Abrazó la militancia y en los 70, estuvo a cargo de la formación de cuadros políticos en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Integrante de una familia diezmada por el terrorismo de estado perpetrado durante la última dictadura militar, Julio Santucho buscó por cuatro décadas al hijo que tuvo con Cristina Navajas, -detenida desaparecida-, aún sin la certeza de que hubiera nacido. En una íntima charla con EnREDando, Santucho -acaso uno de los “últimos guevaristas”- habla del pasado guerrillero, la época dorada de la militancia, la experiencia europea que continuó en el exilio, que lo llevó a vivir en el ala abandonada de un hospital italiano y el encuentro con su hijo Daniel, el Nieto N° 133 recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo.
Foto: AFP
Santiagueño de nacimiento y séptimo hijo de una familia de diez hermanos, Julio Santucho se graduó muy joven en Teología y fue seminarista, en tiempos en los que soñó acercarse al sacerdocio. Pero a fines del 69, tras estudiar en España enviado por la Orden Mercedaria a la que pertenecía, regresó al país y la conoció. Cristina Navajas cursaba la carrera de Ciencias Sociales en la Universidad Católica Argentina (UCA), cuya sede se encontraba en el actual convento San Ramón.
-A partir del contacto con un amigo santiagueño que tenía una novia, compañera de Cristina nos conocimos y empezamos a frecuentarnos. La conocí a fines del 69, en un antiguo edificio, situado en Reconquista y Cangallo, un antiguo convento expropiado en el siglo XIX por Rivadavia y después devuelto en los años, 1960, 70. Por entonces era propiedad de la Orden Mercedaria y en esa época, funcionaba la facultad de Ciencias Sociales de la UCA, donde ella estudiaba. Nos hicimos amigos y la cercanía fue creciendo. Yo ya estaba militando en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) porque justamente mi regreso a la Argentina iba ligado a mi deseo de incorporarme a la militancia. Mi hermano “Robi” (Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP) me había visitado en España y habíamos decidido que a principios de los 70 volvería a la Argentina. Naturalmente con ella, empezamos a hablar del tema. Ella era inquieta socialmente, estaba interesada en la política y poco a poco nos fuimos introduciendo en esto, juntos. Me empezó a acompañar a algunas actividades en las que yo participaba. Yo ya decidí salir de la carrera sacerdotal y nos vinimos a vivir a este departamento-, cuenta Julio en la intimidad del hogar que formó con Cristina aquellos años.
En 1971 se casaron. La militancia se fue ampliando y por “orientación del partido y vocación propia”, se mudaron a Avellaneda dos años más tarde, cuando nació Camilo, su primer hijo. Allí se desempeñaron en actividades ligadas a la cultura. – Nuestro trabajo estaba ahí, -se entusiasma Santucho al recordar-. Había un comité de base en Dock Sud, a diez cuadras de la avenida Mitre hacia el rio. Habíamos alquilado una casa hermosa, una esquina con un patio enorme que oficiaba de centro cultural. En tiempos de la apertura, se podían hacer actividades políticas, cualquiera se daba cuenta que éramos del PRT, formamos ese comité de base, donde difundíamos el periódico Nuevo Hombre; éramos de izquierda, no éramos peronistas, y ahí hacíamos actividades de cine, teatro. Los dos estábamos muy entusiasmados con todo eso. Para el 25 de mayo del 73, organizamos una columna, un grupo de vecinos del barrio nos acompañó con una pancarta enorme que decía Gloria a los héroes de Trelew; éramos como quinientas personas que veníamos de ahí, del barrio. La gente nos abría paso, nos aplaudía. Eso nos ayudó a integrarnos, a vivir todos esos años con alegría y entusiasmo. No pensábamos en la muerte, pensábamos en que podíamos cambiar el mundo y que parecía posible. Con Cristina fue una relación hermosa, de mucho cariño, de mucho respeto. Ella era muy cariñosa con sus hijos y compartíamos todo-.
Clandestinos
En 1974, el contexto cambió para la militancia guerrillera y tras el asalto al Comando de Sanidad del Ejército (operativo realizado por el PRT en septiembre del 73 en el que resultó muerto Raúl Juan Duarte Ardoy, militar preparado por fuerzas yanquis) la agrupación debió pasar a la clandestinidad.
No pensábamos en la muerte, pensábamos en que podíamos cambiar el mundo y que parecía posible. Con Cristina fue una relación hermosa, de mucho cariño, de mucho respeto
-Hasta ese momento yo me movía con mis documentos legales y estando en mi último lugar de trabajo, en una agencia de seguros me dijeron que no podía seguir actuando públicamente. Tuve que pasar a la clandestinidad; hacerme documentos falsos y empezar con la actividad de las escuelas políticas. El partido me destina, a los dos, a Cristina y a mí, a trabajar en las escuelas políticas, que fue una experiencia maravillosa también. Si bien fue una cosa más interna, no era una actividad pública legal, estábamos a cargo de la formación política de todos los militantes del partido, fue una experiencia valiosísima del partido. Ya funcionaba desde antes, de hecho cuando nació Camilo fuimos con Cristina a una escuela del partido en Córdoba, Camilo tenía tres meses. O sea, la escuela funcionaba desde antes pero nosotros nos incorporamos a mediados del 74, y estuvimos hasta fines del 75, casi hasta el golpe, cuando dejó de funcionar. Fue toda una experiencia política y también de organización; durante ese tiempo, el sistema funcionaba como un mecanismo de clandestinidad que debe haber pocos ejemplos similares en el mundo. Salía una persona, chasqui, le decíamos y llevaba las citas en un caramelo en la boca y en cada provincia dejaba la cita. Venían los compañeros de todo el país; a Buenos Aires o a Córdoba, porque teníamos tres casas, una en Buenos Aires y dos en Córdoba; los esperábamos con una camioneta Ford, con una puerta falsa, ellos subían, el asiento se corría, se cerraba esa puerta y parecía que el chofer iba siempre solo. Así llevábamos quince o veinte compañeros a una casa grande, linda, con jardín, garaje, una casa aislada, con personas de edad que vivían ahí, que conocían el barrio, se dedicaban a hacer las compras, (a veces padres de nuestros compañeros). Allí pasaban encerrados quince días estudiando, debatiendo, discutiendo. Nunca cayó una escuela. La policía nunca cayó, nunca se enteraron que nosotros teníamos ese mecanismo. Pasaron centenares de compañeros. Éramos instructores de marxismo, materialismo histórico, dialéctico, historia argentina, historia de las revoluciones, historia del partido. Cristina trabajaba fundamentalmente con la historia de las revoluciones, la cubana específicamente e historia argentina. Las fuerzas del partido crecían en todo sentido. Venían compañeros de todo el país. Si bien ahí se cambiaban el nombre cada uno contaba su experiencia; había obreros de Villa Constitución, campesinos de Tucumán que venían de la guerrilla, estudiantes de la ciudad de La Plata, de distintas carreras. Cuando terminaban, los compañeros salían volando, salían entusiasmados. Esto duró hasta finales del 75, cuando a partir de Monte Chingolo, ahí hay todo un período complicado, y luego viene el golpe-.
Cercados
La dictadura genocida supo venderse bien en los inicios del Proceso de Reorganización Nacional y logró el apoyo internacional con un discurso convocante en el que prometía poner fin a la disputa entre los “dos demonios” y la convocatoria a elecciones. En un contexto en que la militancia de guerrillas quedaba cada vez más aislada, Julio fue enviado al exterior a conseguir apoyo internacional para el partido, en una misión que duraría de tres a seis meses. Lo charlaron y Cristina estuvo de acuerdo. “Ella era muy decidida, muy audaz, sobre todo eso, cuando entendía que era una cosa que había que hacerla”, recuerda Santucho. En la terminal de Retiro, donde él subió a un micro con destino a Brasil para continuar viaje hacia Roma, Cristina le pidió que si algo le pasaba, se quedara él con los chicos; Camilo tenía tres años y Miguel, era un bebé de meses. Fue la última vez que la vio. Cristina Navajas fue secuestrada el 13 de julio del 76 por una patota de hombres armados, junto a su cuñada Manuela Santucho y Alicia D Ambra, otra compañera de militancia que se alojaba con ellas, en un departamento de la calle Warnes. Los represores dejaron a los dos hijos de Cristina, y a Diego, hijo de Manuela. Cristina alcanzó a pedir a una vecina que le avisara a su mamá, Nélida Navajas.
-No sabemos exactamente como fueron las cosas pero suponemos que pueden haber caído por mi hermano Carlos. Él no era del PRT, era peronista, estaba en una agrupación de sindicalistas con el turco Abdala, una agrupación peronista legal. Nosotros le decíamos que tenía que dejar de ir a trabajar, él trabajaba de contador en una empresa, y decía que no le iba a pasar nada. Lo detienen y a lo mejor ni siquiera él dijo nada, pero era el garante del departamento de Warnes, había dado la garantía para ese departamento donde estaba mi hermana Manuela. Encontraron el contrato y fueron para allá. Cuando mi suegra fue a buscar a los chicos encontró unas cartas que Cristina me había estado escribiendo. Ahí ella me contaba que tenía un retraso, que era probable que estuviera embarazada. También había escrito “el Oso está muy enfermo” por un compañero que había caído y por casualidad supo de su anterior alojamiento, una casa de avenida Los Incas que, por esa razón, ella debió dejar-.
Forzado al exilio, Julio quiso volver a la Argentina a buscar a sus hijos, pero los jefes del partido se negaban a perder otro Santucho más y se organizó sacar a los niños con dos compañeros de militancia que oficiaron de pareja. Ella era Susi Fantino y terminaría siendo su segunda pareja y madre de su hija Florencia. Susana vivió unos años en Italia pero había regresado a nuestro país y estaba vinculada al PRT.
-Esa semana de julio fue terrible, desaparecen Cristina y Manuela, los matan a Robi y a Carlos, yo estaba en Roma y no lo podía creer, ya habían dicho que lo habían matado a Robi entonces uno tendía a descartar que eso fuera posible y pasó todo en una semana. A Susi le costó muchísimo convencer a mi suegra de sacar a los chicos y también a Camilo que ya tenía tres años y medio y lo único que conocía era su abuela. Se corría un riesgo muy grande, no era joda. Hubo que hacer los documentos falsos, sortear los problemas de seguridad, que Susi saliera por tierra hasta Brasil, con su supuesto compañero. Todos los que la ayudaron a sacar a mis hijos del país desaparecieron, la persona que autorizó los pasaportes, quien la acompaño hasta Río de Janeiro. Cuando mi suegra Nélida se queda con los chicos y quiere inscribirlos en un colegio, no se los aceptan por el apellido. Estaba muy aislada. Yo fui a encontrarme con ellos en el aeropuerto de París. Y lo primero que hice fue decirle a Camilo; “a tu mamá se la llevaron los militares y no sabemos dónde está”. ´Ah´, me respondió; ´no me abandonó´. Ese es otro capítulo; las pérdidas que sufrieron Camilo y Miguel, cada uno a su tiempo, es una mochila ser Santucho o haber sido Santucho-.
-La militancia siguió en Europa, bajo otras formas-…
-Sí. Yo no tenía casa propia, en ese época viajaba por Europa y decidí llevar los chicos a Cuba donde estaban establecidos mis padres, en una casa muy cómoda, muy linda junto a Blanca, mi hermana mayor. Ahí pudieron ir a una escuela y restablecerse un poco. Los acompañé un mes y me asignan de nuevo la tarea de organizar las escuelas políticas, desde cero, sin base de nada. Y me apoyo en Susi; ella había militado en Italia, en grupos extraparlamentarios de izquierda. Un amigo suyo nos ofrece la casa de su mamá, en la montaña que tenía un establo. Fuimos allá y lo arreglamos. Éramos quince pibes jóvenes y llamamos la atención de los vecinos. Un proveedor del almacén del pueblo, vinculado al Partido Comunista nos conecta con el senador Bertone, que nos viene a ver. Había sido combatiente en la lucha contra el facismo y nos viene a visitar y nos pregunta que necesitamos; no teníamos nada, dormíamos en colchones en el piso. Una pizarra, cuadernos, lápices, le dijimos y larga: “ustedes son revolucionarios”, (risas). Se emocionó mucho y se contactó con la municipalidad de Sarzana, donde había un hospital que estaba en reconstrucción con un ala desocupada. Ahí cada uno tenía su habitación y ya vinieron las mujeres, con los chicos y se recompuso la familia. Armamos pareja con Susi y trajimos a los chicos de Cuba. Esa nueva etapa familiar duró once años. Camilo lo sabía pero Miguel no, él creía que ella era su mamá, y así la sintió siempre. Hubo que explicárselo y así la sigue considerando; aunque nos hayamos separado seguimos siendo amigos.
-¿Y decidió volver para instalarse finalmente en la Argentina?-
-Me fue bien en Italia pero yo me quería volver. Estaba muy bien allí, trabajaba en la universidad pero era sapo de otro pozo. Vi que aquí aún había cosas interesantes para hacer. En un principio compartía mucho con Susi pero ella se metió de lleno en la política italiana, allí las comunas son municipios, más desarrollado que en Buenos Aires, y fue electa presidenta municipal por dos períodos, a pesar de ser argentina, y de ser mujer. Su vida estaba allá y a mi me tiraba venir acá. Camilo estaba en la facultad y prefirió quedarse pero Miguel estaba loco por volver a Argentina, pensaba que acá eran todos revolucionarios. Un día ve una pintada “Santucho vive” que lo marcó. Tengo una carta en la que Miguel me pedía ayuda, me decía que me necesitaba, que recién comprendía lo que significaba su familia y los sufrimientos que representaron para él y para nosotros, todos esos años. Miguel lo sufrió más tarde, en su adolescencia y eso tuvo un impacto muy fuerte; conocer todo lo que pasó su mamá, que lo supo a través de su abuela, empezar a trabajar en Abuelas de Plaza de Mayo. Yo no tengo más que agradecerle a la vida, son todos chicos sanos, con ganas de vivir. Florencia es una máquina, es incansable, se ocupa de todos, piensa en todos, en sus hermanos, en sus sobrinos, sus amigos. Y todos ellos, son así, buenas personas.
Una reserva para enfrentar la vida
En julio del 76 perdió a gran parte de su familia. Cuarenta y siete años más tarde, acaso como un guiño reparador de ese fatídico destino, en julio pasado, Julio Santucho abrazó por primera vez al hijo que tuvo con su compañera Cristina Navajas, el hijo que ella llevó en el vientre en condiciones infrahumanas, maltratada y torturada, mientras fue mantenida en cautiverio en el ex centro clandestino de detención Pozo de Banfield.
Antes, tras haber sido llevada antes a Coordinación Federal y Automotores Orletti. La carta que ella le dejó contándole sobre la posibilidad del embarazo era la única certeza con que Julio contaba. Aún así, la esperanza no flaqueó.
Todavía no terminó de caer pero la verdad que es un regalo de la vida. Se lo debemos principalmente a Cristina; después a Daniel, a las Abuelas, en fin, la lista es larga. Lo recibe una familia unida.
-No tengo más que agradecer. Mi vida se completó con Daniel, ¿no? Haberlo encontrado es encontrar una parte mía y una parte de Cristina, es muy fuerte, una parte que parecía perdida y ahora recuperamos. Yo espero que termine de absorber todos estos cambios y va a poder hacerlo, es muy cariñoso. Creemos que es probable que Daniel haya estado con Cristina hasta el 24 de marzo, u otra fecha cercana, anterior, pero que lo amamantó; es probable que un tiempo haya estado con ella. Si uno quiere que ser optimista, tiene que pensar que con el infierno que fue la vida de Daniel con sus apropiadores el hecho de que tenga un carácter tan noble, tan generoso, tan cariñoso con sus hijas puede deberse a los genes y a ese primer contacto con su madre, físico, que le dieron una reserva para enfrentar la vida. Él lo dice; encontré la paz. Para él esto es un cambio muy positivo. Se encuentra además con una familia unida. Todavía no terminó de caer pero la verdad que es un regalo de la vida. Se lo debemos principalmente a Cristina; después a Daniel, a las Abuelas, en fin, la lista es larga. Lo recibe una familia unida.