El 36 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries se realizó en Bariloche, territorio ancestral de Furilofche. La resiliencia de nuestras luchas volvió a reunir y multiplicar la discusión y las contradicciones, las consignas y objetivos, los placeres y deseos.
Por Bárbara Corneli Colombatto y Paula Satta Di Bernardi para enREDando
Fotos: Pablo Candamil Pablo Candamil / Julieta Bugacoff de la Cobertura colaborativa #LosMediosQueSíNosVen: Colectivo Al Margen LatFem Canal Abierto En estos días
Cuando se eligió Bariloche como sede del 36º Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries, veníamos de un encuentro partido. Después del impacto que tuvo y sigue teniendo el haber atravesado una pandemia, no es extraño encontrarnos deshilachadas en nuestras diferencias. Aún después de la división del 35º Encuentro en San Luis, la resiliencia de nuestras luchas volvió a reunir y multiplicar la discusión y las contradicciones, las consignas y objetivos, los placeres y deseos.
El territorio ancestral de Furilofche fue una elección emblemática el año pasado cuando en los días previos al Encuentro, el 4 de octubre, siete mujeres mapuches fueron detenidas tras la violenta represión en el desalojo de la comunidad Lafken Winkul Mapu de Villa Mascardi, llevado adelante por el Comando Unificado de Fuerzas Federales de Seguridad. La entonces ministra de mujeres, género y diversidades Elizabeth Gómez Alcorta renunció a su cargo y, si bien hoy las mujeres detenidas cuentan con libertad condicional, las promesas del gobierno respecto a la construcción de viviendas y el respeto del Rewe, como espacio ceremonial sagrado de la comunidad, no se cumplieron. Incluso Jéssica Bonnefoi Carriqueo Antimil, una de las detenidas en aquella oportunidad, aún se encuentra en prisión domiciliaria sin acceso al derecho de estar con sus hijxs.
Estamos pisando esta tierra con mucha sangre.
Ésta es la tercera vez que el Encuentro se hace en San Carlos de Bariloche, que también fue sede del 14º Encuentro en 1999 y en el 26º Encuentro, en 2011. La última vez que ésta ciudad fue sede, fue tras el asesinato de cuatro personas y la represión en las tierras de Libertador, otra de las comunidades mapuches del territorio patagónico.
Los 112 talleres se agruparon en 16 ejes y nosotras, como tantas, también sorteamos las distancias que nuestros desplazamientos y nuestras vidas nos han marcado, para encontrarnos. Venimos de La Plata, de Rosario y de Boloña, Italia, venimos de sobrevivir violencias, venimos de acompañar abortos, venimos de preguntarnos por los cuidados que nos liberan y nos atan, venimos de mudarnos de ciudad y de migrar y cruzar las grandes aguas. Venimos de reconocernos y desconocernos en los feminismos, venimos como amigas y como compañeras.
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Cuánto extrañaba el abrazo con el cuerpo, el abrazo que no escatima en flexionar la espalda, en tocar la piel abrigada, en apoyarse en la otra para soltar el peso y la sonrisa, un modo de presentarse que es encuentro.
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El taller número 15 “Territorios plurinacionales y libre determinación de los pueblos” no tiene asignada una coordinadora. No es algo ajeno al devenir de los años que con el crecimiento del movimiento feminista y de mujeres y con la ampliación de las condiciones que antes restringía la participación de las travestis, feminidades y masculinidades trans e identidades no binaries, no alcancen las convocatorias de las comisiones organizadoras para cubrir las tareas de coordinación dentro de los talleres.
Que no haya quien coordine no impide que la palabra circule, que se defina un tiempo para cada intervención y que varias compañeras tomen notas para el registro y posterior elaboración de las conclusiones. Pero después de que en 2022 en San Luis, luego de dos años de pandemia y algunos intentos virtuales por encontrarnos, el encuentro se haya dividido, hace que nuevas preguntas afloren. Las capas de colonialismo y racismo siguen apareciendo mientras seguimos rascando la superficie de la tierra y de la piel.
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El paisaje en la Patagonia todavía es invernal. La primavera apenas ha comenzado a brotar y los árboles caídos son parte del bosque. Las hojas desprendidas son ya hojarasca, abono, colchón marrón sobre la tierra. Las ramas peladas se estiran hacia el cielo, forman un tejido de extremidades que se entrecruzan sin tapar la luz del sol.
Nuestras manos también se elevan. Los celulares quedan en los bolsillos o las mochilas. El frío de la mañana nos pincha la punta de los dedos, la punta de la nariz, las lágrimas son un poco del viento y otro poco de la emoción. En silencio, juntas, arrimando hierbas al lago, con nuestras cabezas cubiertas de pañuelos de colores, sacando la voz del sueño, de la noche, cuando no de la vida y sus durezas, siguiendo el tambor, entrelazando nuestras manos tibias y heladas, formando una ronda o acuerpadas codo a codo; infinitamente distintas venimos a encontrarnos.
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¿Qué cosa es un territorio plurinacional? ¿Qué es lo que no estamos nombrando cuando acatamos las fronteras? ¿Cuántas lenguas y cuántas señas se necesitan para traducir nuestra unidad? ¿Cómo convive el intento de dar forma al buen vivir que soñamos, con un estado nacional que ha sido origen del ecocidio y genocidio de los pueblos originarios de nuestras tierras?.
Las fronteras nacionales no tendrían que ser nuestras fronteras
“Yo digo que soy Mapurbe, mapuche de la urbe” dice la mujer sentada en el círculo que fue creciendo desde que salimos del aula al patio de la escuela primaria n° 266 para, en vez de desdoblar el taller número 15, hacer lugar al pedido de las mujeres originarias: “Nosotras pedimos un sólo butá. Butá significa gran reunión. Nosotras no podemos subdividir la problemática que tenemos. Nosotras tenemos que discutir todo a través del territorio. No podemos discutir el territorio y no discutir la espiritualidad. No es por separado”.
En el centro de la ronda, otra mujer con su tiara plateada despliega la bandera mapuche, la wiphala y la bandera argentina, una al lado de otra y las sujeta con piedras para que el viento patagónico no las lleve.
La propuesta genera reacciones. ¿Se quiere desarmar la dinámica de los talleres? ¿Es una afrenta a la comisión organizadora?
Sin embargo, la palabra circula sin mayores conflictos y aparecen las traducciones.
La mujer que llevaba el orden de la palabra se anota a sí misma y cuando interviene, dice “cuando hacemos reclamos al poder judicial está todo compartimentado, te fragmentan el conflicto, una misma persona tiene que repetir en 20 oficinas distintas lo que está denunciando”.
¿Cuán blanco y capacitista es el modo de segmentar los temas y problemas?
¿Qué condiciones necesitamos para escucharnos?
Una mujer menuda y marrón se mete al círculo “yo hablo despacito, por eso me voy al medio”. Hace pensar que, en lugar de gritarnos “no se escucha”, como pasa casi siempre en las asambleas, quizá haya algo que nuestros cuerpos pueden hacer distinto, para escucharnos mejor. Una vez en el centro se presenta: es la tía de Máximo Gerez, el niño de 11 años del barrio Los Pumitas de la comunidad qom de Rosario, asesinado al quedar atrapado en una balacera. No se sabe de dónde, en las palabras que articula su voz bajita, sale tanta fuerza. “Nos están matando los chicos. Nosotras tumbamos 7 bunkers. Yo no tengo una vida normal, como dicen. Yo voy, yo me muevo, yo soy otra hermana”.
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¿Qué es la unidad si intentamos dejar de pensarla desde lo blanco, lo occidental, lo europeo? ¿Puede la unidad llevarnos a abrazar la complejidad de nuestras diferencias en lugar de anular todo lo que no sea igual a los ideales éticos y políticos hegemónicos?
Si no hay unidad sin diferencias, ¿qué es lo que se une? ¿Qué formas lleva esa unidad? ¿Hacia qué mundos nos conduce un “camino de unidad”? ¿En qué lengua se escribe esta, nuestra unidad?
Llamamos a la memoria, a la historia, el vientre y la sangre (Berta, hija de Berta Cáceres)
¿Y nosotrxs con qué nos defendemos?
Con la palabra dulce.
Los rezos traen la palabra dulce.
Somos tejedoras,
somos el sueño y la soñadora.
Cambia mi pensamiento a puro amor.
(Palabras en la Asamblea de feministas del Abya Yala)
En la ceremonia de apertura de la Asamblea de Feministas de Abya Yala, con una fuerte presencia de las compañeras de la comunidad mapuche-tehuelche, las machis nos enseñan con palabras y con sus movimientos que la espiritualidad es política. Es la conexión con los elementos, “la tierra nos guía y nos dice qué hacer, por eso defendemos el Rewe, el espacio ceremonial sagrado, porque allí está la tierra que es sabia.”
“La espiritualidad es la autonomía de los pueblos” dice una de ellas mientras nos quema el sol en la cara. Siento la necesidad de moverme a otra porción de tierra -esta palabra que es cordillera y lago en este Encuentro-. No veo a la compañera que comparte el ritual porque hay muchas mujeres, lesbianas, travestis, bisexuales, intersexuales y no binaries delante mio, a los costados, detrás, pero sin embargo la siento. Entiendo lo que dicen sus palabras con el cuerpo, así como entiendo cuánto extrañaba estos abrazos que se transforman en círculo que hace pogo con Violeta Parra o menea al son de una kumbia feminista en el FestiTorta.
Repito mentalmente la frase que escucho “difundir con respeto el conocimiento y las luchas de los pueblos originarios” y descubro la potencia de ese pedido a corazón abierto. Sin embargo no puedo cambiarme de lugar porque la plaza está repleta, de tierra y de nos/otras, como diría Gloria Anzaldua. De esa diversidad que son las otras pero que también somos nosotras.
Este espacio es sagrado.
Todo a mi alrededor es energía que se expande, como esa pregunta por el valor de la autonomía desde que vivo en Italia, en un movimiento que muchas veces siento que es sólo un llamado retórico sin tierra. Porque esa autonomía de la que habla la machi solo la encuentro cuando vuelvo, es una autonomía teñida de desgarro, de resistencia, de violencias, no es una palabra que se llena solo de marchas, asambleas y comunicados, también es dolor, es mística, es lágrima y es abrirse a compartir lo que no se dice en voz alta, pero no por ello es un espacio-palabra oscuro.
La autonomía en este territorio, tiene cuerpo y peso, es colorida como la wiphala y es inflamable y se agita como las llamas en las que quemamos los nombres de los femicidas, genocidas y ecocidas contra los que defendemos nuestros derechos y nuestras vidas.
La unidad en este encuentro es ese menjunje de lenguas, de organizaciones, de edades, de talleres, de eventos culturales y presentaciones de libros que se suceden al mismo tiempo, de encuentros que se recorren dentro del Encuentro donde tantas cantan, actúan, toman la palabra por primera vez, llevan sus ropas de trabajo como banderas, sus tareas como marcas, sus historias hechas experiencia y enseñanza, su deseo de que la violencia no encuentre en otras lo que sintieron sus cuerpos.
Unidad son las grietas que se abren durante los tres días de encontrarnos, mientras nos abrazamos cuando las palabras ya no alcanzan. Unidad es también que haya lugar y haya escucha como en la lectura de las conclusiones de los talleres cuando las compañeras discas dicen que hacer este taller en un hospital es parte de la patologización cotidiana que sufren y discuten la accesibilidad a los talleres y a las discusiones; son las adolescentes diciendo que no quieren la responsabilidad de un futuro cuando les adultes del presente están haciendo mierda todo, ni quieren maternar a hermanos, novios y padres; son las machis exigiendo que se visibilice su pedido de solidaridad y acompañamiento para realizar la caravana al Rewe y que ésta se haga con el apoyo del Encuentro, es la compañera pansexual que dice “como siempre, cuando se escucha de forma horizontal, nos llevamos mas preguntas que respuestas”.
Es paradójico porque parecería que estas escenas describen lo contrario a la unidad. Sin embargo, las disidencias son las que permiten pensar en una unidad real y sostenible, sin discursos totalizantes y cristalizados en paradigmas inverosímiles, violentos y descorporizados como aquellos que vemos frecuentemente en los debates electorales.
En los rincones más difíciles del planeta están cantando las mujeres.
Sólo vengo a decir que cantan
y que el mundo no se arrepiente
de sus gargantas infernales,
de sus corazones prohibidos.
(María Elena Walsh, “Las que cantan”, hecha vidalita por “Cantautoras en vuelo”, de SMA)
Los picos nevados se recortan en el horizonte entre el celeste profundo del cielo y el azul-verde-turquesa del Nahuel Huapi. Ese lago es un mar inmenso. En la noche rugen sus olas y su profundidad asusta.
Recuerdo las veces que intenté explicarles esta inmensidad a mis amigas italianas: nuestros lagos cordilleranos son mares y nunca vi las estrellas como en el suelo patagónico.
Y también son mares nuestras marchas, un mar que empieza desde la cordillera, baja como agua de deshielo hasta el lago, toca nuestras prime filas, canta, vibra, salta, corre, se extiende hasta el otro lado de la ciudad y vuelve a subir por aquellas otras montañas de la cordillera de los Andes. Hasta el cielo que apaciguó el frío primaveral con un sol espléndido.
Aquí los rituales que compartimos en estos tres días invocando los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego se vuelven materia. La espiritualidad es material. «Es hacer, no hablar». La consciencia del espíritu es tangible, se ve con los ojos y con el corazón cuando contemplamos ese lago-mar. Mar como la marea que nos abraza el domingo mientras coreamos nuestra resistencia, que es el newen (energía) de estas tierras ancestrales mapuche, que se toca con la cara cuando el viento helado la raja en cada ida al Velódromo: apertura, festiTorta, la marcha contra los travesticidos y transhomicidios, la gran marcha del domingo y cierre.
Es ahora cuando el poder de esa verdad –como es arriba es abajo- se vuelve confianza. Newen, esa fortaleza, en lengua quechua se dice kallpa –como es adentro es afuera-, este espacio circular se está creando dentro de mi pecho, lo llevo conmigo, como estas montañas y el viento feroz de mi niñez en la estepa patagónica.
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En la continuidad de la cadena montañosa que contornea las fronteras impuestas por el estado argentino –les mentimos a nuestros niñxs en la escuela, las fronteras no tienen que dividirnos– el 37° encuentro se perfila hacia Jujuy, para gritar contra la reforma y la represión del gobierno de Morales, contra el extractivismo y la megaminería y para abrazar la resistencia docente y del pueblo.
El newen, el kallpa del Encuentro es una energía que te da una bofetada, nadie vuelve igual, algo de ese desescamar la piel física, sucede adentro.
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