Celina Lacay era profesora de Historia en la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata. En dictadura, fue una de las más de mil doscientas presas políticas puestas a disposición por el Poder Ejecutivo Nacional (PEN), figura que intentó “blanquear” la situación de miles de detenidos desaparecidos en todo el país. Pasó más de seis años en la cárcel de Devoto, desde donde escribió a sus hijos cartas, poemas y cuentos cada semana. Pero allí también, conformó junto a sus compañeras de cautiverio un espacio de resistencia frente a los ultrajes sistemáticos del sistema carcelario. Celina Torres Molina (una de sus hijas) es artista plástica. A través del libro Los Cercos y la muestra itinerante Ellas Saben, retoma el legado de su mamá y busca reflejar el compañerismo y la solidaridad como vías de resistencia colectiva para enfrentar el encierro.
-Mi mamá me vio crecer detrás de un vidrio-, cuenta Celina Torres Molina y su mirada se nubla, como ocurrirá luego en cada momento de la entrevista íntima, en su casa, mientras atraviesa los recuerdos de esa infancia que la marcó. La suya, la atravesó con sus padres detenidos, ambos militantes del campo nacional y popular. Ramón Torres Molina se desempeñaba como juez subrogante en la ciudad de Santa Cruz (hoy, destacado abogado penalista, referente en los juicios de lesa humanidad) y Celina Lacay, su madre, era profesora de historia en la UNLP. Torres Molina fue apresado el mismo día de inicio del golpe y llevado a la cárcel de Rawson. A Celina la detuvieron en junio del mismo año: tras un derrotero por las comisarías 5ta y 8va y la cárcel de Olmos en La Plata (lugar en el que residía), fue finalmente trasladada a Devoto, donde quedó detenida prácticamente hasta el advenimiento de la democracia. En 1982, Lacay obtuvo la libertad vigilada pero murió poco tiempo después, el 9 de enero de 1986, a raíz de un cáncer no tratado en prisión. Tenía 41 años. Durante ese breve lapso trabajó en la cátedra de Sociología General de la facultad de Humanidades (UNLP) y fue becaria del CONICET. Un año antes de morir publicó el libro Sarmiento y la formación de la ideología de la clase dominante publicado por la editorial Contrapunto.
Cada semana, Lacay escribía desde prisión para sus hijos Lucrecia, Javier y Celina, cartas, cuentos y poesías que adornaba con restos de hilos y telas con bordados y puntillas. Celina (hija) estudió Bellas Artes. Cuando en 2011 presentó su licenciatura en Cerámica, releyó las cartas y los textos de su mamá con el fin de trabajar desde lo artístico el archivo familiar en su tesis de grado.
-Cuando me propuse hacer la tesis en Bellas Artes empecé a releer las cartas y a clasificarlas- cuenta la docente y artista. Ahí pude darme cuenta de que mi mamá había estado detenida, porque cuando yo recibía las cartas la sentía libre, veía ese sol, las flores que dibujaba y la sentía libre. Siempre supe que iba a hacer mi tesis de grado en relación a las cartas de mi madre, tenía la certeza pero no encontraba la forma de ponerlo en palabras. La maternidad me hizo un click, recordar que ella nos vio crecer detrás de un vidrio, tomar conciencia de ello. Ser madre, haberme recibido y trabajar en las escuelas en que lo hago, todo eso me fue dando material para hacer lo que quería, sin ser consciente; fue un proceso muy personal. Durante muchos años no podía contar mi historia pero no por vergüenza sino porque no podía ponerlo en palabras-, detalla Torres Molina.
Por la cárcel de Devoto pasaron mil doscientas presas provenientes de distintos puntos del país, derivadas de comisarías o centros clandestinos de detención (CCD). Eran presas “blanqueadas”, militantes montoneras, del PRT/ERP, de partidos de izquierda, docentes, gremialistas, etc. El régimen carcelario las clasificaba bajo los grupos G1, G2 y G3 que se traducía en “irrecuperables”, “casi recuperables” y “recuperables” y la rigidez del trato dependía del rango que ocuparan. Las “recuperables” podían acceder a gimnasia y visita de contacto con sus hijos en locutorios vidriados, como el caso de Lacay.
-A mis hermanos y a mi siempre nos criaron con la verdad, fue muy doloroso pero creo que fue el camino más sanador. Yo tenía tres años y sabía que mis padres estaban presos, que eran presos políticos, lo tenía naturalizado. Cuando yo empecé a intentar armar mi propio rompecabezas con todas las mujeres con que hablé y me encontré, me contaron maravillas de mi mamá. Cuando a ella la detienen tenía 32 años, en ese momento era grande, porque la mayoría de las compañeras era mucho más jovencitas entonces fue una figura fuerte para ellas; ya estaba recibida, ya tenía tres hijos, muchas me contaron que fue un sostén para todas. Hace tiempo, una de ellas se comunicó conmigo; había sido detenida a los 14 años, nunca había militado, estaban buscando a su hermano y la llevaron a ella. Quería contarme que le puso a su hijo Javier, como mi hermano-.
Además de publicar (en contexto de pandemia y acompañada por su papá) Los Cercos, texto póstumo de Lacay, Celina hija documentó en Ellas saben II el encuentro con algunas de las compañeras de prisión de su madre, como Liliana Forcheti y Graciela Meloni, ex presas políticas. La charla, grabada en formato documental es un homenaje a todas esas mujeres que supieron transformar el dolor en el contexto de encierro, mujeres que transitaron en cuerpo y alma el espanto de un sistema ideado para quebrarlas. Ellas recuerdan lo difícil que se hizo la convivencia por momentos, sobre todo cuando fueron alojadas en los celulares, pabellones compuestos por veintitrés celdas, con dos a cuatro mujeres alojadas en cada una. Pero también, el lazo que posibilitó que a partir de pequeños gestos (como negarse a llevar las manos detrás de la espalda o comentarse entre todas las noticias que llegaban desde el exterior con las visitas) forjaran una resistencia colectiva para enfrentar juntas los atropellos. Casi todo lo que hicieron para sobrevivir era considerado clandestino y recibían sanciones que “ensuciaban” los legajos personales si las descubrían. No obstante, se mantuvieron firmes y lograron compartir –y sociabilizar, porque acaso de eso se trataba- textos y hasta capítulos enteros de literatura rusa, escritos con letras diminutas, en los “canutos”, papelitos que despegaban de los paquetes de cigarrillos.
La artista plástica señala que las presentaciones implican un acto reparatorio que, además, “vino muy bien al grupo familiar. Siempre voy a emocionarme y voy a llorar. No sé si concebiría este recorrido sin poner tanto el cuerpo, no puedo hacerlo de otra manera, necesito poner el cuerpo, estar ahí, hacerme cargo de cada detalle; puedo estar horas para elegir qué flores irán en los floreros, siempre me ayuda la gente de cada espacio pero necesito estar en la organización y disposición de cada cosa. Creo que cuando ya no sienta eso será el día que no necesite hacerlo más”.
No solo es un trabajo a la memoria de mi mamá sino a las mil doscientas mujeres que pasaron por la cárcel e hicieron un trabajo de resistencia increíble. Compartían su conocimiento, lo sociabilizaban. Ella daba clases de historia clandestinas a sus compañeras, la que sabía bordar enseñaba a hacerlo, cada una iba compartiendo sus saberes
-Los cuentos escritos en la cárcel fueron sacados por carta en los últimos años de la dictadura quedando también una copia de resguardo en poder de sus compañeras-, señala Ramón Torres Molina en el prólogo de Los Cercos, edición póstuma publicada en 2020.
-No solo es un trabajo a la memoria de mi mamá sino a las mil doscientas mujeres que pasaron por la cárcel e hicieron un trabajo de resistencia increíble. Compartían su conocimiento, lo sociabilizaban. Ella daba clases de historia clandestinas a sus compañeras, la que sabía bordar enseñaba a hacerlo, cada una iba compartiendo sus saberes- señala Torres Molina, profesora en la carrera de Artes Visuales de la Facultad de Artes de la UNLP y en el Escuela Municipal “Las Algarrobas” en Arturo Seguí.
Mujer íntegra
La entereza y el sentido de la solidaridad traspasó ampliamente su oficio de docente. Las cartas, textos históricos, fragmentos de poesías de Celina Lacay representan el legado político de una militancia comprometida socialmente que entendía al otrx como par, apostando a lo colectivo como fuerza común. Así, decía: “hay que salir de esa cáscara en la cual nos resguardamos, nos defendemos, y vamos pensando que mi pena es más honda y desgarradora que todas, que mi problema es el más difícil, que mi angustia es la única; así vamos perdiendo de vista que mi pena, problema, se encadena junto a los sufrimientos de las demás que, inclusive, pueden ser más dolorosos que mi propia situación”.
En un fragmento de una carta enviada a una de sus sobrinas en 1979, se lee: “Si yo pretendo vivir, convertirme en una mujer íntegra, es decir amar, reír, llorar, caminar, correr, caer, levantarme, volver a caer, tropezar, sin perder nunca mi condición de mujer, tendré que abrir mis ventanas y asomarme al mundo, aprender a ver como caminan los otros, saber escuchar a los demás, preocuparme por lo que les pasa a los que me rodean, dejar que la lluvia me moje la cara, que el sol me inunde íntegra, enfrentarme con las tormentas y las tempestades porque no hay mejor forma que palear las adversidades que mantener la esperanza, la fe, que sabrán dibujar una sonrisa aún en los momentos más difíciles”.
Celina explica que hay una clara reivindicación de los pasos de su mamá en este recorrido memorioso.
-Empecé a juntar el archivo, desordenadamente, sin saberlo y sin proponerme este rescate de la militancia de la memoria tan fuertemente. Nunca pensé que terminaría militando tan fuerte por memoria, verdad y justicia; fue algo que se dio naturalmente, necesito todo el tiempo estar resignificando todo. Con mi mamá he hablado muy poco de la cárcel, ella estaba orgullosa de pertenecer a esa generación y de esa militancia política-
Si yo pretendo vivir, convertirme en una mujer íntegra, es decir amar, reír, llorar, caminar, correr, caer, levantarme, volver a caer, tropezar, sin perder nunca mi condición de mujer, tendré que abrir mis ventanas y asomarme al mundo, aprender a ver como caminan los otros, saber escuchar a los demás, preocuparme por lo que les pasa a los que me rodean, dejar que la lluvia me moje la cara, que el sol me inunde íntegra, enfrentarme con las tormentas y las tempestades porque no hay mejor forma que palear las adversidades que mantener la esperanza, la fe, que sabrán dibujar una sonrisa aún en los momentos más difíciles
Días atrás, en el marco del mes de la memoria y por el día de la mujer, la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires realizó la jornada “Archivos, Mujeres y Memoria” en la que confluyeron las historias de distintas mujeres que, en tanto guardianas de la memoria, atesoraron archivos de familiares víctimas del terrorismo de estado. Celina participó del encuentro en el que firmó la donación de los papeles de su mamá al Archivo provincial. La muestra y la presentación del libro se multiplican. Por otra parte, a través de un convenio firmado con el Ministerio de Cultura y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la muestra llegará a Río Gallegos en fecha a confirmar. Celina presentará Los Cercos en marzo en el Liceo Mercante de La Plata, escuela donde estudió la docente y escritora Lacay. Batiendo las alas de la resistencia, habitando los espacios que su madre amó.
Ella cierra los ojos
y sabe que afuera
el sol es una explosión
entre la tierra y el cielo
sabe que la lluvia de abril
tiene un olor diferente
a la lluvia de enero.
Ella sabe cuando cierra los ojos
que una flor abierta
es una verde aventura
y que una madre
es hablar
el valeroso idioma del amor.
Ella sabe más cosas
que guarda
cuando cierra los ojos
para empujar
al hijo dulce pájaro de la libertad
que está llegando el día.
Celina Lacay, Los Cercos