El fallo con el que el Tribunal Federal Oral N 1 condenó a prisión perpetua a 16 represores de la megacausa Guerrieri IV, incluyó los delitos cometidos contra las infancias al momento de los hechos. Una de esas niñas era María Carina Tumini secuestrada junto a su mamá cuando tenía dos años. Hija de Mónica Cappelli, militante del PRT – ERP, desaparecida y asesinada en 1977, Carina cuenta su historia: ¿cómo se cose la memoria? ¿cómo se borda la historia familiar de una madre desaparecida?. Las postales que hablan de Mónica. Prendedores de lana con su foto. Las marcas de un horror que se inscriben en el cuerpo. Los juicios reparatorios entre discursos negacionistas y los fallos inapelables para los responsables de la dictadura genocida.
Vuelve la calma de tu voz
Con la corriente del río
Manto de cielo sobre el tendal
Teje tu nombre y el mío
«Culpable». «Culpable». «Culpable». La palabra rebotará unas dieciséis veces en la cabeza de Carina. Así será durante más de una semana y cada vez que su memoria recuerde, como un boomerang, aquella imagen del tribunal dictando la condena.
La lectura del veredicto esta prevista para las doce del mediodía. Frente a los Tribunales Federales de Rosario las banderas acompañan desde temprano el ritual de cada sentencia y una especialmente lleva bordados los nombres de las víctimas. La espera se hace larga, tensa, y la expectativa crece a medida que corren los minutos. El contexto político justifica la incertidumbre: el candidato a presidente que acaba de ser el más votado en las elecciones primarias, Javier Milei, lleva como compañera de fórmula a Victoria Villarruel, la actual diputada nacional de La Libertad Avanza con vínculos directos con los represores de la última dictadura cívico militar y una fiel exponente de los discursos negacionistas del genocidio argentino.
A cuatroscientos kilómetros María Carina Tumini, psicóloga y mamá de dos jóvenes mujeres, sigue la transmisión online junto a sus amigas. En Córdoba se respira la misma tensión que en Rosario. El Tribunal Oral Federal N 1 a cargo de juzgar a ex militares del Batallón 121 y ex integrantes de la Delegación Rosario de la Policía Federal en el marco del cuarto tramo de la megacausa Guerrieri, inicia la lectura de lo que más de una hora después representará un fallo histórico en los juicios de lesa humanidad que tienen lugar en Rosario.
Carina llora. Encuentra refugio en los abrazos y en los mensajes de texto que empiezan a llegar. “Son 16 perpetuas; todas perpetuas, fue muy contundente” dirá unos días después cuando intente describir sensaciones y busque las palabras para contar todo lo que sintió desde aquel día en que su abogada Nadia Schujman le comunicó que el juicio finalmente comenzaría el 1 de agosto de 2022.
Reparación histórica
Durante el debate que transcurrió durante todo un año se juzgaron los delitos de lesa humanidad cometidos contra 116 víctimas en distintos centros clandestinos que operaron en Rosario, Funes y Granadero Baigorria; uno de ellos funcionó dentro de un predio perteneciente a la Iglesia Católica, la casa salesiana Ceferino Namuncurá. Al menos tres víctimas de la causa estuvieron detenidas ilegalmente en ese lugar: Eduardo Garat, quien continúa desaparecido, Santiago Mac Guire, ex cura tercermundista quien murió en el 2001 y Roberto Pistachia, uno de los sobrevivientes que declaró en el juicio. Pero más de la mitad de las personas que pasaron por estos CCD, La Calamita, Quinta de Funes, Escuela Magnasco, la casa quinta La Intermedia y la Fábrica Militar fueron asesinadas o permanecen desaparecidas. Entre ellas Mónica Cappelli, la mamá de Carina Tumini.
Mónica nació en Córdoba el 4 de septiembre de 1951 y al momento de su secuestro, en mayo del 77, tenía 25 años. Militaba en el PRT – ERP junto a su compañero Humberto Tumini, preso político hasta fines del año 1982. Mónica además era estudiante de Letras, amante de la lectura y la costura. Cursó todos sus estudios en Córdoba donde vive su familia, sus amigas, sus vínculos más cercanos. En Rosario solo permaneció dos años y medio y en contexto de semi clandestinidad. Fue en Baigorria, en lo que se conoció popularmente como la Masacre de las Verbenas y luego de haber pasado por La Calamita, donde la asesinaron junto a otras nueve personas en lo que simularon fue un «enfrentamiento armado» que en realidad se trató de un fusilamiento. Pero su madre jamás pudo recuperar sus restos. Mónica Cappelli es una de las 30 mil detenidas desaparecidas durante el Terrorismo de Estado en Argentina.
Marta Ceballos de Cappelli, filósofa, bibliotecaria, integrante de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas en Córdoba y una activa militante por los derechos humanos de esta provincia, vivió desde aquel 16 de mayo de 1977 y hasta el día en que murió a sus 92 años, buscando el cuerpo de su hija. Luchó incansablemente por encontrar justicia y lograr condena para los genocidas, la que finalmente llegó el pasado 28 de agosto. “Marta y aquellas y aquellos primeros familiares, con sus pasos en las primeras rondas de la Plaza, fueron un aporte fundamental para cerrarle la puerta al Terrorismo de Estado y abrírselas a esta democracia que vivimos, luchando por mayor justicia y menor impunidad, con la consigna de cárcel efectiva, sin el privilegio de libertades domiciliarias para los genocidas” recuerdan quienes la conocieron y compartieron trabajo junto a ella en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Pero Marta y Manolo, los padres de Mónica, murieron sin poder escuchar la condena para los desaparecedores y asesinos de su hija. Sí lo haría su nieta, la que criaron y abrigaron luego de recuperarla tres días después de que la secuestraran junto a su mamá cuando apenas tenía dos años.
Tu nombre en la lista
Los jueces Carlos Julio Lascano, María Noel Costa y Mariela Emilce Rojas condenan a la pena de prisión perpetua a los represores Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Marino Héctor Gonzalez, Ariel Antonio López, Juan Andrés Cabrera, Rodolfo Daniel Isach, Walter Salvador Dionisio Pagano, Eduardo Constanzo, Roberto Raúl Squiro, Federico Almeder, Enrique Andrés López, Juan Carlos Faccendini, Juan Félix Retamozo, Osvaldo Jorge Tebez y Oscar Roberto Giai por los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada por su carácter de funcionario público, desaparición forzada seguida de muerte, tormentos, sustracción y ocultamiento de menores y homicidio agravado. Son 16 represores, 16 perpetuas.
En la calle, en el aguante, se escuchan los aplausos. La sensación se repite: pasan los años y pasan los juicios, catorce ya se celebraron en Rosario, pero la emoción sigue tan intacta como cuando por primera vez, el 15 de abril de 2010, se condenó a los represores de la causa Guerrieri I en Rosario. Los ojos brillosos, los abrazos eternos. Las miradas al cielo, la alegría y el alivio ante una reparación que es histórica. A la salida del Tribunal, Nadia Shujman, abogada de Hijos Rosario, resaltará la importancia del fallo en un contexto en el que se vuelve tan vital defender lo que creíamos que ya no sería necesario en un país que es ejemplo en el mundo por su política de Memoria, Verdad y Justicia. Desde la vuelta de la democracia, ya fueron condenados por la justicia más de 1100 genocidas.
“Hicieron lugar a todos lo que pedimos, además hicieron lugar a la ampliación por los menores de edad que fueron víctimas de secuestros y tormentos. También el fallo incorpora la calificación de desaparición forzada seguida de muerte que no es muy común en otras causas. Estamos contentos, después habrá que esperar los fundamentos para ver porqué no consideraron señalizar al Ceferino Namuncurá como centro clandestino de detención, pero la importancia global del fallo es enorme, es la respuesta a un reconocimiento de un Tribunal de la Nación del genocidio y de los terribles delitos que se cometieron. No es una respuesta política, acá se juzgaron pruebas. El problema es que el poder judicial de la Argentina esta totalmente desprestigiado y con razón, pero aun en este contexto, con lawfare, persecución y corrupción que prima en el poder judicial, aun en ese contexto, estos juicios siguen siendo un reservorio” dirá Nadia.
Gabriela Durruty es una de las abogadas de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, organismo que fue querellante en el juicio. Como representante además de víctimas particulares, también destacará el carácter trascendental de la sentencia. “En momento de avances de discursos negacionistas y de poner en crisis un montón de verdades construidas en el espacio de los Tribunales y que entendemos no debieran ser cuestionadas tan livianamente, este tipo de condenas representan un soplo de aire fresco, recuperan este proceso de memoria, verdad y justicia que pusieron a nuestro país en señero en materia de políticas públicas en el mundo y que construyen la base de las mejores sociedades que merecemos todos y todas. El veredicto es reflejo de la gran cantidad de prueba producida durante el debate, de los desgarradores testimonios no solo de sobrevivientes si no de vecinos que constituían el universo a perseguir determinado por la política pública genocida y que también aportaron después de tantos años sus relatos, sus recuerdos. Declararon personas que tenían corta edad en el momento de los hechos y que recuerdan los salvajes operativos desplegados contra sus vecinos, padres de niños con quienes jugaban en la cuadra. Hoy esa memoria sirvió para aportar en la reconstrucción de lo ocurrido”.
Este cuarto tramo de la megacausa Guerrieri tuvo una particularidad: en primer lugar, llegaron a juicio cinco ex policías federales – Faccendini, Retamozo, Tebez, Giai y Squiro- que no tenían ninguna condena previa. En segundo lugar, por primera vez se trataron delitos cometidos en un centro clandestino que funcionó en terrenos de la Iglesia Católica: “Para nosotros es de una importancia trascendental. Es una clara muestra de la responsabilidad como autor que tuvo la Iglesia en nuestra región y en todo el país” suma Durruty.
En tercer lugar, el Tribunal consideró incluir en su fallo los delitos de privación ilegítima de la libertad y tormentos cometidos contra 19 menores de edad al momento de los hechos, que fue el pedido de ampliación que llevó adelante la querella de Hijos Rosario y que acompañó la Fiscalía, la Apdh y la Secretaria de Derechos Humanos de la Nación. “Eso es algo que nos provocó mucha alegría, había mucha expectativa por esto, porque es algo que recién ahora se está visibilizando aunque el planteo venga de larga data” aporta Nadia Shujman. “Logramos que esos hechos sean calificados por el Tribunal durante el oral teniendo en cuenta la nueva prueba escuchada, entonces no solo se los condenan por los primeros delitos que integran la base fáctica. Y eso es un gran logro. Muchos de esos niños estaban sentados escuchando como sus nombres integraban las listas de víctimas por los cuales estaban siendo responsabilizados los imputados y eso constituye un acto de reparación histórica” suma Gabriela Durruty.
El de Carina Tumini es uno de esos nombres que integran la lista. La secuestraron en Rosario, en plena calle, junto a su mamá cuando tenía dos años. Tres días después del operativo un matrimonio se comunicó con su abuela materna para que la fuese a buscar. Pero muchos años después, Carina se enteraría que esa familia, supuestamente de origen obrero, era personal civil de inteligencia.
El día de la sentencia, además de llorar por su mamá, Carina lloró por ella. Escuchar su nombre, reconocerse también como víctima “fue fuertísimo”. Y dirá: “No sabes cómo me largue a llorar. Fue como mirar a esa nena de dos años y decir pucha, que a un niño de dos años le ocurra eso, que te lleve una patota a un centro clandestino, que podría haber sido apropiada, o sea dimensionar todo eso es muy fuerte, porque no es solo perder a tu mamá”.
¿Qué huellas del horror quedan marcadas en el cuerpo?. Hasta hace dos años atrás Carina dormía con la luz prendida y la silla trabando la puerta. “Vivo en el medio de la montaña y yo pongo rejas y alarmas porque tengo miedo de que entren. Me da miedo la violencia de que entre alguien, de que alguien puede entrar a tu casa. Yo pude superar no tener una madre pero esa dimensión de alguien que puede disponer de tu cuerpo me ha costado años de terapia”, le cuenta a enREDando.
“Resulta indiscutible que esos niños sufrieron un daño a raíz de esas privaciones de libertad: estar siendo trasladado por desconocidos, en lugares que ese niño no conoce, presenciar el secuestro de sus padres, son hechos que sin duda quedan en algún lugar de la memoria, más todavía cuando ello ocurre en los años fundantes de la personalidad de una persona como es la infancia” fue lo que argumentó la abogada de Hijos Rosario al solicitar al Tribunal la ampliación de la acusación durante el juicio. Y así lo entendieron los jueces al momento de dictar condena.
Carina dimensiona la afectación del Terrorismo de Estado en su propia historia: “Que te lleven a un centro clandestino es tormento. Que te lleven a un lugar donde torturan a tu madre y te usen como el instrumento para que canten en las torturas, porque usaban a los menores para debilitarlos, es tormento. Cuando llegan mis abuelos a buscarme me cuentan que apenas se bajan del colectivo yo salgo corriendo y me agarro a ellos con desesperación. Eso da cuenta que no estaba en un lugar agradable. Es reconocer que no solo tu mamá fue secuestrada. Nosotros también lo fuimos. El tribunal miró eso, lo reconoció eso como daño y como delito sobre todo”, dice.
El juicio de Mónica
La reconstrucción de quién fue su mamá la realizó a partir de testimonios de amigas, compañerxs de militancia, de su propia familia. Así fue tejiendo un tapiz de la memoria. Así empezó a hilar anécdotas y recuerdos cuando en el año 2006 comenzó a viajar a Rosario durante dos años una vez al mes para buscar información sobre Mónica y sus años de activismo político en el PRT. Luego de iniciar la causa y tener acceso a los expedientes judiciales, Carina se encontró con la declaración que había dado su tía en 1978 y en la que relataba de qué manera ella, siendo una niña, le contó cómo esos hombres le pegaban a su mamá. “Es decir, eso no solo había sido una narrativa familiar. Figuraba en un expediente. En el 2006 yo no tenía expectativa de que llegue a juicio, yo buscaba información para saber pero al tiempo, esa causa tenía un expediente que llevaba como nombre en la carátula “Mónica Cappelli y otros”, porque incluyeron a todas las víctimas de la masacre y sentí una responsabilidad muy grande”.
Cuando supo que la causa finalmente llegaría a juicio oral y público, Carina sintió un primer gran alivio. “Ya no me importaba qué pasara después, fue sentir que habíamos llegado”. El día de la apertura viajó a Rosario con una serie de postales y prendedores tejidos que tiempo antes preparó especialmente junto al Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba para difundir el juicio en su provincia y contar quién era Mónica Cappelli. Hablar de su mamá desde el amor. ¿Qué hacía? ¿Qué cosas le gustaban hacer? Humanizarla, ponerle un rostro pero sobre todo, narrarla desde la memoria presente de su familia y amigos. “No es solo decir quién era, sino cómo interpela su ausencia en todos los ámbitos de la vida, por eso la postal está pensada desde distintos puntos de vista. Las postales apuntaban a poder transmitir estas otras partes de su historia que no se iban a relatar en las audiencias”.
La postal es un artefacto de la memoria en sí misma. Realizada de manera artesanal con hilos y botones, las postales incluyen una serie de textos además de fotos. El relato de su compañero, el Chango Tumini, de su mamá Marta, de sus vecinas, de su hija, de ella misma hablando en primera persona. “Quienes me conocen hablan de mi mirada tierna y mi sensibilidad, soy de lágrimas fáciles. También soy firme y decidida con las cosas importantes de mi vida. Los rosarinos se ríen, dicen se me escapa la tonada”.
Mónica Cappelli siendo, estando, viviendo, amando, construyendo un proyecto de vida. “Desde septiembre de 73 hasta noviembre de 82 estuve nuevamente preso sin poder verla, sin embargo hasta el secuestro de ella en mayo de 1977, no hubo muro que impidiese comunicarnos. La represión no impidió que pusiéramos en esas cartas todo el amor que nos teníamos”, escribe en el dorso de una de las postales, Humberto Tumini, su compañero.
En otra, es Carina la que le habla a su mamá. La imagen es la de ella en el presente sosteniendo una foto en color sepia junto a Mónica y su abuela el día anterior a que todo cambie. “El domingo 15 de mayo fuimos de picnic al Parque Independencia, se acercó un fotógrafo con una cámara de esas antiguas de cajón, con tela atrás. ¿Qué observó ese hombre en esas tres mujeres?. Gracias señor fotógrafo, a esa foto nos aferramos mi abuela y yo durante años”, escribe Carina. En otro pasaje, dice: “Me quedo pensando en tu herencia. ¿Qué es el amor de una madre? Dos años son un montón de upas y abrazos afirmaron mis amigas que saben de ser madres”.
Las postales se anexaron como prueba en la audiencia en la que declaró, en octubre de 2022, dando cuenta del recorrido que como familia tuvieron que transitar buscando a su mamá, intentando saber qué pasó, por dónde pudo haber estado. “Se me aparecían todas las imágenes, todos los años de mi vida condensados. Tuve tres días que no dormía, era como que me aparecía una voz que me decía que tenia que contar tal cosa, y entonces me lo anotaba en el celular, y después me senté a estructurar año por año todo lo que hizo mi familia. Cómo fue la búsqueda”. Armar todo ese derrotero fue muy difícil, cuenta Carina. Remover recuerdos, sensaciones, momentos. “Un viaje al pasado”, dice. Pero su testimonio también incluyó otra dimensión en su vida: la de ella como víctima.
“Yo quería dar cuenta ante el Tribunal de lo que significa la figura de la desaparición; la impunidad y sus efectos y todo lo que tiene que ver con los silenciamientos, los miedos. Cómo el Terrorismo de Estado me afectó a mí. Mi mamá no tuvo derecho a la vida, no tuvo derecho a un juicio. Mi papá tampoco, estuvo 10 años preso porque ellos quisieron. Lo secuestraron, lo torturaron y en este contexto, que un Tribunal pueda decir que todo eso está mal, es fundamental”.
El segundo gran alivio de Carina llegaría después de dar su testimonio frente al tribunal al que interpeló diciendo: «a ustedes, como jueces, les corresponde hacer Justicia”. Fue como quitarse una enorme y pesada mochila de encima. Ese día en Córdoba, sus compañeros y amigos encendieron velas en un altar colectivo que elaboraron especialmente en una sala del Archivo Provincial de la Memoria con objetos, una máquina de coser, prendedores, un pañuelo blanco que dice Familiares, y fotos de Mónica. “Interpelar al Tribunal estuvo bueno y me quedé con esa sensación, la de dejar una mochila gigante. Ese alivio me duró meses porque dije todo lo que quería decir”. Al poco tiempo, un emotivo homenaje a Mónica se realizaría en la Facultad de Letras donde su nombre está grabado en una placa. “Fue muy emotivo porque a esa actividad pudieron ir sus amigas, sus compañeras, fue como un cierre del juicio pero en Córdoba”.
Tejer hasta la memoria siempre
Una postal que recorre 400 kilómetros. Un prendedor que se lleva fuerte en el pecho. La imagen de Mónica siempre joven. Un altar con velas encendidas. Una máquina de coser. Libros subrayados por ella misma. Las lecturas de Mónica: Artl, Rulfo, Sausurre. Mónica Cappelli amaba leer, fue una de las fundadoras de la biblioteca de su grado cuanto estaba en la primaria. Estudió Letras y le quedaban solo seis materias para recibirse cuando dejó la carrera para mudarse a Rosario e integrarse a la militancia política en el PRT-ERP. Mónica también tenía otra pasión: la costura, el bordado. Tejer. “Yo he hecho muestras donde he retomado hilos, botones, resignificándola”, cuenta Carina. Mónica hizo de la ternura un arma cargada de lucha. Mónica está presente en legajos universitarios, en postales, en fotos que cuelgan junto a tantos otros desaparecidos por la dictadura genocida, en placas recordatorias, en prendedores de lana, en jazmines ofrendados al río Paraná. En un cartel que recuerda a las víctimas de la Masacre de las Verbenas. En flores que son memoria, en tejidos que resisten más allá del olvido, de la impunidad, del negacionismo, de la crueldad.
Mónica está presente en cada grito de justicia y en el alivio de su hija después de escuchar dieciséis veces la palabra culpable, la que retumbará en su cabeza como huella imborrable de una condena histórica.