Pocho fue y es, todo ese amor acumulado. Cada gota del dolor llorado por el barrio Ludueña. Pocho fue y es, esos proyectos que se cocinaron allá atrás y que cada pibe y piba del barrio ahora lleva en la mochila mientras te acerca un mate silenciosamente, mientras te mira a los ojos cabeceando un sí.
Por Kurt Lutman
El 19 de diciembre del 2001 la policía mataba de un tiro en la garganta a Pocho Lepratti. Lo mataba en el preciso instante en el que Pocho subía al techo de una escuela llena de pibitos y pedía a los efectivos que no disparen.
Yo no lo conocí.
Pude cruzarlo un par de veces en su Barrio Ludueña cuando yo empezaba a acercarme al lugar y conocer su gente de a un paso.
Ahí aparecieron el Varón, el Malevo, la Flaca, el Milton, el Lucas, el Elvio, el Peclo, Bichito y todos.
Pero conocerlo, lo que se dice conocerlo, no. Ya que no compartí reuniones ni charlas ni su cotidianeidad, ni los sueños o dolores que hacen que uno conozca o no a alguien.
Solo un par de veces caí a escuelita donde funcionaba la salita de las pibas y los pibes de “La vagancia”. Él te veía llegar y silenciosamente te alcanzaba un mate con un gesto de cabeza que indicaba un si. Con ese gesto te decía todo. Después giraba y lo retaba a Milton, endiablado, chiquito, rompehuevos y el terror del lugar. Milton hoy, 20 años más tarde, ya todo un hombre, conduce su programa de radio difundiendo amores rockeros, denunciando injusticias, sosteniendo justicias y soplando esperanzas de estos barrios.
Yo no lo conocí como me hubiera gustado conocerlo.
Pero hay frases que escuché y me acercan a su persona:
-Pocho estaba. Vos llegabas a la escuelita y él estaba. Y ese estar te salvaba la angustia que traías de tu casa.
-El pocho vivía para los demás. Cuando le preguntábamos porque no se enamoraba y formaba una familia, él nos decía que no tenía tiempo, que había mucho por hacer todavía.
-Se reía tímido pero cuando había que ser firmes lo era.
-Una vez la policía nos estaba por cagar a palos en una marcha,
la cosa se había puesto tensa y él fue a hablar con ellos. No sé que les dijo, pero bajaron un cambio y todo se calmó.
Y así, miles de palabras, miles de imágenes y de historias.
Caer, matear entre varios y que él lo rete a Milton nuevamente.
Que Milton se vaya putiándolo y de yapa nos putee a todos nosotros. Que vuelva a los 10 minutos y se siente en la mesa como si la imagen anterior no hubiera sucedido. Que Pocho lo mire a los ojos y le de un mate.
Entendí en esa imagen la importancia y la potencia del hacerle el aguante a los más pibes y su lenguaje y su cuerpo como esponjas chiquitas absorbiendo toda la violencia que el estado les baja generación tras generación y que los gurises sacan y muestran como pueden, como les sale.
Desmantelar la violencia con paciencia. Desmantelarla con eso que llaman amor.
Al otro día del asesinato, lo velaron en la escuelita. Yo fui porque me enteré por una compañera. Al llegar me puse a distancia y no lloré, no podía empatizar con Pocho, estaba triste por el quilombo nacional pero me resultaba difícil llorar a un desconocido para mí.
La gente del barrio empezó a llegar de a montones.
Ellas, ellos, los innombrables, los no nombrados, los últimos orejones de este tarro llegaron de a montones y empezaron a rodear el cajón y llorarlo en silencio. A secarse los mocos y las lágrimas con el antebrazo para seguir llorando. Lloraban trepados al paredón o del lado de afuera porque ya no entraba más nadie en ese patio.
Ahí supe del dolor inmenso. Ahí supe del amor inmenso que él generaba. Ahí conocí quien era Pocho. Ahí palpé de un modo concreto, con mi cuerpo, todo el dolor de las mujeres y hombres del barrio que lo amaban por cuidarles a sus hijas e hijos mientras cartoneaban o laburaban de lo que podían.
Pocho fue y es, todo ese amor acumulado. Cada gota del dolor llorado por el barrio Ludueña.
Pocho fue y es, esos proyectos que se cocinaron allá atrás y que cada pibe y piba del barrio ahora lleva en la mochila mientras te acerca un mate silenciosamente, mientras te mira a los ojos cabeceando un sí.