Hay que defender al Estado para seguir sosteniendo y multiplicando las políticas públicas que son de acceso libre y gratuito para toda la comunidad. Hay que defenderlo de los intereses de los que se quieren llenar más de guita, de quienes quieren llevar la guita afuera, de quienes condicionan agendas ideológicas y culturales sobre modelos de una yankeelandia de cuarta.
En el actual debate eleccionario se vuelve central la pregunta por el Estado. Los distintos proyectos de país que se ponen en juego. Garantizar derechos humanos o mercantilizar la vida en función del mercado ¿Para qué sirve el Estado? ¿Qué sucede cuando el Estado se ausenta? ¿Qué cambia cuando hay un Estado presente? ¿Qué políticas públicas transforman la vida, la sociedad y el bienestar de la población? ¿Estado para quiénes y para qué? En esta tercera entrega, la mirada de un artista, profesor de artes, coordinador cultural y militante social.
Por Ezequiel «Choza «Salanitro / Foto: Fernando Der Meguerditchian
El Estado sirve para muchas cosas, pero en el orden de prioridades lo que hace el Estado es medianamente tener una suerte de control para que la distribución de riquezas y de recursos esté un poco nivelada, y para que no haya un grupo de poderosos que concentre esa distribución. Es mucho más amplio el desarrollo pero en principio funciona desde ahí.
Hay que defender al Estado para seguir sosteniendo y multiplicando las políticas públicas que son de acceso libre y gratuito para toda la comunidad. Hay que defenderlo de los intereses de los que se quieren llenar más de guita, de quienes quieren llevar la guita afuera, de quienes condicionan agendas ideológicas y culturales sobre modelos de una yankeelandia de cuarta. Hay que defenderlo de los intereses que tienen una mesa de juego que bicicletea con la guita de la gente.
El peor escenario que puede tener el Estado es que lo administre gente que no tenga conciencia social, que no empatice, que sea negacionista. Es como un agujero negro. Después las sociedades o los pueblos de alguna u otra manera se levantan, aparecen las resistencias, las manifestaciones, las formas de organización, pero en el tiempo en que te jueguen de esa forma te destruyen muchísimo, te cuesta mucho tratar de reparar eso. Estamos atravesando los cuarenta años de democracia y hoy el relato sigue poniendo en discusión la cantidad de gente que ha sido secuestrada.
Y después también hay que hacer una autocrítica. Es la militancia, el compromiso, la convicción y la inteligencia a la hora de moverse en ciertos esquemas de juego en el orden de las políticas mundiales. Venimos de pasar por una pandemia que fue un acontecimiento histórico, de agarrar un coletazo de una guerra de una de las potencias de la economía mundial. Nos quieren vender una suerte de acuerdo con China y Estados Unidos y en el fondo capaz que termina siendo lo mismo. Tener al FMI es tener un dedo encima constantemente, entonces no podés hacer ningún movimiento que no pase por la decisión de esa gente que no le importa la gente, que no le importa la educación pública, la salud pública, las jubilaciones, y mucho menos la cultura. Es la cultura de la meritocracia, que tenés que trabajar para tener, y si naciste en un lugar donde no había para morfar, y bueno, la culpa no la tiene esta gente que vive en barrios privados y que terminan siendo los que toman las decisiones. Me llama la atención como el pueblo puede ser tan groso y tan tonto a la vez.