Norma Cabrera se convirtió sin querer queriendo en emblema de la lucha contra el modelo extractivista en Argentina. Sus primeras denuncias allá por 2015 terminaron convirtiéndose en la primera imputación penal por contaminación con agrotóxicos en la provincia de Santa Fe. Su vida podría discurrir mansamente entre animales, verduras orgánicas, mandalas tejidos, mates y atardeceres. Aquella vieja postal de la vida tranquila (y abnegada) en el campo se volvió fábula: al objetivo de los mortales de hacer lo indispensable para ser y estar en el mundo, Norma le tuvo que sumar las tareas necesarias para hacer posible la vida: la suya y de su familia, la de sus plantas y animales. Una historia con mucho glifosato y con mucha resistencia: la de los transgénicos y la de Norma, que sin querer queriendo pelea por la vida del planeta Tierra.
Fotos: Edu Bodiño
– Desde que Mosca empezó a fumigar siempre lo hacía con viento norte. Y dale con el viento norte. Era un olor que no se aguantaba. Tiraba el veneno que venía para el pueblo porque estamos todos para este lado. Pero para él no era nada. Después venían los gusanos que cruzaban la calle, agarraban la quinta y se comían todo. Cuando las gallinas se comían a los gusanos, quedaban todas echaditas así. Cuarenta gallinas se murieron-.
Norma Cabrera le chista al perro que ladra y ladra ante la llegada del extraño. El ladrido agudo y enfático se va espaciando y el perro pierde el protagonismo rápidamente. Norma está parada en la puerta de su casa. A un lado, la ventana con sus plantines. Más arriba la persiana levantada deja ver cómo cuelgan del lado de adentro dieciocho mandalas de diversos colores tejidos a mano de Norma. Sobre la mesa hay una manta a medio hacer. Y entonces los indicios se van tramando: Norma teje mandalas, mantas y luchas. A lo largo de la crónica se irán sumando las otras cosas que Norma hace a mano. A modo de tráiler cinematográfico: con sus manos cría animales, hijos y verduras; con sus manos siembra semillas, historias y esperanza; de sus manos germinan dolores, achaques y resistencias.
– Donde hay una bandera es mi casa-, advierte Norma cuando indica su dirección de calle La Plata al 1700, en Cañada de Gómez, cabecera del Departamento Iriondo ubicada 75 km al noroeste de Rosario, a 200 km de la ciudad de Santa Fe y a 400 km de la Capital Federal. Hasta llegar a su bandera hay que atravesar la ciudad en dirección sur-norte. Las construcciones se van raleando y empiezan a ganar preponderancia visual los tonos verdes de los árboles y las plantas que están pasando el invierno. Los campos bordean y rodean a la zona urbana. En el caso de la familia Cabrera, la distancia al campo fumigado son los escasos metros que tiene la calle de tierra. Una calle los separa.
En la entrada del terreno de Norma flamea a media altura la insignia patria nacional. Justo debajo de la celeste y blanca hay otro emblema distintivo que está colgado de manera apaisado entre dos tirantes. Además de ser referencial, el cartel de recepción refleja una pertenencia identitaria y funciona como advertencia: ´Los agrotóxicos nos enferman, el veneno está en nuestra mesa. Queremos un ambiente sano y puro, por eso…Paren de fumigarnos´. A lo largo de unos tres metros esta imploración se completa con la foto de un mosquito fumigador, el símbolo vial de prohibido avanzar y la imagen de una calavera que echa por tierra cualquier metáfora. El escenario de recepción de la casa de Norma se completa con una oveja que está echada sobre el suelo debajo de la bandera flameante. El primer sonido que se escucha al llegar a la casa de Norma es el balido de una oveja.
– Tardé en contestar el mensaje porque hoy nacieron mis bebés-, cuenta Norma, mientras muestra una foto de sus bebés: nueve cachorros de su perra pit bull. Norma y los animales: está preparando un cordero asado para una visita que recibirá mañana. Generalmente las personas se cambian de acuerdo a la ocasión. La ropa de trabajo de Norma es una remera estampada. “Yo en las notas me pongo mi remera”, aclara, mientras muestra el frente donde se ve la imagen del mismo mosquito que está en el cartel de entrada. Ella lleva la lucha impresa en su vestuario. En el dorso de la remera, la firma: Paren de Fumigar.
– Ese es el famoso campo fumigado-, Norma señala frente a su casa. “Nos fumigaban hasta la alcantarilla. Después de que yo denuncié pusieron las plantas esas, la barra forestal. Teníamos 3.000 metros de resguardo y cuando yo denuncié lo bajaron a 150. Después ganamos una cautelar que aleja las fumigaciones a 500 metros”. Las situaciones que Norma va anticipando se irán desarrollando más abajo en la crónica.
– Está bueno que se dé la oportunidad para poder contar todo esto. Porque acá no es fácil. Vení, pasá, estábamos mateando con mi mirado.
***
Entre el nacimiento y la muerte transcurre la vida. La de Norma empezó en el Hospital Centenario de Rosario el 12 de junio de 1974. Ocho años después siguió en Cañada de Gómez cuando sus padres consiguieron trabajo y se mudaron a esta ciudad del sur santafesino. Vivían sobre el arroyo, en la zona sur de Cañada. Con su papá criaban vacas, conejos, gallinas, pollos y chanchos. Los tambos eran lugares cotidianos para Norma ya desde su primera infancia en Rosario. Su relación íntima con los animales viene desde entonces. En Cañada siguió ordeñando vacas y repartiendo leche con su papá.
La infancia trabajando se fundió con una adultez anticipada. “A los doce años ya me fui de mi casa. Lo conocí a mi marido y me fui”. Desde aquel momento Norma vive en la misma casa de calle La Plata, esa en la que hoy flamean las banderas, aquella casa que era de sus suegros, la misma casa en la que fueron construyendo con su marido, aquella casa en la que empezó viviendo en una piecita con una ventana, la misma ventana por la que entró el veneno que le desfiguró la cara aquella noche de verano. Pero antes de ese primer episodio pasarían algunas cosas: cuando se conocieron, quien sería su marido le preguntó a Norma la edad, ella dijo doce y cuando fue a buscar la libreta de casamiento para mostrarle se dio cuenta que nunca la habían anotado; a los catorce Norma quedó embarazada; su papá la encerró en el Hogar de madres solteras de Rosario; a los dieciséis su suegro logró que la anotaran cuando fue a decirle a su papá que si no la reconocía, Norma llevaría su apellido; a los dieciséis quedó embarazada de su hija. Y así seguiría la vida de Norma entre animales, plantas y embarazos.
Tres de sus seis hijos actualmente viven con ella y con su marido. Su hija vive a tres cuadras y los otros dos están en Bandera y en Pozo Borrado, trabajando en los campos del norte santafesino. “Cuando yo denuncié a mis hijos los dejaron sin trabajo automáticamente. Ahora está el cartelito chiquito afuera pero antes iba de punta a punta. Ponía los carteles defendiendo el agua, la salud, nuestras vidas”.
“Amo todo lo que sea de granja, de espacios verdes, de criar animales”. A Norma le encanta estar en su casa, hacer sus plantas, su huerta, tejer, ver los atardeceres. “Me gusta todo esto y por eso lo voy a defender. Lo único que quiero es que no nos fumiguen más”.
La última cena
– ¡¿Qué tenés Norma?!
La noche del 28 de noviembre de 2015 hacía calor. El ventilador giraba y la ventana estaba abierta de par en par. La despertó el olor a podrido que inundó la habitación.
– ¡¿Qué tenés Norma?!-, le preguntó espantado el marido cuando ella prendió la luz. La imagen desfigurada era la de Norma hinchada hasta las orejas. De los pezones le salía sangre. Ella dirá: “Era un monstruo. Nunca me miré al espejo de repente, nunca relacioné que ese agroquímico nos podía hacer algo. Porque no sabía. Después empecé a rascarme y se me floreció todo”.
Ese día Norma fue al dispensario del barrio Mercantil para ver a su clínico de cabecera. Le explicó lo que había pasado, le contó cómo se sentía. La respuesta fue: `Debe ser el efecto de los agroquímicos porque no te pasa más nada´. Le dio unas pastillas para que tome y le hizo un certificado donde vinculaba su cuadro con la fumigación. El campo en cuestión, cuenta Norma, siempre fue fumigado. Pero hasta el 2015 eran otras las personas que lo trabajaban. Norma supone que antes tiraban menor cantidad de veneno. Lo concreto es que su cuerpo empezó a hablar desde 2015 cuando Jesús Gilberto Mario Mosca le alquiló el campo al dueño, Carlos Pellegage.
La historia de Norma fue cambiando cuando supo que no estaba tan sola como creía. Emergía con fuerza aquella máxima de que el saber es poder. “Me enteré que había un montón de gente, que había una lucha por el tema de los agroquímicos y las fumigaciones. Yo no sabía, no conocía”. El dato saliente: en la provincia de Santa Fe es la primera imputación penal por el delito de contaminación con agrotóxicos.
Desde entonces, la escena se repetiría: cuando Mosca fumigaba el viento buchoneaba y el registro de cada fumigación aparecía en el cuerpo de Norma y en el de su familia. También se repetiría la secuencia de Norma yendo al dispensario. Ella se fue llevando los certificados y un tiempo después el médico se los pidió, aduciendo que no debería haber relacionado su cuadro con los agrotóxicos, que él era médico hasta cierto punto y que no podía establecer ciertas relaciones. Norma no le devolvió los certificados. “Doctor, me extraña que me diga esto”, recuerda que le dijo. “Él después se dio cuenta todo lo que yo estaba viviendo, lo que estaba pasando. Cada vez que fumigaba Mosca era la misma cantaleta. Era la Norma para acá, la Norma para allá, la negra de mierda que quería plata de Mosca, la loca era la Norma, la que hacía quilombo era la negra, así todo el tiempo”.
Norma había comprado una tanda de cuarenta gallinas ponedoras. Cuando fumigaban enfrente, los gusanos cruzaban la calle escapando con el veneno a cuestas. Comían lo que encontraban en la quinta de Norma y después, cuando las gallinas se los comían, pasaban a ser un nuevo eslabón en la cadena alimenticia. Ese plato era la última cena de las gallinas: al ingerir a los gusanos fumigados caían redondas.
– Si fumigaron, fuiste-, le dijo a Norma el veterinario cuando le contó lo que pasaba. “Las chanchas abortaban espontáneamente, largaban el lechón con la bolsa y se secaba. Las ovejas lo mismo. Abortaban todos los animales. Tengo videos donde se ve a la policía mirando cómo fumigaba. No hicieron nada para pararlo. El vecino que es mi testigo salía a la calle y gritaba que por favor pararan. A él se le murieron los gatos”.
Consecuencias y Causas
Junto con las fumigaciones empezaron las denuncias. Los estamentos en los que empezó la peregrinación de Norma: la comisaría, la unidad fiscal local del Ministerio Público de la Acusación, el Concejo Municipal de Cañada de Gómez y la Municipalidad, que es la autoridad local de aplicación que debe resguardar la salud y la integridad física de las personas, entre otras cosas, controlando que las prácticas agrícolas se desarrollen de acuerdo a la legislación vigente. “No es fácil la historia de Cañada de Gómez. Desde el 2015 vengo denunciando pero mis denuncias quedaban encajonadas. Yo siempre pedía los papelitos, la fotocopia de las denuncias”.
– ¿Adónde más podemos ir a denunciar?-, le preguntó una tarde Norma a su marido. Ya no sabían qué hacer, estaban cansados y sentían que no les quedaban puertas por golpear. Aprovecharon el televisor con internet y googlearon la duda: pusieron las palabras ´paren de fumigarnos´. Y así les apreció la ONG de Santa Fe, Paren de Fumigarnos, una multisectorial que nuclea a una treintena de organizaciones sociales que junto a diversos gremios y grupos de vecinos autoconvocados de la provincia se organizan frente al modelo agroindustrial extractivista, denunciando múltiples situaciones e impulsando un paquete normativo que pretende preservar la vida.
Esa fue la primera vez que Norma tuvo una respuesta, cuando se conectó con el Paren a través de Carlos Manessi, referente de la multisectorial “Ahí me comuniqué con Don Carlos. Después fui conociendo a más gente y a mi abogado. Y así fue cambiando un poquito mi historia”. La historia de Norma fue cambiando cuando supo que no estaba tan sola como creía. Emergía con fuerza aquella máxima de que el saber es poder. “Me enteré que había un montón de gente, que había una lucha por el tema de los agroquímicos y las fumigaciones. Yo no sabía, no conocía”. Norma dice “sacarse el sombrero” por “la familia” que tiene. Con la fuerza que tiene la palabra familia se refiere al vínculo que supieron forjar. “Mi familia prácticamente no existe, nunca tuve apoyo de nadie, me metí solita. Siempre digo que mi familia es el Paren”.
Sobre el cierre de la campaña previa a la elección PASO en Santa Fe, Carlos Manessi (Pre-candidato a Senador por el Frente Amplio por la Soberania en el Dpto. La Capital), se toma unos minutos para contar su relación con Norma. “Hace seis o siete años que la conozco. Nos enteramos que había en Cañada de Gómez una vecina que venía denunciando las fumigaciones. La fuimos a visitar para ver cómo era la historia, qué estaba pasando. Estuvimos almorzando en su casa. Conocimos su situación, es una familia muy humilde que está justo enfrente de un campo que fumigaba con agrotóxicos. Yo la vi cuando estaba realmente muy enferma”. Carlos dice que a partir de que se pudo intervenir, la salud de Norma se normalizó mucho pero que en su momento estaba muy mal. También cuenta que Norma participa en los plenarios de la multisectorial. “Va a Rosario, ha venido a Santa Fe. Para nosotros es una referencia importante por su lucha, por su resistencia, por su forma de resistir”.
Los papelitos de las denuncias que fue juntando Norma desde 2015 son los que recibió Rafael en 2018. Rafael Colombo es Abogado Ecologista y hace más de diez años que se especializa en derecho ambiental. Integra la Asociación Argentina de Abogades Ambientalistas (AAdeAA). Además, es docente universitario y asesor parlamentario. Junto a Lucas Micheloud -Co-director ejecutivo de la (AAdeAA)- representa legalmente a Norma. Rafael vive en Buenos Aires pero trabaja mucho en Rosario y Santa Fe, donde también tiene a su familia. “Como Asociación trabajamos del lado de las comunidades y los territorios que están dando la lucha en la Argentina profunda, no solamente contra el agronegocio sino contra el extractivismo hidrocarburífero y contra la megaminería”, describe a modo de pantallazo.
Rafael rebobina al 2018, momento en que se enteraron del caso y tomaron cartas en el asunto. Dice que lo que terminó visibilizando el drama de Norma y su familia, su granja y sus animales, fue la situación de denegación de justicia en la que ella se encontraba. “Con sus denuncias había interpelado a todos los poderes del Estado y en ninguno de los casos obtuvo respuestas que estuvieran siquiera cerca de ajustarse al marco normativo de protección que deben administrar estos organismos estatales ante una situación tan escandalosa como la que ella estaba viviendo”. Desde ese momento, junto al Paren de Fumigarnos decidieron intervenir inicialmente en las mismas direcciones en las que Norma había ido sin suerte.
Cuando fumigaban enfrente, los gusanos cruzaban la calle escapando con el veneno a cuestas. Comían lo que encontraban en la quinta de Norma y después, cuando las gallinas se los comían, pasaban a ser un nuevo eslabón en la cadena alimenticia. Ese plato era la última cena de las gallinas: al ingerir a los gusanos fumigados caían redondas.
El 10 de octubre de 2018 presentaron una denuncia penal ante la Unidad Fiscal de Cañada de Gómez, en la cual denunciaron a Jesús Mosca, arrendatario del campo, ´por ser penalmente responsable por el delito de lesiones (artículo 94 del código penal) en concurso ideal con el delito de daño agravado por la utilización de sustancias venenosas (artículos 183 y 184) y el delito de contaminación del medio ambiente o atmosfera de un modo peligroso para la salud (artículo 55 de la ley nacional n° 24.051 de residuos peligrosos)´. En el mismo sentido denunciaron a Miguel Aranda, empleado de Mosca y aplicador material de las fumigaciones, a quien se le imputan los mismos delitos que a Mosca, a los que se suma el delito de amenazas contra Norma.
En esa presentación también figuraba como denunciada la intendenta de Cañada de Gómez, Stella Maris Clérici, por el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público. Rafael comenta que esa línea de investigación no prosperó. La que sí avanzó fue la denuncia contra Mosca, Aranda y contra el propietario del campo, Carlos Pellegage. En la denuncia se consigna que los productos utilizados para fumigar tienen algunas de las principales características que los tornan “riesgosos” para la salud pública y el ambiente: la inflamabilidad, la corrosividad, la reactividad, la toxicidad y la infecciocidad.
Cuando se creó la Unidad de Delitos Ambientales del Ministerio Público de la Acusación (MPA) mediante una resolución de la Fiscalía General, la causa pasó a estar bajo esta órbita. Rafael destaca el “excelente trabajo” que desde entonces viene haciendo la fiscalía a cargo del doctor Matías Ocariz, Junto con Pablo Lanza y Darío Monti, “promoviendo la acusación formal y el avance de la investigación penal” trabajando estrechamente con la parte querellante. El dato saliente: en la provincia de Santa Fe es la primera imputación penal por el delito de contaminación con agrotóxicos.
Matías Ocariz es el jefe de la Unidad Fiscal Especial de Investigación y Juicio N° 204 del MPA, en la cual se encuentra la causa penal que investiga estos delitos ambientales caratulados como `contaminación ambiental de un modo peligroso para la salud`. Además, el fiscal Ocariz integra la Red de Fiscales especializados en delitos ambientales. En diálogo con enREDando, reconstruye: “Esto arranca hace mucho tiempo con las denuncias que empezó haciendo Norma. El campo está dividido por una calle, serán ocho o nueve metros desde el alambrado del campo hasta el alambrado de su casa. Le pasaban con el mosquito prácticamente por la puerta. Fue haciendo varias denuncias, adjuntando pruebas. Cuando nos pasaron la causa a nosotros, empezamos a trabajar bien fuerte y llegamos a imputarlos y a pedir un cese de estado antijurídico”.
Efectivamente, a partir del trabajo de la fiscalía y la representación de la querella, lograron una medida cautelar que implica un cese de estado antijurídico. Nuevamente el dato es significativo: es el primer cese de estado antijurídico en la provincia por una causa penal donde se imputan este tipo de delitos ambientales. La cautelar establece una zona de amortiguación (buffer) de 500 metros en los cuales no pueden fumigar bajo ninguna circunstancia. El doctor Ocariz explica el impacto: “Es una franja de 500 metros a lo largo de todas las hectáreas del campo. Esa área de amortiguación la están respetando”. El fiscal detalla que por fuera de esos 500 metros, la cautelar estipula que deben aplicar las buenas prácticas que tienen que ver con fumigar con determinado tipo de clima, determinado viento, a determinados horarios. Al respetar esas condiciones se pretende evitar que se produzca la inversión térmica, un fenómeno que hace que la gota que cae del mosquito de fumigación después suba y empiece a viajar hacia otros lugares. Ese fenómeno está atado a las condiciones climáticas relacionadas con la humedad, el viento y la temperatura, entre otras. Por esto, se contempla que antes de fumigar deben tener la autorización de un ingeniero agrónomo.
La causa está en investigación penal preparatoria y en una situación cercana a la acusación. Mosca y Aranda ya están efectivamente imputados como responsables. La medida cautelar fue ratificada en dos instancias luego de que la defensa apelara el cese de estado antijurídico haciendo un planteo de incompetencia al que los jueces de primera y de segunda instancia no hicieron lugar. Después se presentaron ante la Corte Suprema de Justicia de la Provincia donde tampoco le hicieron lugar al planteo. Finalmente, debieron desistir de la apelación.
En la causa se adjuntan todas las denuncias donde se detalla día y hora de cada fumigación. El material probatorio es contundente. Se presentan, entre otros documentos: constancia del legajo médico donde se constatan las distintas afecciones y síntomas; fotos y filmaciones de las fumigaciones realizadas como también de los animales de granja fallecidos y de los daños contra la producción de hortalizas; análisis clínicos y diagnóstico por imágenes; muestras de agua, de tierra y de sangre que se han llevado a cabo en el marco de los peritajes de la investigación penal. Resume Rafael Colombo: “La idea es que podamos avanzar con un juicio en donde se logre la condena efectiva por los delitos cometidos y los daños generados sobre Norma. Ella ha vivido un calvario desde el punto de vista sanitario, con falencias en su sistema nervioso y otros problemas de salud muy serios que están íntimamente ligados a la práctica indiscriminada e irresponsable de las fumigaciones con agrotóxicos”.
Bandidos rurales
Segundo David Peralta, alias Mate Cosido, fue conocido como “el bandido de los pobres”. Les robaba a firmas como Bunge & Born, Dreyfus y La Forestal, explicando que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino. Martina Chapanay, guerrillera de San Juan, compartía el botín de sus robos con las personas más humildes. Una de sus hazañas más recordadas fue haber vengado la muerte de Chacho Peñaloza. Juan Bautista Bairoletto, otro célebre bandido rural recordado como el Robin Hood de las Pampas. Y así tantos otros personajes populares que componen la historia nacional.
Aquellos bandidos de fines del siglo XIX y principios del XX tenían fama de justicieros, resistían la concentración de la riqueza y el llamado progreso de un país en expansión. Podría pensarse que hoy los neo bandidos rurales tienen objetivos opuestos al de aquellos personajes legendarios con los cuales sin embargo comparten dos características: el escenario de la ruralidad y el hecho de estar en muchos casos fuera de la ley, como en el caso de los señores Mosca y Aranda y de tantos otros fumigadores seriales (cereales), aquellos dueños y arrendatarios de los campos que viven en la trampa con un objetivo personalísimo: llenar sus bolsillos y sus cuentas bancarias. La modalidad: extraer y exprimir la riqueza y la vida de los territorios y las comunidades. La alianza necesaria: desarrollar estas prácticas espurias en tándem con los poderes de turno de las localidades y el lobby del agronegocio. La operatoria: valerse del paquete integrado por los organismos genéticamente modificados (OGM), el monocultivo, la siembra directa y la millonada de agrotóxicos desparramados en suelo nacional.
Norma no tiene cáncer pero tiene muchas otras cosas que no quisiera tener, que nadie quisiera tener. Ella preferiría “parir un pibe”. Lo que no elije Norma: haber sido operada de la rodilla; la vergüenza que le da tener que andar rascándose delante de la gente por la picazón que le genera la alergia; andar rengueando con el bastón cuando la artrosis deformante le agarra los huesos.
Las últimas estadísticas referidas al mercado de agroquímicos publicadas por la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE) son del 2012. CASAFE nuclea a una treintena de empresas que concentran el mayor volumen de venta de agrotóxicos en la Argentina, representando al 85% del mercado agroindustrial local. Por eso los números que aporta son significativos. La perspectiva de la magnitud la aporta el crecimiento exponencial a lo largo del tiempo: 151,3 millones de kilogramos o litros de productos comercializados en el año 2002 que pasaron a 225 millones en 2008 y a 317 millones en 2012. Un informe del INTA publicado en octubre del año pasado, titulado ´Los productos fitosanitarios en los sistemas productivos de la Argentina´, actualiza los números que la CASAFE dejó de publicar. En las 36 millones de hectáreas cultivadas en Argentina anualmente se diseminan al menos 580 millones de litros de agrotóxicos, lo que convierte a nuestro país en el que mayor cantidad de agrotóxicos consume a nivel mundial, con una media de 12 litros de agrotóxicos por habitante por año.
En estas historias, acaso en todas, los cuerpos hablan. Entonces, ¿qué dicen los cuerpos?
Norma le pone humanidad a los números. Dice que “hay que ser fumigado para contarlo, para saber cómo es tu cuerpo, cómo te sentís. Si te duele algo, tu cuerpo te avisa. Y por algo te está avisando”. Cuenta lo que le dijo a la jueza de Rosario: “No quiero morir de cáncer. No quiero tener un cáncer que me lo provoquen los agroquímicos”. Norma no tiene cáncer pero tiene muchas otras cosas que no quisiera tener, que nadie quisiera tener. Ella preferiría “parir un pibe”. Lo que no elije Norma: haber sido operada de la rodilla; la vergüenza que le da tener que andar rascándose delante de la gente por la picazón que le genera la alergia; andar rengueando con el bastón cuando la artrosis deformante le agarra los huesos.
“Es una cosa de locos. Yo no estaba dolorida por nada. Tengo 49 años y sufro todas estas consecuencias de los agroquímicos porque al señor Mosca le gusta tener su campo fumigado, su plata, su soja, su trigo, su maíz. La avaricia que tienen, no miran al otro. Y tampoco a ellos mismos, porque no se cuida ni ellos. Sólo le importan los dólares”.
En el mercado argentino existen 5387 productos formulados registrados en el SENASA. El glifosato es el agroquímico más utilizado, concentrando el 64% del total de las ventas y representando el 76% del total de productos químicos utilizados para el cultivo de soja. Ya en 2014 una investigación elaborada por el Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, evidenció que estas sustancias tóxicas también se evaporan y caen con las lluvias. En la provincia de Santa Fe hay 3,5 millones de hectáreas de transgénicos en las que se aplican 80 millones de litros de agrotóxicos.
A Norma el glifosato le corre por las venas. Y no hay metáfora. Cuando en el marco de la investigación penal se realizaron los análisis correspondientes, se constató la presencia de agrotóxicos en su cuerpo. “Se encontró glifosato en agua, en tierra y en la sangre y orina de la víctima”, comenta el fiscal Ocariz, al tiempo que detalla que en la zona de amortiguación que establece la cautelar se fue encontrando en los charcos glifosato en degradé. “En una especie de laguna que hay en el lugar, en el jardín mismo de Norma, en un montón de lugares se encontró la presencia de glifosato”. Norma sintetiza: “Todos los agroquímicos que Mosca echaba en el campo yo los tengo en el cuerpo”.
Con respecto a la relación causal entre los agrotóxicos y su impacto en la salud, el fiscal Ocariz explica que “hay una gran división en la literatura científica que trata el tema”. Sin embargo, aclara que lo que deben demostrar es el delito de contaminación ambiental y el peligro para la salud. “No tenemos que demostrar el daño en la salud sino el peligro. En ese sentido estamos bien probatoriamente”. Dentro del expediente de la causa se han circunstanciado y acreditado al menos 10 episodios de fumigación, la mayoría de ellas con apenas 15 metros de distancia entre el límite del inmueble rural y la residencia de la familia Cabrera. A su vez fue considerado un informe que lleva la firma del Dr. Damián Verzeñassi, director del Instituto Socio Ambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, como así también las investigaciones del Ing. Miguel Tomassini.
En la provincia de Santa Fe se han realizado una serie de estudios que convalidan la relación entre aplicación de herbicidas como el glifosato y la proliferación de enfermedades como el cáncer. En este sentido, los campamentos sanitarios que se realizaban en la UNR como práctica final de Medicina recorrieron diversas localidades santafesinas de menos de 10 mil habitantes en las cuales fueron registrando un incremento exponencial anual de los casos de cáncer. Entre 2010 y 2019 realizaron 40 campamentos sanitarios. De ese total, se seleccionaron ocho pueblos para analizar los resultados en un estudio publicado por la revista científica Clinical Epidemiology and Global Health, titulado ´Incidencia de cáncer y tasas de mortalidad en localidades rurales argentinas rodeadas de tierras agrícolas tratadas con plaguicidas´. El ruido de las alarmas aturde: en pueblos de Santa Fe rodeados de agroquímicos, la probabilidad de contraer cáncer es 2,5 veces mayor a la media nacional.
Como mata el viento norte
“Cañada está muy cerrada a los agroquímicos. Los médicos no están en este tema”, advierte Norma. A pesar de los ríos que suenan -son más de 600 los trabajos científicos que advierten sobre los riesgos que representa el glifosato para la salud humana y el ecosistema- Norma aclara que nadie establece las relaciones entre las fumigaciones y las enfermedades. En su caso ni el ginecólogo, ni el traumatólogo ni el alergista unían con flechas las consecuencias con las causas. “Tenemos mucha gente enferma de cáncer”. Además, se refiere a los depósitos de agroquímicos que hay en la ciudad. Destaca el caso de NOVA, empresa que formula y comercializa, entre otros productos, coadyuvantes, inoculantes, herbicidas, fungicidas, insecticidas, bioestimulantes foliares y repelentes para silo bolsa. Esta empresa nacida en Cañada de Gómez ahora está ubicada sobre la ruta pero antes estaba en el casco urbano, en las calles Alem y Centenario. “Sacaban los envases de agroquímicos como si fueran pack de gaseosas. Saqué fotos y con el tiempito (las denuncias) se fueron”. Norma apunta que el depósito de Ruralco S.A., también sobre la ruta 9, está muy cerca de las escuelas.
Norma no ha cambiado su médico de cabecera porque tiene confianza y porque es el único médico diabetólogo que hay en Cañada de Gómez. Pero un día a través de un contacto en común conoció a Jorge, médico ambientalista que atendió a Fabián Tomassi, quien sintetizó en su cuerpo la resistencia y los estragos que causan los venenos del agro. Lo fue a ver a Buenos Aires, charlaron, él le explicó el impacto de los agroquímicos en las personas. Después le dio un tratamiento, gracias al cual pudo volver a caminar sin el bastón. Una vez por año Norma vuelve a viajar para repetir el tratamiento. Dice que con Jorge hasta hicieron linda amistad.
En la provincia de Santa Fe hay 3,5 millones de hectáreas de transgénicos en las que se aplican 80 millones de litros de agrotóxicos. A Norma el glifosato le corre por las venas. Y no hay metáfora. “Todos los agroquímicos que Mosca echaba en el campo yo los tengo en el cuerpo”.
“Han pasado muchos momentos, muchas cosas”, dice Norma, intentando resumir una historia de capítulos infinitos. “Se me hizo un prolapso vaginal. Lo tuve ocho meses, me lo tenía que refrescar para que vuelva a la normalidad”. El prolapso uterino ocurre cuando los músculos y los ligamentos del suelo pélvico se estiran y debilitan hasta el punto de que ya no proporcionan suficiente sostén al útero. En consecuencia, el útero se desliza hacia la vagina o sobresale de ella. “Como cuando una vaca va a parir”, compara Norma. “Un día me levanto y hacé de cuenta que tenía testículos. Ahí me arruinó para siempre porque después me empezaron a cortar los labios de la vagina cuando se llenaban de pus. Dos por tres se me inflama”.
“Me sentaba afuera y lo veía al mosquito que fumigaba. Era una burla, yo ponía los carteles y él pasaba con la chata como si tuviera que tener miedo. Pero no, yo seguía mi vida, haciendo mis cosas. No le tengo miedo a Syngenta”. El coraje de Norma probablemente tenga que ver con su convicción de que la lucha no es sólo por ella y su familia. “Lo tenemos en la mesa todos los días, comemos todo con agroquímicos”. Los dichos de Norma son respaldados por la Agencia de Seguridad Alimentaria de la Provincia de Santa Fe (ASSAL), entidad que emitió un comunicado advirtiendo que ´el 30 por ciento de las verduras y frutas analizadas presenta irregularidades respecto a la presencia de agroquímicos´. “No tenemos más nada sano”, continúa Norma. “Lo único sano que podemos hacer es la huerta en casa”. Pero cuando el viento norte hace llegar a la huerta la aspersión del veneno, o cuando llega a través de la contaminación de las napas freáticas, el callejón sin salida se hace más angosto. En once palabras: “A mi huerta le caía el veneno y se secaba todo”.
Lo que no pudo secar el veneno fue la bronca de Norma, quien después de tres años de mucha denuncia y poca respuesta juntó todos los papeles y se los llevó a Carina Mozzoni, por entonces presidenta del Concejo Deliberante. Le explicó la situación y le preguntó por qué no cuidaban al pueblo cañadense. En ese momento supo que había una ordenanza de 1985 que estaba vigente y que establecía un marco protectorio en principio inmejorable: la ordenanza 1.748/85 fija que `dentro de la zona urbana determinada en el plano oficial del municipio y hasta una distancia no menor de 3 kilómetros de aquella en todos sus rumbos, queda prohibida la elaboración, el fraccionamiento, almacenamiento, mezcla, expendio y aplicación de biocidas en general en todas sus formas, que se empleen en las prácticas agropecuarias e industriales ya sean como herbicidas, fungicidas, acaricias, insecticidas, y toda otra denominación, siendo esta enunciación meramente enunciativa y no taxativa´.
En ningún pueblo fumigado del núcleo sojero santafesino existe una disposición que tenga ese alcance restrictivo. El abogado Rafael Colombo pone en su contexto a la ordenanza de mediados de los años ochenta: “Todavía no estábamos en el boom biotecnológico de la soja transgénica que arranca en 1995”. En el marco de la visibilización pública que fue tomando el caso de Norma al interpelar a los distintos poderes del Estado, cuando los intereses agropecuarios de la zona advirtieron sobre esa situación, tomaron cartas en el asunto: el Concejo municipal, probablemente en connivencia con el aval del oficialismo gobernante, modificó la ordenanza y la zona de resguardo bajó de 3.000 a 150 metros. La explicación de Colombo: “Cualquier examen superficial desde el punto de vista jurídico indica que es una reforma inconstitucional por violar el principio de no regresión en materia ambiental. No se puede modificar una norma o una política pública, o imponer proyectos que disminuyan los estándares de protección de derechos. En eso consiste la progresividad y la no regresión conjuntamente debidas en materia ambiental y de derechos humanos”.
El equipo que representa legalmente a Norma presentó ante el Concejo un proyecto de ordenanza para prohibir en Cañada de Gómez ´la utilización y aplicación del herbicida Glifosato en todas sus variantes, tanto para uso agronómico como así también para espacios públicos y jardines particulares´.
Leyes y trampas
El 10 de octubre de 2018, mismo día en que presentaron la denuncia penal ante la Fiscalía de Cañada de Gómez, también presentaron ante el Municipio un pedido de Acceso a la Información Pública Ambiental (AIPA). Fundamentado jurídicamente en el derecho ciudadano ´al acceso a la información que compromete el medio ambiente y su calidad de vida´, es que ´debe garantizarse la posibilidad de que participe y controle las decisiones que se toman al respecto, con el objeto de, preventivamente, evitar la producción de daños que, dada la característica de los bienes involucrados son de difícil a imposible recuperación´.
Entre otras cuestiones, solicitaban información sobre ´la cantidad de superficie cultivable en la localidad de Cañada de Gómez, discriminada por hectáreas y clase de cultivos, acompañando planos y mapas correspondientes´. Al mismo tiempo pedían información acerca de ´las personas que realizan aplicación de herbicidas agrotóxicos consignando y detallando los equipos y maquinarias empleados como así también si se cumplen con las normas de seguridad básicas´.
El artículo 41 de la Constitución Nacional establece el derecho a un ambiente sano, exhortando a las autoridades ´de los tres poderes del estado, en todos sus niveles a la protección de este derecho, como así también a la utilización racional de los recursos naturales y la preservación (…) de la diversidad biológica´. Estos derechos también han sido reconocidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y en la Declaración de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente (Estocolmo 1972).
La Ley General del Ambiente 25.675 estipula que ´las causas y las fuentes de los problemas ambientales se atenderán en forma prioritaria e integrada, tratando de prevenir los efectos negativos que sobre el ambiente se pueden producir´. En la misma ley se establece el principio precautorio, el cual prescribe que ´cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces para impedir la degradación del medio ambiente´. La ley provincial N° 11.717 de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable engrosa el cuerpo normativo vigente.
El árbol testigo
En esta historia también hablan los animales y las plantas. A partir de la cautelar que aleja a 500 metros las fumigaciones que ordena Mosca y realiza Aranda, comenzó el reverdecer. Norma señala con el dedo índice: “Eso verde no estaba, era todo un desierto. Ahora que se alejaron las fumigaciones empezaron a tener vida mis plantas. El único que quedó fue el sauce que puse de chiquito y ahí está. Se bancó todas las fumigaciones”. Si no canto lo que siento me voy a morir por dentro, escribió alguna vez el flaco Spinetta. Como el fusilado que vive, el sauce es un testigo al igual que un romero que hay enfrente.
Apurada por los momentos, Norma fue gritando a los vientos; ella sólo quería tiempo en su lugar: una hectárea y cuarto donde cría animales y tiene una huerta. Antes de que le empiece a circular el glifosato en la sangre, Norma trabajaba con sus hijos limpiando casas y haciendo jardinería en las casas quinta. Le encantaba hacer las huertas pero cuando aparecieron los síntomas y los dolores tuvo que dejar de trabajar.
Además de los nueve cachorros que parió anoche una de las perras, Norma tiene algunas vacas, algunos chanchos, algunas ovejas, algunas gallinas. Dice que tiene muy pocos animales porque se tuvo que achicar, no sólo por las fumigaciones sino por las cinco denuncias que tiene en su contra. Al estar en zona suburbana no puede tener animales en su casa. Por eso está en infracción con el municipio. Le dicen que los animales molestan y que representan una contaminación. Tampoco tiene permitido hacer los plantines que forman fila en el marco de la ventana. Le dicen que para hacer esos plantines debe estar a 3.000 metros de distancia. “Tienen toda la razón pero me podían fumigar a quince metros y ellos no decían nada”. Les preguntó a los inspectores municipales que si sus animales hacen daño y contaminan el ambiente, cómo es que pueden fumigar a quince metros sin contaminar. “Atrás están las napas de agua contaminada pero yo no puedo tener a los animales en mi casa. Tenemos una barraca con dos pozos pero la intendenta y la jueza la autorizaron a trabajar. Si saco a mis animales, me sacan la barraca y todo a la redonda”, plantea a modo de negociación.
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Atravesando la casa se llega a la granja y a la huerta que están al fondo. Achicoria, rúcula, espinaca, acelga, lechuga, cebolla, ajo, zanahoria, perejil. “La mató la helada pero ahora está repuntando”. Norma ha llegado a tener ocho mil plantines pero aclara que ahora la huerta es chiquita porque recién la empieza. Actualmente reparte su tiempo entre las tareas de la casa, la quinta, los animales y la lucha contra el sistema agroindustrial. Pero también hace docencia.
– Lo de trabajar con los chicos me encanta. Van aprendiendo un montón de cosas, para ellos es algo nuevo. De ese romero saqué los esquejes para hacer con los gurisitos-. Los gurisitos son los alumnos de la escuela primaria Nº 1363 Prof. Rafael Federico Figueroa, la escuela a la que fueron hace tiempo los hijos de Norma. Y lo del trabajo al que se refiere surgió a partir de una idea que tuvo y que le comentó a Carlos Manessi.
– ¿Qué le parece a usted Don Carlos si hablo con las maestras para hacer plantines?-. La respuesta de Carlos no tardó en llegar. “Me dijo que le parecía genial”, cuenta Norma. “Se la ve muy activa con el tema de las escuelas, su granja y su huerta agroecológica. La está difundiendo por todos lados. Nos da un montón de cosas importantes para sostener nuestra campaña, es un pilar. Es una vecina que se siente afectada y que ha encontrado en la multisectorial una forma de resistir”, cuenta Don Carlos.
Con sus manos cría animales, hijos y verduras; con sus manos siembra semillas, historias y esperanza; de sus manos germinan dolores, achaques y resistencias. Actualmente Norma reparte su tiempo entre las tareas de la casa, la quinta, los animales y la lucha contra el sistema agroindustrial. Pero también hace docencia.
– Tenemos un té bingo el domingo y estamos organizando eso. Esperame que la llamo a la otra seño porque somos dos-. Mariana es maestra de séptimo grado de la escuela Rafael Figueroa y la otra seño es Vanesa, maestra de sexto.
En Cañada de Gómez hay alrededor de diez escuelas. En la N° 1363 asisten cerca de 150 chicos y chicas. El edificio es nuevo. La escuela empezó a funcionar hace veinticuatro años en una casa común a unas cuadras de donde finalmente el gobierno la terminó construyendo un tiempo después. En el salón está todo prolijo, limpio y ordenado. La quietud protagoniza la escena, como una suerte de antesala de un gran vendaval. Lo que primero salta al oído (antes que a la vista) es la ausencia de alumnos y eso sucede por el silencio que reina la atmósfera en la tarde fría y desapacible del primer viernes de julio, una semana antes del inicio de las vacaciones de invierno. ´El conocimiento nos hace libres para construir memoria, buscar verdad y justicia´, se lee en un cartel pegado en una esquina del salón al que están por entrar con sus guardapolvos Mariana y Vanesa.
Mariana tiene bordado en el bolsillo izquierdo de su delantal ´Seño Marian´. Cuenta que hace tres años tienen el proyecto institucional de la huerta en la escuela. Cada grado desarrolla una actividad diferente: cuarto hace el compost sin lombriz, quinto está por hacer el sistema de riego, en séptimo trabajan con las especias y sus funciones en la huerta. Lxs chicxs de sexto y séptimo ya están familiarizados con la huerta porque vienen trabajando desde los años anteriores. El año pasado fueron a conocer otras huertas de Cañada. Pero hasta entonces no sabían que muy cerca de la escuela estaba la huerta de Norma. “Hablamos y les comenté a las maestras que sería lindo hacer huerta agroecológica”, dice Norma. Después del llamado, en la escuela se organizaron y la fueron a visitar.
El día en que habían pactado la visita llovía pero la adversidad climática no modificó los planes. Veintiocho alumnxs de la escuela llenaron la casa de Norma y se agruparon alrededor de la mesa donde ahora se enfría el agua de la pava que quedó apoyada después de los mates que Norma tomó hace un rato con su marido. “Vinieron un día de lluvia, entraron a mi casa, trabajamos con la liga de caballo, metieron las manos, nos divertimos un montón”.
Vanesa aprendió junto con los chicos. “Nos mostró su huerta y nos contó su historia. Además nos enseñó a hacer plantines con material reciclable. Ellos los hicieron, los trajeron y se los llevaron a las casas. Esa idea después la plasmamos adentro de la escuela donde también armamos nuestros propios plantines con su ayuda”.
Hace tiempo Norma ha ido a la escuela a cocinar con los chicos. Y ahora volvió en modo huertera. “Fui a la escuela, hicimos el lombricero y los plantines”. El método de Norma es reutilizar los rollos de cartón del papel higiénico: enrolla el diario, le pone la semilla y eso lo entierra cuando va a sembrar. Así también empezaron los chicos. “Vinieron acá y no sabían lo que era hacer un plantín”. La pedagogía de Norma: “Esa semillita te da una plantita. Y esa plantita la cuidás y te la comés”. Y la ternura: “Muy lindo verlos con la sonrisa que tenían. Darles una enseñanza. Uno también aprende. Ver a un gurisito de trece o catorce años que se ensucia las manos con la liga de caballo es lindo. Después me avisaron las mamás que se fueron contentos. Los llevaron a sus casas y los cuidaron”.
En la huerta de Norma están los plantines que hicieron: son de zanahoria, ajo, cebolla, lechuga, acelga, repollo, romero y lavanda. Y en el fondo del gran patio que tiene la escuela está la huerta que viene creciendo desde la raíz. Mariana explica que, a diferencia de otras instituciones, cuentan con el espacio para poder trabajar. Comenta que se reunió con el secundario y con otra escuela primaria que también quiere implementar la huerta. Como están en el centro y no tienen espacio, consiguieron que les donen un sector y ahora van a ir con Norma para multiplicar la iniciativa. “De a poquito esto va creciendo y eso es importante”.
Cuando fueron a la casa de Norma, ella les contó a los gurisitos sobre los agrotóxicos y lo que ella había vivido y padecido. “Apostando siempre a todo lo natural, que se concienticen del tema de los agroquímicos. Norma les explicaba que no es lo mismo la fruta o verdura que plantás en tu huerta que la que vas a comprar a la verdulería”, recuerda Mariana.
A la huerta de la escuela se la ve ordenada y cuidada, da la sensación de estar trabajada con mucha dedicación, algo que coincide con lo que cuentan las maestras. Los espantapájaros los construyeron con botellas y otros materiales reciclados. Cuentan que antes había banderines colgados pero los sacaron porque próximamente la municipalidad cercará la huerta. “Acá hay acelga, acelga, acelga. Allá está lo que pusimos con Norma. Repartimos los tarritos con romero que larga los aromas para repeler a los insectos”, va repasando Mariana. “Ella nos preparó el plantín, esto es todo ajo, acá hay zanahoria. Allá hicimos el cantero con las botellas ecológicas. Lechuga, radicheta, rúcula”. Hace poco plantaron un limonero y un naranjo. Perfume de naranjo en flor: en la huerta de la escuela todo está creciendo.
En la experiencia de la huerta escolar se pone en práctica aquella frase muchas veces escuchada: eso de que la mejor forma, o acaso la única, es aprender haciendo. “A los chicos les encanta”, cuenta Mariana. “Les decís de trabajar en la huerta y te dicen ´sí, yo la pala, yo el rastrillo´”. Vanesa suma que el año pasado se llevaban la acelga y les mandaban fotos de las torrejas que habían hecho en sus casas. “Es fruto del trabajo de ellos, entonces se van muy contentos”. Ambas recuerdan cómo logró Norma que las alumnas se animaran a experimentar con la liga de caballo que había llevado para hacer el compost. “Las nenas no querían tocar. Pero las habló y las habló, y terminaron metiendo mano”. Las dos maestras también coinciden en un punto: “El tema huerta no se termina de aprender nunca”.
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El fiscal Ocariz se refiere a la función preventiva que a su parecer tiene el derecho penal. “Si bien aparece después de la comisión del delito, yo creo que también tiene una función preventiva: si la justicia aparece sancionando este tipo de conductas, puede ocurrir que haya gente que se abstenga de realizarlas”.
A Rafael lo llena de emoción ver cómo Norma ha resistido y luchado todos estos años frente al drama de lo que significa ser una vecina fumigada. “Ella sufre en su propio cuerpo y en su propio territorio y nosotres como abogades ambientalistas simplemente tratamos de acompañarla y respaldarla en el ámbito judicial, y en el parlamentario local cuando se tenga que dar la discusión frente al ejecutivo”. Dice que a partir de la batalla que ella está librando contra los principales poderes públicos estatales y contra los intereses que están en juego, Norma se ha convertido en todo un símbolo de resistencia y de lucha de los pueblos fumigados en Argentina. Y agrega que nunca perdió de vista que la lucha es colectiva. “A nosotros nos llena de orgullo ser parte de esta lucha que lleva a cabo Norma”. Además, destaca que la resistencia es acompañada de las alternativas como las que Norma expresa, “llevando a cabo actividades de granja y de agricultura orgánica de baja escala que también han sido deliberadamente afectadas por este modelo que envenena y que mata”.
– ¿Cuál es el mejor enraizante?-, le preguntó un ingeniero agrónomo que visitó la huerta de Norma.
– Lo tiene usted-, le respondió Norma, generando en el interlocutor cierto desconcierto.
– ¿Cómo?-, le re-preguntó, confesando su desorientación-.
– El mejor enraizante que tenemos es la saliva-.
Norma tiene un vínculo muy cercano con los distintos reinos de los seres vivos. Es de las personas que creen genuinamente que la naturaleza es más sabia que los humanos. “Los animales también, por eso me encantan los animales”. Por el proyecto de la huerta la empezaron a invitar a muchos lugares. “Vamos a ir donde hice la feria agroecológica por primera vez, en el centro de Cañada, donde ahora hay una huerta. Me invitaron para que les explique a los chicos de la secundaria y para que hagamos lo del cartón y el diario. Vamos a hacer plantines para abastecer a las otras escuelas”. También van a ir a Casilda para participar de un encuentro en la escuela de agroecología. “Va a estar bueno, ese proyecto me encanta”.