Finalizó el largo, intenso y sorpresivo proceso electoral con el triunfo de Javier Milei por más del 55% de los votos. De su línea discursiva, la dolarización es una de las pocas medidas que se ha mantenido firme en el tiempo. Se han gastado ríos de tinta para analizar la viabilidad, la conveniencia y los riesgos de tal medida, con una referencia cercana: Ecuador. ¿Cómo resultó aquella experiencia? ¿Qué podría esperarle a la Argentina si, finalmente, la promesa de adoptar la moneda estadounidense y descartar la nacional es cumplida? Robertho Miguel Rosero Enríquez, economista ecuatoriano y doctor en Economía por la Universidad Nacional de Rosario (UNR), nos ayuda a comprender algunas claves del proceso de dolarización ecuatoriano y lo que hoy se pretende implementar en nuestro país.
Ecuador encaró su proceso dolarizador en el año 2000, mientras vivía una crisis económica importantísima, similar en muchos aspectos a lo que pasaba en Argentina, Brasil o México, para nombrar algunos casos. Hoy en día, la dolarización es de las pocas promesas de campaña que Milei aún mantiene, luego de ser electo. El estancamiento de su fuerza política en términos electorales, desde las PASO (30,04%) a las Generales (29,98%), implicó la modificación de algunas líneas de su discurso, aunque no siempre descartando sus propuestas originales. La alianza con el ala dura del PRO que comanda Mauricio Macri, lo obligó a ensayar un discurso algo más moderado, que no se corresponde con su plataforma electoral.
Sin embargo, la idea de la dolarización y del cierre del Banco Central (BCRA) se mantuvieron, mientras Milei las catalogaba como “innegociables”. Ese espiral discursivo le permitió -o al menos no le impidió- crecer casi 25 puntos y ganar las elecciones en la segunda vuelta. Pero en la dolarización se puede explicar la génesis del fenómeno Milei. El libertario es un dirigente político con menos de dos años de carrera, sin capacidad de explicar varias de las medidas que planifica para su futura gestión, y que visiblemente se lo nota más cómodo en un estudio de televisión que en un debate político. Está claro que las malas gestiones que lo precedieron fueron las principales razones que lo depositaron en la Casa Rosada. Las elecciones las ganan y las pierden los oficialismos, decía un columnista del Página 12 fallecido hace poco, que se ahorró de ver a su querida Argentina gobernada por la ultraderecha radicalizada. De alguna manera, cuando los libros de historia escriban sobre el capítulo incierto que se abre hoy en nuestro país, todo comenzará en la descripción de cómo aquel excéntrico economista decía que la solución del país era dolarizar y destruir el Banco Central.
La experiencia de Ecuador, y sobre todo las diferencias entre ambas economías, dan algunas pistas sobre por qué la adopción de la moneda estadounidense como moneda nacional es de muy difícil implementación, por no decir imposible.
Sobre estallidos y crisis crónicas
Robertho Miguel Rosero Enríquez es economista por la Universidad Central del Ecuador (UCE). Tiene una Maestría en Economía en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), y es Doctor en Economía por la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina. Trabajó durante 14 años en el Banco Central del Ecuador, ocupando los cargos de Jefe de Cuentas Nacionales, Director Nacional de Síntesis Macroeconómica y Subgerente de Programación y Regulación Monetaria. Actualmente dirige la Carrera de Economía en la UCE. Además de ser un experto sobre la economía de su país, Robertho vivió en Argentina y particularmente en Rosario, donde realizó un doctorado en Economía. Palabra más que autorizada para hacer un análisis sobre la posible dolarización del país.
El economista sitúa el inicio del proceso en el año 1995, cuando el gobierno de Sixto Durán-Ballén promulgó la Ley de Instituciones Financieras que liberalizó, casi en su totalidad, el sistema financiero ecuatoriano. A partir de esa decisión, en el año 1999 se precipitó el denominado “feriado bancario”, algo que, según Robertho, fue similar a nuestro corralito. Dado el nivel de devaluación e inflación constante que sufría el extinto sucre ecuatoriano, el 8 de marzo de ese último año del milenio las autoridades definieron, a través de ese feriado bancario, confiscar los ahorros de los depositantes. La gente no podía sacar su dinero de los bancos, y el Estado estableció una serie de medidas para salvar a los grupos financieros concentrados a partir de salvatajes bancarios. El Banco Central del Ecuador terminó convirtiéndose en un prestamista de última instancia, y los grandes jugadores de la economía fueron ayudados por el gobierno en detrimento de las personas físicas.
Aquí entra uno de los conceptos favoritos de los economistas que alardean de su conocimiento del sistema financiero: la confianza. La falta de confianza provoca riesgos. Estas medidas generaron un riesgo sistémico que volvió prácticamente inviable el funcionamiento normal de las instituciones financieras. La otra cara de la moneda fue la devaluación sistemática del sucre. El Gobierno ecuatoriano dejó libre el tipo de cambio, y un dólar pasó de valer 4000 sucres a mediados de 1998, a 25000 a finales de 1999. Con tamaña devaluación, hacerse con la cantidad de sucres para conseguir los dólares necesarios para ciertas transacciones era prácticamente imposible. Ya comenzado el año 2000, el entonces presidente Jamil Mahuad fue claro: el proceso de dolarización es el único camino a seguir.
El proceso que estamos relatando lleva, al menos, unos 4 años desde la promulgación de la polémica Ley de Instituciones Financieras hasta el anuncio de la dolarización. El factor tiempo es algo a tener en cuenta, dado que la sociedad argentina de 2023 no parece muy dispuesta a darle mucho tiempo a sus gobernantes para solucionar los problemas. En Ecuador, si bien hablamos de cuatro años, Robertho recuerda claramente el inicio de la dolarización y la describe con una palabra muy determinante: traumática.
El trauma se explica por la licuación total del poder adquisitivo de las personas. Cuando se dolarizó, explica, el salario de la población sufrió un proceso de degradación total. Los sueldos mínimos eran ínfimos, no de 450 dólares como lo son actualmente. La recuperación fue lenta mientras que el Estado tuvo que crear distintos tipos de bonos, como el bono de desarrollo humano, que era un subsidio que se entregaba a las personas para que puedan acceder a ciertos bienes en compensación al fin del subsidio a las tarifas de luz y gas. Un subsidio por otro. Esto se contradice con el rechazo dogmático que Javier Milei tiene por los subsidios, los cuales, según él mismo, eliminará en su totalidad.
Entre el año 1999 y el año 2000, aproximadamente 2 millones de personas se fueron de Ecuador y el problema inflacionario no se solucionó ni un poco.
Con todo este panorama, queda claro que deben cumplirse al menos una de dos condiciones para llevar adelante este tipo de transformación de la economía: el consenso político y la viabilidad de concretarlo. Todo indica que Argentina no tiene el consenso entre los actores de la economía para dolarizar, ni siquiera por parte de algunos aliados del nuevo gobierno. La viabilidad de hacer posible la medida, por su parte, está cuestionada por la conocida falta de dólares de nuestro país, la tan nombrada “restricción externa”.
Sobre los acuerdos y los billetes que faltan.
La danza de nombres del futuro gabinete de Milei no para, mientras él considera que la dolarización es una decisión indeclinable y de “índole moral”. A no ser que su gobierno sea loteado totalmente por los halcones del macrismo, es dable pensar que su decisión de dolarizar la economía está firme. ¿Qué es lo que pasa cuando se quiere dolarizar y no hay dólares?
La vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, dijo que lo harán con los dólares físicos de la gente, ya que Argentina es uno de los países que más billetes verdes tiene. Físicos, líquidos, no en el Banco Central, como aventuró Patricia Bullrich en aquella entrevista con un periodista amigo, al que le prometió que iba a entrar con una cámara al Banco Central.
Para Robertho, que fue funcionario del Banco Central ecuatoriano durante el 2004, el problema en ese entonces, al igual que acá, era que en Ecuador no había dólares para dolarizar. Por esa misma razón, dice, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Reserva Federal de Estados Unidos (la famosa Fed, el banco central estadounidense) tenían sus dudas con respecto a la medida. Ecuador encontró la salida a través de la multiplicación de monedas y los bonos, aquellos papelitos que dicen que valen dinero. Como había que sacar todos los sucres de circulación, el Estado ecuatoriano los retenía y le otorgaban a la gente documentos a liquidarse en 10, 15 o 20 años. Así, esos papeles se convertirían en dólares. Claro está que no se podían intercambiar inmediatamente para comprar bienes. Por lo tanto, apareció el viejo problema de la hiper financiarización de la economía, (y del propio capitalismo, en crecimiento desde los 70’ a nuestros días) vinculado con la diferencia entre las transacciones bancarias y los billetes físicos. Ecuador tenía, para ese entonces, una liquidez total de 70 mil millones de dólares. Pero los billetes solo llegaban a 18 mil millones, casi 4 veces menos. Esos 52 mil millones de diferencia son transacciones que no pueden intercambiarse por bienes y servicios.
Robertho relata algo que, vaya casualidad, entra en conflicto con la teoría económica que defienden los liberales. Al no contar con dólares, la dependencia de Ecuador en la balanza comercial era total, ya que tenían que cuidar cada dólar que entraba a la economía. ¿Cómo hacés para importar si no podés sacar los dólares porque tenés que dolarizar tu economía? La respuesta es cerrando el comercio. Ecuador dolarizó a costa de que sus ciudadanos no puedan consumir ni acceder a bienes importados. Una situación que entrearía en conflicto con la propia visión libertaria sobre la economía. Robertho, que conoce muy bien la economía argentina, sostiene que es significativamente más abierta que la ecuatoriana.
Ecuador cerró su economía para cuidar extremadamente cada dólar que entraba, y este hecho obedeció a la sencilla razón de que no es su moneda. El dólar no se imprime en Quito. Por tanto, si hay un riesgo sistémico, no hay manera de solventarlo.
Existe entonces un proceso traumático que genera desabastecimiento en la población y cierre de la economía para que los dólares, que no imprime tu país, no se vayan. Más de dos décadas después, el entrevistado me dice que la dolarización es popular en el Ecuador, dado que permitió que la gente deje de perder poder adquisitivo. Sin embargo, no hay ningún tipo de capacidad de dictar la política económica. Si el petróleo ecuatoriano no tiene las ventajas comparativas al venezolano, o al de Medio Oriente, entonces no hay instrumento financiero posible que subsane esa situación a través de una política monetaria acorde con apuntalar los sectores estratégicos de la economía.
El fantasma de Venezuela y el miedo de los sojeros
Este 2023 escuchamos un viejo hit de la derecha argentina: si gana el peronismo, seremos Venezuela. Lo que no debatió la sociedad argentina es que el único país sudamericano que realizó una semi-dolarización en los últimos 10 años, fue justamente la Venezuela Bolivariana de Nicolás Maduro Moros.
El chavismo encontró en la semi-dolarización, es decir, en la convivencia entre el bolívar y el dólar, una forma de frenar la escalada hiperinflacionaria que cercenaba su economía. Si vas a un negocio en Venezuela, dice Robertho -que visitó Caracas hace poco- te aceptan tanto dólares como bolívares. El problema con Venezuela es el bloqueo, que no permite que los dólares fluyan hacia adentro libremente. Por tanto, dependen de las remesas que envían desde el extranjero, de los importadores y los exportadores.
Hoy son varios los países que discuten la hegemonía mundial del dólar. Brasil es uno. China es otro. Rusia, al ser excluido del sistema de pagos internacionales SWIFT tras la invasión a Ucrania, es otro. Los países empiezan a pensar en mecanismos de transferencias distintos.
Robertho sostiene que en Argentina la gente piensa que, al dolarizar, las personas pasarán a cobrar automáticamente en dólares. Esto es completamente falso, o al menos es falsa la percepción de que el poder de compra se recupera rápidamente. El sueldo básico en Ecuador en el 2000 era de 100.000 sucres. Por las devaluaciones constantes, como la que se llevaría a cabo en Argentina, equivalía a 4 dólares. ¿Qué podés comprar ganando 4 dólares al mes? Como medida de corte inmediato, como busca la gente en nuestro país, no es posible.
Para Robertho con la economía argentina totalmente dolarizada, uno de los grandes perdedores sería el sector agropecuario: al no poder apoyarse en medidas financieras, tampoco podría competir con otros países exportadores. La soja se mantendría en un precio constante, y no habría política arancelaria o para-arancelaria para subsanar esta situación. Esto es lo que le sucede a Ecuador, que tiene que pedirle permiso al FMI por cada medida que busque llevar a cabo.
No obstante, y más allá de que la dolarización no solucionaría ni un poco los problemas de restricción externa que tiene la Argentina, el principal inconveniente tiene que ver con los precios. Venezuela, con su economía semi-dolarizada, impone condiciones extremadamente complicadas para el acceso a los bienes y servicios necesarios para vivir. Y las lunas de miel, parecen no existir más.
¿Cuánto tiempo hay para mostrar resultados?
En varios países de América Latina, sobre todo después de la pandemia, ocurrieron cambios de gobierno importantes y asumieron fuerzas políticas que jamás habían tenido la responsabilidad de gestionar el Estado. Los casos más resonantes fueron los de Gabriel Boric en Chile -que ganó por un porcentaje casi calcado al de Milei en la segunda vuelta- y el de Gustavo Petro en Colombia. Ninguno de estos dos gobiernos gozó de los primeros tres meses de gracia, comúnmente denominado “luna de miel”, el período que se le solía -y hago énfasis en el tiempo verbal- otorgar a los nuevos gobiernos para que se acomoden y puedan implementar sus políticas. Ambos presidentes encontraron rápidamente muchos obstáculos para llevar adelante sus principales lineamientos políticos y económicos, y ya cargan con un desgaste importante sin haber llegado a la mitad de sus gobiernos. Petro sufrió una derrota importante en las elecciones municipales del mes pasado, mientras que Boric se jugó un pleno con el cambio de la Constitución, que ahora fue redactada por la ultraderecha de José Antonio Kast.
La sociedad argentina no parece estar dispuesta a esperar mucho tiempo para ver resultados concretos sobre su realidad. Siguiendo lo sucedido en otros países, y pese contar con la legitimidad del voto popular, el gobierno parece tener poco margen para comenzar a mostrar resultados. En este sentido, la dolarización no es una medida para tomar en el corto plazo. Robertho sostiene que deberían pasar al menos cinco años para que el plan dolarizador estabilice la economía, el poder adquisitivo y que el flujo de las transacciones en dólares normalice las relaciones económicas en nuestro país.
La sociedad argentina, ¿le dará al proyecto liberal de Milei cinco años para que le solucione los problemas? Implementar la dolarización al 100% como tiene Ecuador es complicado porque los exportadores van a resistirlo, porque el poder adquisitivo no se va a recuperar, y porque la inflación no será exterminada de un plumazo. Eso sumado a que los precios se dolarizarían automáticamente y los bares llenos de gente como suele verse cualquier viernes a la noche y los millones que viajan cada fin de semana largo dejarían de ser un paisaje habitual.
Robertho sostiene que la dolarización es una medida que puede funcionar en un mediano plazo, pero coincie que la ciudadanía demanda soluciones inmediatas. A esto se le suma la dimensión fiscal. Para el economista, al no haber procesos devaluatorios, la política fiscal se ata totalmente a los impuestos, que son de corte permanente y generan endeudamiento. Ecuador hoy tiene una deuda del 80% del PBI, y eso implica que haya un importante déficit de carácter permanente en el presupuesto. Aquí sucedería algo similar.
En definitiva, la inflación puede bajar con la dolarización, pero a un mediano plazo y con la contraparte que te deja sin ningún tipo de herramienta financiera para dictar los lineamientos de tu política económica. Habría una economía desbalanceada, y sin herramientas para encontrar ventajas en las exportaciones, no solo de productos agrícolas sino de los productos energéticos que Argentina viene produciendo, cada vez en mayor medida.
Habrá que ver, finalmente, si la dolarización es implementada, si es “innegociable” como planteó el Presidente electo o si, finalmente, como muchas de las promesas de campaña, se verá relativizada cuando sienta sobre su columna el respaldo del sillón de Rivadavia. Por lo pronto, me permito aventurar que no habrá un período de gracia para que las políticas planteadas generen resultados rápidamente.