Una empresa de economía social que produce alimentos y brinda servicios de catering permite repensar otras maneras de abordar la salud mental y el trabajo. Emilianas existe hace 15 años en Santa Fe y hoy lucha por tener un espacio más acorde a la tarea que realizan.
—En otros lugares no nos tomarían para trabajar. En el currículum te preguntan “¿tenés problemas de salud mental?” y quedás tildado como que no podés trabajar por eso.
Las palabras son de Sandra Pecorari, trabajadora de la empresa social Emilianas, que funciona en el Hospital Mira y López (antiguamente conocido como hospital psiquiátrico) de la ciudad de Santa Fe.
El verbo desmanicomializar vino de la mano de leyes que buscaron abrir las puertas de los psiquiátricos y tener en cuenta la salud desde un punto de vista integral. Las personas que sufren un padecimiento psíquico estuvieron por muchos años en los márgenes, excluidas, encerradas, estigmatizadas. Aún quedan resabios de esas etiquetas: se entiende que una persona que tiene o alguna vez tuvo un diagnóstico asociado a su salud mental no es estable, no es productiva, no es contratable. Por eso muchas no tienen trabajo, aún después del alta médica.
La provincia de Santa Fe fue una de las primeras en tener una ley de salud mental, la 10.772 del año 1991, en pos de desarmar el modelo hegemónico de tratamiento que empezó a cuestionarse desde la década del 50. La misma señala que la dirección de los hospitales deben facilitar paseos y salidas terapéuticas, así como el trabajo voluntario de los internados, que se regirá por las leyes correspondientes. Darle al trabajo un marco legal, de derechos, no es menor. En su libro La liberación de los pacientes psiquiátricos, Benedetto Saraceno -ex director del Departamento de Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud- explica que el trabajo no es nuevo en los ámbitos psiquiátricos, aunque por muchos años la fuerza laboral se consideró propia de las instituciones y no de los sujetos trabajadores.
Fue en el marco de la reglamentación de la ley provincial que en 2007 surgió Emilianas. La normativa santafesina fue uno de los antecedentes de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657, votada por el Congreso en 2010.
En el contexto de apertura de los manicomios para pensar la salud por fuera de la medicina hegemónica de calmantes, pastillas y encierro, por iniciativa de Natalia Colombo, Soledad Schmuck y la dirección del hospital Mira y López comenzó a proyectarse un polo productivo. Para María Olga Dutto, psicóloga integrante de la coordinación de Emilianas, esa decisión tuvo que ver con “crear dispositivos productivos alternativos a las lógicas de tratamiento tradicional”. El mismo incluyó, en sus inicios, un lavadero de autos, una radio y una pequeña fábrica de galletitas: las galletitas Emilianas.
Sandra recuerda los primeros días de la empresa social, que aún no tiene personería jurídica como cooperativa pero funciona desde sus inicios con esa lógica. “Mi psiquiatra me preguntó si quería trabajar en un emprendimiento y yo le dije que sí. Me parecía interesante, sobre todo porque no tenía trabajo y me iba a resultar difícil conseguirlo”, recuerda la trabajadora. María Olga subraya: “Lo importante de dispositivos como este tiene que ver con la restitución del derecho al trabajo de personas que transitaron problemas de salud mental”.
El ejercicio de derechos es clave para gozar de buena salud mental. Pablo Villot tiene 61 años y su primera internación en el hospital data de 1988. De aquella época recuerda los pabellones, los chalecos de fuerza, las camas en las que debía permanecer para curarse. “Tuve una crisis en mi casa y me desperté en el hospital. Me dijeron ‘por algo estarás acá’. Me trataban con distintas pastillas y con inyecciones muy fuertes”, relata.
“Lo importante de dispositivos como este tiene que ver con la restitución del derecho al trabajo de personas que transitaron problemas de salud mental”.
Tiempo después fue derivado a un tratamiento ambulatorio en el hospital de día que funciona en el Mira. “Ahí nos enseñaron a organizarnos mentalmente, nos hacían todo tipo de terapias, incluso cocinábamos. Yo me daba cuenta de que esas cosas nos iban a servir en el futuro para un trabajo”, dice Pablo. Fue uno de los primeros trabajadores de Emilianas y, después de haber vivido el manicomio en carne propia, afirma: “Gracias a Emilianas me integré a la sociedad, porque antes era un marginado total. Ahora ya no me siento rechazado”. Y cuenta que lo que más le gusta hacer es el encremado de las facturas que producen.
María Olga explica que no todos los trabajos son terapéuticos, pero que en Emilianas se trata de construir las condiciones para pensar el trabajo como un derecho. Más aún, en una población estigmatizada en la que el rechazo en el plano laboral en muchas ocasiones significa no poder contar con un proyecto de vida.
Sandra lo resume: “Estaba pasando por una depresión y por estar acá empecé a socializar con mis compañeros, a ir a cumpleaños… Empecé a salir. Vivía en mi casa encerrada y llorando y esto me cambió la vida”.
Su compañero, Miguel Vázquez, tuvo una experiencia similar. Mientras era paciente del hospital de día escuchó que en el polo productivo había trabajo y no dudó: “Me gustó la idea. Nos llevamos bien. Lo que más me gusta es ir a los catering porque la gente dice ‘ese chico tan bueno’, me tiran flores”, cuenta entre risas. Y agrega: “Antes no me levantaba porque las pastillas me hacían dormir pero ahora me levanto, tomo la pastilla como siempre y vengo. Aprendí a venir en colectivo por estar en Emilianas”.
Entre los viejos pabellones del Hospital Mira y López corre un viento frío. Las paredes del Mira hablan, dicen cosas como “Todos los seres humanos nacen libres” o “Toda persona tiene derecho al descanso y al disfrute de tiempo libre”. La pintura de estos mensajes se avejenta, se adivina en el material adherido al revoque murales de tardes compartidas, textos pensados en grupos y pintados amorosamente. Aunque luzcan desgastados, los mensajes mantienen su fuerza y vigencia, más aún en tiempos de pospandemia donde las condiciones precarias de trabajo que vive buena parte de la sociedad se asocian cada vez más a problemas de salud mental.
Trabajo cooperativo
La empresa social se llama Emilianas porque así lo definieron sus trabajadoras y trabajadores: como deciden todo, en asamblea. Pablo cuenta que la asamblea sirve para que cada uno vierta su opinión y entre todos tomar las medidas necesarias.
Emilianas son las galletitas que, hace 15 años, empezaron a cocinarse en el polo productivo del entonces hospital psiquiátrico. Si bien el nosocomio sigue teniendo una guardia de salud mental, la Ley Nacional cambió su especificidad como hospital monovalente. Por eso hoy, en las puertas del viejo manicomio ubicado en el extremo norte de la ciudad -a pocas cuadras de la cárcel de Las Flores- puede leerse “Hospital General Emilio Mira y López”.
Sandra cuenta que empezaron haciendo galletitas que se vendían en el hospital. Durante el primer año, todas las ganancias se destinaron a comprar materia prima para sostener la producción. Al año siguiente comenzaron a repartir lo ganado entre quienes trabajaban. Hoy son 13 personas, “pero hemos llegado a ser 16”, aclara Sandra. “Nuestra lógica es cooperativa y la idea es llegar a ser una cooperativa independiente”. Desde 2010 tienen la concesión de la cantina del hospital y actualmente también ofrecen servicios de catering para eventos.
Para poder emplearse en Emilianas la única condición es que haya necesidad de nuevos trabajadores. “Para que no sea en detrimento de lo que ya se están repartiendo entre los que están”, explica María Olga. Y agrega: “Esto no es un taller ni laborterapia, es un trabajo y consideramos que debe ser pago”. Las y los aspirantes provienen del mismo hospital, de otros centros de salud o incluso por escuchar del proyecto en la sala de espera. En caso de poder participar, se realiza una entrevista para conocer el perfil y una capacitación. La trabajadora social Marina Cillario, también integrante del equipo coordinador sostiene que lo que se espera de quien se suma es “compromiso con el espacio y con sus compañeros”.
“Esto no es un taller ni laborterapia, es un trabajo y consideramos que debe ser pago”
En Emilianas la lógica cooperativa permite que cada trabajador pueda ir encontrando sus ritmos, sus tiempos y capacidades sin tener que estar rindiendo su productividad a un patrón. Mirela Sánchez, terapista ocupacional e integrante del equipo aclara: “De todas maneras, hay condiciones que hacen a tener un trabajo, como llegar a un horario, cumplir con ciertas horas. Si bien no estamos contando la cantidad de horas o de productos, vemos el cumplimiento de objetivos en función de lo que cada uno puede aportar en ese momento, trabajando. Y todas las tareas son importantes”.
La emergencia sanitaria por el Covid 19 obligó a la empresa social a diversificar su producción. Al no haber eventos para hacer cátering y al cerrar el bar del Cemafe (Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias) donde tenían la concesión, debieron pensar nuevas estrategias para sostenerse. Así se empezó a diversificar la tarea y la capacitación de cada trabajador: más allá de lo gastronómico se reforzó el sector de ventas a través de la confección de packaging y del manejo de redes sociales para ofrecer los alimentos. “Nos dimos cuenta de que teníamos que inventar otra cosa que no fuera el catering y nos permitió ser parte de la red ‘Yo sostengo’, organizada durante la pandemia por empresas sociales de todo el país”, dice Nicolás Trempos, cocinero y parte del equipo coordinador.
Mozas y mozos sin bar
Emilianas tuvo la concesión del bar del Cemafe, ubicado en el centro de la ciudad de Santa Fe, desde mediados de 2018 hasta inicios de este año. Miguel, que vive en barrio Los Hornos -al norte- cuenta sobre esa experiencia: “Yo tomaba el colectivo, me iba a Cemafe y atendía el bar. Me gustaba porque la gente me conocía, me bajaba del colectivo en la plaza y veía el centro”. Las y los trabajadores de Emilianas atendían un bar con 40 mesas: fue un salto cualitativo, no sólo porque había más trabajo para la empresa, sino porque la experiencia sirvió para pensarse por fuera del Mira y López. También, porque otorgó mayor visibilidad al emprendimiento.
Pero este año la situación cambió. Las autoridades sanitarias de la provincia decidieron cerrar el bar del Cemafe y utilizar el espacio para montar un sistema de atención de llamadas para la telemedicina. “Fue un golpe fuerte”, dice María Olga. Su compañera Marina agrega: “El repliegue nos devolvió al Mira”.
Es una locura lo que hicieron, porque transformaron un lugar que un arquitecto diseñó para que funcione una cantina que le da un servicio a todos los que trabajan ahí en un lugar donde la gente atiende teléfonos
Nicolás puntualiza: “Perder el bar del Cemafe nos representó perder fuentes de trabajo pero también volver al norte, no tener un punto en el centro que nos permitía acceder de otra manera a la ciudad. Es una locura lo que hicieron, porque transformaron un lugar que un arquitecto diseñó para que funcione una cantina que le da un servicio a todos los que trabajan ahí en un lugar donde la gente atiende teléfonos”.
Pero las y los trabajadores que integran Emilianas no se quedaron quietos. Empezaron a redactar notas, siempre en asamblea, a levantar firmas por la reapertura del bar. Así consiguieron el compromiso de la provincia de restituir a la empresa un espacio de similares características en el viejo Hospital Iturraspe, también ubicado en el macrocentro santafesino. En ese proceso -dice María Olga- fue clave la participación de los trabajadores, que estaban conscientes de lo que estaban perdiendo y de que tenían derecho a reclamar por lo que les correspondía.
Emilianas es un proyecto que desarma mitos en torno a la salud mental y el trabajo. Pero que también deconstruye los prejuicios que existen sobre la salud misma. Salud es no tener enfermedades, pero también es gozar (en el pleno sentido de la palabra) de derechos. “Que la movilidad del hospital nos lleve a hacer un cátering y que no sirva solo para ir a buscar pastillas a la Farmacia Central también nos costó. Al principio les pareció rarísimo pero después se acostumbraron”, ejemplifica Nicolás.
Esto no fue diseñado como una planta de producción, era un pabellón y nosotros lo convertimos en una planta de producción.
La empresa social, que este mes cumple 15 años, asumió en su recorrido el desafío de poner en discusión ideas acerca de los padecimientos y la locura. Desde la oficina donde funciona la coordinación, sus trabajadores dicen: “Esto no fue diseñado como una planta de producción, era un pabellón y nosotros lo convertimos en una planta de producción. También queremos habitar espacios que tengan que ver con la actividad que realiza esta empresa social, que hayan sido construidos a los fines del trabajo que se hace”. Poder externar a Emilianas de la sede del viejo psiquiátrico es la misión a futuro.