Texto: Kurt Lutman
El periódico, los periódicos, yo, obnubilados vemos como el crack toma carrera y su pierna zurda clava la esfera de cuero en un ángulo.
La zurda de Messi. La mágica zurda de Messi, diremos.
Lo que no nos enseñaron a valorar ni a mirar es el pié de apoyo.
Esa pierna derecha en la cual sostiene todo el peso del cuerpo un segundo antes y labura sin pausa, milimétricamente para que la zurda llegue despreocupada, y haga lo suyo.
La sin colores, la sin tatuajes.
Equilibra. Prepara. Sostiene silenciosa.
Nunca se dirá:
“Tremendo como el pié de apoyo sostuvo esta ingeniería llamada cuerpo para que “la otra” llegue y golpee de manera cómoda el balón y se lleve los augurios”.
Valorar el pié de apoyo, ese que no sale en la foto, es el laburo cotidiano.
Por ahí nos están entrando.
Como títeres de mano, nos muestran una y nos roban la otra.
Volver a reconocer el valor del pié de apoyo.
El almacén del barrio.
El bufet del club.
El sonido de los bosques con sus pájaros adentro.
La crianza sin prisa ni pausa.
Volver a reconocer el pie de apoyo.
El mate cebado lentamente por los compañeros.
Los caramelos de los abuelos.
Los abrazos de las abuelas.
Los grupos originarios con sus originarias lenguas.
El marcador de punta raspado de punta a punta.
Los maestros cortando esa ruta del Sur en silencio.
El gesto chiquito, el chiste boludo.
El barrilete que no levanta pero seguimos carreteando.
El «llamame a la hora que sea».
La «te espero en la esquina de siempre».
El pié de apoyo.
El merendero de la villa en tiempos de desamparos.
La gota que agarrada a otra gota dan fuerza al mar.
Ese mar que somos, que se levanta de a poco.
Ese que en la cresta de la ola llevará nombres de hombres y mujeres y los sostendrá, hombro con hombro, millones de brazos como millones de brazas.
Para que podamos, de una vez y para siempre, llegar a nockear de un piñón en la mandíbula a este monstruo que no para, hace más de cinco siglos, de morfarse todo.