El pergamino es un material fabricado para escribir sobre él. La ciudad homónima que está en el corazón sojero del norte de la provincia de Buenos Aires viene escribiendo su propia historia. Fumigaciones, daño genético, cáncer y muerte en una ciudad envenenada. Resistencia, fallos judiciales históricos y apelaciones municipales. Estudios de genotoxicidad y el agua intomable con presencia de 18 sustancias cancerígenas. Una obra de teatro con escenas reales que parecen mentira. Sabrina y su historia tan potente.
Fotos: Edu Bodiño
Es 2011 y Sabrina Ortiz está cursando el quinto mes de gestación de su segundo embarazo. Vive en el barrio Villa Alicia de la ciudad de Pergamino y su casa está justo frente a un campo. El registro de cada fumigación queda grabado en los cuerpos que embeben el veneno de los agroquímicos. La absorción es inocultable. La hija mayor todavía es muy chiquita pero ya tiene problemas respiratorios y su piel se inflama después de cada aspersión. Los productos que echaron ese día en el campo fueron demasiado fuertes. Así lo sintió Sabrina.
-Te intoxicaste pero si yo escribo eso a mí me salen a matar-.
Esa fue la frase del médico que la revisó. Sabrina había tenido una pérdida. Los síntomas eran múltiples: fosas nasales quemadas, piel toda brotada, garganta, boca, ojos y cuerpo inflamado. El aborto espontáneo fue un quiebre en su historia.
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Muchas veces la potencia está en la yuxtaposición, sobre todo en contextos tan dicotómicos en los cuales o sos una cosa o sos la otra. En una sociedad que etiqueta y rotula para simplificar la realidad, la letra Y tiene un poder multiplicador. ¿Cuántas personas entran en un cuerpo?
Sabrina Ortiz es madre, abogada, activista, vecina, docente. En principio elige presentarse como una afectada directa y mamá de hijos afectados por los agrotóxicos. “Soy abogada por consecuencia de lo mismo, porque fue eso lo que me llevó a estudiar Derecho. No estaba en mis planes ser abogada. Y también soy docente en salud”. Desde 2004 da clases de capacitación en un instituto educativo que tiene extensión universitaria.
Sabrina nació y vive en Pergamino, ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires que está a 30 km del límite con la provincia de Santa Fe, muy cerca del taco de la bota que se dibuja en el mapa. Antes, en el barrio Villa Alicia; ahora, en Centenario. El cambio de vivienda no fue algo pensado ni soñado sino más bien el escape de una pesadilla.
La secuencia del 2011 terminó con Sabrina entrando en un quirófano y pasando por un proceso que desembocó en un estado depresivo que la llevó a no poder levantarse de la cama por varios días. “Ya había agotado todos los medios: iba a los lugares que tenía que ir para pedir ayuda, para contar lo que me estaba pasando. Pero de todas las puertas que golpeaba ninguna se abría. Ni siquiera tuve la suerte de que algún abogado de esta ciudad, que se llaman ambientalistas, me acompañara a hacer una denuncia a la fiscalía”. Su estado depresivo le dio paso nuevamente a la acción aquel día en que volvieron a fumigar y vio cómo estaba su hija chiquita. Más de diez años después resumirá las opciones que le presentaba el momento: quedarse en la cama o levantar la cabeza y hacer algo para cambiar un poco todo.
– Si no lo hago yo, no lo va a hacer nadie. Por mi hija y por toda mi familia-, dijo en una suerte de mantra de auto-convencimiento.
El karate, el jiu jitsu, el aikido, el kung-fu, son artes marciales de defensa personal. La forma que encontró Sabrina para defenderse fue la norma, el marco jurídico: estudiar Derecho fue su herramienta de auto-defensa. “Esa mañana viendo cómo estaba mi hija, decidí comentarle al papá de mis hijos que quería estudiar Derecho porque no encontraba la forma de acceder a la protección de la salud de ninguna manera. Ya había llevado mi carpetita a todos los lugares posibles sin saber bien aún qué era lo que estaba pasando. Lo que sí sabía era que cada vez que fumigaban se producía todo esto en el cuerpo de todos nosotros”.
Estragos en el sistema inmune
La hija de Sabrina empezó a tener otras complicaciones de salud relacionadas con lo motriz, algo que ella aún no asociaba con las fumigaciones. Después de pasar por catorce instituciones médicas y de realizarse todos los estudios y no encontrar ningún origen, en la consulta número quince le preguntaron si vivían cerca de alguna fábrica o de una zona fumigada. “Ahí nos derivaron al área de toxicología donde nos mandaron a hacer los análisis de presencia de agrotóxicos en el cuerpo”. Su hijo más chico empezó desde los dos años teniendo problemas de salud muy distintos a los que tenía su hermana. Ambos pasaron por agentes quimioterápicos y tuvieron largos tratamientos médicos. Hasta ese momento no sabían qué les pasaba, un día empeoraban y al otro día mejoraban. El origen de estas patologías fue determinado en el área de toxicología del Hospital Austral: lo que estaba causando estragos en el sistema inmune de los niños era la cantidad de venenos que tenían en el cuerpo: la hija de Sabrina tenía cien veces más de sustancias agrotóxicas de lo que podía tolerar su cuerpo. Y su hijo tenía ciento veces más.
“Esa mañana viendo cómo estaba mi hija, decidí comentarle al papá de mis hijos que quería estudiar Derecho porque no encontraba la forma de acceder a la protección de la salud de ninguna manera. Ya había llevado mi carpetita a todos los lugares posibles sin saber bien aún qué era lo que estaba pasando. Lo que sí sabía era que cada vez que fumigaban se producía todo esto en el cuerpo de todos nosotros”.
Delia Aiassa es Doctora en Ciencias Biológicas y responsable del laboratorio de Genética y Mutagénesis Ambiental del Departamento de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Río Cuarto. En 2009 obtuvo los primeros resultados de algo que había empezado a estudiar en 2006. Desde ese tiempo a esta parte viene comprobando científicamente que los agrotóxicos rompen el ADN de las personas. En una entrevista de hace unos años con enREDando, la Doctora explica que el daño en el ADN significa que el material genético se disgrega, se rompe, no está estable. “Está ampliamente probado que los cánceres comienzan en mutaciones de las células, en roturas del ADN donde la célula pierde el control y comienza a dividirse descontroladamente formando los tumores o las neoplasias”, consignaba Aiassa.
Podría pensarse que para que haya daño genético es necesario que pase mucho tiempo de exposición a los agentes genotoxicos. Sin embargo, esta historia muestra que no hace falta demasiado tiempo cuando los niveles de exposición son tan altos. Al hacer los estudios de genotoxicidad con la Doctora Aiassa, Sabrina tuvo la confirmación: todo el grupo familiar tiene daño genético. Sabrina tiene sustancias neurotóxicas en el cuerpo y tuvo dos accidentes cerebrovasculares (ACV). Le hicieron todos los estudios para descartar factores de riesgo. “No consumo alcohol, no fumo, no me drogo, no nada. No tengo ningún problema hematológico. Descartaron todas las posibilidades que existen como para que siendo tan joven (38) pueda llegar a sufrir dos ACV”.
“Pergamino es una ciudad que está rodeada de campo”, dice Alejandra Bianco, quien hace treinta años vive en el barrio Santa Julia, en la zona sur de la ciudad. Con el tiempo se fue urbanizando pero cuando ella llegó tenían el campo a una cuadra. Por fuera de esa cercanía, la relación de Alejandra y su familia con el campo era nula. Ella es docente de escuela primaria y a la noche da clases con adultos de tercera edad. Sus hijos -27 y 24 años- estudian. Ellos nacieron y se criaron en el barrio, y cuando eran chicos se saltaban los alambrados de los campos para ir a jugar y a robar moras. Al margen de esos menesteres de la infancia, la vida la desarrollaron en la ciudad. Dependiendo del viento, en el patio de la casa sentían esos olores raros. Alejandra no puede hacer una descripción precisa pero sí dice que son olores fuertes y distintos a cualquier otro. Ella empezó a relacionar los olores raros con la afección a la salud cuando se encontró con Sabrina. Pero antes vendrían las alarmas y las sospechas.
“Se me prendieron las alarmas cuando se enfermó mi ex pareja que después falleció de cáncer. Estábamos por hacerle una intervención quirúrgica para extraer un poquito de hígado para hacer la biopsia, y le comentamos al cirujano lo que nos estaba pasando”. Alejandra tenía cáncer de útero, el hijo más chico cáncer de tiroides y el mayor estaba haciendo quimioterapia por una enfermedad autoinmune en la sangre que es provocada por la médula y que se llama Púrpura Trombocitopénica Idiopática (PTI). “El médico me dijo ´¿no te das cuenta que no puede ser casualidad que en la misma casa les esté pasando esto?´ A Alejandra esas palabras la dejaron pensando. Sonaba la primera alarma.
La segunda sacudida llegó en el almacén en una charla cotidiana en la cual el almacenero y carnicero que conoce a todos los vecinos respondió a su pregunta acerca de si sabía de alguien que estuviera enfermo.
– ¿No te enteraste que fulano de tal falleció de cáncer? Menganito tiene cáncer y el vecino que vive al lado tuyo también falleció de cáncer…
Alejandra recibió tanta información en cinco minutos que llegó a su casa y agarró un fibrón para hacer una planilla donde empezó a escribir los distintos casos. Se le ocurrió hacer un censo y para eso tuvo la ayuda de todos los comercios del barrio: los vecinos lo fueron completando con los datos de lo que les estaba pasando. El censo se hizo en un radio de diez cuadras. Cuando Alejandra se sentó a procesar los resultados se encontró con una tercera alarma contundente: 56 personas estaban enfermas o habían fallecido a causa de distintos tipos de cáncer. Después del censo fallecieron tres vecinos en su misma cuadra.
El barrio Villa Alicia, donde vivía Sabrina, está a unos siete kilómetros de Santa Julia. Cuando Sabrina vio una nota que le hicieron a Alejandra en un medio, fue a buscarla para charlar. Así se cruzaron las vidas de estas dos vecinas fumigadas. La unión fue haciendo la fuerza. “Tuvimos una conversación y me dijo que le parecía que no era casual, que algo nos estaba haciendo muy mal en el barrio. Son muchas cuadras, muchas personas enfermas. Ahí tomé conciencia realmente de que algo nos estaba pasando”, reconstruye Alejandra.
De fallos y apelaciones
En 2017 Sabrina se recibió de abogada. En 2018 le llegó el título y se matriculó. Su primera causa fue la que la llevó a estudiar la carrera. Ese mismo año presentó una denuncia en la justicia provincial. Después de varios meses durante los cuales no llegó ninguna respuesta, hicieron la presentación correspondiente en el Juzgado Federal. Las respuestas que sí llegaron en esos meses de silencio judicial fueron en forma de amenazas y amedrentamientos: uno de los productores que hoy está siendo elevado a juicio por contaminación le tiró dos tiros en su casa y uno al perro, al cual mató a sangre fría delante de su hija; le dejaban en la puerta de su casa bidones de agrotóxicos vacíos; el auto aparecía lleno de ramas de soja. Seguramente de vuelta el mantra (´si no lo hago yo no lo va a hacer nadie, por mi hija y por toda mi familia´). Sabrina siguió adelante porque el futuro era más fuerte.
Una semana después de hacer la denuncia en el Juzgado Federal, Sabrina pudo saber que el juez había ordenado siete pedidos de diligencias para que la Policía Federal empezara con la investigación. Acostumbrada a la inacción, Sabrina no entendía lo que estaba pasando. “El juez estaba pidiendo que se investigara, que se hiciera una pericia aérea del lugar, que se calculara la distancia que había de los hogares a las fumigaciones, el registro de los fumigadores y un montón de cosas más. Cuando veo eso, me quedé sorprendida. Era la primera vez que alguien hacía algo”. En un principio la presentación fue anónima pero al ver que la cosa se movía Sabrina le dio nombre a la denuncia que amplió adjuntando los análisis que se había hecho y presentándose como querella en representación de su familia.
“En todo ese tiempo transcurrido fui caminando por lugares y conociendo gente. Me fui a los barrios que seguían y me decían que los chicos estaban siempre inflamados y brotados pero que no se habían percatado de que era cada vez que se fumigaba. Incluso conocí muchos casos de niños que habían nacido con malformaciones o que habían fallecido por leucemia. Y personas que murieron de cáncer. Era mucha la cantidad”. Solicitaron una pericia del agua que se pidió no solamente para la casa de Sabrina sino también para la escuela, el jardín y los barrios contiguos. De esa manera pudieron agregar los testimonios de la gente afectada y lograron que la causa se vuelva colectiva.
En todo ese tiempo transcurrido fui caminando por lugares y conociendo gente. Me fui a los barrios que seguían y me decían que los chicos estaban siempre inflamados y brotados pero que no se habían percatado de que era cada vez que se fumigaba
Una de las querellantes que se sumó a la causa fue Florencia Morales, vecina del barrio La Guarida, con quien este cronista estuvo en contacto para intentar concertar una entrevista que no se pudo concretar por sus problemas de salud. Días después, el 2 de mayo, Florencia murió producto del cáncer de mama contra el que venía batallando: una nueva víctima de un modelo que lleva demasiados años de envenenamiento y muerte.
Alejandra, quien hace menos de un año confirmó mediante un análisis que tiene en la sangre glifosato y otros derivados, también se sumó como querellante en la causa. De esa manera la zona sur de Pergamino se sumó a la lucha que empezó Sabrina. “Ella me propuso: ´Ale, ¿qué te parece? Porque noto que más o menos tenemos las mismas cuestiones´. Me pareció genial para no estar solas”.
En abril de 2019 se conoció un estudio del INTA Balcarce (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) con la firma de la investigadora Virginia Aparicio – designada como perito por la Justicia Federal- en donde se confirmó que el agua de Pergamino que se utiliza para consumo humano contiene hasta 18 agrotóxicos, la mayoría cancerígenos: glifosato, atrazina, imidacloprid, acetoclor, clorpirifos y 2-4D, entre otros. En ese momento se estableció una primera medida precautoria que estableció 600 metros de prohibición para las fumigaciones terrestres y un poco más para las aéreas.
Cuando se conocieron los resultados de genotoxicidad de los hijos de Sabrina, incorporaron como perito a la doctora Delia Aiassa. A partir de la comprobación del daño genético, solicitaron que se extienda la medida precautoria a los 1.095 metros de distancia por vía terrestre y 3.000 por vía aérea. Explica Sabrina: “Esto fundamentado en lo que es la ciencia digna y en el trabajo de campo que viene realizando Delia Aiassa donde determina que a partir de los 1.095 metros recién empieza a disminuir el impacto sobre el daño genético o sobre la salud, sobre todo de los niños que son los que más carga tienen”. El objetivo era que los 1.095 metros no fueran sólo para los barrios afectados sino que se extendiera a toda la ciudad. “No tienen distinta biología los chicos que están en otros barrios y que están expuestos igual que los otros”, dice Sabrina.
En septiembre de 2019 el titular del Juzgado Federal de Primera Instancia en lo Criminal y Correccional Nº 2 de San Nicolás, Carlos Villafuerte Ruzo, estableció un precedente histórico a favor de la comunidad afectada: se dispuso la prohibición de pulverizar a menos de 1.095 metros de cualquier zona urbana de Pergamino y a una distancia de 3.000 metros para las fumigaciones aéreas. Dentro de los considerandos del fallo: ´Consta en el legajo que se detectó glifosato en sangre y orina de personas con un incremento en los marcadores sanguíneos de daño cromosómico, sumado a los resultados de estudios de contaminación en barrios de esa región, que arrojaron un amplio cumulo de moléculas de plaguicidas en aguas y suelo, determinándose con posterioridad -según informaron algunos de los especialistas intervinientes en autos- que el agua (de red y pozos) no resultaba apta para consumo humano´.
En la resolución judicial también se hace mención a lo que significa la aplicación del principio precautorio: ´Implica armonizar la tutela del ambiente y el desarrollo, mediante un juicio de ponderación razonable, por lo que no debe buscarse oposición entre ambos, sino complementariedad, ya que la tutela del ambiente no significa detener el progreso, sino, por el contrario, hacerlo más perdurable en el tiempo de manera que puedan disfrutarlo las generaciones futuras…´.
La vida de la gente
En su cuenta de Twitter, el intendente de Pergamino Javier Martínez (PRO-Cambiemos), postea: ´En Pergamino vamos a ir por el mismo camino y es la dirección en la que trabajamos para garantizar la libertad, la transparencia y mejorarle la vida a la gente´. Es el mismo personaje que en nombre de la Municipalidad apeló sistemáticamente los fallos judiciales que fueron resolviendo diferentes medidas para no empeorarle la vida a la gente, como es la provisión de agua potable para los vecinos y vecinas de los barrios afectados por las fumigaciones. “En estos momentos estamos teniendo muchos problemas con la distribución del agua potable. El chico que la distribuye dice que no llega. Mientras hay vecinos que esperan quince o veinte días que les llegue el agua”, cuenta Alejandra.
Después de que Alejandra hiciera el censo en las diez manzanas de su barrio, la Municipalidad se acercó prometiendo que también haría un censo al respecto. A Alejandra no la dejaron participar y tampoco le contaron en qué consistiría la encuesta. “Por supuesto que los resultados que arrojó ese censo fueron absolutamente diferentes al mío: no había casos de cáncer ni casos tan graves como los que yo venía relevando con cada uno de los vecinos que de puño y letra escribieron las planillitas que yo había hecho”. Lo que propuso el intendente fue una sala de primeros auxilios para el barrio. Cuando la prometió, Alejandra le dijo: ´Es como cuando una mamá sale con una criatura a la calle, el chico le hace un berrinche y le dan un chupetín para que se calle. A mí no me van a dar un chupetín. Con una salita de primeros auxilios no ayudamos a los vecinos que se están muriendo´.
“Ya no se puede negar que está pasando algo muy grave, ya no lo pueden ocultar”. El planteo de Alejandra es sencillo: “Pergamino es una ciudad grande pero también chica, todos nos conocemos y siempre alguien te dice ´mi mamá tiene cáncer, mi hermano tiene cáncer, mi abuelo tiene cáncer´. De una punta a la otra, en el barrio que te pares, si al azar agarrás a una persona y le preguntás si conoce a alguien que esté padeciendo o lo haya padecido, te va a decir que sí”.
El 15 de marzo pasado una resolución de la Corte Suprema de la Nación ratificó el fallo de primera instancia, desestimando la apelación del intendente Martínez. ´Considerando que el recurso extraordinario es inadmisible, se desestima la queja. Declárase perdido el depósito. Notifíquese y, oportunamente, archívese´. La resolución fue firmada por Rosatti, Maqueda, Lorenzetti y Rosenkrantz. Sabrina y la implicancia del fallo en la vida de la gente. “Por toda la gente que he conocido, muchos que ya no están y que se murieron en la lucha. Y los que hoy están sufriendo. Significa mucho más que un expediente, mucho más que una letra fría. Hay vidas cotidianas”.
“Los poderes son muy fuertes. Sabemos de los vínculos en este núcleo sojero donde hay más de setenta empresas que lucran con el agronegocio. Sabemos que esos sectores bancan a la política de turno”.
Hay tres productores rurales que están siendo procesados por considerarlos a «prima facie» coautores penalmente responsables del delito de ´contaminación del ambiente en general, de un modo peligroso para la salud, mediante la utilización de residuos calificados peligrosos (agrotóxicos)´. Y también (son causas separadas que se desprenden de la misma causa madre) hay dos funcionarios municipales, dependientes de la Secretaría de Producción y la Secretaría General, procesados por el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público en forma continuada. Para Sabrina, sin duda que un resultado favorable en estas causas será un logro muy grande para todos los ciudadanos. “Los poderes son muy fuertes. Sabemos de los vínculos en este núcleo sojero donde hay más de setenta empresas que lucran con el agronegocio. Sabemos que esos sectores bancan a la política de turno”.
Manos a la obra
Fernando Crespi (con la fuerza de la yuxtaposición) es actor, director, dramaturgo y compositor y lleva cuarenta años de recorrido en estos menesteres. Hace unos años estaba comenzando a trabajar con un grupo de teatro. Ejercitaban e improvisaban. Aún no tenían obra. Las actividades que difundía Sabrina en su Facebook, en donde también informaba sobre las cuestiones judiciales que no circulaban por otros canales, le disparó a Fernando el deseo de hacer algo con eso. La materia prima era la realidad. Él dirá que en su momento había (sigue habiendo) mucha desinformación. Y que por eso hizo dos acciones paralelas: proponer el tema para trabajar en el grupo e investigar.
Fernando y Sabrina no se conocían, como tampoco se conocían Sabrina y Alejandra. En ambos casos fue el deseo de hacer algo lo que motorizó las acciones y motivó el cruce de las historias. La madeja se fue desovillando y el grupo de teatro empezó a participar de las marchas que en ese momento organizaban las Madres de Barrios Fumigados de Pergamino. Después de algunas marchas, Fernando le soltó a Sabrina que quería abordar el tema desde el teatro. “Fuimos, conocimos la realidad, las enfermedades por las que estaban atravesando cada una de las madres. Empecé a escribir y fui tirando al grupo lo que iba apareciendo”. Fernando recuerda la complejidad que apareció al principio con una situación un tanto apocalíptica y muy amplia. Hasta que decidió centrar el foco en la historia particular de Sabrina y de esa manera contar una situación que se replica en cientos y cientos de historias similares. “Cuando vas investigando te das cuenta que en muchos pueblos y en muchas ciudades pasa lo mismo. Acá se vio agravado porque el intendente apeló y está del lado de los productores que han cometido los delitos de fumigar cuando ya había una ley. Apeló las medidas judiciales a favor del pueblo. Esas circunstancias hacen particular el caso de Pergamino”.
A las madres les pareció bien la idea de visibilizar lo que estaba pasando a partir (a través) del arte. Era algo diferente a lo que venían haciendo. Las marchas se sucedían en contextos de mucha indiferencia y soledad. Para Fernando ese marco alimentaba el deseo de contar la historia. “Fui conociendo la historia estoica de Sabrina, la historia de defenderse sola, de estudiar abogacía. Conocer a Sabrina fue un aditamento especial porque ella es muy inteligente y muy sensible. No solo lleva adelante su caso sino también de sus vecinos”.
“Sabrina vio un ensayo: se emocionó, nos emocionamos. Yo había sacado mucho de las cuestiones judiciales. Es como si lo hubiéramos hecho independientemente de lo que ella nos contara luego. Decía ´esto sucedió así exactamente´”. Desde el grupo de teatro se encontraban con que algunas secuencias que hacían ficcionado luego se parecían demasiado a las situaciones reales. Gabriel García Márquez decía que una buena crónica debía parecer mentira y que una buena novela debía parecer real. Por esos intersticios fue navegando la obra. Y de esa manera la promocionaron: ´Con escenas de ficción que parecen reales y escenas de la vida real que parecen mentira´.
Además del personaje principal de Sabrina, los otros personajes de lo que devino en la obra Campo Santo son un productor agropecuario que representa a los varios implicados en la causa, el intendente y algunas vecinas que, explica Fernando, “son el desahogo humorístico, andan con banderitas argentinas vivando al campo y al intendente”.
“La obra de teatro está basada en una parte de mi vida”, resume Sabrina. “El arte permitió que el tema pudiera llegar a lugares donde no llegábamos antes. De hecho se inauguró esta obra en el teatro Atlas de Rosario porque acá fue censurada de todos lados cuando empezaron a ver de qué se trataba”. Ella cuenta que después del estreno la obra empezó a circular en las escuelas (las que no le cierran las puertas por afinidades políticas). “Es difícil pero vamos. Se ha acercado un montón de gente y a partir de la obra han empezado a decir a mí me pasó esto también. Están como perdiendo un poco el miedo de hablar de esto. Acá la mayoría tiene algún vínculo más o menos directo con el campo. La obra es muy linda porque sirve para sensibilizar un montón”.
“El arte permitió que el tema pudiera llegar a lugares donde no llegábamos antes. De hecho se inauguró esta obra en el teatro Atlas de Rosario porque acá fue censurada de todos lados cuando empezaron a ver de qué se trataba”.
Este es el segundo año que están haciendo la obra. Al final de cada función aparece Sabrina, la real protagonista. Fernando dice que “es impactante porque el público está viendo algo en teatro y de pronto aparece Sabrina conversando con la gente”. Cuenta sobre la riqueza del proceso de ida y vuelta que se viene generando en las escuelas y en los demás ámbitos donde la fueron mostrando. “La obra está preparada para hacerla en una plaza, en un barrio, en una calle, en un teatro. Donde sea. Porque son cuatro sillas y un telón de fondo”.
A Fernando le gustó una devolución que le hicieron en el estreno de la obra en Rosario. Le dijeron que parecía teatro documental. “Ha quedado como una obra de teatro callejero, ágil, donde todos los actores están de negro salvo la protagonista. Todo el tiempo pareciera que se los ve entrar y salir de escena a estos tipos. Y ella en soledad. Sin proponernos quedó una cuestión hasta de género, muy en la lucha actual. No es casual que en el barrio eran todas mujeres las que estaban, las que salían a la calle, las que marchaban”.
Mejor hablar de ciertas cosas
Fernando (Dramaturgia y Dirección) integra un equipo de trabajo de diez personas. El elenco está conformado por «Nenina» Mogliati, «Pucho» Holmer, Melisa Jacobs, Fernando Peduto, Fernando Songini, Irene Lavandera y Lucrecia De Francesco. Con música original de Santiago Crespi y Sonido de Julia Siciliani. Han viajado a mostrar la obra por lugares como General Rodríguez, Exaltación de la Cruz, Colón, San Lorenzo, Santa Fe y Vedia, entre otros. Una constante que aparece en la recepción son los distintos públicos refiriendo que pareciera que la obra hablara de su pueblo. Lo micro y lo macro; los pueblos como eslabones de una cadena de OGM, monocultivo y siembra directa. Muchas veces el arte aparece como vehículo para romper ciertas asociaciones naturalizadas. Oíd el ruido de rotas cadenas. “En las escuelas donde hemos estado, los pibes si no son víctima de fumigaciones son víctimas de otras cuestiones muy cercanas, de otros abusos a sus derechos. Entonces enseguida empatizan con el personaje de Sabrina”.
En general en las funciones son cien personas o más viendo la obra. Dice Fernando que se despliega mucha energía. “Más allá del hecho teatral o artístico, es juntarse atrás de un tema. Y eso se multiplica de otra manera”. Desde el grupo pretenden contagiar a otros colegas artistas para que también pongan las patas en el tema. Dice Fernando, “porque el arte es imprescindible para acompañar estos procesos”. Confiesa que si bien pensaban en colaborar a partir de la obra haciendo una militancia desde su rol de teatreros, no imaginaban tanto impacto, “tanta respuesta positiva, tantas emociones”. Pero la propuesta teatral también generó de las otras respuestas y reacciones. Se podría sintetizar en la idea de que ´ladran Sancho, señal que cabalgamos´. Cuenta Fernando que cuando hicieron la primera función en una escuela se “empezó a mover el hormiguero”. “Tenemos notas donde habla el intendente de que hay gente que anda por las escuelas diciendo cosas. Entonces había algunos profesores que no llevaban a sus alumnos a la función”. Cuando estaban por ir al pueblo de Alfonso, los llamó el representante legal para comunicarles que de ninguna manera podrían ir a decir las cosas que decían. “Nunca pensé que podía molestar tan profundamente. ¿Le vas a hacer cosquillas a Bayer? Han sido pasos muy positivos que ellos también estén hablando de este tema”.
En 1974, mientras la Triple A desplegaba sus tentáculos sobre el pueblo argentino, el ministro de Bienestar Social José López Rega instalaba la campaña contra la contaminación sonora (metáfora literal de la censura que se avecinaba) bajo la frase ´El silencio es salud´. En Pergamino dejan en claro que el significado de las palabras silencio y salud son opuestas e irreconciliables. Dice Alejandra: “Lo único que hace el silencio es que sigamos sufriendo, atendiendo a nuestros enfermos y en el peor de los casos llevándolos al cementerio. No es casual lo que está pasando. No hay que tener miedo. Yo no me voy a callar nunca. A Sergio le quitaron la vida, a mis hijos le quitaron la salud y la calidad de vida. Que esto no siga ocurriendo para ayudar a las futuras generaciones”.
“Lo único que hace el silencio es que sigamos sufriendo, atendiendo a nuestros enfermos y en el peor de los casos llevándolos al cementerio. No es casual lo que está pasando. No hay que tener miedo.
Sabrina, en la misma sintonía, dice que “el sacrificio humano y de la biodiversidad ya ha sido más que suficiente”. Por eso, plantea la necesidad de la transición hacia la agroecología, “un modelo compatible con la salud y con la vida”. Aclara que el cambio debe ser urgente. “Necesitamos que esto se produzca de inmediato. Ya no podemos tolerarlo más. No debemos tolerarlo más. Yo no vi a nadie volver de la muerte”.
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