormes dificultades, casi en soledad y sobre todo, con muchísimo dolor. En general, dice Gabriela, son familias, son mujeres, que provienen de sectores populares; que habitan en las barriadas más postergadas que tiene Rosario; que padecen no solo la falta de acceso a la justicia si no también, el estigma social que tantas veces pesa sobre una víctima que no escapa a la regla: joven, pobre y en su mayoría varones aunque las estadísticas marquen un crecimiento alarmante de mujeres asesinadas, incluso niñas, en contexto de criminalidad: el 70,2% (33) de los femicidios ocurridos en Santa Fe (47) se produjeron bajo ese contexto entre enero y noviembre de este año, según datos del Observatorio Mercedes Pagnutti que desde el año 2018 y a partir del protocolo establecido por la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres, contabiliza muertes violentas de mujeres, travestis y trans en contexto criminal.
“Hay muchas mamás que nos preguntan si sus hijos merecen justicia porque estaba vendiendo en un búnker y claro que merece justicia. Entonces es muy triste llevar ese discurso de la mano dura, o de estas sentencias a tan largo plazo como es la perpetua»
—Nos une la búsqueda de justicia, parir la justicia. Somos mujeres que nos encontramos con un enorme vacío porque el poder judicial es clasista. Depende quién seas es cómo te tratan, por eso nos conformamos como agrupación y acompañamos a las mamás que deciden enfrentar a esa justicia,— explica la referenta de la cooperativa.
Ese acompañamiento se traduce de muchas maneras: estar en la calle a la espera de una audiencia judicial, recorrer los pasillos de los tribunales o de la fiscalía, compartir lo cotidiano. “Acompañar el después” dirá Gabriela. “Hay que seguir parando la olla, salir a trabajar, hacerse cargo de otros hijos o de tu compañero. Y es muy difícil. Yo perdí a mi hermano y de a poco fui perdiendo a mi mamá y a mi papá en esa tristeza. Entonces hay que tener mucho coraje y mucha fuerza para venir, juntarse, pedir justicia. Creo que el mejor homenaje que podemos hacerle a nuestros familiares es seguir viviendo”.
Maxi y el sueño de jugar a la pelota
El teléfono de Gabriela Vega circula entre las familias. Su nombre se pronuncia cada vez que el desamparo de una madre se transforma en desesperación.
—Llamala que capaz ella te pueda ayudar.
Una frase que suele repetirse frente a las puertas del Centro de Justicia Penal. Después, seguirá lo que Gabriela explica con simpleza: acompañar el dolor después del dolor.
Nadia Obregon está aprendiendo a dar las primeras puntadas de un bordado que llevará la foto de su pequeño hijo Máximo. Se acercó a Pariendo Justicia como lo hacen muchas otras mamás: buscando ayuda. El hilo fue enredándose con otras historias como la de Lorenzo «Jimi» Altamirano, ya que fue en una concentración en reclamo de justicia por Jimi donde a Nadia le aconsejaron que se contacte con Gabriela Vega. Desde entonces es parte de las actividades de Pariendo Justicia pero reitera, entre lágrimas y angustias, que no encuentra consuelo.
A su hijo Máximo Luján lo mataron hace tan solo seis meses. Tenía 14 años cuando la noche del 13 de mayo fue asesinado junto a su amiga y vecina Maite Galvez mientras circulaban en bicicleta sobre las calles Medrano y Coliqueo, en barrio La Cerámica. ¿La mecánica del hecho? La que se narra casi a diario en la sección policial de los medios masivos: balaceras que por lo general son ejecutadas desde un auto o una moto.
Nadia recuerda el contexto: fueron días de temor en el barrio. Una serie de audios amenazantes se habían viralizado entre vecinos mientras la violencia seguía cobrándose vidas. “Decían que iban a matarnos a todos, por el tema que supuestamente habían robado droga de una casa”. La amenaza tuvo su correlato: el 10 de mayo mataban a Jeremías Lopez, o Benjamín para sus familiares, de 15 años, y uno de los amigos que tenía Máximo. Dos días después y a metros de la casa de Nadia, era asesinado un hombre de 36 años que estaba en la vereda con unos amigos. Llegó el 13 y esta vez las balas fueron dirigidas hacia su hijo y Maite, en un doble crimen que una vez más tuvo a menores de 15 años como víctimas. La noticia impactó en los medios de comunicación pero lo cierto es que en Rosario ya nada horroriza demasiado porque hasta el horror se nos volvió costumbre.
A Maxi le encantaba jugar a la pelota como suele pasar con tantos pibes de barrios populares que crecen gambeteando en un potrero. Asistía a la escuela 1.315, la Itatí de Corrientes, que tras el crimen cerró sus puertas por duelo: una imagen que también se repite en Rosario. El banco vacío, el lamento de maestros y compañerxs de grado y una comunidad educativa sumergida en pena y con escasas herramientas para contrarrestar tanto dolor colectivo. “Es muy difícil seguir. Nos faltan espacios de escucha, no tenemos herramientas. Desde el Ministerio lo que ofrecen es cerrar las escuelas por unos días u otorgar licencias para quiénes no puedan seguir adelante con un curso, que no está mal pero hacen falta políticas integrales. Ponemos el cuerpo y la cabeza desde nuestro hacer cotidiano pero nos faltan recursos» me decía una docente y dirigente gremial con quince años de trabajo en escuelas de barrios periféricos, tras reiterados hechos de violencia y amenazas contra establecimientos educativos. Es que en la docencia lo que habita es la tristeza y la impotencia pero también la ternura como acción política, como pedagogía de la presencia que se vuelve vital.
Nadia dice que recurre a la justicia para encontrar respuestas aunque la justicia casi siempre la reciba en silencio. Dice, también, que con su hijo Yaiel de 3 años visita a Máximo en el cementerio de Granadero Baigorria. Le llevan una coca, alfajores y pepas de membrillo. «A veces me siento más segura ahí que en el barrio”, confiesa mientras retoma el bordado.
Buscar a un hijo
Pamela Cabrera recuerda con precisión aquellas horas trágicas que tuvo que transitar hasta encontrar, sin vida y envuelto en una bolsa negra, el cuerpo de su hijo de solo 15 años. Enumera cada uno de los pasos que tuvo que dar hasta saber lo que había pasado con Brandon. Rememora frases, momentos y hasta la desesperación de su mamá, a quien tuvo que contener ante la noticia más triste de su vida.
Pamela relata los hechos y repite que ese supuesto accidente vial en el que Brandon y su amigo Thiago fallecieron el 1 de octubre de 2022, en realidad fue intencional. Por eso -al igual que Nadia- Pamela tampoco encuentra consuelo y por eso también se sumó a la cooperativa que no solo la contiene en su dolor; es el espacio que la ayudó a encontrar trabajo, algo fundamental para las mamás cuyas vidas, luego de una tragedia, se transforman por completo.
Pamela es vecina y amiga de Nadia. Sus hilos también se cruzan en ese nudo de violencia letal que en Rosario se lleva los sueños de pibes cada vez más jóvenes: primero Brandon y Thiago en el 2022, después Jeremías y luego Máximo. Eran amigos, crecieron en el mismo barrio y para Nadia no hay casualidades. “A mí se me hace que todo está vinculado”, piensa.
En un rincón del barrio obrero de la zona norte rosarina, La Cerámica, hay un mural que recuerda a Thiago y a Brandon. Tampoco es casualidad: Maxi y Jeremías lo habían pintado en memoria de sus amigos según destaca la crónica del Diario La Capital. En ese paredón oculto del barrio, escribieron: “No existen las despedidas entre nosotros. Allá donde estén los llevaremos en nuestros corazones”.
“A mi hijo y a Thiago los secuestran el 1 de octubre en un auto que había sido robado. Supuestamente tienen un accidente y todo el impacto del choque cae sobre el lado donde estaba mi hijo y Thiago. Ellos dos murieron. Yo me entero por un amigo de ellos que era Benjamín, al que también mataron”, empieza a contar Pamela quien lleva puesta una remera donde se lo vé a Brandon en una de las tribunas del Gigante de Arroyito.
Dice que vivía con su abuela y que él siempre le repetía que nunca la iba a dejar sola. Esa noche, luego de que una vecina le avisara del accidente y de que a su hijo se lo habían llevado a la fuerza de la fiesta en la que estaba, Pamela llegó hasta el lugar del siniestro, en la ruta 34 y Granel, para corroborar si efectivamente Brandon viajaba en aquel auto que había impactado contra unas columnas. “Le decía a la policía que me deje acercarme, el policía me decía que ya no había más nadie, que había dos chicos en el hospital Eva Perón y otros dos detenidos. Me recorrí todos los hospitales, fui a todos lados y nunca lo encuentro”.
Acompañada por su hermana y después de caminar media ciudad durante la madrugada, Pamela volvió al lugar donde todo pasó. “Cuando vamos llegando veo una bolsa negra y se se me aflojan las piernas. A mi hermana le dicen que había un óbito. Yo quería saber quién estaba en esa bolsa, cruzo corriendo, forcejeo con la policía, me arrastré como pude y cuando abro la bolsa estaba mi hijo, yo les decía que cómo no me habían dicho antes que mi hijo había estado solo toda la noche. Yo lo encuentro a las 7 y media y estuve con él hasta las 8”. Pamela busca las palabras para intentar describir con detalles ese momento inenarrable. No puede ni quiere olvidar. Es una de las madres, de las muchas que espera algo de justicia o al menos un indicio de que el caso por la muerte de su hijo no se archive bajo un cúmulo de expedientes.
Gabriela Vega explica que la causa se investiga como siniestro vial pero desde la cooperativa están intentando que se cambie la carátula. “Si bien las muertes se enmarcan en esa carátula, lo que no podemos comprender es como se puede tratar de convencer a una mamá de que no hubo responsables. Y es acá donde la justicia debe hacer todo lo que sea necesario para que los responsables de haber subido a esos niños sin su consentimiento, sean condenados por lo que hicieron previo al siniestro. De no haberse sucedido este lamentable final ¿Con que motivos subirían a dos adolescentes a un auto? ¿A dónde los levaban? ¿Con que intenciones sacan a dos niños de una fiesta para llevarlos en un auto robado?” señalan desde la agrupación y suman: “La mamá de Brandon conocía a su hijo, y le recomendó que la esperara a la salida de la fiesta porque ella se iba a encargar de buscarlo, Brandon tenía en claro y no se lo permitieron. Hoy se quiere silenciar que a estos dos niños se los llevaron quien sabe para qué, y que la irresponsabilidad y la impunidad de dos adultos, hizo que Brandon y Thiago ya no estén”.
“Acá todas pasamos por lo mismo”, dice Pamela cuando mira a su alrededor y ve a sus compañeras bordando historias tan parecidas. También hay hermanas haciéndose cargo de la crianza de sus sobrinos, hijos cuyas mamás fueron asesinadas en contexto criminal, las otras víctimas de una violencia que se recrudece en Rosario. Todas mujeres “que luchan desde el amor, desde la ternura. Por eso queremos homenajearlas con estos bordados. Poder trascender a quién perdimos en imágenes” explica Gabriela, la armadora del equipo.
Cada bordado lleva un nombre. Gabi no solo eligió tejer el de su hermano si no también bordar el nombre de otras mujeres que ya no están: Elsa Godoy, la mamá de Franco Casco, Celeste Lepratti, la hermana de Claudio Pocho Lepratti, Mercedes Delgado, la militante social que quedó atrapada en una balacera en su barrio Ludueña y el de Norma Bustos, una mujer que murió asesinada luego de que mataran a su hijo y tras denunciar la trama narco en su propio barrio.
“A Norma le habían asesinado a su hijo en una confusión porque buscaban a otra persona que tenía el mismo nombre. Hacía poco tiempo que en Rosario había ocurrido la masacre del triple crimen de Villa Moreno. Ella buscó justicia por su hijo en muchos lugares, denunció en la justicia, habló con toda la dirigencia política y al tiempo que fallece su marido debido a una enfermedad, cuando queda sola, la asesinan” me contaba la concejala Norma López en una entrevista realizada para el medio lavaca.org. Norma Bustos tenía 55 años cuando la acribillaron en el año 2014.
En soledad venía denunciando las redes delictivas que operaban en Tablada y que ya en ese entonces daban cuenta de su impunidad y del daño que podían llegar a provocar. “Cuando el Estado se retira un poco, la ciudadanía empieza a ser un blanco fácil, en este caso, son mujeres que en algunas situaciones se animan a denunciar situaciones de injusticia o a la economía delictiva. La lógica patriarcal opera como un disciplinamiento para aquellas que deciden participar activamente para romper con lógicas delictivas o lógicas de consumo. En los barrios las que más denuncian son mujeres”, analizaba Norma López.
Ahora habrá una tela bordada con su nombre. Porque hay memorias que no olvidan; las que se anudan en el dolor de las madres que buscan, que duelan, que luchan, esas siempre recuerdan los cuerpos que ya no están.
Jimi: arte y dolor
Liliana habla con un suave tono de voz. Lleva el pelo corto y la mirada triste. Parece fuerte pero la realidad es que cuando comienza a contar quién era Lorenzo Altamirano, sus ojos se llenan de lágrimas. El crimen de su hijo a quien todos conocemos como “Jimi”, pero para el corazón de su familia era “Muni”, marcó un antes y un después en Rosario, al menos en lo que refiere al modus operandi. Se trató de un asesinato “al voleo” como refiere la investigación judicial. Un crimen al azar: fue Jimi pero podría haber sido cualquier otra persona ubicada justo en esa calle, a esa hora, en esa noche oscura en la ciudad.
“El miércoles primero de febrero de este año, Lorenzo Altamirano regresaba a su casa luego de ensayar en una sala ubicada en Gálvez y Oroño, junto a una de las bandas en las que tocaba el bajo. Lloviznaba suave sobre la ciudad y el joven decidió volver caminando, así lo registraron las cámaras de la estación de servicios de Ovidio Lagos y 27 de febrero, caminando en dirección al oeste. Unos 15 minutos después, las cámaras en la zona del Parque Independencia captaron cómo Jimi es bajado a la fuerza de un auto Renault Sandero negro frente a la cancha de Newell’s, donde es ejecutado con tres disparos. Uno en la mano, uno en el estómago, uno en la cabeza” escribe Ignacio Cagliero en la crónica publicada en este mismo medio.
“Yo siempre le decía ‘cuidate’”, cuenta Liliana recordando esa palabra tan propia de una madre. También recuerda, al igual que Pamela, cada minuto de los últimos que compartió con su hijo. Cuando la noticia llegó a los medios y una amiga de Lorenzo la llamó para preguntar por él, Liliana, alertada por lo que estaba pasando, se comunicó con el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez para saber si Jimi estaba allí. No tuvo novedades hasta que se acercó personalmente y ahí sí, se le vino el mundo abajo. Según el relevamiento realizado por el Observatorio de Seguridad Pública, el de Jimi fue el asesinato número 34 registrado en el departamento Rosario, durante los primeros 32 días del año. Más muertes que días para una ciudad acostumbrada a la crueldad.
Pasaron más de nueve meses del hecho que cambió su vida por completo. Lili sigue adelante como puede, sosteniendo su trabajo de hace 16 años y la crianza de sus otros hijos, los hermanos de Jimi. Hace poco se sumó a la actividad del bordado que todos los sábados lleva adelante Pariendo Justicia. “Me costó pero quería hacerlo” revela. También dice que le cuesta hablar en el grupo, que le cuesta salir adelante, que le cuesta ver a los amigos de Jimi, malabaristas y músicos como lo era el, haciendo lo que tanto le gustaba a su hijo. “Verlos me hace recordarlo”.
Bordando memoria
¿Y por qué bordar la ausencia? ¿Y por qué bordarse a una misma?
Gabriela cuenta que la actividad nació inspirada en la tarea que emprendieron durante los años 70, las arpilleristas en Chile. “Las arpilleras son testimonios palpables de las experiencias vividas por el pueblo chileno durante los violentos 17 años de régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Estos coloridos trabajos textiles bordados sobre arpilleras registran las historias de mujeres y sus comunidades, denuncian la crueldad del gobierno y dan fe de las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron bajo el mandato del dictador. Si bien la confección de arpilleras tenía como finalidad generar dinero para las mujeres, estos bordados también actuaron como un canal para informar al mundo acerca de las atrocidades que el gobierno trataba de esconder y las adversidades que debía afrontar la ciudadanía como resultado de la brutalidad que estaba sufriendo el pueblo chileno” señala un artículo de la Revista Artishock.
Este tipo de manifestaciones artísticas populares nacen desde la precariedad como respuesta a autoridades hostiles e indiferentes, pero permiten a su vez una comprensión más profunda del mundo, en tanto testimonian una actualidad no recordada sino vivida
La licenciada en Crítica de Artes Visuales de la UNA, Soledad Schonfeld, analiza esta experiencia revolucionaria del país trasandino y dice: “Las arpilleristas del Chile dictatorial sumidas en privaciones de todo tipo han afrontado la carencia de recursos desde la creatividad. Sus saberes domésticos han sido utilizados al servicio de la creación de productos culturales, subvirtiendo con ello la esfera privada de incidencia. Este tipo de manifestaciones artísticas populares nacen desde la precariedad como respuesta a autoridades hostiles e indiferentes, pero permiten a su vez una comprensión más profunda del mundo, en tanto testimonian una actualidad no recordada sino vivida”.
Actualmente existe en Chile un colectivo de arpilleristas que recoge este legado y lleva el nombre de Memorarte. Se presentan así: “Bordamos para no olvidar, para registrar la memoria y para incidir”. Son mujeres que se encargan de elaborar arpilleras urbanas visibilizando distintas problemáticas y difundiendo la promoción de los derechos humanos principalmente en el espacio público donde intervienen, con grandes arpilleras, en marchas, concentraciones y festivales. “Memorarte retoma el legado de las arpilleristas y va re-significando la misión embajadora de las arpilleras. Estas poesías textiles no responden a un concepto único, tampoco a una narrativa lineal, menos a una técnica clásica en materia de costura generalmente relegada a la labor doméstica de la mujer y el rol social que se le ha asignado. La unidad de ellas reside en la fracturación de todos sus elementos conceptuales, narrativos, estéticos y de costura” señala la chilena Roberta Bacic, investigadora en derechos humanos y coleccionista de arpilleras.
Su arte está en el poder comunicar lo que quieren decir. Es el lenguaje de transmisión de la vida completa de las mujeres, con una carga política y social
En una entrevista para el Instituto Catalán Internacional para la Paz, Bacic señala con claridad: “Las arpilleras han sido una manera de empoderamiento, pero también de denuncia, de testimonio y de preservación de la memoria. Y no es simplemente una técnica, yo prefiero hablar de lenguaje, porque hay arpilleras hechas con muy poca técnica, con mujeres que sabían muy poco de coser, pero su arte está en el poder comunicar lo que quieren decir. Es el lenguaje de transmisión de la vida completa de las mujeres, con una carga política y social”.
Una narración que va mucho más allá de conocer una técnica de bordado o costura. Las arpilleristas chilenas construyeron un nuevo modo de resistencia; una comunidad que las encuentra a través del arte que es profundamente social y político, también femenino. Dice Roberta Bacic: “las arpilleras chilenas han sido hechas en su mayoría por mujeres y con ello narran como los hechos violentos interrumpen el curso de su vida cotidiana y muestran el dolor de la pérdida o desaparición de los maridos, compañeros o hijos. De esta manera estas mujeres se convierten en autoras de su propia historia, toman autoría de su propia vida, se empoderan para tener un rol vivo y activo”.
Y finaliza, trazando esa trama común que trasciende fronteras porque aunque hable de Chile también habla de Argentina: “las mujeres han aprendido a través de las arpilleras a vivir con el dolor que no se va a olvidar. La persona que ha perdido a su hijo no puede olvidar. Una comisión de la verdad es importante a nivel social pero ¿cómo se refuerzan los aspectos de la vida para seguir adelante? Aquí es donde es importante el trabajo en comunidad, reforzar los lazos de la comunidad, porque lo que le pasa a uno también les pasa a otros”.
Estas mujeres se convierten en autoras de su propia historia, toman autoría de su propia vida, se empoderan para tener un rol vivo y activo
Otra experiencia que recupera el bordado como estrategia de denuncia y memoria puede encontrarse en México donde -entre otros- existe el colectivo Fuentes Rojas que en el 2011 impulsó el movimiento Bordando por la paz y la Memoria, Una Víctima un Pañuelo: “salimos a la calle a bordar; ahí fue cuando dimensionamos la importancia de nombrar a nuestros muertos con hilo y aguja junto con la ciudadanía de a pie, retomando el espacio público, el lugar que pertenece a todos” dice su manifiesto.
Fue durante el sexenio de Felipe Calderón que comenzaron a formarse varios colectivos de bordadoras. “Bordaban pañuelos con el nombre de personas secuestradas, asesinadas, desaparecidas, a consecuencia del caos producido por las intervenciones militares contra los narcotraficantes” señala la Doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Maestra en Filosofía por la Universidad de la Sorbonne (Paris IV) Agnès Mérat en su ensayo “Bordar la ausencia. Crónica de un duelo bordado”.
En este poderoso texto narra su experiencia a través del bordado y su relación con el duelo en México. “Muchas veces no hay cuerpo que llorar, muchas veces el trabajo de la justicia es borroso y opaco. Estas acciones retoman los códigos tradicionales y universales del bordado: su íntima relación con la muerte, el lenguaje, la memoria”. En otro pasaje la filósofa escribe: “Trazar con el hilo un nombre permite restituirle una huella al desaparecido, permite darle un lugar otro en la vida de los que se quedan. El trabajo del bordado exige tiempo: escoger la tela para fabricar el pañuelo o escoger un pañuelo, trazar un texto o un dibujo, organizar los hilos, perder el hilo y volver a prepararlo, deshacer una puntada, cortar. El bordado da la posibilidad de quedarse, un momento más, con este ser ausente, de volver a darle presencia, de seguir contando su historia”.
Trazar con el hilo un nombre permite restituirle una huella al desaparecido, permite darle un lugar otro en la vida de los que se quedan.
Las mujeres de Pariendo Justicia comparten el mismo lenguaje. Los territorios son diferentes, y por supuesto que los modos que asume la violencia también lo son. Pero existe una trama común que hilvana las formas de resistir al olvido a través del tiempo: “Bordamos como legado de nuestras ancestras, de otras mujeres que lo hicieron para contar las injusticias, y las atrocidades contra todo derecho humano. Nos toca contar quiénes somos y por quién bordamos” explica Gabriela Vega quien se emociona cuando recuerda lo difícil que fue para ella bordar el nombre de su hermano Juan Manuel.
Una lengua, un modo del decir y del sentir que también comparten madres como Liliana, Pamela o Nadia quienes aprendieron a bordar nombrando a sus hijos, nombrándose a ellas mismas. Tejiendo su imagen, su deseo y su dolor. No conocían la técnica pero en comunidad comulgaron un saber que las hermana en sus propios duelos. “Muchas no sabíamos y aprendimos puntadas, nos ayudamos entre todas, esa concentración, ese amor, el trazo, elegir el color, todo eso emociona mucho. Todo tiene un sentido, incluso vernos a nosotras mismas, cómo nos configuramos en ese tejido”, dice Gabriela.
Como señala Agnès Mérat “por cada una de estas muertes, por cada desaparición, queda una familia truncada, una historia que se deja de contar. La sensación de remendar, al bordar colectivamente, es nítida: la aguja y el hilo permiten reparar la tela desgarrada y al estar juntos, al compartir, al intercambiar nuestras historias, volvemos a tejer nuestra comunidad”.
“Muchas no sabíamos y aprendimos puntadas, nos ayudamos entre todas, esa concentración, ese amor, el trazo, elegir el color, todo eso emociona mucho. Todo tiene un sentido, incluso vernos a nosotras mismas, cómo nos configuramos en ese tejido”
Es sábado, el último antes de la muestra en la que las telas, ya confeccionadas, hablarán de la ausencia; dibujaran un rostro, registrarán el amor; habitarán el llanto y la memoria; construirán una trama colectiva, una urdimbre de duelos dispersos que configuran el recorrido de un enorme sector de la ciudad hundido en el olvido.
De lo que se trata es de tejerse juntas, de bordar la presencia después del dolor.