¿Para qué sirve el Estado? ¿Qué sucede cuando el Estado se ausenta? ¿Qué cambia cuando hay un Estado presente? ¿Qué políticas públicas transforman la vida, la sociedad y el bienestar de la población? ¿Estado para quiénes y para qué? En esta cuarta y última entrega, la mirada de la comunicadora Social, docente universitaria y directora socio-educativa en Contextos de Encierro del Área de DDHH de la UNR.
Por María Chiponi
Pensar para qué sirve el Estado implica pensar la respuesta en la compleja trama de qué es El Estado. Porque el Estado opera como Estado social, pero también como Estado penal, fortaleciéndose éste último en las últimas décadas. Podríamos decir que el Estado regula la vida en sociedad: la presencia o la ausencia del Estado determina un modo específico de estar en esta sociedad; hace efecto y establece condiciones. Además, el Estado hay que mirarlo en su organización o en sus distintos modos estructurales y organizacionales, por eso es tan complejo a veces comprender cómo ciertas simplificaciones de algunos temas centrales respecto al rol que cumple el Estado en el diseño e implementación de políticas públicas que garantizan el acceso a la salud y la educación se minimizan o se proponen para ser distribuidos en estructuras más amplias sin tener un esquema de prioridades. Por eso es importante estar atentos/as a ver cuáles son las propuestas respecto a qué tipo de Estado se proponen los distintos proyectos de país. Son conversaciones vitales que nos venimos dando en las distintas aulas: las del medio libre, las de la facultad, como en las salas universitarias de las distintas unidades penales en que trabajamos. Los/as estudiantes en sus distintos contextos y con diversas trayectorias vitales están preocupados/as por esos horizontes posibles, por las posibilidades laborales, por el acceso al mundo del trabajo donde sus deseos e intereses tengan oportunidades reales. Y ante eso, la pregunta que se instala, es sobre qué formas de organización (micropolítica) es posible para la disputa de lógicas, de sentidos, de escena pública y mediática.
El Estado hace efecto a partir de la generación de diversas políticas públicas que inciden a través de sus distintas estructuras y niveles, en la vida en común, en la vida de los/as ciudadanos/as, y tiene la obligación de generar determinadas políticas y acciones que focalicen atendiendo a determinadas problemáticas. En ese sentido, hay una dimensión central que se ancla fuertemente en una perspectiva de derechos humanos, que es una perspectiva de garantizar un sentido de igualdad y de acceso a derechos básicos en sociedades tan desiguales como la nuestra, en contextos tan complejos donde la brecha de la distribución de la riqueza se ve tan pronunciada.
En ese sentido el rol del Estado es fundamental para poder crear modos posibles de estar en una sociedad garantizando el acceso a derechos básicos: como la alimentación, la vivienda, la salud, educación. Ahí se ancla también una mirada importante cuando hablamos de ausencia del Estado que también es un modo de estar. La ausencia tiene que ver con que una temática no forme parte de la agenda de quien gestiona los recursos estatales en ese momento: tiene que ver con decisiones políticas, con diagnósticos situados y territoriales, con respuestas a determinadas crisis y problemáticas.
Si pensamos un tema que me preocupa mucho, porque tiene que ver con mi práctica activista y docente, con mi práctica en términos de pensar cuales son los aportes de las instituciones donde trabajamos para crear sociedades más iguales, más justas y más seguras, pienso en la dimensión de la seguridad. Y hoy la discusión que se está dando en torno a la seguridad tiene que ver con propuestas y modelos de la gestión de la seguridad anclada en proyectos y reformas punitivistas. Una dimensión que nos está diciendo que cuando hay más expansión del castigo hay más expansión del dolor y pocos resultados reales sobre reintegración social de quienes transitan las agencias del sistema penal. Recetas que ya conocemos y que refuerzan lógicas que tienen que ver con el encierro, con la escena pública tomada solamente por el avance de las fuerzas de seguridad, son recetas que no han funcionado en término de respuesta a la crisis de seguridad.
Mi tarea desde hace muchos años tiene que ver tanto en el ámbito militante como en el ámbito de la Universidad Nacional de Rosario, con la intervención pedagógica y el desarrollo de prácticas educativas, culturales y laborales en un contexto como la cárcel, nuestras intervenciones como universidad pública están ligadas al sur de la provincia de Santa Fe. Reconocemos que efectivamente produce un sentido político y posibilitador la educación en contexto de encierro, ya que instala condiciones de posibilidad para pensar, por un lado, la reducción de los daños del encierro, y por el otro, la proyección para el posencierro (un escenario signado por el desamparo absoluto) .
Las cárceles, son las únicas instituciones de la modernidad o de las sociedades contemporáneas, para alojar a quienes rompen el pacto social y deben ser castigados y transitar el cumplimiento de una pena-; son las que conocemos desde hace más de 200 años. En ese sentido, no hemos sido capaz como sociedad de dar respuesta a otro tipo de estrategias de reparación, pensando en clave de justicia restaurativa, por ejemplo.
La producción del delito ha aumetado pero porque hay que poder leer esto en otra clave en relación a la circulación de armas, a la elevada producción de mercados ilegales asociados al narcotráfico y a un montón de cuestiones que tienen que ampliar el debate. Ampliar también el reconocimiento de quienes son los/las sujetos capturados/as por el sistema penal y que, generalmente, responden a un tipo de delito visible. Jóvenes (varones con determinada fisonomía y vestimentas) a un tipo de estereotipo y configuración identitarias que revisten una peligrosidad que hay que desaparecer de la escena pública con la implementación de prácticas que ya son conocidas o con la emergencia de lo que hoy se conoce como “justicia por mano propia” o “detenciones ciudadanas”
En ese sentido, hay que pensar las dimensiones de la educación, la cultura y el trabajo ligadas a la dimensión de seguridad. La pregunta podría ser ¿Cómo ingresa el Estado –en un sentido amplio- a un barrio? Pensando en territorios atravesados por altos índices de violencia y con prácticas ligadas a economías informales y mercados de drogas ilegalizadas.
Sin dudas, hay que trabajar sobre diagnósticos territoriales más densos, complejos, relacionales; porque como así existen prácticas ligadas a modalidades violentas existen prácticas de resistencia y auto-organización barrial que tensionan cotidianamente los modos de vivir en los territorios. Cooperativas, organizaciones culturales, comedores comunitarios, ferias, instituciones educativas. Entonces, ¿cómo entra el Estado al barrio?
Hay que hacer lecturas territoriales y producir diagnósticos situados en este escenario de pos-pandemia en relación a la desvinculación de los pibes y las pibas de los barrios de las instituciones donde anclaban algo de sus lazos, algo de sus identidades, de sus proyectos vitales, y cómo hacemos para volver a ligarlos a proyectos institucionales y organizacionales de contención que disputen las lógicas que hoy imperan. Entonces hay un desafío muy grande que tiene que ver con la seguridad social y con la seguridad educativa y cultural; con el acceso a derechos que sujeten a proyectos y horizontes de futuro. Por eso cuando hablamos de proyectos anclados en una lógica de voucher, de una educación ligada al mercado, hay que poner alerta e investigar de qué estamos hablando.
Todos los trabajadores de la educación pública, de la universidad pública, tenemos que pensar bien qué estamos diciendo cuando decimos defender la educación publica porque efectivamente es la herramienta política para disputar esos sentidos, y para construir políticas efectivamente inclusivas. Y ahí el rol del Estado es central, y hay que discutir nuestras participaciones ciudadanas en esa construcción de ese Estado y más quienes tengamos responsabilidad en instituciones y asumamos proyectos que tengan que ver con intervenir en la vida de los que más sufren, de aquellos sujetos que transitan la ciudad bajo prácticas que tienen que ver con un ocultamiento. Hay prácticas segregatorias todo el tiempo donde se configura un otro/e con cierta peligrosidad que no toleramos ver y ante eso la medida efectiva que cala fuertemente en la trama social, en los discursos y por ende en las prácticas de invisibilización y eliminación del otro/e. Tenemos que instalar esa pregunta justamente para cuidar los derechos que conquistamos, para cuidar el Estado, para cuidar los legados de memoria verdad y justicia.
Cuando hay una decisión del Estado, una decisión política que se traduce en una decisión presupuestaria de ampliar oportunidades, esto impacta directamente en qué tipo de ciudades estamos construyendo, en qué tipo de ciudadanía estamos proponiendo. Cuando hay un acceso pleno a los derechos, que son también derechos culturales, derechos que permiten ampliar ese capital cultural y simbólico donde producir lazo social con otres, producir proyectos de vida, producir recorridos ciudadanos dentro de los territorios que nos alojan, ahí hay una serie de dimensiones importantes que tienen que ver con visibilizar esa gran diversidad que somos como sociedad, hay que reconocer y hacer lugar a esa multiplicad de actores/as que integramos la trama social.
Entonces, Estado para quiénes y para qué tiene que ver justamente con esta idea del para todos/as/es. ¿Quiénes somos ese todos/as/es? Hay que poder reponer toda esa diversidad. Estrategias de resistencia, de organizaciones comunitarias y colectivas reconocemos en nuestra historia; las que lograron instalar problemáticas y dar discusiones en la escena pública, que lograron proyectos y sanciones de leyes. No puedo dejar de mencionar un ejemplo incipiente que es la organización que se están dando los liberados y liberadas en Rosario en pos de organizar el ingreso al mundo del trabajo con la creación de espacios cooperativo y la economía social; efecto de tensionar ese Estado que te encierra y te expulsa pero que también garantiza derechos. Hablando de las lecturas paradojales, complejas y situadas que necesitamos.
Y cuando hay una decisión política que se traduce en presupuesto, cuando hay una política sostenida, y en el caso nuestro, una política académica sostenida en las seis cárceles del sur de Santa Fe con 8 aulas universitarias y la Universidad como un dispositivo que implica una heterogeneidad de propuestas formativas, que implica una dimensión ética política, porque hay una confianza, un sentido puesto muy fuertemente en la educación como herramienta para la construcción de un horizonte posible, porque la Universidad aparece como un horizonte posible para personas que ni siquiera conocían la existencia de esta institución educativa y la Universidad no es solamente una oferta de carreras de grado, si no que es una variedad de ofertas educativas que tienen que ver con pensar los tiempos actuales.
La universidad hoy en la cárcel son carreras universitarias, es la escuela de oficios, los cursos de competencias específicas, son talleres culturales con organizaciones sociales, son proyectos de extensión, programas de huertas comunitarias, la universidad es una producción de distintas formaciones que va abriendo pequeñas instancias micropolíticas en un escenario también de tensión y desafío para instalar lo colectivo como posibilidad, como proyecto para ese tránsito por el encierro pero también como una herramienta para ver qué pasa después de la cárcel.
Sabemos que también hay un Estado ausente que produce un efecto contundente en relación a qué pasa después de la cárcel. No hay una política integral que tenga que ver con el acompañamiento de quien egresa de la cárcel y sigue cumpliendo una condena como puede ser una libertad condicional, libertad asistida, ahí hay también una pregunta fuerte para este Estado que no se ocupa de esa población que muchas veces vuelve a integrar este circuito de la reincidencia y la respuesta a esa reincidencia es una respuesta que endurece la pena, que endurece la dinámica del encierro y no refuerza una lógica de seguridad social.
En definitiva, se trata de desplegar la “caja de herramientas” para comprender cómo llegamos hasta acá. Nos angustia el futuro por venir, que es inminente, próximo. Nos interpela fuertemente la reconstrucción del lazo social, de la trama comunitaria que es la única capaz de sostener en sus multiarticulaciones necesarias para la vida en sociedad. Tenemos el desafío de desplegar lecturas y lazos para comprender, para establecer los diagnósticos necesarios, para reconocernos y preguntarnos qué de nosotros/as/es en todo esto. No estamos por fuera y eso es importante recordarlo.