¿Cuáles son los libros que están siendo leídos y cuáles los que no? ¿Son los libros más vendidos los más leídos? Si poner un libro a disposición es habilitar una conversación ¿qué conversaciones se siguen obturando? ¿A través de qué vías de circulación llegamos (o no) a leer y a dialogar con estas escrituras? Identificar la vigencia de los mecanismos de cancelación sobre la escritura de las mujeres que plantea Joanan Russ en su libro implica una lectura activa. ¿Cuáles son esos mecanismos? ¿Cómo opera la invisibilización, subestimación y amedrentamiento hacia las mujeres y disidencias dentro del universo literario?
Por Bárbara Corneli y Gisela Espinoza
Ilustraciones: Sofia Valdes
En 1983 Joanna Russ publicó “¿Cómo acabar con la escritura de las mujeres?”, una crítica minuciosa, ácida e inteligente al mundo literario y sus modos de excluir, ocultar y subestimar la escritura producida por mujeres. Ya al momento de su publicación no era una novedad que el género sesgaba la posibilidad de escribir, publicar y ser leídas.
Muchos de los planteos que formaban parte de ese libro siguen resonando. Experimentamos cierta sensación de frustración cada vez que nos encontramos con una escritora que nos fascina y sólo llegan a nuestro país dos de sus veinte libros publicados; cuando una autora está escribiendo sobre un tema que nos desvela y no podemos acceder a sus textos porque no han sido traducidos; cuando finalmente podemos leerlas en nuestro idioma pero con un delay de años o cuando lo que nos encontramos en la oferta literaria no logra incomodarnos o acompañarnos a que nos hagamos preguntas que amplíen nuestro universo lector.
Varixs podrían decirnos que no hay razón para pensar esto hoy, que tantas cosas han cambiado. Pero queremos insistir en una intuición: esos mecanismos se han actualizado y las intenciones patriarcales de censurarnos han acomodado su apariencia y siguen vigentes. Entonces, ¿cómo opera la invisibilización, subestimación y amedrentamiento hacia nosotras dentro del universo literario?
Joanna Russ también escribía ciencia ficción. Es decir que no sólo era capaz de encontrar las fisuras en el mundo en el que vivía, sino que podía imaginar otros posibles. Cuando abrimos su libro nos preguntamos si podríamos hacer un gran spoiler alert desde el 2022, dialogar con ella y contarle que todavía hay quienes creen e implementan a rajatabla los items de aquella especie de manual patriarcal que ella supo leer entre líneas y catalogar.
Nos interesa poner a dialogar lo escrito por Russ con el libro “El invencible verano de Liliana” que la escritora mexicana Cristina Rivera Garza publicó en 2021, en el que retoma casi 30 años después los archivos personales de su hermana Liliana, víctima de femicidio en julio de 1990. El libro escapa a ser catalogado ya que transita la escritura a partir de testimonios y documentos, la ficción especulativa y las reflexiones ensayísticas, la poética y el relato de la intimidad. Desde que fue publicado ha recibido la cantidad de premios literarios que merece y también una serie de ataques que parecieran ser algo más que un desliz despistado y anacrónico.
Si alguna ingresa al canon que sea la excepción, nunca la regla
Los primeros puntos para acabar con la escritura de las mujeres que describió Joanna Russ, la negación y la contaminación de la autoría, podrían resumirse a las siguientes expresiones: “no lo escribió ella” o “no debería haberlo escrito”. Es probable que resulten exageradas o irreales en un contexto en el cual nuestros nombres son cada vez más habituales en las librerías y otros espacios dedicados a la literatura. Definitivamente estas afirmaciones no aplican a una escritora como Cristina Rivera Garza, con más de veinte libros publicados, que ha recibido dos veces el premio Sor Juana Ines de la Cruz por novelas anteriores (“Nadie me verá llorar” 2001 y “La muerte me da” 2009), aunque aún no se consiguen en Argentina. Si pudiéramos tener mayor acceso a su obra escritural y no a sólo dos de sus libros distribuidos por Random House, llegaríamos a reconocer que este libro no sólo busca la justicia en el impune femicidio de su hermana Liliana, sino que desancla su recuerdo del rol exclusivo de víctima, buscando celebrar su paso por la tierra al ser contada por sus familiares y amigxs y al dar lugar a su propia escritura conformando una clara coautoría. Nadie diría que, en este contexto, con los avances del feminismo a nivel mundial, este libro no es pertinente. Pero quizás algunas agresiones e insultos que su autora ha tenido que enfrentar, sí ponen a otras escritoras o potenciales escritoras frente a amenazas y barreras que podrían silenciar lo que tienen para decir.
Cuando no hay dudas sobre la autoría, los mecanismos que operan conceden la excepción, según Russ, “a veces se llega a admitir: Lo escribió ella. Esto es, a veces las autoras “inadecuadas” consiguen ingresar en el canon de los Grandes, el Permanente o (al menos) el Serio. ¿Queda alguna manera de distorsionar o de subestimar sus logros?» Encontramos que las formas de aleccionar no a la escritora excepcionalmente destacada, sino a todas aquellas que pudieran querer seguir sus pasos, van desde el clásico mansplaining hasta el zoombombing y otras formas de tecno violencia machista.
Si aleccionamos a una aleccionamos a todas
En marzo del año pasado, cuando “El invencible verano de Liliana” recién salía publicado, mientras vivíamos tiempos de incertidumbre en medio de los reiterados oleajes de la pandemia por COVID-19, la violencia se desplazó veloz a los encuentros y espacios virtuales. El 8 de marzo la escritora Mónica Ojeda de Ecuador y Cristina Rivera Garza participaban de una clase online de escritura creativa de la Universidad de Houston. Dialogaban sobre el reciente libro de Cristina, en conmemoración del día de la mujer trabajadora con un público que se suponía repleto de personas con la inquietud de escribir. De un momento a otro una serie de usuarios -trolls y hackers- comenzaron a entrar y salir de la sesión compulsivamente, poniendo a circular imágenes explícitas de mujeres golpeadas o asesinadas. Eran tantos y tantas las imágenes que no pudieron continuar con la reunión porque no lograban expulsar a los usuarios que se multiplicaban a una velocidad apabullante. A esta especie de bombardeo se le llama precisamente “zoombombing” y generó un fuerte repudio en las redes sociales. Ambas escritoras twittearon su miedo, su rabia y la necesidad de la unión ante estas expresiones de violencia patriarcal que claramente se dirigen no sólo hacia aquellas que osan escribir y denunciar esta violencia en todos los ámbitos de nuestras vidas, sino que cumple una misma función aleccionadora para quienes son testigxs.
Escribir implica exponerse, pero si exponerse implica recibir continuas agresiones, muchxs pueden sentirse desalentadxs. Frente al horror de la violencia desplegada, el patriarcado se anota un punto. Sin embargo, en “Dolerse. Textos desde un país herido” (2011) Rivera Garza hace una clara diferencia entre el horror y el dolor: refiere que el horror nos deja con la boca abierta, como merxs testigxs de los hechos, sin la posibilidad de articular palabra. Pero “cuando todo enmudece, cuando la gravedad de los hechos rebasa con mucho nuestro entendimiento e incluso nuestra imaginación, entonces está ahí, dispuesto, abierto, tartamudo, herido, balbuceante, el lenguaje del dolor”. El horror paraliza, deja sin palabras, pero con el dolor todavía se puede escribir.
La escritura de “El invencible verano de Liliana” pudo ser gracias a la distancia con el horror, pero también gracias a ese balbuceo doloroso que Cristina ensayó en un recorrido de más de 30 años, antes de reabrir el archivo personal de su hermana, pero con la presencia de Liliana rondando permanentemente su escritura. Ese recorrido no fue silencioso, sino que fue sembrando preguntas, reflexiones, misterios en los textos y libros anteriores. En junio de 2022, al recibir el Premio Xavier Villaurrutia de escritores para escritores, en México, “El invencible verano de Liliana” y su autora recibieron también el clásico mansplaining, otro conocido mecanismo aleccionador. Felipe Garrido (presidente de la Sociedad Alfonsina Internacional, coorganizadora del premio) en su discurso se lamentó de que el personaje de Ángel (asesino de Liliana) había sido intencionalmente opacado en la trama de la «novela» y se regodeó comparando y repasando tres obras de escritores varones publicadas entre 1948 y 1967 donde los asesinos tienen un rol protagónico, porque “está claro que los crímenes nos fascinan”, dijo.
El horror paraliza, deja sin palabras, pero con el dolor todavía se puede escribir. La escritura de “El invencible verano de Liliana” pudo ser gracias a la distancia con el horror, pero también gracias a ese balbuceo doloroso que Cristina ensayó en un recorrido de más de 30 años, antes de reabrir el archivo personal de su hermana, pero con la presencia de Liliana rondando permanentemente su escritura.
Esta aparente crítica a la obra de Cristina en términos literarios se alinea con lo que Russ señala en función de “considerar de más valor e importancia un conjunto de experiencias que otras. Así al No lo escribió ella y al Lo hizo, pero no debería haberlo hecho, podemos añadirle Lo hizo pero fijate sobre qué cosas escribió” o sobre qué cosas NO escribió. La escritora Gabriela Damián Miravete analiza esta intervención en su ensayo “Contra el patriarcado editorial: otras formas de escribir y leer” de la revista Gatopardo y dice que “la escritura de las autoras que opacan intencionalmente al asesino y ponen al frente de la experiencia literaria las voces de las víctimas —como hizo Cristina Rivera Garza— amplían las posibilidades de la elaboración artística de la realidad, no sólo a través del ejercicio radical, inclasificable, inquieto, del collage y la desapropiación”. Así, en forma arbitraria, desde un lugar de poder hegemónico del canon masculino literario, se puede reducir el trabajo de escritura documental, como si se tratase de una ficción que no cumple con los parámetros convencionales; negar el recorrido escritural y vital de Liliana Rivera Garza como coautora del libro y confundir a un femicida prófugo con un mero personaje. ¿Qué pueden escribir las mujeres, aún aquellas que fueron asesinadas, que genera tanto temor en los dueños de la Literatura?
Si no dejan de escribir, que dejen de leerlas
En 1983, Joanna Russ escribía que “ante un dilema semejante, no resulta sorprendente que sean tan pocas las mujeres que logren la consideración de grandes escritoras. Pienso que incluso aquellas que forman parte del canon sufren la falsa categorización, cuyas consecuencias son que se subestimen sus obras, se aisle parte de sus logros a costa del resto, y sean expuestas a una crítica incompetente, fabricada, no real”. Así y todo, hasta 2022 las escritoras no han dejado de insistir en tomar los teclados y cuadernos por asalto. Están/estamos escribiendo. Ya no es posible frenar el impulso o la osadía de poner nuestras voces por escrito.
Si, como dice Gabriel Zaid en Los demasiados libros, «publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación», podemos decir que, en contraposición, no publicar determinados libros desde los grandes grupos editoriales que tienen los medios para hacerlo, tal como sucede con los textos de Rivera Garza, es trabajar para que esa conversación no suceda.
Otro modo de evitar que esa conversación, ese encuentro entre el libro y sus lectorxs suceda son los intentos de censura explícita, como solicitar que un texto no circule por determinados ámbitos. Por ejemplo, esto fue lo que sucedió en nuestro país hace unos meses en la provincia de Neuquén con el libro «Cometierra» de la escritora Dolores Reyes. En esta novela una chica del conurbano bonaerense puede, al comer tierra, conectar con información de personas que se encuentran desaparecidas. Así, a medida que avanza el relato, ella desarrolla su don de videncia y ayuda a lxs familiares de esas personas (mayormente mujeres) en esa búsqueda. Una historia que habla de la violencia de género, la soledad, la empatía, el desamparo, la amistad, el amor y el pasaje de la niñez a la adolescencia. Un libro que desde su publicación en 2019 no ha parado de circular por las escuelas, donde ha encontrando entre lxs pibxs interlocutorxs válidos para generar debates, talleres e intervenciones. En julio tuvo repercusión en los medios de comunicación el pedido explícito impulsado principalmente por la Democracia Cristiana, de sacar de circulación el texto de las escuelas en la provincia de Neuquén por considerarlo «material de lectura pornográfico» argumentando que contenía palabras como pija, concha o tetas.
¿Un montón de escritura para nada?
En su libro “La guerra no tiene rostro de mujer” la premio Nóbel Svetlana Alexievich dice que la guerra que narran las mujeres es más cruda y que se aleja mucho de los relatos heroicos construidos por los hombres. También dice que para contar la guerra no estaría mal valerse de un lenguaje que diera náuseas, que hiciera vomitar a los generales, que hiciera inconcebible la violencia que el hombre ha sido capaz de ejercer. También reafirma la importancia de un modo de narrar que valorice aquello con lo que se denigra a las feminidades y dice: “para mí, los sentimientos también son documentos. Estudio lo que por lo general la Historia pasa por alto, a menudo la Historia es arrogante y desdeña lo que es pequeño y humano”.
Aún hoy las emociones y sentimientos que pueden expresarse desde la literatura tienen diferente validación, según el género de quien escribe. Joanna Russ habla de la mala fe y de la doble moral como parte de los mecanismos que señalan en la escritura de las mujeres la emocionalidad como defecto propio del género. Si bien no hace falta ser mujer para escribir desde las emociones, pareciera que en las mujeres, esto descalifica sus producciones y a la vez, hace a las escritoras mujeres indignas de ser leídas.
“¿A qué edad te diste cuenta que habías leído más libros de hombres que de mujeres en tu vida?” se pregunta la poeta mexicana Sara Uribe en su poemario Un montón de escritura para nada. ¿Te diste cuenta siquiera que no leías o que leías muy pocas mujeres?, podríamos agregar. Y también podríamos seguir: ¿qué historias y qué sensibilidades se pierden cuando no accedemos a la escritura de las mujeres e identidades disidentes? ¿Lo escrito por ellas es un montón de escritura para nada? Perseverar en la ignorancia (diría Joanna Russ hace 40 años) o seguir negando la escritura de las mujeres (diríamos aún hoy), es de mala fe. Sin muchas más vueltas, Russ agrega que “cuando se ponen de manifiesto, las técnicas empleadas para mantener la mala fe resultan moralmente atroces y terriblemente estúpidas. Esto se debe a que son moralmente atroces y terriblemente estúpidas”.
Si desde el primer Ni una menos en 2015 notamos un incremento de la presencia de feminidades y disidencias en la oferta literaria, pero si también sabemos que ser publicadas no necesariamente implica ser leídas, todavía podemos preguntarnos ¿cuáles son los libros que están siendo leídos y cuáles los que no? ¿son los libros más vendidos los más leídos? Si poner un libro a disposición es habilitar una conversación ¿qué conversaciones se siguen obturando? ¿A través de qué vías de circulación llegamos (o no) a leer y a dialogar con estas escrituras? Identificar la vigencia de los mecanismos de cancelación sobre la escritura de las mujeres que planteó Russ, implica una lectura activa. Nos queda recuperar su gesto rebelde para insistir: ¿con qué estrategias de tráfico, producción, seducción, contrabando, infiltración y transmisión -fuera de las lógicas del mercado- contamos? ¿cómo vamos a ingeniárnoslas para ir a leer lo que no quieren que leamos?