El Estado atraviesa la cotidianeidad y se vuelve imprescindible para la supervivencia de amplios sectores sociales (alimentación, asistencia médica, escolaridad) pero también construye un sentido desde una narrativa epocal. Una dimensión material y una dimensión simbólica que nos enlaza, que recrea vínculos de solidaridad y de reconocimientos.
En el actual debate eleccionario se vuelve central la pregunta por el Estado. Los distintos proyectos de país que se ponen en juego. Garantizar derechos humanos o mercantilizar la vida en función del mercado ¿Para qué sirve el Estado? ¿Qué sucede cuando el Estado se ausenta? ¿Qué cambia cuando hay un Estado presente? ¿Qué políticas públicas transforman la vida, la sociedad y el bienestar de la población? ¿Estado para quiénes y para qué? En esta segunda entrega, la mirada de un educador, maestro de la escuela pública y militante social.
Por Marcelo Vazquez / Foto: Fernando Der Meguerditchian
El Estado presenta diferentes manifestaciones en la vida cotidiana de las personas y las comunidades. Quizás podemos hablar de varios Estados: el Estado que educa, que brinda salud, cuidados básicos, pero también hay un Estado que ejerce la violencia y tiene fuertes complicidades con el delito organizado, que persigue a determinados grupos de la población, que se manifiesta en tramas judiciales que encubre a los poderes políticos y económicos. En estas ambivalencias y contradicciones, el Estado atraviesa la cotidianeidad y se vuelve imprescindible para la supervivencia de amplios sectores sociales (alimentación, asistencia médica, escolaridad) pero también construye un sentido desde una narrativa epocal. Una dimensión material y una dimensión simbólica que nos enlaza, que recrea vínculos de solidaridad y de reconocimientos.
El Estado históricamente es disputado por diferentes sectores sociales y políticos –más allá de los discursos demagógicos que lo presentan como la condensación de todos los males-. Hay sectores que buscan un Estado que sea funcional a sus exclusivos intereses, que ven como el rol social que cumple atenta contra su voracidad económica. El contexto actual nos plantea la urgente necesidad de defender el Estado de esos intereses de sectores minoritarios –pero con poder y capacidad de influir en las personas y en el interior del propio estado- porque su reducción a expresiones mínimas –como plantea el espacio político de Milei- nos empuja al abismo de la desprotección social absoluta, un escenario regido por el mercado y su lógica de ganancias y conveniencias: en la historia y en la actualidad hay antecedentes de este tipo de organización social, y ciertamente son sociedades profundamente desiguales, con nula movilidad social, con violencias arraigadas y fundamentalmente una descomposición social cuyo rostro mas doloroso es una deshumanización absoluta. Hay que defenderlo y dar la pelea por un Estado más cercano a las necesidades de las comunidades, con respuestas concretas y sensibilidad que funcionen como barrera a los procesos de burocratización. También hay que defender a quienes son las caras visibles y los cuerpos presentes del estado, sus trabajadores/as y las instituciones.
La ausencia del Estado vuelve más frágil y precaria la existencia de las personas, especialmente de las infancias y las juventudes. Esa ausencia no solo se manifiesta con la no-presencia, también con tramas de complicidades de algunos agentes del estado con relaciones espurias con el narcotráfico, como lo muestra el caso de Rosario. Si bien pueden estar presentes agentes y organismos estatales, estas situaciones generan desconfianza y rechazo en la comunidad. Esos actores son desertores de la tarea y la función primordial del Estado, y son reproductores de la violencia que el propio Estado dice combatir.
Hay que destacar que aún con fallas, distorsiones y ambigüedades, la red estatal garantiza las estrategias de supervivencia de los sectores más pobres y vulnerables: la escuela, el centro de salud, el polideportivo, los espacios de infancias y género en los distintos barrios y territorios, están presentes de manera extendida. Y esa presencia opera cotidianamente sobre los lazos de solidaridad y reciprocidad, en la cual todavía hay confianza en algunas de sus instituciones y en quienes en ellas trabajan. Un Estado presente siempre se inscribe en dos coordenadas esenciales: la idea de futuro, de cambio de situación, de mejores posibilidades, de ascenso y movilidad social ascendente; también de cuidados y protección para quienes están en los márgenes de la supervivencia en un contexto muy delicado con 40,1% de pobreza en Argentina (9,3% de indigentes) según datos oficiales.
En lo personal, la presencia del Estado me posibilitó estudiar en la educación pública, siendo el primero de mi familia en alcanzar un título (docente) y en estudiar en la universidad pública. Tuve la posibilidad de acceder a becas que sostuvieron mi cursada y poder egresar.
Desde mi perspectiva las políticas públicas transformadoras son aquellas que tienen un horizonte universalista, continuo, sostenido en el tiempo. El pasaje por la escuela pública es una experiencia que impacta de manera positiva en las trayectorias escolares y subjetivas. Destaco una política pública muy significativa para muchos chicos/as, como es el Plan Nacional de Lectura, iniciado en los albores de la democracia, suspendido en los años 90 y fortalecido a partir del año 2009 (con una parálisis a partir del 2016). El PNL es una política auténticamente transformadora, porque posibilita el acceso a libros y lecturas de docentes, niñeces y familias por medio de la escuela (y por otros espacios lectores como bibliotecas populares). Democratiza los universos simbólicos y la cultura, posibilitando el acceso a un objeto de gran importancia cultural cómo lo es el libro. En mi tarea como docente, generó muchas propuestas como las rondas de lecturas, bibliotecas familiares, biblioteca ambulante, entre otros proyectos desarrollados con compañeras y en la comunidad.
También como experiencia personal comparto aquellas afectividades que posibilitan compartir un ámbito estatal: hace unos años fui maestro en 4° grado en una escuela del oeste de Rosario. En 2022 recibo un mensaje de una alumna de ese grupo, invitándome a su cumpleaños de 15, lo cual me emocionó muchísimo. Al igual que cuando te cruzás con ex alumnos/as y te saludan. Esa relación afectiva y ese recuerdo perduran, y los posibilitó un lugar y un espacio estatal.
¿Estado para qué y para quiénes?. Es una pregunta que exige una respuesta política. El Estado por definición es para todos/as, pero sabemos que siempre hay disputas sectoriales para tratar de hegemonizar su conducción y su orientación. Esta confrontación no se da solo abiertamente, vemos que es muy fuerte la tensión acerca del rol del estado en las cotidianeidades de las personas y las comunidades. Una disputa simbólica pertrechada de miradas y sesgos ideológicos.
Desde mi praxis como educador y militante, el Estado debe estar primordialmente para los más humildes, para quienes subsisten en los márgenes y quiénes el sistema capitalista descarta y deshumaniza. Pero debe ser un Estado para garantizar no solo la supervivencia, también tiene que recrear los proyectos colectivos que le den sentido a los proyectos personales. Es imprescindible un Estado enlazado con la comunidad, que quienes recurren al mismo puedan hacer una auditoría social que posibilite un mejor Estado en los territorios y no se resignen o conformen con prolongar la precariedad de la existencia material a lugares o espacios estatales a los que asisten, y que sean bien tratados, cuidados y respetados.