En el barrio Saladillo, en la zona sur de Rosario, atajar penales es ya una costumbre. Pero también los patean: en Casa Pueblo hay 22 talleres y circulan más de 300 personas que llegan desde múltiples barriadas. El abordaje de la problemática de consumo de sustancias y el acompañamiento comunitario. Lo posible y lo deseable.
El barrio Saladillo vive a esta hora la quietud propia del momento de la siesta, perros retozando y pocas personas circulando. Un pibito pasa en bici y atrás de él dos adolescentes caminan con bandejas tapadas con repasadores debajo de los cuales se puede conjeturar que llevan comida para vender. Por lo demás, reina la calma. Pero en Casa Pueblo el ritmo es bien distinto: hay mucho movimiento y vida desplegada. Gente que viene y que va; algunos entran, otros salen y otros permanecen.
A nivel nacional son más de 400 las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC). En Rosario hay tres Casa Pueblo: Casa Pueblo La Fábrica en zona norte, Casa Pueblo Saladillo y Casa Pueblo Alvear, una tercera casa que se está construyendo en el barrio homónimo. Casa Pueblo Saladillo está en la esquina de las calles Dinamarca y Lituania, a unos cien metros del Monumento a Eva Perón, popularmente conocido como “la mandarina”, referencia ineludible del afamado barrio de la zona sur de la ciudad.
En el frente del local, donde anteriormente funcionaba una cooperativa barrial de pescadores, hay pintado un sol grande que es mucho más definido e intenso que aquel que no se anima del todo a salir en este día de septiembre de 2023. Frente al espacio de Casa Pueblo, pasadas las tres de la tarde, unos muchachos están sentados en unos bancos al lado de una parrilla aún humeante.
“Somos un centro de contención para pibes y pibas con problemática de consumo y también trabajamos con temas de género”, va soltando Mariana, una de las cuatro coordinadoras de este espacio que empezó a caminar en 2017 motorizado por el Movimiento Evita. ´Asistencia, acompañamiento y prevención en consumo problemático´. Esas son las palabras que se leen en la descripción de las redes sociales. Pero cuando se empieza a desmenuzar la carta aparece una multiplicidad de actividades, talleres y propuestas.
Detrás de Mariana hay un pizarrón con el cronograma semanal escrito con un fibrón. Algunas actividades están medio despintadas pero ella explica que ni siquiera hacen tiempo de retocarlas. Y es que el tiempo que tienen se debe repartir entre una gran cantidad de tareas que deben garantizar. Son 22 talleres repartidos a lo largo de la semana: tres talleres de panificación, repostería, textil, roperito comunitario, artesanía manual, carpintería, guitarra, batucada, huerta, teatro, limpieza, mantenimiento, producción de alimentos, grasa, género, espacio de niñez (lo lleva adelante una psicóloga donde trabajan a través del juego y el arte), barbería solidaria (un grupo de jóvenes que se capacitaron y se recibieron les cortan el pelo a los niños). “Los talleres son un propósito para que estén varias horas sin pensar en consumir y tengan la cabeza ocupada”, sintetiza Mariana.
El dispositivo está atravesado por el Potenciar Trabajo, a través del cual quienes asisten hacen distintas tareas y cumplen las horas que les exige el programa. Mariana cuenta que a medida que fue creciendo la cosa, se fueron interesando e involucrando más en el proyecto de Casa Pueblo. Dice que también hay personas que llegan por alguna derivación. A su vez, hay talleres que están enmarcados en el programa provincial Santa Fe Más.
“Nos toca desde el rol de militante, de vecino y de trabajadores que queremos cambiar la realidad, cosas que no queremos que sucedan más”
“Siempre estamos pensando qué le hace falta al barrio y a la gente. Siempre pensando en enseñarles. Ver de qué manera podemos inventar un taller o lo que sea para traer a ese pibe al que no podemos llegar”. Algunos talleres, como el de panificación, son unidades productivas y eso les permite a quienes participan obtener una retribución económica en paralelo con la capacitación. Mariana cuenta que hay jóvenes que cuando se quedan sin la changa se ponen a producir en la casa y salen a vender panes. Cuenta un caso concreto, uno de los tantos que le dan sentido a la tarea. “Nos tocó salir al territorio y hablar con estos pibes. Me ha tocado sentarme con el pibe que estaba consumiendo, el pibe más terrible del barrio que hoy está acá adentro organizando un taller. Viene, derrite grasa, sale y la vende, y otro poco la deja para los talleres”.
Además de los talleres, en Casa Pueblo funciona una copa de leche y de lunes a jueves por la noche un comedor comunitario que alimenta a unas treinta familias. “El que no se anima a sentarse a comer, porque a veces es heavy o doloroso encontrarte con que perdiste el trabajo o no te sale ninguna changa y tenés que venir al comedor, traen el tupper y comen en su casa”.
La lógica de trabajo de la CAAC empieza con una primera escucha. En ese primer contacto, dice Mariana, ya se genera algo. Comenta que inicialmente suele acercarse la mamá del joven, la pareja, el papá o la abuela. “Son pocas veces las que viene el pibe o la piba a pedirnos ayuda. Siempre la demanda son más hombres que mujeres”. También dice que hay veces en que la pareja se acerca a pedir ayuda pero en el transcurso de la charla se encuentran con que la chica también tiene un problema de consumo y terminan trabajando con ambos.
La hija de Mariana se llama Zoe y tiene once meses. Se despierta de una siesta en su cochecito. Se despereza y se hace escuchar pidiendo que la bajen al piso. Mientras Mariana cuenta lo que hacen en Casa Pueblo, Zoe practica sus primeros pasos. La madre acompaña a la hija en ese tránsito revolucionario de aprender a caminar; y la hija acompaña a la madre en su tarea diaria de organizar un espacio por el que circulan más de 300 personas que además de Saladillo llegan desde el Mangrullo, La Sexta, Las Flores, Puente Gallego.
A las siete y media de la mañana el lugar ya está abierto y cierra a las ocho y media de la noche cuando termina el comedor. La tarea de coordinación de Casa Pueblo implica articular el trabajo de todo el equipo compuesto por cuatro psicólogas, una trabajadora social, lxs talleristas, las acompañantes grupales que integran cada taller y las acompañantes territoriales, que son “las compañeras formadas para buscar al vecino o vecina que necesita ir a tribunales, hacer una denuncia cuando hay una situación de género”. La dinámica en ese caso es acompañar a esa mujer a hacer la denuncia en el centro territorial o en la comisaría de la mujer, y después generar un retrabajo a partir de la escucha y los talleres. “Estar ahí siempre”, resume Mariana, mientras cuenta que muchos “vienen para escaparse un poco de su quilombo personal”. “Siempre hay un mate dando vuelta, se lo preparan y se sientan. La lógica de tener la puerta abierta”.
Pasando esa puerta abierta (literal), en una de las paredes de la entrada hay pegados unos dibujos con muchos colores que dan cuenta del paso de las infancias por el lugar. Si bien el dispositivo se plantea trabajar con personas desde los catorce años en adelante, desde la coordinación sentían que de alguna manera debían abordar la franja que quedaba por debajo de esa edad mínima. De esa manera surgió el taller de niñez que agrupa a los infantes de entre cinco y diez años.
“En estos lugares populares, en los barrios, un oído vale más que muchas palabras”
En Casa Pueblo trabajan la línea de salud mental. La lógica, explica Mariana, es generar distintas intervenciones para que la internación sea la última opción. “Tratamos de hacerle saber al Estado dónde está ausente. Hay lugares donde algunas cosas deberían cambiar”, plantea Mariana, al tiempo que describe el lazo que generan con las familias para que el trabajo no se agote en la institución. “Sabemos que es complicado convivir y ayudar a una persona que consume. Tejemos redes también en conjunto con los dispensarios”.
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Sobre una de las paredes del gran salón que tiene el local, nueve casilleros cuadrados con candados guardan los materiales de algunas actividades que suceden en Casa Pueblo: tres casilleros son de batucada, dos del comedor, uno de la copa de leche, otro del Santa Fe Más, uno de mantenimiento y el otro de coordinación.
Entra una cuadrilla de laburo con cascos, ropa de trabajo y botines de seguridad. Algunos entran con escaleras, otros arrastran carretillas con baúles de madera donde se presume guardan herramientas. Son integrantes de Flor de Ceibo, una cooperativa de trabajo que forma parte del Evita y desde la cual presentaron un proyecto a la Secretaría de Integración Sociourbana (SISU) para hacer instalación eléctrica intradomiciliaria. Así lo explica Mariana: “Realizamos un censo de unas setenta familias del barrio. Un grupo de jóvenes capacitados como ayudante de albañil, oficial de albañil, oficial electricista y ayudante electricista, están haciendo toda la instalación eléctrica en esas casas”. La cooperativa está trabajado en conjunto con la EPE. Mariana cuenta que el Estado aprobó el proyecto a raíz de la demanda que le llevaron desde la cooperativa. El antecedente eran los incendios que se sucedían producto de las instalaciones precarias. “Que el día de mañana el vecino pueda pedir un medidor y tenga el servicio como corresponde”, es el deseo de Mariana y de la organización. “A veces nos pasa que al estar en una “zona roja”, en un barrio humilde, no entran. Y al vecino no le queda otra que hacerse una instalación de luz inadecuada”.
Además de estar en el Movimiento Evita, Casa Pueblo forma parte de la UTEP, el sindicato de trabajadores de la economía popular. “Nos identifica porque está el compañero que es vendedor ambulante y no tiene ninguna respuesta. A raíz del taller de panificación se hicieron unidades productivas y hoy en día levantan pedidos de veinte prepizzas”. Mariana se refiere concretamente a la dificultad de encontrar trabajo para muchos de los pibes que no terminaron la escuela o estuvieron presos. “Les piden la escuela terminada o el certificado de buena conducta. Entonces no pueden tener un trabajo digno como corresponde. A través de estas cooperativas les podemos ofrecer un trabajo con la paga digna que se le paga a un electricista o a un albañil”.
Mariana tiene 28 años y a los 20 arrancó con la participación que se volvería militancia. Por lo tanto, ya lleva un tercio de su vida en esto: “intentando cambiar la situación que nos atraviesa. Una realidad que no queremos ni para los vecinos, ni para nuestros hijos, ni para nuestros hermanos”. Ella vive en la esquina y dice que todos, salvo el equipo profesional y uno de los coordinadores, son del barrio. “Lo vivimos de chicos, criando a nuestros hijos o con nuestros hermanos. Somos un espacio de contención para sacar a los pibes de la droga, del consumo. Y cada vez tenemos más bunker en el barrio. Tratamos de buscarle la vuelta para que no terminen haciendo de soldados”.
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Un metro debajo del techo de chapa, sobre una viga de hierro horizontal hay pegados varios carteles con deseos que se vuelven consignas: ´Queremos para los pibes trabajo y educación´, ´Que el futuro de los pibes no nos sea indiferente´, ´Basta de represión para los pibes´, ´La droga no tiene clase social´, ´Los pibes no son peligrosos, están en peligro´, ´Un pibe trabajando es uno menos en la calle´, ´Tu vida vale mucho´.
En distintos rincones del lugar hay personas reunidas o haciendo algo. Sobre la pared del fondo, un hombre manipula con una prensa una guitarra que tiene un tajo en la caja. Sin dudas, la están remendando. El marco es el taller de Artesanías Manuales que está transcurriendo en este momento.
El laburo, la crianza, la capacitación, la coordinación de los talleres y los espacios, la casa, la comida. “La mayoría de las compañeras se parten en veinte para sustentar la necesidad del hijo, la atención y también venir a hacer lo que les gusta”.
– O sea que vos venís a contar el trasfondo que nadie cuenta. Porque nadie se acuerda de nosotros. Si vos mostrás lo que se hace acá, perfecto-. El que habla es Ramón, vecino del barrio que vive del otro lado del puente. Hace dos años y siete meses que está vinculado con Casa Pueblo Saladillo desde su rol de tallerista. “Los que no conocen el movimiento de Casa Pueblo no tienen una mirada amplia y un trasfondo de lo que se hace y cómo”, cuenta Ramón, y agrega: “No se trata solamente de agarrar una madera y tallarla. Muchas veces tomamos el tiempo para charlar porque esto también es terapéutico. En estos lugares populares, en los barrios, un oído vale más que muchas palabras”.
En el taller trabajan con todos materiales reciclados. Mucha madera: fibrofacil, aglomerado, maderas de muebles viejos. La materia prima son los materiales en desuso. Pero también la inventiva. Ramón dice que la creatividad tiene mucho que ver. “Eso lo habían tirado y le dimos vida”, dice señalando uno de los trabajos del taller que se trata entonces de crear vida donde pareciera que no la hay. “Yo les digo siempre que si tienen una silla rota, una puerta que se le salió una bisagra o lo que sea, que lo planteen en el taller y lo traigan”.
Cuando empezó el taller arrancaron haciendo yerberas. Y después a medida que fue pasando el tiempo Ramón fue invirtiendo y pudo comprar algunas máquinas. “Se fue agrandando. Empezamos con trabajos chiquitos y después más grandes. Vemos que crece”, dice. Hoy son cinco pero hay veces que llegan a nueve las personas que se reúnen dos veces por semana. “Más que como una institución la tomamos como nuestra segunda casa. Es un lugar donde nos sentimos cómodos. Yo hago lo que me gusta y eso ya es un montón”. Ramón habla de lo grupal y dice que “se esmeran los chicos que vienen al taller”. Cuenta que las cosas que hacen las venden en el barrio o en las ferias populares. “Como sabemos que estamos en un barrio que no es de plata, vendemos los productos a un precio accesible. Hay cosas que no se ven en otro lado porque se nos ocurrió a nosotros”. Vuelve a señalar: “¿Ves esos veladores? Lo hicimos con madera de fibrofacil, es cartón prensado. Y eso se puede usar de banquito, de estante o para maquillarse”.
Probablemente nadie que esté comiendo un helado pueda imaginar que terminará formando parte de una guitarra. Ramón busca en una bolsa con pinturas que vacía sobre el piso. Saca un palito de helado que pone sobre el reverso de la guitarra. Explica: “Esto se tiñe, podés cortarlo así y lo pegás uno al lado del otro. Cuando lo lijaste, lo encolaste y lo barnizaste no pierde el sonido”. Una de las guitarras que ya arreglaron se usa en el taller de guitarra de Casa Pueblo.
Luján está pintando una bandeja. Cuando festejaron el día de las infancias les faltaban platos para servir las porciones de torta. Entonces a Ramón se le ocurrió que las podían usar aunque aún no estaban terminadas. Esa ocurrencia los sacó del paso y ahora las están pintando para darles el retoque final. Dice Luján: “A mí me despeja un montón venir. Estoy a una cuadra y media. Hace un año que participo del taller de Artesanías Manuales y del de guitarra”. Cuenta que antes había hecho un curso en el Sindicato de la carne pero dice que ahora trabajan con máquinas mucho más grandes.
El laburo, la crianza, la capacitación, la coordinación de los talleres y los espacios, la casa, la comida. La cuestión de género atraviesa muchas veces el ritmo de los barrios populares donde las mujeres son protagonistas. “Acá lo vemos mucho, compañeras que vienen con los bebés o que se van diez minutos para buscar al hijo a la escuela, lo traen y trabajan a la par”, describe Mariana, quien como botón de muestra mece a su hija mientras habla. “La mayoría de las compañeras se parten en veinte para sustentar la necesidad del hijo, la atención y también venir a hacer lo que les gusta. Las compañeras que vienen a hacer el plato de comida para el vecino, la que viene a aprender un taller o a cambiar un poco su vida, su rutina”.
Mariana hace referencia al ritmo lento en que se suele mover el Estado. “Al Estado le cuesta mucho más, nosotros vamos y golpeamos las puertas y a raíz de eso encontramos una respuesta, una solución o un trabajo en conjunto”. Si bien detecta que en general está todo bastante roto, deja en claro que desde su lugar van a insistir. “Nos toca el rol de militante, de vecino y de trabajadores que queremos cambiar la realidad. Hay muchas cosas que no queremos que sucedan más”.